Santa Casilda/Acto III

De Wikisource, la biblioteca libre.
​Santa Casilda​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

(Sale EL DEMONIO.)
DEMONIO:

  Ya mi tormento, ¿qué aguarda,
pues Casilda me ha vencido?
¿Casilda dije? Ella ha sido
quien mi valor acobarda.
  Una mora, una mujer,
a un espíritu se oponga
y Dios antes la anteponga.
¡Reniego de su poder!
  ¿Tanto merece una fe?
¿Tanto alcanza, tanto puede,
que todo se lo concede?
Pues yo la contrastaré.
  Vil mujer, ¿qué solicitas,
sabiendo de mí que puedo
vengar mi enojo en Toledo?
¡Qué de lances que me quitas!
  El tiempo, a mi pesar, llega
de que a Dios se sirva allí
por un tesoro, ¡ay de mí!,
que guarda esta gente ciega.
  Todo ha de ser mi tormento,
y esta mora mi enemiga
ha comenzado y me obliga
a la desdicha que siento.
  Mil veces he divertido,
para que no halle lugar
donde el remedio ha de hallar,
a las guías que ha traído.
  Y viene a importarme nada,
pues, para que me atormente,
los lagos de San Vicente
están a media jornada.
  Todo me sucede mal;
pues yo atajaré el camino
de este lago cristalino
con un espanto infernal.
  Hoy la echaré de la puente
de un río que ha de pasar.
La vida la han de costar
los lagos de San Vicente.


(Vase y sale CASILDA, ZARA, ALIMA, ABENÁMAR, TARFE, GONZALO y CALAMBRE.)
ABENÁMAR:

  En el tiempo que caminas
no ha habido villa o lugar
donde hayas podido hallar
estas aguas cristalinas.
  Todo por tierras extrañas,
en poblado y despoblado,
desde Guadarrama helado
hasta estas fieras montañas.
  El rey Fernando el primero
en Burgos te recibió,
donde con gusto mostró
su noble amor verdadero.
  Desde allí luego partiste
y las montañas buscaste,
y en todas ellas no hallaste
estos lagos que dijiste.
  Y otra vez vuelves, señora,
hacia Burgos a buscar
lo que no has podido hallar
en cuanto el sol rubio dora.

CASILDA:

  Cuando Dios así lo ordena,
yo tengo que obedecer,
que bien tan grande ha de ser
hallado con mucha pena.
  El manda, yo le obedezco;
cúmplase su voluntad,
que, pues que su majestad
no quiere, no lo merezco.
  En esta tierra que vemos
la Bureba dicen que es,
donde espero que después
de este camino hallaremos
  estos lagos de agua viva
donde sane de mi mal
(Aparte)
y donde aquel celestial
bautismo santo reciba.

CALAMBRE:

  ¡Que tanto haya costado
el agua, ¿quién tal creyera?,
cuando tabernero hubiera
que un mar te hubiera entregado!

ABENÁMAR:

  Ya que a Castilla has corrido,
no dejando monte o sierra
en el rigor de esta tierra
que no te haya respondido
  aquel agua no haya aquí
que buscas, puedes volverte,
pues no hay que satisfacerte
más de tu engaño. ¡Ay de mí!,
  que en el tiempo que he seguido
a esta inconstante mujer,
no la acabo de entender
ni su intención he sabido.
  Si aquí mi remedio trata
como libró en su papel,
¿por qué se muestra crüel
y el declararse dilata?

CASILDA:

  Abenámar, ten paciencia,
que todo se dispondrá
muy presto.

ABENÁMAR:

¡Quiéralo Alá!

TARFE:

(Aparte.)
No sabes la diferencia
  de sus razones fingidas,
que todas tu muerte son
y yo aguardo la ocasión
para quitarte mil vidas.

CASILDA:

  Linda ciudad es Burgos.
¿Gonzalo?

GONZALO:

¿Gran señora? Sí.

CASILDA:

La iglesia, tal no la vi,
y así con razón la iguala,
  sin que se entienda agraviarla
por lo sagrado y bendita,
con la grandiosa mezquita
de Toledo. Quiera darla
  Dios eterno aquel estado
que tuvo en tiempo del rey
don Rodrigo. ¡Ay, santa ley!,
¿por qué la has desamparado?
  ¿Venís cansadas también
vosotras?

ZARA:

Señora, no,
que ninguno se cansó
en busca de tanto bien.

ALIMA:

  A la parte que quisieres
del mundo te seguiremos,
sin que jamás te dejemos.

CALAMBRE:

Es oficio de mujeres,
  que en andar no tiene fin,
y por ellas se dirá
esto de la romería
del bendito San Trotín.

CASILDA:

  En este valle quisiera
algún poco descansar.
Sola me podéis dejar.

ABENÁMAR:

Así se hará.

CASILDA:

Primo, espera.

TARFE:

  Hoy ha de llegar su fin.

CELÍN:

Alima, ¿cuándo veré
premio de mi justa fe?

ALIMA:

En teniéndola, Celín.

TARFE:

  Sola Casilda se queda
con él por darme lugar
a que le pueda matar.

CALAMBRE:

Detrás de aquella alameda
  vamos, Gonzalo, y podrás
acabar aquella historia
de ayer.

