Seis personajes en busca de autor
SEIS PERSONAJES
EN BUSCA DE AUTOR
COMEDIA A ESCENIFICAR
TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO
POR
F. AZZATI
Editorial SEMPERE
Derechos reservados para todos los países de lengua española.
La traducción que ofrezco al público es distinta
de la versión interpretada por los artistas que estrenaron
esta célebre obra del escritor italiano en
Barcelona. Las únicas versiones autorizadas por el
autor, editorialmente, son las que publicará esta
casa, y sucesivamente verán la luz todas las novelas
y todas las comedias de Pirandello, sometida
la labor literaria de los traductores a la más delicada
fidelidad al original.
Ninguna comedia de Luis Pirandello es tan comentada,
como Seis personajes en busca de autor: ninguna es tan
audaz y nueva como ésta. Si escénicamente vive ante el
espectador con los atractivos de una originalidad o de una
novedad reveladoras de una técnica felicísima, literariamente,
estéticamente palpitan en ella las inquietudes y los
afanes de un innovador, no por jactancias o alardes que
tienen su sede en el rebuscamiento o en el culteranismo,
sino porque una pasión agita su alma o grita y pide vivir,
vivir en el arte.
Luis Pirandello, no sufre la superstición del éxito: tiene la devoción de la naturalidad. No hay en sus obras concesiones que las afeen, ni vacilaciones que las debiliten. Escribe de la vida como siente que la vida es: sus asuntos, ni son paradójicos, ni inverosímiles. Aunque lo fueran, gustarían por su agudeza y por la felicidad de sus imágenes, de sus contrastes, de sus recursos, de una inventiva y de un ingenio inagotables. Pero, además, y sobre todo esto, que ya es estimable (cuando serenamente nadie ha de negar la extrema angustia del Teatro en este período y en todas las culturas), Pirandello no se ha propuesto o no ha deliberado una originalidad chocante, presuntuosa, sólo de epígrafes y vacía de texto, como tantos otros en quienes descubrimos ruínas de ideas asomando por los entresijos de unas palabras que serían bellas como hallazgo filológico, si no sirvieran para embadurnar, ya que no barnizar, de nuevo, la flaca y avejentada imagen de su decadencia. Y cuenta que, para la crítica, que es la dama del pensamiento de todo escritor que se estima, nada hay tan fácil (va siéndolo, también, para el público) como esa distinción entre los escritores, sequerizos y jadeantes minadores de frases, y estos otros creadores de espíritu, sin más retoricismos ni filigranas que los que fluyen de la vida misma, que también los da con exuberancia, y sanos, cuando no se rebuscan las ideas en la gramática o en el artificio. Nada está tan lejos del arte de Pirandello, como la vanidad de un éxito fácil. Y si alguna vez, en el gran escritor, alentase la tentación del aplauso, sin duda alguna lo buscaría más en quienes un aplauso es un sacrificio, que en los que lo ofrendan casi involuntariamente.
Cuando el asunto que mueve la pluma de Pirandello no es sino una página de dolor, las lágrimas acuden a nuestros ojos como subiendo de la emoción más ingénua y franca. Porque este gran humorista no hace de la vida un juego de escarnios, ni una feria de burlas. ¿Por qué ir a la caza de inverosimilitudes y rarezas, ni divagar por lo peregrino o absurdo, si es la misma humanidad la que, cotidianamente, con maña y discurso que maravillan, ofrece realidades que parecerían mixtificaciones y burlas y paradojas, si no fuera porque ya es cosa averiguada que el artista no es sino un cautivo en el alma laberíntica de la vida misma?
Tampoco hay en las obras de Pirandello una crueldad meditada como un delito, ni una manifestación de sensibilidad de enfermo, tortuosa, ni una especulación sobre las desesperanzas y sobre las miserias de las criaturas. Antes al contrario, Pirandello es un enamorado de la vida, es una mente sana; y cuando a su pensamiento acude diligente por verdes y plácidos senderos la musa festiva, se advierte cómo se congregan alegremente las inspiraciones más risueñas y chanceras, los tonos más varios y agudos del ingenio, sin trivialidades ni impurezas, sino que suavemente, naturalmente, con la familiaridad y fluidez que solo es arbitrio y reino de maestros, brotan de su pluma las escenas más deliciosas, animadas de gracia y de donaire.
