Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo XXI

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Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Alonso Fernández de Avellaneda
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Tomo II, Parte VI
Capítulo XXI

Capítulo XXI

De cómo los canónigos y jurados se despidieron de don Quijote y su compañía, y de lo que a él y a Sancho les pasó con ella


Apenas hubo el ermitaño dado fin a las razones del cuento, cuando dio principio a las de su alabanza y encarecimiento uno de los canónigos, diciendo:

-Maravillado y suspenso en igual grado me deja, padre, el suceso de la historia referida y el concierto guardado en su narración, pues él la hace tan apacible cuanto ella de sí es prodigiosa; si bien otra igual a ella en la sustancia tengo leída en el milagro veinte y cinco de los noventa y nueve que de la Virgen sacratísima recogió en su tomo de Sermones el grave autor y maestro que por humildad quiso llamarse el Dicípulo, libro bien conocido y aprobado, por cuyo testimonio a nadie parecerá apócrifo el referido milagro. Por el cual y por los infinitos que andan escritos, recogidos de diversos, graves y piadosos autores, en confirmación del santo uso y devoción del rosario, protesto ser toda mi vida, de aquí adelante, muy devoto de su santa cofradía; y en llegando a Calatayud, tengo, sin duda, de asentarme en ella y procurar ser admitido en el número de los ciento y cincuenta que se emplean en servirla y administrarla, trayendo visiblemente el rosario, por el interese de las muchas indulgencias que he oído predicar se ganan en ella.

No dejó Sancho con sus dislates ordinarios proseguir al canónigo los devotos encomios que iba diciendo de la santa cofradía del Rosario y de la Virgen Santísima, su singular patrona; porque, saliendo de través, dijo:

-Lindamente, señor ermitaño, ha departido y devisado la vida y muerte desa bendita monja y penitente fraile. Juro non de Dios que diera cuanto tengo en las faltriqueras, que son cinco o seis cuartos, por saberla contar de la suerte que la ha contado a las mozas del horno de mi lugar. Y desde aquí protesto que si Dios me diere algún hijo en Mari Gutiérrez, que le tengo de inviar a estudiar a Salamanca, do, como este buen padre, aprenda teología y poco a poco llegue por sus puntos contados a decorar toda la gramática y medicina del mundo; porque no quiero se quede tan grande asno como yo. Pero no piense el grandísimo bellaco gastar en el estudio la hacienda de su padre, yéndose a jugar con otros tales como él; que, por las barbas que en la cara tengo, juro que le tengo de dar, si tal hace, con este cinto más azotes que caben higos en un serón de arroba.

Decía esto él quitándose el cinto y dando con él con una cólera desatinada en el suelo, repitiendo:

-¡Ser bueno, ser bueno! ¡Estudiar, estudiar mucho! En hora mala para él y para cuantos le valieren y me le quitaren de las manos.

Rieron mucho los circunstantes de su bobería, y, no obstante su necia maldición, le tuvieron del brazo, diciendo:

-Baste ya, hermano Sancho; no más, por amor de Dios; que aún no está engendrado el rapaz que ha de llevar los azotes.

Con esto lo dejó, diciendo:

-A fe que lo puede agradecer a vuesas mercedes; pero otra vez lo pagará todo junto. Pase ésta por primilla.

Don Quijote le dijo:

-¿Qué tontería es ésa, Sancho? Aún no tienes el hijo, ni esperanzas de tenelle, ¿y ya le azotas porque no va a la escuela?

-¿No ve vuesa merced -replicó él- que estos muchachos, si desde chiquitos no se castigan y se amoldan antes de tener ser, se vuelven haraganes y respostones? Es menester, pues, para evitar semejantes inconvenientes, que sepan desde el vientre de su madre que la letra con sangre entra. Que así me crió mi padre a mí; y si algún buen entendimiento tengo, me le embebió él en el caletre a duros azotes, tanto, que el cura viejo de mi lugar (santa ánima haya su gloria), cuando me topaba por la calle, poniéndome la mano sobre la cabeza, decía a los circunstantes: «Si este niño no muere de los azotes con que le crían, ha de crecer por puntos».