GONZALO:

¡Cuán en la memoria
la tienes!

CALAMBRE:

Muy bien harás,
  que en tanto me quedo aquí
con el huésped, por si puedo
desquitar lo que en Toledo
en cuatro años no bebí.
  Que bien puedo solo estando
por cuatro amigos brindar,
si no me viene a inquietar
aquel maldito de Orlando.

(Vanse. Quede CASILDA y ABENÁMAR.)
CASILDA:

  Primo, siempre te he querido
como a tal.

ABENÁMAR:

Mi gloria empieza.
Hoy se declara.

CASILDA:

Y así,
deseosa de que tengas...

ABENÁMAR:

¿Qué mayor bien que tus ojos?

CASILDA:

Calla.

ABENÁMAR:

Verdades son éstas.

CASILDA:

...la luz, primo, que te falta...

ABENÁMAR:

Hoy me la dan tus estrellas.

CASILDA:

Iráste si no me escuchas.

ABENÁMAR:

Ya te obedezco.

CASILDA:

...quisiera
que los dos, cuando llegare
el tiempo...

ABENÁMAR:

Mi dicha llega.

CASILDA:

... nos bauticemos.

ABENÁMAR:

¿Qué dices?
¿Puede ser que yo lo crea?
¿Quieres, Casilda, primero,
Por que mayor gusto tenga,
darme este enojo y después
la ventura que me espera?

CASILDA:

No, Abenámar, porque soy
cristiana y hablo de veras,
y soy esposa de Cristo.

ABENÁMAR:

¿Para esto, dulce sirena,
en Toledo me escribiste
tan engañosa quimera?

(Salga TARFE al paño.)
TARFE:

Esta es la ocasión que aguardo,
ésta mi ventura y ésta
la desdicha de Abenámar.

CASILDA:

¿Yo te pedí que vinieras?

ABENÁMAR:

¿Después de haberte seguido,
pagas ansí mi fineza?
¿Posible es que no eres mía?

CASILDA:

Tengo Esposo que me espera.

TARFE:

Esto es por mí, claro está.
¿Quién tuvo dicha como ésta?

ABENÁMAR:

Mataréle.

CASILDA:

No podrás,
y guárdate de sus fuerzas.

ABENÁMAR:

Gozaréte.

CASILDA:

Es imposible.
¡Esposo, Señor! ¿Qué intentas?

(Sale TARFE.)
CASILDA:

¡Guárdate, Abenámar!

ABENÁMAR:

(Mete mano.)
Tarfe, ¿qué traición es ésta?

TARFE:

¿Es ilusión lo que he visto?
¿No dijo que se defienda
Casilda? Sí; pues ¿qué aguardo?
Crüel, tus traidoras letras,
¿no me mandaron después
de unas fingidas ternezas
que diese muerte a Abenámar?
Pues ¿cómo aquí, cuando llega
la ejecución de mi brazo,
le adviertes a la defensa?

ABENÁMAR:

¿A mí, traidora, inconstante?
¿A mí la muerte? ¿Qué intentas?
¿Matarme mandas, tirana?
Pues tus desdenes pudieran...

CASILDA:

Abenámar, Tarfe, amigos.
Mirad.

ABENÁMAR:

No muevas la lengua,
enemiga de tu sangre,
que si te abonas, te afrentas.

CASILDA:

¡Señor, volved por mi causa;
amparad a mi inocencia!

(Canten dentro.)
VOZ:

Dios, Casilda, te ha escuchado.
Libre estás.

CASILDA:

¡Oh, suma esencia!
¡Tantas mercedes, Dios mío!

ABENÁMAR:

¿Quién el ánimo me fuerza?
¿Qué es esto?

TARFE:

¿Cómo mi furia
tan apacible se muestra?

ABENÁMAR:

¿No soy Abenámar yo?

TARFE:

¿No soy yo Tarfe Zulema?

ABENÁMAR:

¿Quién reprime mi rigor?

TARFE:

¿Quién mi cólera refrena?

CASILDA:

¡Dios soberano, uno y trino,
que os aguarda, que os espera!
Volved, amigos, volved.
Mirad que os llama, que os ruega.

ABENÁMAR:

Casilda, tus cosas trata.
Quieres, dispón, manda, ordena,
que yo no lo contradigo,
ni de tu virtud creyera
que me mandaras matar,
y el alma, que estuvo ciega,
ya desengañada vive.
Sólo te pido licencia
para volver a Toledo,
donde a tu padre dé cuenta
de tu intención y tu gusto
y de cómo aquí te quedas
cristiana, como tú dices,
por que desengaño tenga
de que no te ha de ver más
y quien te guarda te deja.

TARFE:

Yo también digo lo mismo,
y pido a tus pies, princesa,
perdones mi atrevimiento,
que no es posible que pueda
caber en tanta humildad
lo que imaginé en tu ofensa.

CASILDA:

Mirad bien que el enemigo,
que la razón atropella,
es quien, después de engañaros,
del alma os cierra las puertas.

ABENÁMAR:

Señora, no hay que tratar.
Hoy tengo de dar la vuelta
a Toledo.

TARFE:

Antes que el sol
pase de ocaso las ruedas
nos partiremos, Casilda.

ABENÁMAR:

Ya el amor no me atormenta.