Es cierto que, el humorista Pirandello, no siempre tiene en sus labios la sonrisa, ni las burlas en el pensamiento. El es, quizás, quien con mayor variedad ha «desdoblado», en sí mismo, su propia estética, su propia escuela. Y nadie como él sufre las tentaciones o la atracción de una teoría que en sus libros y en sus comedias se funde con las palpitaciones de una fuerte convicción. De tal suerte, que lo que él escribe trae hasta nosotros, no un juego de artificios ajenos o apartados del sentimiento del autor como calculada obra de análisis, sino una suma de su propio espíritu, fundida espontáneamente en la acción.
Seis personajes en busca de autor, es una de las comedias que invitan a lectura meditada. Más que comedia, aun con ser de las llamadas «desconcertantes» por una crítica poco escrupulosa y un público adversario de las incomodidades de la reflexión, es una obra que, como todas las suyas (excepto, sin embargo, algunos de sus cuentos y novelas), nos fuerza a entrar en ella. Son muchas las comedias de fácil éxito que entran en nosotros sin esfuerzo y se marchan también sin él. Precisamente, esta es la dolencia que aqueja al Teatro: está enfermo de simplezas, diría mejor, enfermo de lo indefinido. Muy pocas obras levantan una ligerísima tolvanera; el soplo más tenue de la crítica y del buen gusto, las disipa. Nada se sostiene con firmeza en el cartel, porque nada hay que salga con arrogancia de la mente de nuestros autores. Y cuando es más rico el contenido espiritual de una época como la presente, heredera de las mayores maravillas que sospecharon los siglos, realidad ya, y aun anacrónico, alguno de los atisbos que nuestros antepasados llamaban utopias; cuando más vivos son los centelleos que animan y definen todo un período histórico, sin ejemplo ni recuerdo parecidos en el pasado, mayor es la flaqueza, la insubstancialidad de nuestro Teatro, atontado, sin sentido, pueril donde debe ser fuerte y aventurero; mejor hablado, eso sí, que nunca, pero sin que de tan bellas palabras salga con rumores de vuelo, una idea audaz, una proeza que exalte los ánimos, que los remueva y los renueve.
Luis Pirandello ha escrito Seis personajes en busca de autor, comedia «da fare» (después nos ocuparemos de lo genérico, que no es otro el fin de estas notas), como una altiva afirmación de independencia. No es Pirandello de los que siguen, sino de los que preceden; no son sus asuntos la floja y vana urdimbre de una acción de fáciles emociones, correcta, lindamente combinada, donde el espectador se siente ligeramente a su gusto y hasta el menos inteligente acierta un juicio crítico. Ni eso puede ser teatro del siglo XX, ni en eso hay autor, ni obra, ni arte, ni la altísima misión del drama o de la comedia, educadora, social, psicológica, alentadora, penetra en la conciencia para renovarla o conducirla a través de la lenta y fecunda paciencia de los siglos. Luis Pirandello es el primero entre los autores modernos afiliados a esa limitadísima formación no revolucionaria de las apariencias, sino de lo más recóndito en lo más íntimo, que ilumina, en el arte, nuestra vida interior.
¿Por qué es aquél más fuerte que tú, si a todos os empuja la misma miseria hacia la muerte? ¿A quién ha aprovechado hasta ahora la sangre de todos los sacrificios? ¿Qué féretro no se lleva, llorando, una idea? ¿Por qué se es vida, sino porque se es espíritu? La verdad, como la noche, está escrutada por millones de luces. No desaparecerá la poesía del espíritu mientras la verdad, como la noche, vista sombras. ¿Habrá placer tan inefable como tomar un baño en la inmensidad de lo que se ignora? La civilización es como una mujer fecunda: concibe ideas, sistemas, dogmas: estos son sus hijos. Forzosamente ha de darlos a luz para no morir: unos son bellos, robustos; otros deformes; aquéllos juiciosos, éstos dementes. No he creído y creo no creer en ello; pero son tantos los hombres que en ello creen, que ya dudo de mis dudas, que es como comenzar a creer.