-Eso, Sancho -respondió el ermitaño-, también me lo dijera yo.

-Pues sepa vuesa merced -replicó él- que aquel cura era grande hombre, porque había estudiado en el Alcaná toda la latrinería de pe a pa.

-Alcalá dirás -dijo don Quijote-; que en el Alcaná de Toledo no se aprenden letras, sino cómo se han de hacer compras y ventas de sedas y otras mercancías.

-Eso o esotro -replicó Sancho-; lo que sé es que era medio adevino, pues conocía una mujer de buena cara entre veinte feas; y era tan docto, que pasando una vez por mi lugar un estudiante, argumentaron bravamente ambos de las epístolas y evangelios del misal, y le vino nuestro cura a cohondir, porque le preguntó, tratando de no sé qué latín de la Iglesia, que ya no se me acuerda, no sé qué hunduras, y le dejó patas arriba hecho un cesto, confesando dél que era hombre preeminente.

-Por cierto -dijo un canónigo-, señor Sancho, que vuesa merced tiene bravo ingenio, y que gustaré no poco, y lo mismo creo harán todos estos señores, de oírle contar algún cuento igual a los que nos han referido el señor soldado y reverendo ermitaño, pues, siendo tanta su memoria y habilidad, no dejará de ser el que nos contare muy curioso.

-Yo les prometo a vuesas mercedes -dijo Sancho- que tocan tecla a la cual corresponderán más de dos docenas de flautas; porque sé los más lindos cuentos que se pueden imaginar. Y si gustan, les contaré uno diez veces mejor que los referidos, aunque muy más corto y verdadero.

-Quítate allá, animalazo -dijo don Quijote-. ¿Qué has de contar que sea de consideración? Saldrásnos a moler con alguna frialdad, a mí y a estos señores, como me moliste en el bosque en que encontré con aquellos seis valerosos gigantes en figura de batanes con la necia historia de Lope Ruiz, cabrerizo estremeño, y de su pastora Torralba, vagamunda perdida por sus pedazos, hasta seguirle, enamorada dellos, después de reconocida y llorosa por los melindrosos desdenes con que le trató (ordinario efecto del amor en las mujeres, que buscadas huyen y huidas buscan), desde Portugal hasta las orillas de Guadiana, en las cuales atollaron sus cabras tu cuento y mis narices con el mal olor con que atrevido las sahumaste.

-¡Malillo, pues, era el cuento! -dijo Sancho-. Y a fe que me huelgo que a vuesa merced se le acuerden tan bien sus circunstancias, para que por ellas y las del que agora referiré, si me dan grato silencio todos, conozca la diferencia que hay del uno al otro.

Rogaron todos a don Quijote le dejase contar su cuento; y dándole él licencia para ello, y entonando Panza su voz, comenzó a decir:

«-Erase que sera, que en hora buena sea, el bien que viniere para todos sea, y el mal para la manceba del abad, frío y calentura para la amiga del cura, dolor de costado para la ama del vicario, y gota coral para el rufo sacristán, hambre y pestilencia para los contrarios de la Iglesia.»

-¿No lo digo yo -dijo don Quijote-, que este animal es afrentabuenos, y no ha de decir sino dislates? ¡Miren la arenga de los diablos que ha tomado para su cuento, tan larga como la Cuaresma!