CASILDA:

¡Esto es voluntad de Dios!

ABENÁMAR:

Tarfe, di a Celín que tenga
prevenidos los caballos.
A Dios, Casilda, te queda.

TARFE:

Adiós, princesa.

CASILDA:

El os guíe;
ya que te vas, pues os vuelva.

(Vanse y sale CALAMBRE, borracho.)
CALAMBRE:

  ¡Licor de los licores!,
sabrosa medicina de mis males,
que entre mil aguadores
tú solamente más que todos vales;
quien te plantó fue justo,
pues al mundo dejó tan grande gusto.
¡Oh, cómo me he vengado
del bebajo de miel que en la mazmorra
como está dulce y blanda!
¡Qué enfermo estoy, y levantar me manda!
¡Qué suaves calenturas
arrastre yo cuando sangrar me manden;
que con aquestas curas,
a fe que los doctores a pies se anden
¡Qué bello tabardillo!
¡Pésiate tal con el moscatelillo!
Mientes, moro cuitado,
que yo soy, aunque pese a Mahomilla,
un buen gallego honrado
de aquellos bebedores de Castilla
que con una castaña
se beberán de vino una montaña.
En tu vida bebiste,
ni sabes lo que es gusto, ni le hallaste,
ni alegre te pusiste,
aunque toda la vida te cargaste
de una perruna aloja,
que el nombrarla me da mortal congoja.
¿A mí te atreves, cuando
yo solamente, si te miro, puedo,
con ayuda de Orlando,
enviarte con un pie de aquí a Toledo?
Cuando es de noche y todos se han partido.

(Sale GONZALO.)
GONZALO:

¿Calambre?

CALAMBRE:

¿Qué me quieres?

GONZALO:

Alza del suelo (digo), que es muy tarde.

CALAMBRE:

¿Quién eres tú? ¿Quién eres?

GONZALO:

Gonzalo soy.

CALAMBRE:

Gonzalo, no me aguarde.
¡Vaya con Dios, Gonzalo,
que tengo calentura y estoy malo!

GONZALO:

Alza del suelo y vente,
que ya es de noche.

CALAMBRE:

Buen Gonzalo mío,
¿sabrás de alguna fuente,
de (algún) pozo del agua, estanque o río?

GONZALO:

¿Qué tienes?

CALAMBRE:

A buen viejo,
un mal que todos llaman hierro viejo.

GONZALO:

¿Tan grande desconcierto
hace un hombre de bien?

CALAMBRE:

No he de negallo.
Amigo, yo estoy muerto,
que no hay en la ocasión cuerdo a caballo.

(Cáigase.)
GONZALO:

¿Qué es aquesto?

CALAMBRE:

No es nada:
«Enterrá este moro, Luis Quijada».

(Llévele y váyanse y hagan dentro gran ruído de golpes, y salga CASILDA como que ha caído.)
CASILDA:

¡Aquí, Señor, me ayuda!

(Descúbrese en un trono una figura del DEMONIO.)
DEMONIO:

¡Detente, vuelve atrás, deja el camino!

CASILDA:

¡Tu gran favor acuda!

DEMONIO:

Nunca hallarás el lago cristalino.
¡Muere de espanto, muere!

CASILDA:

Traidor, no morirá quien a Dios quiere.

(Baja un ÁNGEL por una tramoya.)
ÁNGEL:

¡Vuelve, serpiente fiera,
al tremendo lugar donde saliste,
y el tormento te espera!

DEMONIO:

¡Vencísteme, Casilda, tú venciste

ÁNGEL:

Esta estrella luciente
los lagos te dirá de San Vicente.

(El ÁNGEL desaparece, haciendo hundir el DEMONIO, y quede una estrella.)
CASILDA:

¡Ay, dulce Esposo bello!
Sin serviros, ¿tan presto dais la paga?
¿Quién pudo merecello
ni quién hay, como Vos, que satisfaga
el gusto dulcemente?
¡Abrasadme de amor el pecho ardiente!

(Salen ZARA y ALIMA.)
ALIMA:

Ya el cielo sosegado
parece, Zara, que mejor se mira
de aquel rigor pasado
de espanto, de furor, de enojo, de ira.

ZARA:

Los caballos perdimos,
y a Casilda también, que no la vimos.

CASILDA:

¿Zara? ¿Alima? ¿Alima? Oye, Zara.

ZARA:

¿Quién es?

CASILDA:

Casilda soy, amigas mías.

ALIMA:

¡Ay, Dios! ¿Quién tal pensara?

CASILDA:

Ya del tiempo cesaron las porfías.

ZARA:

¡Que verte he merecido!

CASILDA:

Dad las gracias a Dios, que lo ha querido.

ALIMA:

Di, ¿cómo te perdiste?


CASILDA:

Después que de su error, desengañados
por Dios, como supiste,
Abenámar con Tarfe y sus criados
esta tarde partieron,
los cielos, que de luto se cubrieron,
mil indicios mostraban
de la tormenta que esta noche vistes;
y cuando ya llegaban
los caballos al puente en que os metistes,
en el remate miro
una horrible visión, de que me admiro.
El palafrén se espanta
y a tierra me derriba prestamente
y una voz se levanta
que dice: «No hallarás de San Vicente
ese lago divino».
Cuando bajó del cielo cristalino
un ángel soberano,
que la visión confunde y atropella,
y con su blanca mano
señalando me dijo: «Aquella estrella
te mostrará este lago».
Y de la tempestad cesó el estrago.
Esto me ha sucedido
después que todos me desamparastes,
que mi Esposo ha querido
traeros a estas parte en que me hallastes;
y aunque me habéis hallado,
los que faltan me dan mayor cuidado.

