Santo y sastreSanto y sastreTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen DOROTEA, en hábito honesto
y HOMO Bono también
DOROTEA:
¿Qué perdiciones son éstas,
Homo Bono, o hombre malo,
que tanto pesar me cuestas?
¿Es éste el gusto y regalo
que en nuestras bodas funestas
me prometiste? ¿Éstas son
las ofertas que me hacías?
¿Las muestras de tu afición?
¿El fingir que me tenías
impresa en el corazón?
HOMO:
¿Pues en qué he desdicho de eso?
DOROTEA:
En que después de abrasada
mi hacienda, mi casa, el grueso
caudal que me hizo envidiada,
quizá por mi poco seso,
cautiva, si antes señora,
en la casa de tu padre
donde la miseria mora,
donde la pobreza es madre,
que siempre la hartura ignora,
después que solo quedaste,
y tu padre se murió
su corta hacienda heredaste,
y mi dicha se trocó
en penas, desperdiciaste
pródigo, la humilde herencia
con que pudieras pasar.
¿Bastaráme la paciencia
a verte a mendigos dar
cuanto tienes? ¿No es conciencia
que a tu mujer empobrezcas
porque a torpes pordioseros
cada instante favorezcas?
Socorran los caballeros,
que no es bien que tú perezcas
porque otros coman.
Llora
HOMO:
Hermana,
no llores, mi bien, señora.
Quien ciento por uno gana,
quien en su patria atesora
¿no es cuerdo? ¿No es cosa llana
que el pobre que se destierra
a las Indias, desde allá
despacha el oro a su tierra,
donde después no hallará
trabajos que le hagan guerra?
Si aquí somos pasajeros
y en unas Indias estamos
donde, en fin, como extranjeros
buenas obras empleamos,
que valen más que dineros,
e hipotecando fïanzas,
Dios que esta finca asegura,
en sus partidas le alcanzas,
¿no es bueno el prestarle a usura?
Los pobres son las libranzas;
Dios mismo las rubricó.
¿No cobran los que los aman?
¿Dios por ellos no salió?
Letras de cambio se llaman,
rotas sí, fallidas no.
¿Pues qué penas te hacen guerra?
y dime, ¿qué peregrino
no admite, sino es que yerra,
el hambre y sed del camino
por vivir rico en su tierra?
DOROTEA:
En balde gastando estás
ejemplos, que es barbarismo.
Nuestra ley dice, "amarás
de la suerte que a ti mismo
a tu prójimo." No más.
Si como a ti mismo amaras
pobres, tú los socorrieras
con límite; y no gastaras,
loco, con estas quimeras
tanto, que hambriento quedaras.
¿No eres tú primero que ellos?
Pues ¿por qué por ti no miras?
HOMO:
Razones por los cabellos
traes que disparan mentiras
y engaños, ciega con ellos.
Yo tengo, mi Dorotea,
oficio, gracias a Dios,
que nuestro socorro sea,
y para vivir los dos,
tu labor y mi tarea
nos sobra. Una posesión
de mi herencia he reservado,
cuyos frutos en sazón
te sacarán de cuidado
y a mí de tu indignación.
En ella el cielo dilata
por la tierra su tesoro,
siempre a la limosna grata,
con trigos de granos de oro
y ovejas que peinan plata.
Allí--si en hacienda apoyas
tu interés--de verdes parras
forma Baco claraboyas,
cuyas vástigas bizarras
cuelgan racimos por joyas;
allí, pasado el septiembre,
heredero del Agosto,
cuando a usura el grano siembre,
paga el campo en trigo y mosto
censos que goza el diciembre.
Allí, en fin, esposa mía,
pechera Ceres cada año
para ti regalos. cría,
sin que esterilice el daño
frutos que el cielo nos fía;
que, como soy su rentero,
no quiere que se destruya
el diezmo que darle espero,
porque como hacienda suya
la guarda su jornalero.
DOROTEA:
No niego yo que pudieras
con tu oficio y la presente
heredad pasar, si dieras,
menos recio y más prudente,
limosna con tasa, y vieras
que hay mañana, y que no cría
cada instante frutos Ceres.
¿No es justa la pena mía,
si lo que en un año adquieres
das a pobres en un día?
Ven acá, desperdiciado.
Siendo tú un pobre oficial
que en la aguja ha vinculado
el limitado caudal
que me redujo a este estado,
¿por qué las más de las horas
has de gastar en visitas
de enfermos que no mejoras?
¿Por qué al sueño el tiempo quitas
y siempre rezando lloras?
