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Santa Teresa de Jesús (Lope de Vega)/Acto III

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Santa Teresa de Jesús-Lope
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen VALLE, TERESA DE JESÚS y PETRONA.
VALLE:

   Esta es la fértil vega deleitosa
do se cifra la ciencia y mi sosiego:
la insigne Salamanca suntüosa.
   Esta es la fundación del fuerte Griego,
que vertió el Paladión preñado de ira:
convirtió el edificio en vivo fuego.
   Este es el muro que al Trajano admira,
poniendo al cuarto cielo las escalas,
que temeroso, al parecer, las mira.
   Parece que las torres tienen alas,
y que Febo se humilla, disparando
piedras zafiros en lugar de balas.
   La más bella ciudad estás mirando,
que el gallardo Pintor del cielo hermoso
repasa, todo el orbe iluminando.

VALLE:

   Ya con su luz el Tormes caudaloso
las flores mira que guarnece atento
con blando curso de cristal ondoso.
   Este es de Salamanca el firme asiento,
pozo de ciencia, fuente milagrosa,
que trae del cielo empíreo el firmamento.
   Es madre general tan generosa,
que mil extraños hijos autoriza,
dotándolos de ciencia y renta honrosa.
   Es ameno jardín, que solemniza
la provincia del mundo más extraña,
cuya planta Minerva fertiliza.
   La gran ciudad del mundo en nuestra España,
que parece se miran las almenas
en el ameno Tormes que las baña.
   Mirando con desprecio a las de Atenas,
con más valor y ciencia enriquecidas
que el ancho mar de plata vierte arenas.
   Aquí vuestras Descalzas recogidas
estrellas, son que Dios mismo atesora
para honrar sus esferas guarnecidas.
   Aquí, pues, ¡oh, mi madre fundadora!
vinisteis, para ser divino aumento
del soberano Elías, clara aurora.

TERESA:

   En Ávila fundé el primer convento,
que es la primera piedra en que me fundo,
porque fue mi primero fundamento.
   En Medina del Campo fue el segundo,
en Malagón fundé luego el tercero,
y el cuarto en la mejor villa del mundo,
   que es en Valladolid, del cual espero
que al cielo han de ofrecer mis luces bellas,
causando envidia a su mayor lucero.
   La quinta fundación, y mejor de ellas,
hice en Toledo, cuyas torres altas
quieren ganar al cielo las estrellas.
   La sexta fue en Pastrana, adonde esmaltas,
¡gran Dios!, de caridad las mis hijuelas,
ricas de amor y de riquezas faltas.

TERESA:

   Aquí, donde florecen las escuelas,
la séptima fundé, en que me recreo,
a pesar del demonio y sus cautelas.
   La octava en Alba, junto al Tormes veo,
y en la ilustre Segovia la novena,
y fue para mi Dios un grande empleo.
   En la villa de Zea la decena,
y la oncena fue allá en Sevilla,
que está de santidad y gloria llena.
   La duodécima fue en la ilustre villa
de Caravaca, y Orden de Santiago,
que pone cruz en Pecho a maravilla.
   La trecena, primera que a Dios pago,
en Villanueva de la Jara ha sido,
donde pasé de penas más de un trago.
   La cuatorcena fue, si no me olvido,
dentro en Palencia; la quincena en Soria,
de mi virgen ganado sacro ejido.

TERESA:

   De la décimasexta haya memoria,
que en Granada fundé, dando a mi Cristo
mil nuevas gracias de su nueva gloria.
   La postrer fundación que hasta hoy he visto,
en Burgos fue, donde las hijas mías,
rasgando el pecho están con amor listo.
   Diez y siete de monjas, en mis días,
y diez de frailes, hemos ya jurado
la santa Regla del profeta Elías.

VALLE:

   El cielo, madre, premie tu cuidado,
pues que con tus conventos de Descalzas
se mira ya hermoso y estrellado.
   El sacro nombre de tu Dios ensalzas,
y como al cielo tu fervor le sigue,
por entrar con silencio te descalzas.

TERESA:

   Quiere Dios que el trabajo se mitigue
pasado en su servicio caminando,
a quien de nuevo es bien el alma obligue.

VALLE:

   En Alba doña Juana está esperando
vuestra presencia, a quien hoy os recibe,
como el agua de mayo deseando.
   Con don Gonzalo entretenida vive,
sobrino vuestro, su hijo y mi regalo,
de cuyas gracias suma plana escribe.
   También me dice que le tiene malo.

TERESA:

   Dios sabe, hermano, en todo lo que ordena.

VALLE:

Rogadle por mi niño don Gonzalo;
   si el cielo de su vida me enajena,
peligro corre, Madre, mi juicio.

TERESA:

Dios le dará salud, no tengáis pena.
   En Alba, ya de hoy más, será mi oficio
hacer de mis pecados penitencia.