Ciertamente, no traducimos ahora palabras o pensamientos escritos por Pirandello. Traducimos el Pirandello no escrito, sino el que se vislumbra a través de tantas y tantas páginas reveladoras de ansias infinitas y de dolores inmateriales.
Tiene Seis personajes en busca de autor un trastítulo: «Commedia da fare». No podría hacerse la traducción literal de esta denominación característica sin confundir al lector, porque nada hay en lengua castellana, mejor dicho, en nuestro teatro antiguo y moderno, que observe una rigurosa analogía con estos espectáculos de exclusiva creación italiana, conocidos en la literatura de aquella nación con el nombre más amplio de «Commedie dell' arte», a cuyo género se le opuso la «Commedia erudita», escuela esta última que constituyó un esfuerzo de los poetas para depurar el teatro de aquella época [1].
Y aun siendo innumerables los nombres y las formas de nuestro teatro, nada hay que corresponda, espiritualmente, con la «commedia da fare», que no es en substancia sino la «commedia dell' arte». Quizá conserva este género un parecido con las comedias atelanas. Pero en la historia del teatro español no hay género entre los conocidos con los nombres de farsa, comedia (de enredo, de figurón, de costumbres), paso, auto, entremés, coloquio, etc., etc., que tenga más que un leve parentesco. A título de curiosidad tan sólo, y porque juzgamos, además, exacta la razón del dicho de Cervantes: «No hay traducción que no sea un tejido visto del revés» (pero más enrevesada, todavía, la urdimbre, si no se intenta poner luces allí donde el genio de la lengua propia fué menos expresivo que el de la lengua extraña), hemos creído que al lector debíamos ofrecerle un desagravio a nuestra licencia; pues, si Pirandello apellida «commedia da fare» la bautizada con el nombre de Seis personajes en busca de autor, y nosotros, libremente, le atribuímos un linaje, no diferente en el espíritu, pero sí en la letra, sin otra garantía que la del silencio, sobre ser descortesía hacia quien lee, pudiera parecer otra cosa. ¡Tantas han ocurrido desde que el traductor de César Cantú supuso que éste no había leído el Quijote porque se atrevió a escribir en su Historia universal: «el ingenioso hidalgo Don Miguel de Cervantes Saavedra», como muchísimos años después había de repetir nuestro Navarro y Ledesma...!
Pues bien: «commedia dell' arte», que no es tampoco la comedia a noticia y la comedia a fantasía de nuestro Torres Naharro, no tiene nada de común con las representaciones de Lope de Rueda, autor y actor, aun siendo también autores y actores algunos de los cómicos «dell' arte», no es sino la invención de una fábula o intriga («commedia a soggeto»), o un argumento que se da a los cómicos para que éstos improvisen el juego escénico y la forma literaria. Intrigas amorosas, combinaciones extraordinarias de la vida, tipos tradicionales como el pedante, el usurero, la celestina, el tonto, el bufón, son el fondo de estas representaciones populares, de las que han nacido Colombina, Arlequín, Pantalón, Polichinela, el capitán Spavento, etc. [2].
Este teatro «dell' arte» obtuvo en París un éxito clamoroso, representado por el célebre Flaminio Scala, autor de argumentos escenificados. El mismo género trajo a España, según las crónicas italianas en 1570 y según las españolas en 1574, el más famoso Arlequín, Giovanni Ganassa, «que ganó mucho dinero bajo el reinado de Felipe II». De estas comedias «da fare» no ha quedado sino el esqueleto. Todo lo que añadía la imaginación improvisadora ha desaparecido.
¿Por qué, Pirandello, ha recurrido no a un arte como el ligerísimamente apuntado, sino a una ficción parecida, sobre todo cuando presenta al público un asunto de la vida moderna y el juego de las pasiones y de los dolores morales de su comedia traduce visiones de la conciencia de nuestros días? ¿Por qué unos personajes creados por la fantasía buscan a un autor que escenifique el terrible drama que angustia y lacera sus almas? Pirandello, al evocar aquella técnica aludida en nuestras líneas anteriores, no ha hecho sino revelar la riqueza de una inventiva que le permite mostrar ante el público de un modo indirecto lo que no podría representarse de otra forma.