El cielo es todo alegría;
su tiempo tiene el llorar,
como la noche y el día,
y la devoción lugar
en ella, si en Dios la fía.
¿Tengo yo de estar al lado
de un hombre que eternamente
suspirando y congojado
me consuma?
HOMO:
¡Qué imprudente,
Dorotea, has imitado
a la mujer de aquel santo,
prodigio de la paciencia!
¡Tú, reprendiendo mi llanto,
y ella la justa obediencia
que le medró nombre tanto!
"Bendice a Dios, le decía,
y muérete," y tú también
reprendes la pena mía,
porque tus hijos no ven
cuán mal dice el alegría
con las culpas, que son jueces
que siempre el cuerdo tembló.
¿Risa, pecando, me ofreces?
nadie a Dios riyendo vio,
mas sí llorar muchas veces.
DOROTEA:
Ea, llora hasta que estés
ciego; veremos del modo
que puedes ganar después
de comer. Gástalo todo
en pobres. Vive al revés.
No repares en los fines;
que al fin la gloria se canta,
puesto que no la imagines.
Prima con los monjes canta;
con ellos vete a maitines.
Llama a sus puertas helado,
y deja sola a tu esposa,
pues su amor te causa enfado;
porque a media noche es cosa
santa que ronde un casado.
Ven acá, llorón fingido.
¿Quién te mete a ti en mudar
el orden con que ha vivido
el mundo? ¿Manda cantar
maitines Dios al marido?
Si entre tanto que tú ausente
dejas sin hombre tu casa,
algún ocioso que siente
tu negligencia y se abrasa
porque su amor no consiente
violentase mi opinión,
tus ventanas escalase
y, gozando la ocasión
con la mujer, te quitase
la honra y la devoción.
¿Podrán después restauralla
los maitines y la prima?.
HOMO:
¿Pues no?
DOROTEA:
Calla, necio, calla;
tu casa y mujer estima
ya que no sabes amalla;
que a no ser yo la que soy,
aprovechase ocasiones
que, cuerda, de mano doy;
y advierte que persuasiones
me han perseguido hasta hoy
de quien tú puedes saber;
gastos y pasos acorta,
porque ganes de comer
y mira bien lo que importa:
tu honor y el de tu mujer.
Vase.
Sale PENDÓN,
y se oye una voz dentro
HOMO:
Celos, mi Dios, serán vanos
si vos mi casa guardáis,
en ella por mí quedáis
contra peligros humanos.
Mas ¡ay pensamientos vanos!
¿Quién no recela su honor
si la virtud y el valor
tal vez desvelarse supo
y en Josef con tiempo cupo
seguridad y temor?
¿Él santo, y se desvelaba
desmintiendo lo que vía,
dejar su esposa quería,
puesto que no le culpaba.
Yo vicioso, y que se alaba
mi mujer de vanidades
que pretenden mocedades.
Dadme vuestro favor, cielos,
que ya pasan de recelos
amenazas de verdades.
Si de noche al templo voy,
mi Dios, es porque sosiego.
Cuanto más a vos me llego,
tanto más cerca os estoy;
pero si así lugar doy
a que mi honor se destruya,
¿qué he de hacer? ¿No es bien que huya
el riego que honras abrasa?
VOZ:
No temas, ve tú a mi casa,
que yo guardaré la tuya.
HOMO:
Pues si vos veláis por mí
¿qué peligro me acobarda?
"Si Dios la ciudad no guarda,
defenderla es frenesí."
Díjolo David ansí,
y lo mismo decís vos,
afirmándolo los dos.
Sin peligros que temer,
segura está la mujer
cuya casa guarda Dios.
PENDÓN:
Hermano, Dios le provea,
o le ayude, si estornuda.
HOMO:
¿Qué es eso?
PENDÓN:
Es cierta ayuda
que me enseñó Dorotea;
un pobre nos pide pan
y señora me ha mandado
que dé a todo remendado
un "Dios le provea galán."
HOMO:
¿Qué dices hombre perdido?
¿A Dios de casa despides?
Pan cotidiano le pides
y cuando él mismo ha venido
por los réditos del censo
que cada instante nos fía,
¿le echa tu descortesía
de casa? ¡Señor inmenso!
¿Hoy que venís vos ha honralla?
¿Hoy que sois mi huésped vos?
PENDÓN:
Que no es el que vino Dios
sino un tragasopas.
HOMO:
¡Calla,
bárbaro!
PENDÓN:
Barbero no,
sastre sí, que hurtar desea.
Al pobre, Dios le provea,
su mujer me lo enseñó.
Falta el pan para nosotros;
no está el tiempo para gracias.
Los pobres y las desgracias
se llaman unos a otros.