PETRONA:

No faltarán azotes y galeras.

TERESA:

Paciencia, hermana.

PETRONA:

Madre mía, paciencia;
con siete misas y una disciplina
suele desayunarse la conciencia.
¡Mirad qué dos pechugas de gallina!
   ¡De qué pernil! ¡Qué lampreadas lonjas
para cuitar al sueño la mohína!
No somos las de acá como otras monjas,
   que sólo con azotes nos pasamos.
¡Ved qué cidras en miel! ¡Oh, qué toronjas!

TERESA:

Decid, hermano, ¿cuándo en Alba entramos?

VALLE:

   En Alba alcanzaremos hoy el día,
aunque a las dos y aún a las tres; salgamos.

TERESA:

¿Tan corta es la jornada?

VALLE:

Hermana mía,
son tres leguas pequeñas.

TERESA:

¿Qué se espera?
Oigamos misa, que partir querría.

PETRONA:

Reniego de la alforja y la collera.

TERESA:

¿Qué tienes?

PETRONA:

Que me ahogo.

TERESA:

Pues, ¿qué ha sido?

PETRONA:

Corte.

TERESA:

¿Qué he de cortar?

PETRONA:

¿Quiere que muera?
El cordel de la alforja está escondido.

TERESA:

Sosiégate.

PETRONA:

No hay sosiego agora.

TERESA:

Ya se cortó el cordel, calla.

PETRONA:

Eso pido.

TERESA:

    ¡Jesús me valga!

VALLE:

¿Qué sentís, señora?

TERESA:

Por cortar el cordel, me corté un dedo.

PETRONA:

¡Ay de mí, desdichada pecadora!
    Mucha es la sangre.

TERESA:

Y mucho vuestro miedo.

VALLE:

Un pañuelo le atemos.

TERESA:

Llegue, hermano;
ate la herida, porque yo no puedo.

VALLE:

   Yo tengo lienzo; dadme vuestra mano.

TERESA:

No le manchéis, que es lástima ensuciarle.

VALLE:

El lienzo gana, y yo en rompelle gano.

TERESA:

    ¿Qué hacéis, señor?

VALLE:

¿Qué puedo hacer? Rasgarle;
con el medio ataré la abierta herida,
y el medio por reliquia he de guardarle.

TERESA:

¿Burláis de mí?

VALLE:

Sacárame la vida.

TERESA:

   Soy muy perversa pecadora y mala.

VALLE:

Ya por quien sois estáis bien conocida.

(Salen DON DIEGO y LEONIDO vestidos de villanos, con pistoletes.)
DON DIEGO:

Este es quien me afrentó.

LEONIDO:

Pon bien la cala,
por que no yerres bien el diestro tiro;
sobre seis perdigones, una bala.

DON DIEGO:

    Bien hecha está la carga.

LEONIDO:

Ya me admiro
pásale el pecho, y sea de manera,
que sólo un ¡ay! pronuncie y dé un suspiro.

DON DIEGO:

    ¡Viva mi honor, y mi enemigo muera!

TERESA:

¡Mi buen Jesús, valedle!

VALLE:

¡Ay, Dios!

PETRONA:

¡Ay, triste,
que han muerto a Juan del Valle!

TERESA:

Hermana, espera.

PETRONA:

   ¿Qué he de esperar, si he visto lo que viste?

TERESA:

Mírale el pecho bien.

VALLE:

Dios me ha guardado.

DON DIEGO:

¡Bien le apunté!

LEONIDO:

¡Gallardo tiro hiciste!

VALLE:

   Sólo de la ropilla me ha pasado,
porque a la sangre de este medio paño,
perdigones y bala han respetado.

TERESA:

    Obra es de Dios.

PETRONA:

Lloré por cierto el daño.

VALLE:

Una es la bala, y seis los perdigones.

LEONIDO:

¿Qué dices de esto?

DON DIEGO:

Que es milagro extraño.

LEONIDO:

Libróle Dios de tus persecuciones.

DON DIEGO:

   Por que el pecho se os quiete,
nueva amistad os prometo,
que no es bien que os inquiete,
pues hoy os tuyo respeto
la bala de un pistolete.
   De vos estaba ofendido,
y con disfraz de vestido,
ciego en la ofensa de Dios,
los pelos buscaba en vos
del perro que me ha mordido.
   Pero este intento deshace
el nuevo que agora sigo;
hoy nuestra amistad se trace;
que yo no quiero enemigo
por quien Dios milagros hace.
   Ya la venganza destierro,
y la plana al odio encierro,
y ejemplo en la bala tomo,
pues cuando os conoce el plomo,
vengo a conocer el yerro.
    Perdonadme.