-¿Pues son malos los arenques para ella, cuerpo de mi sayo? -dijo Sancho-. No me vaya vuesa merced a la mano, y verá si digo bien. Yo me iba engolfando en lo mejor de la historia, y agora me la ha hecho desgarrar de la mollera. Escuchen, si quieren, con Barrabás, pues yo les he escuchado a ellos. «Érase, como digo, volviendo a mi cuento, señores de mi alma, un rey y una reina, y este rey y esta reina estaban en su reino, y todos al que era macho llamaban el rey, y a la que era hembra la reina. Este rey y esta reina tenían un aposento tan grande como aquel que en mi lugar tiene mi señor don Quijote para Rocinante, en el cual tenían el rey y la reina muchos reales amarillos y blancos, y tantos, que llegaban hasta el techo. Yendo días y viniendo días, dijo el rey a la reina: "Ya veis, reina deste rey, los muchos dineros que tenemos; ¿en qué, pues, os parece sería bueno emplearlos, para que dentro de poco tiempo ganásemos muchos más y mercásemos nuevos reinos?". Dijo luego la reina al rey: "Rey y señor, paréceme que sería bueno que los comprásemos de carneros". Dijo el rey: "No, reina, mejor sería que los comprásemos de bueyes". "No, rey -dijo la reina-; mejor será, si bien lo miráis, emplearlos en paños y llevarlos a la feria del Toboso". Anduvieron en esto haciendo varios arbitrios, diciendo la reina no a cuanto el rey decía sí; y el rey sí a cuanto la reina decía no. A la postre postre, vinieron ambos en que sería bueno ir con los dineros a Castilla la Vieja o Tierra de Campos, do, "por haber muchos gansos los podríamos emplear en ellos, mercándolos a dos reales"; y añadía la reina, que dio este consejo: "Y luego mercados, los llevaremos a vender a Toledo, do se venden a cuatro reales, y a pocos caminos multiplicaremos así infinitamente el dinero en breve tiempo". Al fin el rey y la reina llevaron todos sus dineros a Castilla en carros, coches, carrozas, literas, caballos, acémilas, machos, mulas, jumentos y otras personas deste compás.»

-Tales como la tuya serían todas -dijo don Quijote-. ¡Maldígate Dios a ti y a quien tiene paciencia para oírte!

-Ya es la segunda vez que me desbarata -replicó Sancho-, y creo que es de invidia de ver la gravedad de la historia y la elegancia con que la refiero; y si eso es, déla por acabada.

Que no permitiese tal rogaron todos a don Quijote, y a Sancho pidieron con instancia la prosiguiese. Hízolo, diciendo, porque estaba de buen humor:

«-Consideren, señores, con tanto real qué tantos gansos comprarían el rey y la reina; que yo sé de cierto que eran tantos, que tomaban más de veinte leguas. En fin, estaba España tal de gansos cual estuvo el mundo de agua en tiempo de Noé.»

-Y sí fuera cuales estuvieron de fuego Sodoma y Gomorra y las demás ciudades - dijo Bracamonte-, ¿cuáles quedaran los gansos, señor Panza?

-«Para la mía, buenos y bien asados, señor Bracamonte; pero ni eso fue, ni se me da nada, pues no me hallé en ello. Lo que sé es que el rey y la reina iban con ellos por los caminos, hasta que llegaron a un grandísimo río...»

-Que, sin duda -dijo el jurado-, sería Manzanares, pues su graciosa puente segoviana muestra que antiguamente sería caudalosísimo.

«-Sólo sé -replicó Sancho- que por no haber en él pasadizo, llegados el rey y reina a su orilla, dijo el uno al otro: "¿Cómo habemos de pasar agora estos gansos? Porque si los soltamos, se irán nadando río abajo, y no los podrá después coger el diablo de Palermo; por otra parte, si los queremos pasar en barcas, no los podremos recoger en un año". "Lo que me parece -dijo el rey- es que hagamos hacer luego en este río una puente de palo, tan angosta que sólo pueda pasar por ella un ganso; y así, yendo uno tras otro, ni se nos descarriarán, ni tendremos trabajo de pasarlos todos juntos". Alabó la reina la traza, y, efectuada, comenzaron uno a uno a pasar los gansos.»