Aun no lo sufren los perros
y "un Dios le provea" es trato
al uso bueno y barato
como ensalada de berros.
HOMO:
Anda, necio; llámale.
PENDÓN:
¿Que le llame? Si él se fuera
aun vaya, a la puerta espera
que pan y caldo le dé.
No le echarán dos virotes,
si por él no te descarnas;
que hay pobres, tiñas y sarnas
de toda puerta, pegotes.
HOMO:
Pues dale pan.
PENDÓN:
Si le hurtamos.
¿Eres hombre tú que dejas
ni aun para guisar lentejas
un migajón? ¿No tomamos
cuenta al arca y sus rincones
acabados de comer;
pues por no hallar que roer
aun no hay en casa ratones?
HOMO:
Pendón, búscalo.
PENDÓN:
¿Qué dices,
si los pobres que vinieron
cuanto quedó se comieron
con más hambre que aprendices?
HOMO:
Anda y ten en Dios más fe:
abre el arca y la hallarás
proveída.
PENDÓN:
¿En eso das?
No ha un hora que la dejé
más despejada y barrida
que la barba de un capón.
HOMO:
Anda y míralo, Pendón,
que Dios nos dará comida.
PENDÓN:
Si acá fuéramos judíos
pudiera llover maná;
más murióse Moisén ya.
HOMO:
Ve y no digas desvaríos.
PENDÓN:
Voy, mas no quedó migaja.
Vase
HOMO:
Señor, que piadoso creces
cinco panes y dos peces,
y haciendo a Asuero ventaja
a cinco mil das convite,
que fuerzas y aliento cobran,
y doce espuertas que sobran
hacen que más se acredite
la fe; que introducir quieres
de tu poder soberano,
no está abreviada tu mano.
Dios fuiste entonces, Dios eres.
No permitas que mi casa
hambriento al pobre despida.
A ti te diste en comida;
que tu amor no tiene tasa.
Dame, mi Dios, que te dé
a ti mismo.
Sale PENDÓN dando voces.
Luego DOROTEA
PENDÓN:
¡Encantamento,
milagro, asombro, portento!
DOROTEA:
¿De qué das voces?
PENDÓN:
¿De qué?
Acude al arca del pan
y hallarásla llena toda
de roscas, pan de tu boda,
de tortas de mazapán,
de rosquillas y de bollos,
de molletes de manteca.
Dejámosla boquiseca
sin migajas para pollos;
mas tu marido que aboga,
por pobres que desembarca,
de nuestra arca fue patriarca,
y ella es arquisinagoga,
arcadas de nuestra fe
que el hambre libra de arcadas,
duquesa de arcas.
DOROTEA:
¡Ya enfadas!
PENDÓN:
Y es un arca de Noé;
¿de "Noé?" No dije bien
de "si" he, pues hay en ella
tanta de la rosca bella.
Si piensas que miento ven.
Señor, venciste, acertaste.
HOMO:
La fe nunca supo errar.
Dorotea, sin sembrar
jamás, la cosecha hallaste.
Dar al pobre es dar al rico,
porque paga Dios por él.
Quien con ellos es crüel
lo es consigo, aquí te aplico
ejemplos de tu favor
y premios de nuestra usura.
Esta vez se transfigura
nuestro bien en el favor;
porque así quede notoria
su fe y venza a nuestro engaño;
que fue dar muestras del paño
con que nos viste en la gloria.
Lo mismo hace hoy su caudal,
pues porque segura estés
de lo que a sus pobres des,
esto no es más que señal
que allá nos guarda en el cielo
lo que Pablo, aunque lo vio,
a decir no se atrevió.
Aumenta de hoy más el celo
que debes a sus privados,
pues sus tesoros inmensos
obliga a infinitos censos
de caudales limitados.
DOROTEA:
No tengo que responderte,
esposo, sino es pedirte
perdón, dichosa en servirte
y cuerda en obedecerte.
¡Mil veces feliz mujer
que tal dueño goza y ama!
HOMO:
Ea, mi bien, los pobres llama,
pues Dios los da de comer.
Repárteles sus despojos.
DOROTEA:
¡Ay, pensamientos tiranos!
Toda para dar soy manos
si en guardar toda he sido ojos.
Vase
PENDÓN:
Agora que hay que comer
no nos dará la tarea
malas noches. Dorotea,
que trasnochaba a coser,
se podrá acostar temprano,
y yo que por su ocasión
soy tu aprendiz, y al Pendón
añado tiras en vano,
me podré quejar de ti,
que de hambriento cada día
alforjas al viento hacía.