VALLE:

Bien se entiende
que Dios, en quien yo confío,
calificarnos pretende,
pues hoy con un plomo frío,
de nuevo el alma se enciende.

DON DIEGO:

   Pues tan encendido estoy,
que propongo desde hoy
ser fraile.

TERESA:

Glorioso intento:
¿sabéis que fundo convento?

DON DIEGO:

Sé que vuestro fraile soy,
y vuestro amigo, señor.

VALLE:

Nuevo milagro éste ha sido,
pues el odio y el rigor
tan presto se han convertido
en amistad y en amor.

TERESA:

   Las gracias a Dios las dad
de vuestra nueva amistad.

VALLE:

Y a vuestra...

TERESA:

No me afrentéis.

VALLE:

Iba a decir santidad,
pero atajado me habéis.

TERESA:

   No me tratéis de esa suerte.

VALLE:

Hoy me ha librado de muerte
este peto que formasteis;
con la sangre le templasteis,
porque saliese más fuerte.
   Pero ha sido bien fiel,
hermana, este medio lienzo,
pues la bala paró en él.

TERESA:

Dejemos eso.

VALLE:

Hoy comienzo,
sin duda, a vivir por él.
   La bala, a hacer su hecho,
parece en este antepecho;
aunque sedienta llegó,
como vuestra sangre halló,
no quiso la de mi pecho.
   Y fue discreta la bala
en excusarme, de pena;
que si en sangre se regala,
la de vuestro dedo es buena,
y la de mi pecho es mala.
   No quiso el plomo este día
la caliente sangre mía:
la vuestra le dió contento,
que como llegó sediento,
buscó la bebida fría.
   El milagro, dibujado
en este lienzo se halla,
que es, aunque lienzo pintado,
lienzo también de muralla,
pues de un tiro me ha librado:
   volverle quiero a mi pecho.

DON DIEGO:

Jaco será de provecho.

VALLE:

Con vos, lienzo, iré seguro;
que ya, cual lienzo de muro,
me serviréis de antepecho.

DON DIEGO:

    Decidme dónde he de ser
fraile, que por vuestra mano
quiero la casa escoger.

TERESA:

Con el retor fray Mariano,
don Diego, os habéis de ver.
   En Maqueda, primo, está,
que es el convento primero
de mis Descalzos.

DON DIEGO:

Y espero
que para mi bien será.

TERESA:

   Dado me habéis gran contento,
porque sois la piedra vos
de mi primero convento,
y piedra que labra Dios
para piedra del cimiento.

DON DIEGO:

   Disponga el Eterno Padre
lo que a mi corazón cuadre.

TERESA:

Ansí lo habéis de pedir.

DON DIEGO:

Luego me quiero partir.

TERESA:

Adiós, hijo.

DON DIEGO:

Adiós, mi madre.
   De vos espero el perdón.

VALLE:

Yo le concedo y le pido
de la pasada cuestión.

DON DIEGO:

Yo solo el culpado he sido.

VALLE:

Yo solo di la ocasión.

LEONIDO:

   Seguirle hasta el fin conviene.

(Vanse DON DIEGO y LEONIDO.)
VALLE:

El nuevo ejemplo que tiene
me ha dejado puesto en calma.

TERESA:

Si Dios le ha tocado el alma,
cual a piedra imán se viene.

PETRONA:

   Un cilicio me ha mandado
el hermano fray Tardón;
¿quiere envialle un recado?

TERESA:

Dios reciba la intención,
y baste el que yo le he dado.

PETRONA:

    ¡Madre!

TERESA:

Tenga más jüicio.

PETRONA:

Que traiga dos me conceda:
no cercene mi ejercicio;
que no es seda sobre seda,
cilicio sobre cilicio.

TERESA:

   De pláticas excusemos;
entrar en Alba hoy querría:
venid luego, en misa entremos.

VALLE:

Con más de una hora de día,
en Alba, madre, entraremos.

TERESA:

   Veré las mis hermanitas,
las mis monjas descalcitas,
honra del monte Carmelo,
que puede ilustrar el cielo
con sus luces carmelitas.

VALLE:

   Velas el cielo tan bellas,
que a las suyas las trocara;
pero el convento sin ellas,
luego a engaño se llamara,
y pidiera sus estrellas.
   La misa quiere salir.

PETRONA:

Largos serán los oficios.

VALLE:

Luego podemos partir.

PETRONA:

Que me quiten los cilicios,
no es vida para sufrir.

(Vanse; salen DOÑA JUANA, con un niño en brazos, y DON JUAN, su hermano.)
DON JUAN:

   De verte llorar me aflijo.