Ha sido el sentimiento mismo de las dificultades, en apariencia insuperables, el que inspiró el medio de descubrir a un auditorio indecibles dramas de la vida interior. No presencia, pues, el público, aparentemente, una comedia escrita sino un argumento a escenificar, una tragedia del espíritu que, por los procedimientos deja técnica al uso, era de imposible teatralización.
La traducción de Seis personajes en busca de autor, no puede hacerse por efusión puramente literaria. Aun cuidando con la mayor delicadeza su estilo y sus bellezas originales, es lo más importante, en este libro, la fidelidad en la interpretación de una trama tan compleja que solo una fuerza genial ha podido erguir sobre la escena. Y para que esta concepción llegase al lector con luces clarísimas no podía hacerse sino una versión de lo íntimo, no exclusivamente metafrásica, pero sí disciplinada en el sentido y alcance de que ha dotado Pirandello a la más nombrada de sus comedias.
La concha del apuntador, estará a un lado del boquete.
Al otro lado, cerca del proscenio, una mesita y una butaca con el respaldo hacia el público, para el Director de la Compañía.
Otras dos mesitas, una más grande y otra más pequeña, con algunas sillas en torno, por si son necesarias durante el ensayo.
Por la puerta del fondo del escenario, se verá entrar a los actores de la Compañía; hombres y mujeres, primero uno, después otro, después dos juntos, a placer: ocho o nueve, cuantos se supone que deben tomar parte en los ensayos de la Comedia de Pirandello: El papel de cada Cual, en el aviso del día. Algunos, entrando, se dirigirán hacia su cuarto; otros, entre ellos el Apuntador, que llevará el ejemplar enrollado bajo el brazo, se detendrán en el escenario en espera del Director, para comenzar el ensayo; entretanto, sentados en grupo o de pie, cambiarán entre ellos algunas palabras; uno encenderá un cigarrillo; otro ojeará un periódico; quién repasará su papel.
Entrará, por fin, el Director de la Compañía y se acercará a la mesita preparada para él. Su secretario le entregará la correspondencia: algún periódico; el ejemplar de una obra, bajo sobre; una carta que él abrirá y leerá rápidamente. Entretanto, el Apuntador se colocará en su sitio, encenderá una luz a su derecha y abrirá ante sí el ejemplar.
(echando la carta sobre la mesita)
¡No me veo! ¡Aquí estamos a obscuras! (Mirando alrededor y volviéndose después al Director de escena): ¡Haga usted el favor de decir que bajen una luz!
(levantándose)
¡Inmediatamente! (Irá a dar órdenes).
Poco después se verá bajar una perilla encendida.
(palmoteando)
¡Vamos, señores, comencemos! (Al Apuntador) Segundo acto de El papel de cada cual. (Sentándose en la butaca). Comencemos, señores. ¿Quién está en escena?
(a la Primera Actriz)
Perdone usted, señorita: ¿está usted en escena?
¿Yo? No señor.
(enojado)
Entonces, retírese usted.
La Primera Actriz se levantará e irá a sentarse junto a los demás actores que ya se habrán apartado.
(al Apuntador)
¡Empiece usted!
(leyendo el ejemplar)
«En casa de León Gala. Un salón que sirve de comedor y de estudio».
(volviéndose al Director de Escena)
Pondremos el salón rojo.
(escribiendo sobre un papel)
Salón rojo. Está bien.
(continuando la lectura)
«Mesa dispuesta para la comida, y escritorio con libros y papeles. Estantes con libros, y aparador con rico servicio de mesa. Salida al fondo, por la que se va al dormitorio de León. Puerta lateral izquierda por donde se va a la cocina. La entrada ordinaria de la casa, a la derecha».