HOMO:
Palabra esta tarde di
de acabar para mañana
la ropa de una doncella,
que ha de casarse con ella;
y por ser honesta y llana
--que yo no coso locuras
de telas y guarniciones,
yesca de las tentaciones
y lazos de la hermosura--
me huelgo que se concluya.
Mientras que la acabo, pues,
los jornaleros que ves
que en mi granja, también suya,
pues mis herederos son
los pobres, esperarán
su merienda, lleva pan
vino y cecina, Pendón,
y diles que vas por mí;
que aunque ayer fui a visitarlos
...................... [ -arlos].
Hoy tengo que hacer aquí.
PENDÓN:
Y el vino y cecina ¿adónde
lo habemos de hallar? Si en casa
como por portazgo pasa
cuanta comida se esconde
en tu despensa y cocina.
HOMO:
En el arca la hallarás.
PENDÓN:
En el arca hay pan no más;
que el eielo no hace cecina.
HOMO:
Si eso y más de mi Dios fías,
no dudes, ve.
PENDÓN:
Yo no lo dudo;
pero ni soy cabezudo
ni pido a Dios gollerias,
como tú.
HOMO:
No seas cansado.
PENDÓN:
Voy, mas con harto recelo,
que si hoy da cecina el cielo
mañana dará adobado.
Vase.
Queda HOMO Bono solo.
Luego una VOZ
HOMO:
Aguja y hilo hay aquí;
cosamos y contemplemos;
que aunque contrarios extremos,
pues Vos habitáis en mí
dueño de mi corazón,
no desdeñaréis mi estilo,
que entre la aguja y el hilo
cabe también la oración.
Asiéntase en un banquillo
y cose una ropa, y
dentro canta una voz
VOZ:
"Entre los trajes profanos
que en el mundo inventó el vicio,
cantaba llorando un pobre
delante de un crucifíjo,
'Desnudo estáis por mis culpas,
amoroso dueño mío.
Vos que los montes y valles
vestís de hierbas y lirios,
pedid que os vista otra vez
vuestra madre, pues los hilos
de su llanto os tejerán
la tela de sus suspiros.'
¡Ay, Dios de amor, desnudo!
¡Ay, pobre rico,
vestidme vos agora de vos mismo!"
HOMO:
¡Oh, qué voz tan regalada;
y qué a propósito vino
la música a mis deseos,
la letra a mis ejercicios! Cosiendo dice esto
Cantando trabaja el pobre,
siente el jornalero alivio
y desmiente con el canto
las tareas de su oficio;
y vos, amoroso dueño,
regaláis, tierno y melífluo,
con música mis sudores
pagados y agradecidos.
¡Vos en Cruz y yo asentado!
¿Vos muerto por mí y yo vivo?
¿Yo sano y vos doloroso?
¿Vos desnudo y yo vestido?
¡Ay, pobre rico,
vestidme vos agora de vos mismo!
Canta
VOZ:
"En vos enclava los ojos
traspasada del cuchillo,
que predijo Simeón
tu corazón afligido.
Decidla, que pues os rompen
las ropas que el paraninfo
vino a pedir que os vistiese
cuando con el "Ave" vino,
que os vista agora del sol
que la sirve de vestido,
aunque en tinieblas de llanto
mal su sol podrá vestiros.
¡Ay, pobre rico,
vestidme vos agora de vos mismo!"
HOMO:
A esotro lado tenéis
mi Dios, vuestro Juan querido,
que os llora agora despierto
y antes os gozó dormido.
Desnudo os ve, y pues le rompe
el dolor de su martirio
las telas del corazón,
de tela podrá vestiros.
Al pie de esa Cruz está
la que por pies se ha valido,
y por darla vos los pies
ha dado de pie a sus vicios.
Haced que os vista, mi Dios,
pues hechos los ojos Nilos
pretende su amor, que a nado
os libréis de ese peligro.
¡Ay, pobre rico,
vestidme vos agora de vos mismo!
Canta
VOZ:
"El oro de sus cabellos
esmalta el rosicler fino
de vuestra preciosa sangre
para que valga infinito;
decid, pues son de brocado,
que os teja ornamentos finos,
celebraréis misa nueva,
sumo pontífice Pío;
mas pues no halláis en el suelo
socorro, dulce amor mío,
alzad al cielo los ojos
y cubriraos de jacintos;
mas, ¡ay!, que los ha cerrado
el riguroso castigo
con que hacéis ejecución
de mis deudas en vos mismo.
¡Ay, Dios de amor desnudo!
¡Ay, pobre rico,
vestidme vos agora de vos mismo!"