DOÑA JUANA:

No hay llanto que no me cuadre,
pues aguardo un vivo padre
con nuevas de un muerto hijo.
   Ya se acabó mi regalo
y mi ventura también;
ya no espero tener bien,
pues me faltáis vos, Gonzalo.
   La muerte, niño, os llevó:
¡ay, mi Dios! Sin vos, ¿qué haré?
¿Qué cuenta de vos daré
al padre que os me encargó?

DON JUAN:

   Hermana, ten más sentido.

DOÑA JUANA:

Siempre hay llanto donde hay muerte.

DON JUAN:

Que llegan ya cerca, advierte,
nuestra hermana y tu marido.

DOÑA JUANA:

    Mirad, niño, el caso atroz;
recibid mi nuevo aliento,
porque en este sentimiento
me consuele vuestra voz.
   Ángel que estáis en el cielo,
de guarda podéis ya ser;
ea, venidme a valer,
que es mucho mi desconsuelo.
   Aunque haga su justo oficio
el Ángel bueno de Dios,
pienso que he menester dos
que me guarden el juicio.

DON JUAN:

    Ya tu llanto es infinito,
aunque la causa le abona.

DOÑA JUANA:

Lloraré como leona
por ver si le resucito.
   Niño, consuelo, regalo,
vida, ángel o león,
doleos de mi pasión;
respondedme, don Gonzalo.
   Mis lágrimas remediad;
que los ángeles cual vos,
por sólo imitar a Dios,
suelen tener caridad.
   Tenedla conmigo aquí.
pues afligida me halláis,
y pues ya con Dios priváis,
pedidle algo para mí.
   Don Gonzalo, consoladme;
mas ¡ay de mí! que recelo
que por no dejar el cielo
dejaréis de consolarme.

DON JUAN:

    El niño me he de llevar
antes que pase adelante.

DOÑA JUANA:

Sangre lloró mi diamante;
bien os podéis ablandar.

DON JUAN:

    Mi traza este medio ordena.

DOÑA JUANA:

¡Traidor!

DON JUAN:

Perdonad, señora;
que la causa quito ahora
por ver si quito la pena.
 (Lleva DON JUAN el niño.)

DOÑA JUANA:

    Déjame el hijo, traidor;
déjame con mis cuidados;
que te comeré a bocados
cual la tigre al cazador.
   Oye, aguarda, mira, espera;
vuelve. dame el niño, acaba,
que muerto me consolaba;
mira vivo lo que hiciera.

(Salen VALLE, TERESA y PETRONA.)
VALLE:

   Ya, señora, en Alba estáis,
y en mi casa hoy hospedada.

TERESA:

Por cierto, mucho me agrada
esta villa.

VALLE:

Vos la honráis.

DOÑA JUANA:

   Con mi cordero se aleja;
vuelve a mis manos el robo;
mas ¡ay! que no siente el lobo
los balidos de la oveja.

TERESA:

    ¡Hermana!

VALLE:

¡Bien de mi vida!
¿Qué voces, decid, son éstas?

DOÑA JUANA:

Las mesas tengo ya puestas,
y la cena prevenida.
   Quería disimular,
pero no puedo ni acierto.

TERESA:

Sin duda Gonzalo es muerto,
mas Dios lo ha de remediar.

VALLE:

   ¿Qué llanto es éste, señora?
No sé, a fe, qué me decir,
sino que en vernos venir
lloráis de contento ahora.

DOÑA JUANA:

   Río, viéndoos, de placer,
pero vuélvome a mirar
y luego vuelvo a llorar;
ved cuál me debo de ver.

VALLE:

   Guardad esas perlas bellas,
no las vertáis en el suelo;
mirad que, sentido el cielo,
os pondrá pleito por ellas.
   Cuando, según buena cuenta,
salgo de un golpe de enojos,
en la luz de vuestros ojos
hallo mayor la tormenta.
   Mas ¿cómo ha puesto en olvido
el norte de mi regalo?
¿Dónde está mi don Gonzalo?
¿Cómo no me ha recibido?

DOÑA JUANA:

    ¡Vuestro hijo!...

VALLE:

¿Qué ha pasado?

DOÑA JUANA:

No preguntéis más, señor.

VALLE:

Ya me dice mi dolor
que el cielo me le ha quitado.
   Ya sé que el niño murió;
que en esta respuesta incierta
vive la sospecha cierta
que el alma me adivinó.

(Sale LEBRIJA.)
LEBRIJA:

   Tres horas debe de haber
que expiró el ángel hermoso.

VALLE:

Trago me dais muy penoso,
pero al fin se ha de beber.
   ¿Dónde el niño me tenéis?

DOÑA JUANA:

Señor, pedídselo a Dios.

VALLE:

Madre, pedídselo vos,
pues tanto con Él podéis.

TERESA:

   Algún desmayo será;
trae el niño con cuidado.

LEBRIJA:

Yo traeré su cuerpo helado;
que el alma en el cielo está.