(Salen CALAMBRE y GONZALO.)
GONZALO:

Aquí está mi señora.

CASILDA:

¡Gracias a Dios que a todos libres veo!

GONZALO:

Y la vecina aurora
las puertas quiere abrir al dios Febeo,
reposa en esta aldea.

CASILDA:

No lo he de hacer hasta que el agua vea.

CALAMBRE:

Yo sé quién la tomara,
aunque reñido siempre está con ella,
por que se refrescara.

GONZALO:

Delante de nosotros va la estrella.
¡Portentoso milagro!

CASILDA:

¡Esposo, a Vos mi corazón consagro!
Cuando, recién nacido,
en un portal estabais pobremente,
a veros han venido
tres Reyes santos desde el rojo Oriente,
y por que os conociesen
una estrella les dais, a quien siguiesen.
Era largo el camino,
y para que el portal, mi Dios, hallasen,
la estrella les convino,
como eran justos, por que os adorasen.
Pero a mí, indina de ella,
para un lago no más me das estrella.

GONZALO:

Mira que se ha parado.

CASILDA:

Pues aquí están los lagos. Ya los miro.
¡Venturoso cuidado!

GONZALO:

De Dios el gran poder en esto admiro.

CASILDA:

Lleguemos, pues los vimos.

GONZALO:

Todos te obedecemos y seguimos.

CALAMBRE:

Yo llegaré postrado
a enjugarme en el lago cristalino,
aunque no lo he cursado.
sino después que me reseca el vino.
La conciencia me obliga
a que haga paces hoy con mi enemiga.

(Vanse y salen DORISTO y LAURA, villanos.)
DORISTO:

  Tal noche no vi jamás.
Todo el ciclo parecía
que hacia abajo se venía.

LAURA:

¿Qué? ¿Vivo, Doristo, estás?

DORISTO:

  Sí, Laura, que el cielo quiso
guardarme, porque nací
para tuyo.

LAURA:

No te vi
desde que hablé con Dantiso;
  y ansí, tan perdida estaba,
mi bien, como no te vía,
que en el mal que padecía
el llanto me consolaba.

DORISTO:

  Vuélveme a dar esos brazos.

LAURA:

Mil veces te los daré,

DORISTO:

El cielo quiera que esté
preso en estos bellos lazos.
  ¡Gracias a Dios que del sol
los claros rayos se miran
con tanta luz como giran
entre uno y otro arrebol!
  Apenas amaneció,
cuando a caballo pasaron
y este valle atravesaron
gentes, que me pareció
  que eran moros, porque había
almalafas y turbantes.
Habláronme y, no te espantes,
de gran temor les tenía.
  En fin, supe de un cristiano,
que con ellos muchos vi,
que iba la princesa allí,
hija del rey toledano,
  que a bautizarse ha venido
y a ser cristiana y, a estar
viviendo en este lugar.

LAURA:

Grande gusto he recibido.
  ¿Viste la mora?

DORISTO:

Y tan bella
al verla me pareció,
que parece que vistió
el rostro con una estrella,

LAURA:

  Celos, Doristo, me has dado.

DORISTO:

Laura, no hay de qué tenellos,
que sólo tus ojos bellos
son mi amoroso cuidado.

LAURA:

  Nunca mujer de esta suerte
oirá la pintes, que enfada
una mujer alabada
y que es grosería advierte.

(Salen GONZALO y CALAMBRE.)
GONZALO:

  Apenas la hermosa estrella
paró enfrente de los lagos,
a quien buscaba Casilda
después de peligros tantos,
cuando diciendo: «Esta es
el agua en el aire bajo»,
corrió el cielo y se escondió
la estrella.

CALAMBRE:

¡Suceso raro!

DORISTO:

No te enojes, ¡por tu vida!,
que en viendo sus ojos claros
adorarás su hermosura.
Remítelo al desengaño.

GONZALO:

Enamorada y humilde,
con el debido recato,
Casilda en las aguas entra,
y al punto que la tocaron,
el mal que sangre la acusa,
y como ve tal milagro,
no quiso vestirse más
sus vestidos, y tomando
un saco que para esto
trajo consigo, quedando
tan hermosa penitente
cuanto no sabré contarlo.

CALAMBRE:

¿Y Zara y Alima?

GONZALO:

Hicieron
lo mismo, y once criados
que cristianos quieren ser.

DORISTO:

Estos de los que pasaron
son sin duda. Hacia aquí vienen.

GONZALO:

¡Guárdeos Dios, nobles serranos!

DORISTO:

Vosotros seáis bien venidos.

CALAMBRE:

No es de mal gusto el villano;
que a fe que la villaneja
pudiera dar mil cuidados.

GONZALO:

¿Vivís en este lugar?

CALAMBRE:

¿Y vos, zagala?