(levantándose e indicando)
¡Presten atención, señores! A este lado, está la puerta de la casa. A este otro, la de la cocina. (Volviéndose al actor que ha de hacer el papel de Sócrates) Usted entrará y saldrá por esta parte. (Al Director de escena). La mampara y las cortinas al fondo. (Volverá a sentarse).
(escribiendo)
Está bien.
(leyendo como antes)
«Escena primera. León Gala, Guido Venanzi, Felipe, llamado Sócrates». (Al Director de la Compañía) ¿Debo leer también las acotaciones?
¡Sí, sí! Se lo he dicho a usted mil veces.
(leyendo como antes)
«Al levantarse el telón, León Gala, con gorro de cocinero y delantal, está batiendo, con una cuchara de madera, un huevo en una vasija. Felipe, hace lo mismo, vestido también de cocinero. Guido Venanzi, escucha, sentado.»
(al Director de la Compañía)
Pero, ¿es indispensable que me ponga el gorro de cocinero?
¡Ya lo creo! Así está escrito ahí. (Indicará el libro).
¡Esto es ridículo!
(poniéndose en pie furioso)
¿Ridículo, ridículo? ¿Qué quiere usted que le haga yo, si desde Francia no viene ya una buena obra y nos vemos obligados a poner en escena comedias de Pirandello, que no hay quien las entienda, hechas adrede para que ni actores, ni críticos, ni público, estén jamás satisfechos? (Los actores reirán. Y entonces él, levantándose y acercándose al Primer Actor, gritará:) ¡Sí, señor: el gorro de cocinero! ¡Y a batir el huevo! ¿Cree usted, acaso, que todo el alcance de su papel se reduce a esa manipulación? ¡Pues, está usted fresco! ¡Si lo que usted ha de representar precisamente es la cáscara de los huevos que está batiendo! (Los actores vuelven a reir y comentan entre ellos irónicamente). ¡Silencio, señores! ¡Presten atención a mis explicaciones! (Volviéndose de nuevo al Primer Actor). ¡La cáscara, eso es! Es decir, la vacía forma de la razón sin el lleno del instinto, que es ciego. Usted es la razón y su mujer es el instinto: es un juego escénico de papeles convenido en el que usted, que está representando el suyo, es, voluntariamente, el títere de sí mismo. [3] ¿Ha comprendido?
(abriendo los brazos)
¡Yo, no!
(volviendo a su sitio)
¡Ni yo, tampoco! ¡Continuemos, al final vendrán las alabanzas! (En tono confidencial). Le ruego que se ponga de lado, porque de lo contrario, entre las obscuridades del diálogo y lo poco que oiría el público, lo echaríamos a perder. (Palmotea de nuevo). ¡Atención, otra vez, señores! ¡Comencemos!
Perdone un momento, señor Director. ¿Me permite usted que coloque la concha? Corre aquí un airecillo...
Sí, sí, como usted quiera.
Entretanto, el Avisador habrá entrado por la puertecilla del escenario, y caminando de puntillas, hará un rodeo hasta cercarse al Director de la Compañía; se quitará la gorra galoneada, y se aproximará a la mesita. Durante esta maniobra, habrán entrado también por la puerta ya indicada, Los Seis Personajes y se detendrán en ella, de modo que el Avisador, cuando los anuncia al Director de la Compañía, pueda indicar que están allá, en el fondo, donde ya al aparecer, una extraña y levísima luz, apenas perceptible, surgirá en torno de ellos y como irradiada por ellos mismos: ténue hálito de su fantástica realidad.
Este nimbo de luz se desvanecerá cuando avancen para ponerse en contacto con los actores. Conservarán, sin embargo, como una cierta levedad de sueño, de la que aparecerán como suspensos, pero sin que atenúe la esencial realidad de sus formas y de sus gestos.
El de ellos designado como Padre, frisa en los 50 años: muy descubiertas las sienes, pero no calvo; rojizos los cabellos, bigotes espesos casi enroscados alrededor de la boca, todavia fresca, abierta frecuentemente con una sonrisa incierta y vaga; más pronto grueso; acentuadamente pálida su ancha frente. Ojos azules, ovalados, vivacísimos y agudos; vestirá pantalón claro y chaqueta obscura; su aspecto, alguna vez, será el de un hombre dulzón, otras veces, tendrá ímpetus ásperos y duros.