DOÑA JUANA:

   Hoy su muerte el cielo ordena,
aunque el seso pierda aquí;
estoy quejosa de mí
porque no he muerto de pena.

TERESA:

   Digo que el niño no es muerto.

DOÑA JUANA:

En mis brazos expiró.

TERESA:

Creed lo que os digo yo.

DOÑA JUANA:

Lo que vi tengo por cierto.

TERESA:

   Pues aunque visto le habéis,
lo que yo os digo creed;
buena esperanza tened;
fiad en Dios, no lloréis.

(Sacan el niño LEBRIJA y DON JUAN.)
DON JUAN:

   Este es el ángel del cielo.

TERESA:

¡Don Juan!

DON JUAN:

Hermana, tomad.

VALLE:

Por su vida a Dios rogad.

LEBRIJA:

Muerto está como mi abuelo.

TERESA:

   Viva este niño, mi Dios;
mi fe vuestro pecho abra;
ved que he dado mi palabra
para que la cumpláis vos.
   Cumplid, aunque es fuerte cosa,
esta palabra que he dado;
que el esposo está obligado
a cumplir la de la esposa.
   ¿No me habláis, niño querido?

NIÑO:

¡Madre, tía! Sí hablaré.

TERESA:

¿Veis como desmayo fue?

VALLE:

Bien se ha visto lo que ha sido.

DOÑA JUANA:

   ¡Mi niño, mi bien, mi estrella!

VALLE:

¡Regalo del alma mía!

NIÑO:

Dejadme hablar a mi tía;
que tengo una queja de ella:
   muy quejoso estoy de vos.

TERESA:

¿Por qué?

NIÑO:

Porque vuestro celo
me quitó el subir al cielo,
donde gozara de Dios.
    ¿Tengo razón?

TERESA:

Sí tenéis;
mas fundéme en caridad.

NIÑO:

El bien que perdí notad,
pues en Dios visto le habéis.

VALLE:

   Los ángeles de gran celo,
almas suelen dar a Dios,
y obligáisle, madre, vos
con sacárselos del cielo.
   Nuevo modo de obligar.

TERESA:

Las gracias a Dios se den.

VALLE:

Pues hoy por vos me hace bien,
también os las quiero dar.
   Vuestra pena es bien se ataje,
pues hoy nuestra madre amada,
antes de ser hospedada,
tan bien paga el hospedaje.

DOÑA JUANA:

   Mi hermana, mucho os cansamos
y es razón que os regalemos;
venid, en mi cuarto entremos,
descansaréis.

VALLE:

Madre, vamos.

TERESA:

   Eso no he de consentir.

VALLE:

Aquí os tengo de hospedar.

TERESA:

No me lo habéis de mandar;
que en mi casa he de dormir.
   Vengo mala, y no querría
curarme fuera de casa.

DOÑA JUANA:

El corazón me traspasa.

VALLE:

Quedaos por hoy, madre mía.
    Mirad...

TERESA:

Dadme este contento.

VALLE:

Por dárosle, mucho haré.

TERESA:

Este, señor, se me dé;
que me importa ir al convento.

VALLE:

   Yo, madre, quiero ir con vos.

TERESA:

Adiós, hermana.

DOÑA JUANA:

Adiós, madre.

VALLE:

Adiós, Gonzalo.

NIÑO:

Adiós, padre.

DOÑA JUANA:

Adiós, mi bien.

VALLE:

Vida, adiós.

DOÑA JUANA:

   Para algún viaje largo
parece que os despedís.

VALLE:

Si lo que os quiero advertís,
no me echaréis este cargo.
Luego vuelvo.

DOÑA JUANA:

Aquí os espero;
no se ahogue mi regocijo.

NIÑO:

¿No me habla, madre?
(Vanse TERESA y VALLE.)

DOÑA JUANA:

¡Hijo!,
daros cien mil besos quiero.
   Cual hijo y cual ángel,
ya sois todo de mi consuelo.

NIÑO:

Ya me hallaba yo en el cielo mucho
mejor que no acá.
   ¡Qué bien me pudiera holgar!

DOÑA JUANA:

Y ¿sin mí?

NIÑO:

Madre, sin vos;
que en llegando a ver a Dios,
ya no hay más que desear.

(Sale PETRONA, de camino.)
PETRONA:

    ¿Dónde nuestra madre está?

DOÑA JUANA:

En su casa.

PETRONA:

¡Oh, mi señora!

DOÑA JUANA:

Seas venida en buen hora.

PETRONA:

Para servirte será.

DOÑA JUANA:

    ¿Vienes cansada?

PETRONA:

¿De qué?

DOÑA JUANA:

¿Cuatro, leguas no has andado?

PETRONA:

Como ésas he caminado.

DOÑA JUANA:

¿A pie, hermana?