Baja muy despacio un CRISTO crucificado,
grande, desde lo más alto del vestuario,
y va subiendo HOMO Bono al mismo compás,
sin reparar que sube, haciendo labor hasta que
a la mitad de la pared se junta con él,
y entonces se levanta y le abraza
HOMO:
¡Qué de contado pagáis
lo que negligente os sirvo!
Pelícano de mi amor,
sol eclipsado divino,
comiendo el hombre soberbio
la fruta del Paraíso
y vos prendado en la ropa
inocente y con castigo.
Vístase, amoroso amante,
el hombre torpe y lascivo,
sedas, que el gusano teja;
que yo dichoso me visto
de esta humilde desnudez,
de estos cardenales ricos,
de esta grana misteriosa,
de esta púrpura de Tiro.
Al sagrado de estas llagas
de mis esperanzas nido,
de mis congojas consuelo,
de mis temores asilo,
huyo de vuestro rigor,
a vuestra clemencia asido,
a estos clavos sacrosantos.
Mi Dios pequé, Iglesia pido.
¡Ay, Dios de amor desnudo!
¡Ay, póbre rico!
¡Qué más ventura si de vos me visto!
Encúbrense los dos.
Salen LELIO y GRIMALDO,
como de noche
LELIO:
Ésta es buena ocasión, que Dorotea
estará sola en casa, si del modo
que otras veces, su hipócrita se emplea
en trasnochar, rezando.
GRIMALDO:
El tiempo todo
gasta devoto en Dios; y quien desea
a su mujer--que yo no me acomodo
a pretensión tan bárbara--recelo
que intenta loco combatir el cielo.
Él en maitines, salmos a Dios canta,
y Dios a socorrer su honor se obliga.
Dios vive en esta casa porque es santa
y Dios, si tal vez sufre, tal castiga.
Cuando él para alabarle se levanta,
¿osáis vos, Lelio, mientras le bendiga
ejecutar el vicio que os abrasa
y competir con Dios en esta casa?
LELIO:
Por Dios, Grimaldo, que venís devoto.
A Dios me remitís. ¿No veis que es tarde?
Alivio busco, porque llamas broto;
no se teme anegar el que se arde.
Miedo debe engendrar vuestro alboroto;
como Letrado sois, seréis cobarde.
Nunca es valiente la jurispericia;
plumas, no espadas, juega la justicia.
Volveos, Grimaldo, a ver vuestros digestos,
que yo he de proseguir con mi osadía.
GRIMALDO:
No términos en vos tan descompuestos
destemplarán mi noble cortesía;
yo sé leyes de honor como de textos,
reñir de noche y estudiar de día;
y si amistad con vos no profesara,
no la pluma, el acero os castigara.
Ciego estáis, no me doy por ofendido;
competid con valientes, no con santos.
Homo Bono por tal es conocido,
que vence no con armas, mas con llantos.
Dios el alcaide de su casa ha sido;
sus ángeles la guardan. ¿Contra tantos
osaréis ser valiente?
LELIO:
No sabía
que era elocuente ya la cobardía.
¿Qué santo o qué nonada? El vulgo necio
le juzgará por tal, el ignorante;
no yo, que la bajeza menosprecio
que en traje de humildad es arrogante.
A un bárbaro simplón, ¿no es caso recio,
que al torpe vulgo estatuas le levante?
¿Qué milagros le apoyan y acreditan?
¿Qué muertos por su causa resucitan?
Andad, Grimaldo. En viendo cabizbajo
a un hombre, hablar por tiple, reprendiendo,
luego es apóstol. Luego halló el atajo
del cielo, su limpieza encareciendo.
Es el ocio, cuando huye del trabajo,
engañabobos. No todo remiendo
tiene la santidad por ejercicio;
disfraces sabe hacer también el vicio.
Un sastre miserable, un pobre idiota
que a título de humilde, su tijera
hurta más que las otras, sin dar nota,
porque juzgan los necios lo de fuera,
soberbio el corazón, cara devota,
ya es otro San Alejo en la escalera
y puede ser que agora en bodegones
trueque por embriagueces, oraciones.
GRIMALDO:
¡Dios me libre de vos! ¡Jesús mil veces!
Lelio, no os digo nada, la malicia
eclipsa las más puras sencilleces.
LELIO:
Y también es gitana la avaricia.
¡Vive Dios, que de engaños y dobleces
no he de creer la hipócrita noticia
que le apoya en Cremona, que es un...
GRIMALDO:
¡Paso!
LELIO:
¡Miren de quien las gentes hacen caso!