Calló Sancho en esto, y don Quijote le dijo:

-Pasa tú con ellos, con todos los diablos, y acabemos ya con su pasaje y con el cuento. ¿Para qué te paras? ¿Hásete olvidado?

No respondió palabra Sancho a su amo, lo cual visto por el ermitaño, le dijo:

-Pase vuesa merced, señor Sancho, adelante con el cuento; que en verdad ques lindísimo.

A esto respondió él, diciendo:

-¡Aguárdense, cuerpo non de Dios! ¡Y qué súpitos que son! Dejen pasar los gansos y pasará el cuento adelante.

-Daldos por pasados -replicó uno de los canónigos.

-No, señor -dijo Sancho-; gansos que ocupan veinte leguas de tierra no pasan tan presto. Y así, resuélvanse en que no pasaré adelante con mi cuento, ni lo puedo hacer con buena conciencia, hasta que los gansos no estén de uno en uno desotra parte del río, en que no tardarán más que un par de años, cuando mucho.

Con esto, se levantaron del suelo, riendo todos como unos locos, sino don Quijote, que le quiso dar a todos los diablos; pero apaciguáronle los de la compañía, después de lo cual se despidieron dél, diciéndole:

-Sírvase vuesa merced, señor caballero andante, de darnos licencia; que, pues el sol, ya negándonos su luz por comunicarla a los antípodas, deja la tierra sin la molestia que su riguroso calor le causaba, razón será le mostremos en el caminar, por tener la jornada algo más larga que vuesa merced y su compañía, a la cual suplicamos nos mande y emplee en su servicio; que a todo acudiremos como pide la obligación en que nos ha puesto la merced recibida y la buena compañía que se nos ha hecho.

-Ese agradecimiento noble estimo yo en nombre destos señores en lo que es razón - replicó don Quijote-; y por él y en nombre dellos, rindo las debidas gracias, ofreciendo en servicio de vuesas mercedes cuanto nuestras fuerzas valieren. Y acompañáramoslos todos con la prisa, aunque voy a la Corte por un forzoso desafío, si igualaran los pies deste señor soldado y reverendo ermitaño, con cuyo cansacio me acomodo, obligado de su buen término y mi natural piedad.

Despidiéronse en esto con mucha cortesía los unos de los otros, y don Quijote puso el freno a Rocinante, en que subido, comenzó a caminar con el ermitaño y soldado por diferente parte, poco a poco, hacia un lugarejo donde tenían determinado quedarse aquella noche, yendo aguardando a Sancho, que se quedó enalbardando su rucio.

Entretanto que llegaban al pueblo, platicaron el ermitaño y el soldado sobre los referidos cuentos; y, como eran agudos y estudiantes, pudieron fácilmente meterse en puntos de teología, y uno dellos fue admirándose del siniestro fin que tuvo Japelín y el feliz don Gregorio y la priora. En esto, volvieron todos las cabezas, y más don Quijote, que con mucha atención les iba escuchando, y vieron a Sancho Panza, que venía muy repantigado sobre su asno. Y, llegándoseles cerca, dijo:

-Por la vida de Matusalén juro que, aunque murió muy buena muerte aquel don Gregorio, con todo, por el camino he venido pensando en cuán mal lo hizo en dejar a la pobre doña Luisa en Badajoz sola y en las manos de aquellos fariseos que tan enamorados andaban della, con que le dio ocasión de ser peor de lo que era ya.

-No veis, Sancho -respondió el ermitaño-, que todo fue permisión de Dios, el cual de muy grandes males suele sacar mayores bienes, y no permitiera aquéllos, si no fuera por ocasionarse con ellos para mostrar su omnipotencia y misericordia en estos otros? Que, en fin, de lo mesmo que el demonio traza para perdernos, toma nuestro buen Dios ocasión de ganarnos; que son el demonio y Dios como la araña y abeja, que de una misma flor saca la una ponzoña que mata y la otra miel suave y dulce que regala y da vida.