PETRONA:

Hermana, a pie.
Nadie a mi paso llegó.

DOÑA JUANA:

Digo que eres gran mujer.

PETRONA:

Una mula de alquiler
no camina como yo.
   Si lo que ando se regula,
en más de cuatro ciudades,
con una o dos falsedades,
pasara plaza de mula.

DOÑA JUANA:

    Buen modo de entretener.

PETRONA:

En todo he dicho verdad.

DOÑA JUANA:

Mulas hay sin falsedad.

PETRONA:

Pues de ésas debo de ser.
   Cuando un camino importaba.
negociábalo volando,
y nuestra madre, burlando,
tragaleguas me llamaba.

DOÑA JUANA:

    Sería, en mil ocasiones,
de importancia tu persona.

PETRONA:

Yo fui posta y postillona
de todas las fundaciones.
   Mil tierras hemos andado,
con aguas, nieve y vientos,
y diez y siete conventos,
hasta hoy, hemos fundado.
   Sabe Dios, que es nuestro Padre,
cuántos pasos me costaron
las casas que se fundaron
por orden de nuestra madre.

PETRONA:

   Siete leguas sobre seis
de sol a sol caminaba,
y si a veces me picaba,
pasaba de diez y seis.
   Pasa de cosa ordinaria
lo que anduve, no te asombre,
que en Sevilla, por mal nombre,
soy la hermana Dromedaria.
   Este nombre me llamaban,
cuando en la calle me vían
los niños, que me seguían
y la cinta me besaban.

DOÑA JUANA:

    Mucho me alegras.

PETRONA:

Señora,
tienen grande devoción
con la nueva religión
y con su gran fundadora.
   Por verla, vi algunos días
media ciudad convocada,
y después que entró en Granada,
la llaman hija de Elías.
   El nombre le viene a pelo,
pues que tiene edificado
el edificio asolado,
que es cimiento en el Carmelo.

(Salen VALLE, DON JUAN y LEBRIJA.)
VALLE:

   Ya vuestra hermana, señora,
queda en su casa.

DOÑA JUANA:

¡Oh, mi bien!

PETRONA:

Señora, quiero también
irme a mi convento.

DOÑA JUANA:

Ahora
conmigo te has de quedar;
mira que estará cerrado.

PETRONA:

El discreto convidado
no se ha de hacer de rogar.
   Digo que yo soy quedada.

VALLE:

Del nuevo gusto gocemos,
aunque aguado le tenemos,
pues falta mi madre amada.

DOÑA JUANA:

    Venid, señor.

VALLE:

Vida, Vamos.

(Vanse; quedan LEBRIJA y PETRONA.)
LEBRIJA:

¡Petronilla!

PETRONA:

Poco a poco:
¿Petronilla? Viejo loco,
por cierto, de gracia estamos.
   Ya el hábito, con la edad,
pide que habléis con decencia:
escuche Su Reverencia,
oiga Su Maternidad.
   Paternidad por el padre,
al fraile el cielo llamó,
y a las monjas como yo.
Maternidad por la madre.
    Sabed que soy...

LEBRIJA:

Ya es notorio:
figura de la piscina,
vicaria de la cocina,
y escoba del refitorio.

PETRONA:

   Aquí, para entre los dos,
afrénteme el don mastín,
y cuanto hablé el viejo ruin,
sea por amor de Dios.

LEBRIJA:

   Ya vences al pasatiempo,
Urganda de la Escritura.

PETRONA:

Vamos, mi señor, figura
de las que descarta el tiempo.

(Vanse; sale TERESA con una cruz a cuestas.)
TERESA:

   La clara y blanca luna se oscurece,
el sol se eclipsa y pierde su luz pura,
la dura piedra se abre, que, aunque dura,
viendo morir a Cristo se enternece,
   el proceloso mar se altera y crece,
los vientos braman por la niebla oscura,
y el mismo cielo muestra ser criatura,
sintiendo el mal que su Criador padece.
   Luna, sol, tierra, mar, vientos y cielo,
viendo cercado a Dios de inmensas penas,
lloran y sienten lo que yo he pecado:
   yo me alegro llorando, y me consuelo
viendo que es mar la sangre de sus venas,
y mar donde se anega mi pecado.
   ¿Cómo, Dios, no he de seguiros
y en algún paso imitaros?
¿Cómo no han de conquistaros
los rayos de mis suspiros?

TERESA:

   Por imitaros en algo,
aunque sin fuerzas me siento,
por el claustro del convento
con la cruz a cuestas salgo.
   No hay peligro que me aflija
con este arrimo, este mármol,
que quien se arrima a buen árbol,
buena sombra le cobija.
 (Arrodíllase.)
   Jesús, cargada me veo;
pero con la cruz, mi Dios,
no sé qué fuera de vos,
si tardara el Cirineo.
   Yo le había menester,
que enferma y cansada estoy.