LAURA:

Oye, hidalgo,
tenga la mano si quiere.

CALAMBRE:

Sí quiero; dadme la mano.

LAURA:

Parece que se hace bobo.

GONZALO:

Decidnos, amigos, ¿cuánto
hay de aquí a Burgos?

DORISTO:

Habrá
ocho leguas.

CALAMBRE:

¿Tú velado
es este pastor?

LAURA:

No es tiempo;
mas, quiriendo Dios, serálo.

CALAMBRE:

¿Hace penitencia aquí
contigo?

LAURA:

Pues ¿no está claro?
¿En qué lo habéis conocido?

CALAMBRE:

En que se echó tan buen saco.

GONZALO:

Ya vienen, ya los veréis.

(Salen CASILDA y ZARA, ALIMA con sus sacos.)
CASILDA:

¿Venimos buenas, Gonzalo?

GONZALO:

Sí, señora.

CASILDA:

Cierto es,
que como todas estamos
por criadas de un Señor
tan liberal y tan franco,
que nos ha de dar librea
de su generosa mano.

CALAMBRE:

¡Oh saco de gloria lleno,
que puedes ser envidiado
de cuantas telas se viste!

CASILDA:

Sí, (por)que quien se le pone,
aunque por mí no se diga,
siendo un humilde gusano,
que en la batalla del mundo,
entre los fieros contrarios,
puede alcanzar la victoria
y dar a los vicios saco.

DORISTO:

Señora, seáis bien venida
para gloria de estos campos.

CASILDA:

Dios os guarde, amigos míos.

LAURA:

¡Qué humildad! ¡Qué lindo agrado!
Doristo tiene razón.
Mis recelos fueron vanos.

(Sale EL DEMONIO de pastor.)
DEMONIO:

De un pastor que despojé
de estos riscos levantados
tomo la misma figura
y vuelvo, ciego al engaño,
a estorbar a esta mujer
que torne el bautismo santo.

DORISTO:

Laura, ¿no es Melampo aquél?

LAURA:

El mismo.

DORISTO:

Amigo Melampo,
estás vivo?

DEMONIO:

¿No lo veis?

DORISTO:

Pues ¿cómo, si despeñado
desde esos cerros caíste?

DEMONIO:

Pues no me he muerto.

LAURA:

Llegaos
a ver la recién venida.

DEMONIO:

Ya yo la he visto y hablado.

CASILDA:

¿Quién de vosotros, pastores,
si sois de aquí comarcanos,
quiere dar en el lugar
aviso de cómo vamos
al recibir el bautismo?

DEMONIO:

No hallaréis aquí aparato
para quien vos sois, y ansí
será mejor dilatarlo
para otra ocasión.

LAURA:

Sí habrá,
que todos los aldeanos
ayudarán a la fiesta,
y el cura, que es buen cristiano,
lo hará de muy buena gana.

DEMONIO:

Estos quieren engañaros;
no os bauticéis por ahora.

CALAMBRE:

¡Pastor de ochenta mil diablos!
¿Qué te importa, qué te metes
a donde no te llamaron?

DEMONIO:

El deseo de que tenga
un día de tanto aplauso
la fiesta que se requiere.

CALAMBRE:

¿Eres pariente de Orlando,
un esclavo del demonio,
que acierto a llamarle esclavo,
porque mucho le pareces
en lo verde y negro y pardo?

DEMONIO:

No tengo ningún pariente.
Solo nací, solo me hallo.

CALAMBRE:

Seréis hijo de la piedra,
y aun de truenos y relámpagos.

LAURA:

Aquí cerca está el lugar.
Vení conmigo, que en tanto
Doristo irá a dar aviso
de que vais.

CASILDA:

Serrana, vamos.

ZARA:

El agua santa deseo.

ALIMA:

Con ella remedio aguardo.

CASILDA:

Ven, Gonzalo, con nosotras.

LAURA:

Doristo, deja el ganado
y avisa todo el lugar.

DORISTO:

Ya voy.

DEMONIO:

¡Yo quedo rabiando!

(Vanse, y quede CALAMBRE y EL DEMONIO.)
CALAMBRE:

Oyes, labrador amigo.

DEMONIO:

Dame la palabra y mano.

CALAMBRE:

Codicioso parecéis.

DEMONIO:

¿Qué me quieres?

CALAMBRE:

Preguntaros
de la parte que caíste
si estaba muy grande el salto.

DEMONIO:

Como del cielo a la tierra.

CALAMBRE:

Yo apostaré cien ducados
que no mentís en un tilde.

DEMONIO:

Pues si tú quieres probarlo,
ven conmigo y arrojarte he
de encima de aquel peñasco.

CALAMBRE:

Poco sois caritativo.

DEMONIO:

Costóme mucho trabajo,
y así quisiera que todos
me acompañaran.

CALAMBRE:

¡Mal año
para vos y vuestros ojos!

DEMONIO:

Grande afición te he tomado.

CALAMBRE:

Yo lo estimo, como es justo;
mas no tengo de pagarlo.

DEMONIO:

¿Cómo te llamas?

CALAMBRE:

Pastor,
¿de qué sirve preguntarlo,
si lo sabéis como yo?

DEMONIO:

¿Y atreveráste a jurarlo?