¿Vos no advertís que con virtud fingida
nos llevó a nuestra dama, y qué burlados,
él jactancioso y ella arrepentida
nos dejó sutilmente lastimados?
Pues en venganza de esto, si la vida
les costase esta noche a mis cuidados,
su esposa he de robarle y con violenta
mano templar mi amor, vengar mi afrenta.
Cerrada está su puerta, pero a coces
la echaré por el suelo; ya ha caído.
Da una coz a la puerta. Ábrese.
Está en ella un ÁNGEL con una espada de fuego.
Cae LELIO desmayado, huye GRIMALDO
y sale HOMO Bono
ÁNGEL:
¡Blasfemo! ¿que es Alcaide, no conoces,
Dios de esta casa?
GRIMALDO:
¡Cielos, favor pido!
Desaparece el ÁNGEL.
Sale PENDÓN.
Luego se oye una VOZ
HOMO:
¿Al umbral de mi puerta quién da voces?
PENDÓN:
Por Dios que los peones lo han bebido
como unos paladines.
HOMO:
En el suelo
está sin vida un hombre. ¡Santo cielo!
PENDÓN:
¿Señor, eres tú?
HOMO:
¡Ay, Pendón!
A mis puertas desmayado
está un pobre, yo habré dado
a su desgracia ocasión.
PENDÓN:
¿Tú, por qué?
HOMO:
Porque vendría
con hambre y necesidad.
Faltóle mi caridad.
La culpa, Pendón, es mía;
levantémosle los dos.
Levántanle
PENDÓN:
¡Malos años, cómo pesa!
¿No huele él a algalía?
HOMO:
Cesa
de locuras. ¡Ay, mi Dios!
¿No es éste Lelio?
PENDÓN:
En la trampa
cayó esta vez la raposa;
golosmear vuestra esposa
quería; miren si escampa.
HOMO:
No malicies.
PENDÓN:
No malicio;
mas calla, que él lo dirá.
HOMO:
Vivo parece que está.
PENDÓN:
¿Si viene a aprender oficio?
HOMO:
¿Señor Lelio, a tales horas
vos por aquí? ¿Qué queréis?
Habladme. ¿No respondéis? Hace señas que está mudo
¡Hay tal desgracia!
PENDÓN:
¿Pues lloras?
HOMO:
¿Qué ha de hacer mi compasión?
Decidme a lo que venís<poem>
PENDÓN:
Bien deletrea;
señor, ya sabe el "B. A. Ba."
Escribirá cuando viejo.
HOMO:
¿Lelio, no nos respondéis?
¿Qué ha sido ésto, qué tenéis?
LELIO:
Aba, aba.
PENDÓN:
Pide abadejo.
HOMO:
Piadoso amante que abriste
a las lenguas los candados
de aquellos niños sagrados
cuando el dulce hosanna oístes,
vuestro amor rompa este nudo,
y vuelva la voz süave,
porque con ella os alabe.
Cantará después de mudo
del modo que Zacarías
aquel Benedictus tierno
himno de la iglesia eterno
que entonan las jerarquías. Híncase LELIO de rodillas y hace señas de arrepentirse
Ea, Señor, que pacece
que humilde os pide perdón
Dentro
VOZ:
Hable por tu interceslón,
puesto que no lo merece.
LELIO:
Pon, santo, en aquestos labios
los pies, pues los has abierto.
Cerrólos mi desacierto.
Ellos te hicieron agravios
y ellos, desde hoy más, serán
de tu virtud pregoneros;
murmuráronte groseros;
ya desde hoy te alabarán.
Ofender torpe y lascivo
tu honestidad pretendí.
Volvió el mismo Dios por ti,
piadoso aunque vengativo.
Paraíso fue tu casa.
Quise entrar en ella ciego;
vibró un serafín de fuego
la espada que vista abrasa.
Yo propongo de imitar
tus virtudes desde agora.
HOMO:
Mi Dios, quien firme os adora
no tiene que recelar.
Lelio, si el frágil sujeto
del hombre deja postrarse,
favor para levantarse
ofrece el cielo al discreto;
que yerre nuestra ignorancia
no es mucho, en el más robusto.
Siete veces cae el justo;
pero la perseverancia
en el vicio, ésa condeno.
Volved desde aquí por vos,
por la honra vuestra y de Dios.
Ponga la prudencia freno
de la travesura loca
y hacedme a mí una merced.
LELIO:
Mandad, decid, disponed.
HOMO:
Lo que os pido es que en la boca
que abrió del cielo la ayuda
viva seguro el secreto
de este milagroso efecto.
Esté en mi alabanza muda,
si en la de Dios pregonera;
que vuestro médico fue.