(Sale el AMOR DIVINO con una corona de espinas en las manos.)
AMOR:

Yo tu Cirineo soy;
ánimo, buena mujer.

TERESA:

    ¿Buena yo?

AMOR:

Buena te llamo.

TERESA:

¿Sabéislo vos?

AMOR:

Sí lo sé,
pues desde el cielo bajé
a la voz de tu reclamo.

TERESA:

   Ya os conozco, sacro halcón,
Divino Amor disfrazado,.
que del cielo os he bajado
con cebo del corazón.
   Ya he visto en mil ocasiones.
mi divino Esposo justo,
que sois halcón en el gusto,
pues gustáis de corazones.

AMOR:

   Buena ayuda tienes ya.

TERESA:

Qué, ¿os veo?

AMOR:

Sí que me ves:
¿qué más pudo ver Moisés
en la cumbre de Siná?
   Déjame la cruz a mí,
pues de quien soy te doy luz.

TERESA:

Tendré celos de la cruz
si la queréis más que a mí.
   Ya justamente recelo
que la cruz, y no mi amor,
de vuestro nuevo fervor
os bajó del cielo el suelo:
   toda no me la quitéis;
que si mi amor estimáis,
de aquello que más amáis,
es bien que parte me deis.

AMOR:

   Esta es mi prenda querida.

TERESA:

No me dejéis tan quejosa,
que entre el esposo y la esposa
no ha de haber cosa partida.
   Mas ya dejo esta querella;
hoy mi fe quiero mostraros,
y toda la cruz dejaros,
aunque me dejéis por ella.
   Llegad, divino Jüez,
pues su amor tanto os obliga;
llegad presto, no se diga
que la teméis otra vez.
   Gran Señor, cuasi me espanto
que la cruz améis hermosa
porque no os fue tan gustosa
para que la queráis tanto.

TERESA:

   No sé qué decir, Señor,
de afición tan sin compás,
sino que se quieren más
los hijos de más dolor.
   Si es esto, razón tenéis,
que la cruz mucho os costó;
mas con todo, siento yo
que por ella me dejéis.

AMOR:

   Pídeme celos, mi esposa,
dárete cien mil consuelos;
que son todos estos celos
rayos de tu fe amorosa.

TERESA:

   Señor, diéronme osadía
las alas de mi afición.

AMOR:

   Los primeros celos son,
que huelen a cortesía.
   La cruz llevemos los dos.

TERESA:

No pide más el deseo,
pues me ayuda un Cirineo
mucho mejor que el de Dios.
   Mas ¿dónde voy? Reparad
lo que advertí en este instante;
pasad, mi Amor, adelante;
vuestro lugar ocupad.

AMOR:

    Bien vamos.

TERESA:

No he de sufrir,
aunque vuestra fe me abona,
que vos lleváis la corona
y delante habéis de ir.

AMOR:

   Pues ya mi lugar te he dado,
mi corona te he de dar.

TERESA:

¡Qué merced tan sin igual!
¡Qué premio tan señalado!

AMOR:

    Espinas tiene.

TERESA:

Hoy, en mí,
no son sino clavellinas.

AMOR:

Las que en mí fueron espinas,
se vuelven rosas en ti.

TERESA:

    Segunda vez vuelvo a vellas,
y como, son tan hermosas,
pienso, mi Amor, que las rosas
se me han de volver estrellas.

AMOR:

   Estrellas se han de volver,
Esposa, dentro en dos días,
que en mis altas jerarquías,
te las volveré a poner.

TERESA:

   Vuestra voluntad se haga;
que yo humilde sierva soy.

AMOR:

Estas flores que te doy
serán principio de paga.

TERESA:

   Aunque el demonio es sutil,
temerá en esta ocasión,
viendo que mis flores son
pimpollos de vuestro abril.
   Con todo, mi Amor, guardaldas.

AMOR:

Esposa, no tengas miedo,
camina, que atrás me quedo
por guardarte las espaldas.

(Vanse con la cruz a cuestas; salen FRAY MARIANO y FRAY DIEGO, carmelitas.)
MARIANO:

   Ya, fray Diego, en Alba estamos,
donde hoy descansar podremos
y a nuestra madre veremos,
que es lo que más deseamos.

DIEGO:

   Tráigola en el corazón.

MARIANO:

Por cierto, razón tenéis.

DIEGO:

Pues, mi Padre, aún no sabéis
la causa de esta afición.

MARIANO:

   Que es, bien fundada os concedo.

DIEGO:

Sacóme de un ciego abismo
y libróme de mí mismo,
que es lo que más decir puedo.

MARIANO:

   Mala me escribió que estaba;
que luego a verla viniese,
y que conmigo os trajese
porque veros deseaba.