CALAMBRE:

Sí. juro a Dios y a esa cruz.

DEMONIO:

Luego vuelvo. Espera un rato.

(Vase.)
CALAMBRE:

¿En viendo la cruz se fue?
Malas sospechas me ha dado,
que diablo debe de ser;
y han querido mis pecados
que luego tope conmigo.
Desde aquí quiero ser santo,
y ya lo hubiera intentado
si allá se vendiera vino
por algún santo ermitaño.
que tiene buena conciencia
y no lo darán aguado.

(Salen ANTÓN y BENITO, alca des villanos.)
BENITO:

  Prevéngame, como es justo,
lo que más cumplido sea
en cuanto hubiere en la aldea,
por que a Casilda dé gusto.
  Y haga una danza el Concejo,
que yo juro que danzara
si no tuviera la vara
y no me hallara tan vicio.

ANTÓN:

  Una santa dicen que es
ella y todos sus criados,
aunque no están bautizados.

BENITO:

Así lo serán después.

ANTÓN:

  Allí está, si no me engaño,
uno de ellos.

BENITO:

Es verdad.

ANTÓN:

Llegad a hablarle, llegad.

BENITO:

No nos hará mucho daño
  el hincarnos de rodillas,
que de esto santos serán.
Señor santo, ¿cómo está?

ANTÓN:

Tiene francas las Castillas.

CALAMBRE:

  Los villanos han creído
que soy santo. Labradores,
yo estoy con muchos dolores.

BENITO:

¿De qué?

CALAMBRE:

De no haber bebido.

ANTÓN:

  Aquí abajo, en estos llanos,
va un arroyo cristalino.

CALAMBRE:

Hermano, si no es de vino,
no le tocarán mis manos.

BENITO:

  Bien dije que santo era,
pues a lo divino quiere
la bebida.

CALAMBRE:

Si allá hubiere
unas manos de ternera,
  con gusto las comeré;
y después de haber comido,
y sosegado, y dormido,
por entrambos rogaré.

ANTÓN:

  ¿Eso pide? En mi conciencia
que es santo muy regalón.

CALAMBRE:

Téngola gran devoción,
amigos, y es penitencia.

BENITO:

  Bien se debe de azotar
la carne, que está pasado.

CALAMBRE:

Aunque ya me la han quitado,
bien la suelo desollar.

ANTÓN:

  No sea tan riguroso.

CALAMBRE:

Aun así me satisfago.

BENITO:

Eso es un terrible estrago

CALAMBRE:

Es el azote sabroso.

ANTÓN:

  Véngase, hermano, a comer
y entremos en muesa aldea.

CALAMBRE:

No sé cierto cómo sea
que no me puedo tener.

BENITO:

  ¡Qué lástima le tenemos!

CALAMBRE:

Estoy hecho mil pedazos.
¿Quiérenme llevar en brazos?

ANTÓN:

De buena gana lo haremos.

(Levántenle entre ambos.)
CALAMBRE:

  Pasito esos movimientos,
que tengo una enfermedad.

BENITO:

¡No vi mayor humildad!

CALAMBRE:

Ni yo mayores jumentos.

(Llévenle, y sale CASILDA.)
CASILDA:

  ¡Señor de mi vida,
soberano Dios,
luz de mis tinieblas,
en mi confusión,
como cierva herida,
he venido a Vos,
que sois fuente viva
de la salvación!
¡Pastor de las almas!
¡Divino Pastor,
a vuestra cabaña
la oveja llegó
huyendo medrosa
del fiero león,
que la tuvo presa
hasta que os llamó!

CASILDA:

¡Recíbeme, Esposo,
hoy que vengo, hoy
a lavar las manchas
de mi imperfección!
Dadme Vos auxilio
para que mejor
acierte a deciros
cómo el alma os doy.
En día de bodas
licencia se dio
para que la esposa
pida algún favor.
¡Regalado mío,
ya que vuestra soy,
dadme vuestras arras
y el collar de amor;
merezca ser vuestra;
miradme, que estoy
abrasada el alma
de divino ardor!
¡Tomadla, Dios mío,
con el corazón;
que muero de amores,
que muero por Vos;
que hoy he de ser vuestra,
que tendré el blasón
y nombre de esclava
de quien mereció!

CASILDA:

¡Sólo imaginarlo
me da tal dulzor,
que apenas resisto
la gloria en que estoy!
¡Dadme vuestra mano,
soberano Sol,
y Sol de justicia,
que por mí murió,
pues que sois mi Esposo,
y merezca yo
el tálamo dulce
de la perfección!
¡Señor de mi vida,
dulce amante Dios,
que abraso de amores,
que muero por Vos!
¡Cuanto allá he dejado,
reino en posesión,
riqueza y tesoros
de grande valor;
mi padre, mi patria
y el mundo, a quien doy
de mano por loco,
necio, engañador,
esto y más dejara,
que mi inclinación
me llama a serviros,
y a buscaros voy!
¡Mira, Señor mío,
que estamos los dos
desde hoy desposados
y que vuestra soy!
¡Dadme vuestra gracia,
divino Señor;
que abraso de amores,
que muero por Vos!

(Sale EL DEMONIO.)
DEMONIO:

  ¿Casilda?