¿Prometéislo?
LELIO:
Callaré,
si bien la lengua quisiera
en que bajó la paloma
divina, para alabaros.
HOMO:
No, Lelio, que es afrentaros;
mirad que palabra os toma
mi temor que mientras viva
no contaréis lo que pasa
a nadie. Volvéos a casa.
LELIO:
Quien de alabaros me priva
que os sea ingrato me manda;
pero, en fin, sois santo vos.
Obedeceréos.
HOMO:
Adiós.
Vase LELIO
PENDÓN:
Vuelva y llevará otra tanda;
mas, señor, no medraremos,
si en curar mudos te metes,
mejor que en echar ribetes.
A nuestras puertas pondremos
un cartel de letras grandes
donde diga, "Aquí ha venido
un cirujano que ha sido
protobarbero de Flandes,
que quita con eficacia
a las lenguas los bragueros,
a los moros por dineros
y a los cristianos de gracia.
HOMO:
Dios te la dé porque seas
discreto, Pendón.
PENDÓN:
Sí hará.
Pero más se ganará
en esto que en tus tareas.
HOMO:
Ya es de día y no he cumplido
con la obligación que tiene
mi oficio. ¿Qué haré si viene
la novia por su vestido
y sólo está comenzado?
PENDÓN:
Que dilate el desposorio
en día de purgatorio
para ella y para el velado.
Mas tus puertas se han abierto.
Oye.
HOMO:
¿Qué es esto, mi Dios?
Están asentados en dos banquillos. Cuando se
abre las puertas, se ven dos ÁNGELES, cosiendo una ropa.
Hincado HOMO Bono de rodillas, suena MÚSICA
PENDÓN:
¡No ves los Ángeles dos
cosiendo? ¿No estoy despierto?
¡Oh! Aprendices celestiales
tu profesión autorizan,
y mienzras rezas, sastrizan.
¡Qué lindo par de oficiales!
Sastres desde hoy os abono.
HOMO:
No oso levantar del suelo
los ojos.
ÁNGEL:
Así honra el cielo
las virtudes de Homo Bono.
PENDÓN:
¡Volaverunt!
HOMO:
Vuestras plumas
me prestad porque os alcance.
No pierda yo tan buen lance,
ministros de gracias sumas.
Esperadme y pagareos
vuestro trabajo y jornal,
pues ya que falta caudal,
moneda acuñan deseos.
¿Alas no tiene la fe?
Pues aunque el temor las corta,
fe tengo; volad, no importa,
que en la iglesia os hallaré.
Vase
PENDÓN:
Si todos los sastres fueran
como estos dos, qué poquito
se añadiera el Pendóncito,
y qué menos que mintieran.
Blasonen los zapateros
de que nos ganan de mano
San Crispín y Crispiniano,
hermanos y compañeros.
¡Que presto que son felices,
más lo es el oficio nuestro,
donde Homo Bono es maestro
y ángeles los aprendices!,
Salen LELIO, GRIMALDO, DOROTEA,
SABINA y ESPERANZA
DOROTEA:
Los pésames que hasta aquí
me dábades y trocáis
en plácemes que envidiáis
por la dicha que adquirí
en el esposo que tengo,
confieso al paso que estimo;
dióme el cielo por arrimo
al santo, que a gozar vengo.
¡Dichosa casa abrasada;
dichosa hacienda perdida;
dichosa, aunque pobre, vida
en Homo Bono empleada!
¡Ay Leio, ay Sabina, que es
mi dueño un siervo de Dios!
SABINA:
Lástima os tuve a los dos
y envidia santa después.
Cosas cuentan prodigiosas
de su ardiente caridad.
GRIMALDO:
Pues todas serán verdad
si en los otros fabulosas.
SABINA:
Contadnos algunas de ellas,
porque todas no podréis.
DOROTEA:
Fuera de las que sabéis,
digno de amarle por ellas,
una os diré solamente.
Tenemos una heredad
no lejos de esta ciudad
pequeña, mas suficiente.
Llevaba mi esposo amado,
tal vez a los viñaderos,
de comer, y aunque groseros,
de todos reverenciado,
con gusto le recibían
y cada cual confesaba
que en lo poco que les daba
cuerpo y alma mantenían.
Gustaba de ir en persona
siempre que hallaba lugar,
mi esposo, con el manjar.
Salió una vez de Cremona,
con las alforjas a pie,
y en la mitad del camino
vio cansado a un peregrino.
Con él platicando fue,
supo su necesidad,
hízole que se asentase,
rogóle que merendase.