DIEGO:

    ¿Es de cuidado su mal?

MARIANO:

Pienso que es de muerte.

DIEGO:

¡Ay, padre!
¿Tan mala está nuestra madre?
No permita el cielo tal.

MARIANO:

   Si llegó ya su ocasión,
nacida es y ha de morir.

DIEGO:

Sólo en oírlo decir
se me turba el corazón.

(Sale PETRONA llorando.)

MARIANO:

   Hermana Petrona, ¿es esta
hermana?

PETRONA:

Déjenme ahora;
que está nuestra fundadora
en las manos de Dios puesta.

MARIANO:

    ¿Tan mala está?

PETRONA:

¡Padre mío,
dicen que se está muriendo!

DIEGO:

Yo, para mí, así lo entiendo;
pero, mi Cristo, en vos fío.

MARIANO:

    ¿Dónde vas?

PETRONA:

Voyme a cansar,
pero mensajera soy;
médicos a llamar voy
que la acaben de matar.

MARIANO:

   Espera, venos guiando
a su celda.

DIEGO:

Bien será.

PETRONA:

Levantando, el pecho está,
con la muerte peleando.
(Salen VALLE, DON JUAN y DOÑA JUANA.)

VALLE:

   Llegad, señora, y veremos
a nuestra madre.

DON JUAN:

Llegad;
abra Su Paternidad,
las puertas romperemos.

DIEGO:

   Que no es entrar en convento
a seglares permitido.

MARIANO:

Mucho desorden ha sido.

VALLE:

Sí fue, pero buen intento.

DOÑA JUANA:

   Esto es justo que miréis.

MARIANO:

Así lo entiendo, y pues puedo,
hoy os permito y concedo
que a ver nuestra madre, entréis.

PETRONA:

Llegad, si la queréis ver.

(Corren la cortina; está TERESA en una cama con un Cristo, y algunas monjas alrededor.)

DIEGO:

    ¡Prima!

DON JUAN:

¡Hermana!

MARIANO:

¡Fundadora!

TERESA:

Ya, padre, llegó mi hora;
fin que forzoso ha de ser;
   a todos pido perdón;
¿dáismele?

MARIANO:

Madre, sí damos,
y todos juntos rogamos
que nos deis la bendición.

TERESA:

   La de Dios con todos sea,
y en este punto conmigo,
mi Cristo, mirad que os sigo;
hoy vuestra piedad se vea.

(Cantan dentro MÚSICA.)

MÚSICA:

   Pues se humilla el corazón,
suba a los cielos y exáltele Dios.

TERESA:

   Sírvame de escudo santo
vuestro pecho diamantino,
pues, sois, Señor, uno y trino
con el Espíritu Santo.

MARIANO:

   Confesó la eternidad,
y el alma a su Dios ha dado.

VALLE:

Arrimada se ha quedado
al árbol de la verdad.

MARIANO:

   Murió nuestra madre amada,
la virgen santa expiró;
una paloma salió
con la primer boqueada.
   El alma se va sellando
con el gran dueño que ha visto,
y con el esposo Cristo
a su esfera va volando.

MÚSICA:

   Romped el aire gozosa,
mi blanca paloma hermosa.

MARIANO:

    ¿Veis algo?

VALLE:

Yo sí.

DIEGO:

Yo no.

MARIANO:

Sólo Dios ha permitido
que el milagro sucedido
lo viésemos vos y yo.

DIEGO:

   ¡Jesús, qué olor tan suave!
¿Sentísle?

MARIANO:

Y ¡cómo que siento!

VALLE:

Parece que va en aumento.

DOÑA JUANA:

Este olor al cielo sabe.

PETRONA:

    El sentido del oler
me falta.

VALLE:

Del cuerpo sale.

DOÑA JUANA:

No hay ámbar que se le iguale.

MARIANO:

Ya es ángel, si fue mujer.

PETRONA:

   Que todos gocen de vos
este olor que les consuela,
y que yo, madre, no huela,
lo que siento sabe Dios.
   ¡Milagro, milagro, padre!

MARIANO:

¿Qué hay, hermana?

PETRONA:

Que ya huelo
este olor que sabe a cielo.

MARIANO:

Gracias a Dios y a la madre.

PETRONA:

   Ella me abrió este sentido,
que hasta aquí tuve cerrado.
(Dan golpes dentro.)

VALLE:

Del pueblo, ya convocado,
suena confuso ruido.
(Otra vez golpes y grita.)
   ¿Quién nos viene a inquietar?
(Dentro.)
La santa madre buscamos.

VALLE:

Si al pueblo no la enseñamos,
las puertas han de quebrar.
   El cuerpo luego, a la hora,
al de la iglesia saquemos,
y fin a la historia demos
de nuestra gran fundadora.