CASILDA:

¿Quién me ha llamado?

DEMONIO:

Yo, que te vengo a buscar;
que no te has de bautizar.

CASILDA:

¡Qué gran disgusto me has dado!

DEMONIO:

Así el lugar lo ha ordenado,
que quiere una fiesta hacer
y dilatarlo.

CASILDA:

En poner
esa dilación parece
que alguna duda se ofrece.
Di si la puedo saber.

DEMONIO:

  Casilda, yo quiero hablarte
tan claro como lo siento.
El cura no tiene intento
ninguno de bautizarte.
Dice que ha de examinarte
  y que es menester un año,
y envíate a decir por mí
que salgas luego de aquí,
y así yo te desengaño.
  Casilda, tú tienes fe
en lo interior, muy bien puedes
dilatarlo; aquí no quedes,
que yo un lugar te diré
que mayor gusto te dé.

CASILDA:

Labrador, hombre o quien eres,
vete con Dios. ¿Qué me quieres?

(Sale CALAMBRE.)
CALAMBRE:

Ven, que el cura y el lugar
te viene todo a buscar:
hombres, niños y mujeres.

CASILDA:

  ¿Cómo tu lengua mintió?

CALAMBRE:

¿Qué haces tú aquí, malsín?

CASILDA:

¿Conócesle?

CALAMBRE:

Es volatín,
sino que una vez cayó.
  Princesa, no hables con él,
que me ha dado a mí sospechas
de que hace cosas mal hechas.

CASILDA:

Vete, enemigo cruel.

(Vanse los dos.)


DEMONIO:

  ¿Dónde quieres que me vaya,
cuando a buscarte he venido,
si sólo tu voz ha sido
la que mi aliento desmaya?
  ¡Que no pueda yo vencer
esta mujer, esta santa,
que ya al ciclo se levanta
y apenas se deja ver!
  ¡Que el poder me falte aquí
y que una mujer me venza!
¡De quien soy tengo vergüenza!
¡Rabiando estoy contra mí!
  ¡Que se bautice a mis ojos!
¡Que la miro y lo consiento!
¡De envidia infernal reviento
con tan crueles enojos!
  ¡Qué de almas me ha quitado
que se bautizan con ella!
¡No me bastaba perdella,
sino mirarlo forzado!

(Salen LOS ALCALDES.)
BENITO:

  Esté todo prevenido,
porque luego acabarán
y es terrible el sacristán
si no se lo dan comprido

ANTÓN:

  No falta cosa ninguna.
Frondoso, ¿tú estás aquí
sin ir a la fiesta?

DEMONIO:

Sí,
que me he quedado a la luna.

BENITO:

  Ven a ver, que es bendición
a Casilda.

DEMONIO:

No me importa.

BENITO:

Y alcanzarás una torta,
camuesas, vino y turrón.

DEMONIO:

  Mal provecho os haga.

ANTÓN:

¡Hola!
Benito, yo me engañé
o a Frondoso yo miré
en este instante una cola.

DEMONIO:

  Estos me lo han de pagar.
Villanos, no soy Frondoso.

ANTÓN:

Debes de ser el Tiñoso.

DEMONIO:

¡Oh, yo os tengo de matar,
  perros infames!

BENITO:

¡Ay, cielo,
que me matan!

ANTÓN:

¡Las costillas
me ha hecho dos mil astillas!

BENITO:

¡Ah, no me ha dejado pelo!

ANTÓN:

  ¡Casilda, Casilda santa!
Pedidle a Dios que nos libre
de este labrador terrible
que nos pisa la garganta.

DEMONIO:

  No la nombréis, vil canalla.
Mira que os acabaré.

BENITO:

Pues déjenos su mercé,
y sí no, vuelvo a nombralla.

ANTÓN:

  ¡Calambre, que con amor
a nuestra casa llevamos,
en el peligro en que estamos,
líbranos de este traidor!

(Sale CALAMBRE.)
CALAMBRE:

  A la fiesta me adelanto,
que en esta casa ha de ser.
¡Cómo tengo de beber!

ANTÓN:

Benito, ya viene el santo.

DEMONIO:

  ¿Santo llamas a un vicioso?
Por eso tengo de daros
hasta que llegue a mataros.

BENITO:

¡Pastor amigo, Frondoso!

CALAMBRE:

  ¡Cuerpo de Dios! ¿Esto pasa
antes de la colación?
¿Frondoso parte el turrón
con los dueños de esta casa?

ANTÓN:

  Líbranos de este enemigo.

DEMONIO:

¡Llégate, perro; verás
el pago que llevarás!

CALAMBRE:

¡Ay Jesús! ¡Dios sea conmigo!

DEMONIO:

  ¡Embustero, hipocritón
Hoy me pagarás mi enojo,
que de esta peña te arrojo.

CALAMBRE:

¡Mira la cruz, bellacón!

DEMONIO:

  ¡Quita, que me das tormento!

CALAMBRE:

Pues vete.

DEMONIO:

¡Rabiando voy!

(Desaparezca por una tramoya.)
ANTÓN:

¡Hecho pedazos estoy!

BENITO:

¡Apenas lo que soy siento!

ANTÓN:

  ¡Nunca os hubiera llamado!
Que por vos de esta manera
esté yo...