Es larga su caridad;
dióle de lo que llevaba,
con el vino satisfizo
su sed. Era advenedizo,
el cansancio le brindaba
y el calor todo lo agota;
tanto fue lo que bebió
que con el vino acabó.
Fuése, y llenando la bota
mi dueño, en la primer fuente,
llegó a sus trabaladores,
agradeció sus sudores,
y haciendo asentar la gente
los repartió la merienda,
si bien receloso estaba
que el vino les desfraudaba;
mas porque nadie lo entienda,
bendiciendo la bebida
alegre se la entregó,
uno, a pechos se la echó
diciendo, "No vi en mi vida
vino de tan buen sabor."
Afirmó luego el segundo,
"No puede haber en el mundo
tan generoso licor."
Lo mismo dijo el tercero;
mas mi esposo que pensaba
que cada cual se burlaba
dijo, "Un pobre pasajero
pidiéndome de beber
la agotó. La sed abrasa.
Iremos, hijos, a casa
y podréis satisfacer
este engaño." De estos tales,
dijeron, nos hagan ciento.
Mi esposo que en su contento
vio, de lo que era, señales,
lo probó, y agradecido
al cielo, los obligó
a callar, mas no bastó,
porque muchos lo han sabido,
y aunque encubrirlo desea;
el cielo a su fe acomoda
el milagro de la hoda
de Caná de Galilea.
ESPERANZA:
De otra suerte lo distilan
los hermanos taberneros,
si no, díganlo los cueros
que a poder de aguas opilan.
GRIMALDO:
Yo le vi, aunque no ha estudiado,
que una vez que disputaba
un hereje y afirmaba
un error desatinado,
le confundió con razones
de tan sutil teología
que parece que tenía
ciencia infusa.
SABINA:
En ocasiones
semejantes ya yo sé
que Dios en su lengua está.
LELIO:
Como a media noche va
a la Iglesia, yo le hallé
una, a sus puertas llamando,
pero como no le oyeron,
ellas mismas se le abrieron...
mas ¿para qué estoy contando
milagros, si el que hizo en mí
es tan portentoso y nuevo?
GRIMALDO:
Contádnosle.
LELIO:
No me atrevo,
porque callar prometí.
Sale VALERIO
VALERIO:
Amigos, venid a ver
maravillas que Dios hace
en la humildad que sublima
cuando en la soberbia abate.
Ya el asombro de Cremona,
el Homo Bono, aquel sastre
de la Cámara de Dios,
libre de la mortal cárcel
del cuerpo, a los cielos
vuela para que en ellos le pague
con su gloria las hechuras
que ajustan cuentas y alcances.
Por los pobres que ha vestido
quiere Dios que le acompañen
ángeles, que tal vez fueron
dentro su casa oficiales.
Oyendo aquel sacrificio
misterioso e inefable
en que obliga el sacerdote
que al pan Dios del cielo baje,
al entonar aquel himno
que ofrece glorias y paces
a los cielos y a los hombres,
cuando humano el verbo nace,
herido el pecho de amor,
como estrecho en él no cabe,
tanta inmensidad de fuego
en sus llamas naufragante,
cedió la vida a la muerte.
Llegó al fin de su viaje;
voló el alma y tomó puerto
en aquel feliz paraje
donde arenas son estrellas,
donde no llegan combates,
del mar, que anega virtudes,
siendo vicios huracanes.
Quedó hincadas las rodillas,
resplandeciendo delante
del altar mayor quien puede
ya calificar altares;
pero escuchad, si sois dignos,
las fiestas que al cielo le hace,
las norabuenas que goza,
los santos que a verle salen.
Corren una cortina y van subiendo con MÚSICA
el santo vestido de una ropa larga de tela, con unas tijeras de
sastre en la mano izquierda y en la otra una cruz
PENDÓN:
¡Ah, señor amo, ah maeso!
¿Dónde bueno? ¿Así se parte?
¿A buenas noches nos deja?
¿Sin su aprendiz se va el sastre?
Pero allá no hay que coser,
que es la ropa perdurable
de la gloria que Dios viste
sin peligro que se rasgue.
DOROTEA:
¡Ay, esposo de mi vida!
¿Cómo si tanto me amaste,
entre las penas me dejas
y a los deleites te partes?
¿No somos los dos consortes?
Llévame contigo; alcance
la acción debida, que tengo
a los bienes gananciales.
PENDÓN:
Esperanza, a un monasterio,
tú motilona, y yo fraile.
No hay que hablar en matrimomos,
San Pendón han de llamarme.
LELIO:
Esta historia nos enseña
que para Dios todo es fácil,
y que en el mundo es posible
ser un hombre santo y sastre.