BENITO:

Si yo supiera
quién sois, lo hubiera excusado.

ANTÓN:

  Levantaos, venid, alcalde;
nos dirán los Evangelios.

CALAMBRE:

¡Cuerpo de Cristo con ellos!
¿He salido yo de balde?

BENITO:

  ¿Vos hacíais penitencia?
¡Muy bien aquí se ha lucido!

CALAMBRE:

Calle, que el diablo ha venido
a tomarles residencia.

ANTÓN:

  Sois muy grande bellacón.

CALAMBRE:

Alcaldes, no importa nada,
pues ambos lleváis doblada
esta tarde la ración.
(Vanse LOS ALCALDES.)
  Siempre esto mismo he temido.
y le tuve a Orlando miedo
desde que le vi en Toledo.

(Sale GONZALO.)
GONZALO:

¿Cómo estás, Calambre, ansí?

CALAMBRE:

  Hame dado tan de veras,
que no me puedo menear.

GONZALO:

¿Búrlaste?

CALAMBRE:

¿Cómo burlar?
¡Si bien el caso supieras...!
  Bien se te acuerda, Gonzalo,
de Orlando, que contradijo
lo que Casilda nos dijo,
a quien yo tuve por malo.
  Sospechas siempre tenía,
por lo que pasé con él,
que era primo de Luzbel,
según las cosas que hacía.
  En Toledo se quedó,
de que estaba yo contento,
porque, si de verdad te cuento,
muy grande miedo me dio.
  Y ahora que ya creí
que el diablo le había llevado.
en un pastor transformado
en este valle le vi.
  A Casilda le estorbaba
que aquí no se bautizase
y que adelante pasase,
y como no aprovechaba,
  se vino el perro a vengar
en los alcaldes y en mí,
que agora se van de aquí.

GONZALO:

Dado me ha grande pesar.
  Calambre; Dios te consuele,
que cierto que lo he sentido
y que mucho me ha dolido.

CALAMBRE:

Mucho más a mí me duele.
  ¿Bautizóse la princesa?

GONZALO:

Ahora se bautizó,
y tanta humildad mostró,
que mi lengua te confiesa
  que lloraba de alegría
de ver que en una mujer,
hoy, cristiana y mora ayer,
tantas virtudes había.
  Con el sacerdote habló,
y habiéndola examinado,
de tanta ciencia admirado,
devoto la bautizó.
  Luego tras ella fue Zara,
que Ana se puso, y María,
Alima, que la seguía,
con quien el sol se afrentara,
  Diez moros lo mismo hicieron,
y también muchos criados,
y otros, en su error fundados,
a Toledo se volvieron.
  Luego que Casilda tuvo
el bautismo que aguardaba,
en tanto que se acababa,
hablando con Dios estuvo.
  Ya de la iglesia han salido
y por el campo bailando
alegres vienen cantando
los pastores al ejido.

(Salen de bateo LOS ALCALDES; un baile y MÚSICOS cantando; ZARA, ALIMA y CASILDA, LAURA y DANTISO.)
MÚSICOS:

  ¡Norabuena Casilda venga!
¡Venga norabuena!
Alegraos, pastores,
por la maravilla
que hoy tiene la villa.
De tan nuevas flores
canten los amores
de su desposado
y en el monte y prado
todo la entretenga.
¡Norabuena Casilda venga!
¡Venga norabuena!

CASILDA:

  A Dios las gracias se den
por la merced que me hace.

GONZALO:

De todo se satisface.

CALAMBRE:

Señora, sea para bien.

CASILDA:

  ¡Dios te guarde!

BENITO:

¿Habéis sanado
de aquella tunda que os dio
Frondoso?

CALAMBRE:

Pienso que no.
Todos llevamos recado.

ANTÓN:

  ¡Qué linda era la canción!

BENITO:

¡Más que la compuso el cura!

ANTÓN:

Todo era de la escritura
del mismo «Kyrieleisón».

LAURA:

  Las zagalas me han mandado
que la norabuena os dé
por ellas.

CASILDA:

¡Oh, la tendré
con todas!

LAURA:

¿Hay tal agrado?

DORISTO:

  El desposado gocéis
mil años.

BENITO:

Llegad, Antón.

ANTÓN:

Saliónos malo el turrón;
mas buen vino beberéis.

CASILDA:

  ¡Qué ingenios tan peregrinos!

BENITO:

Antón es quien se tumbó,
y por eso llego yo.
Dicen todos los vecinos
  de Bueco, nuestro lugar,
que todo se me ha olvidado.

GONZALO:

El alcalde se ha turbado.

BENITO:

Pues mándanos azotar.

ZARA:

  Ya nuestra dicha, señora,
el cielo santo ha cumplido.

CASILDA:

Ana, voluntad ha sido
sabia.

ALIMA:

¿Que ya no soy mora?
  ¿Que cristiana soy, Dios mío?

CASILDA:

Sí, María.

ALIMA:

¿Qué más bien?

CASILDA:

Las gracias a El se le den.

CALAMBRE:

¿Ha de haber merienda, tío?

ANTÓN:

  Mil cosas tengo que darte.

CALAMBRE:

No me apartaré de ti.

GONZALO:

Y acabe esta historia aquí
hasta la segunda parte.