La Madre, como abrumada y aterrada bajo un peso insoportable de vergüenza y de envilecimiento, irá cubierta con un tupido velo viudal, y cuando haya de descubrirse, mostrará un rostro no enfermizo, pero como de cera; mirará siempre al suelo.
La Hijastra, 18 años, desenvuelta, casi impudente. Bellísima: también vestirá de luto, pero con llamativa elegancia. Mostrará desdén por el aspecto tímido, afligido, y como atontado de su hermanito, flaco Muchacho de 14 años, también vestido de negro; y, por el contrario, significará una viva ternura hacia su hermanita, Niña de cerca de 4 años, vestida de blanco, con una cinta de seda negra al talle.
El Hijo, 22 años, alto, rígido, con gesto desdeñoso hacia el padre y una dura indiferencia hacia la madre, significará que está en el escenario contra su voluntad.
(con la gorra en la mano)
¿Me permite, señor Director?
(de repente, descompuesto)
¿Qué desea?
(timidamente)
Allí hay unos señores que preguntan por usted.
(de nuevo, furioso)
¡Estoy ensayando y de sobra sabe usted que, durante el ensayo, no puede pasar nadie! (Mirando al fondo) ¿Quiénes son esos señores? ¿Qué buscan?
(adelantándose seguido poco después por los otros, un tanto perplejos)
¡Somos... nosotros!... ¡Venimos en busca de un autor!
(entre asombrado e iracundo)
¿De un autor? ¿De qué autor?
¡De uno cualquiera...!
¡Aqui no hay ningún autor! No estamos ensayando nada nuevo.
(con alegre vivacidad)
¡Ah, tanto mejor! Quizás pudiéramos ser nosotros la comedia nueva.
(entre vivos comentarios y risas de los demás)
¿No estáis oyendo?
(a la Hijastra)
¡Sí, pero si no hay un autor...! (Al Director de la Compañía) ¡A menos que no quiera ser usted!
¿Han venido ustedes a divertirse?
¿Cómo a divertirnos? Muy al contrario: le traemos a usted un drama muy doloroso.
¡Quizás podríamos ser su fortuna!
¡Hagan ustedes el favor de marcharse! ¡Aquí no tenemos tiempo que perder con los locos!
(mortificado, suavemente)
Bien sabe usted que la vida está llena de infinitos absurdos que, ni siquiera necesitan aparecer descubiertamente verosímiles, porque son verdaderos.
Pero, ¿qué diablos está usted diciendo?
Digo, que, realmente, podría estimarse como una locura el esfuerzo en crear absurdos verosímiles, para que parezcan verdaderos. Además, debo hacerle observar, que, si esto fuese locura, es la única razón del oficio de ustedes. (Los actores se agitarán indignados).
(levantándose y mirándolo de pies a cabeza)
¿Ah, sí? ¿Le parece a usted que el nuestro es un oficio de locos?
¡Hacer que parezca verdadero lo que no es, sin necesidad, como por juego!... ¿No es oficio de ustedes dar vida sobre el escenario a personajes imaginados?
(de pronto, haciéndose intérprete del desdén eredente de sus actores).
¡Debo decir a usted, señor mío, que la profesión del cómico es una nobilísima profesión! Si hoy por hoy los autores nuevos no nos dan más que insulsas comedias y fantoches en vez de hombres, sepa que es nuestro orgullo haber dado vida aquí, sobre estas tablas, a obras que alcanzaron la inmortalidad. (Los actores, satisfechos aprobarán y aplaudirán a su Director).
(interrumpiendo y apresurándose con vehemencia)
¡Magnífico! ¡A seres vivos, más vivos que los que respiran y alternan! Menos reales, quizás, pero más verdaderos. Yo opino del mismo modo. (Los actores se miran entre sí desconcertados)
¿Por qué, pues, decía usted antes...?
Lo dije cuando nos gritó usted que no tenía tiempo que perder con los locos; puesto que nadie mejor que usted puede saber que la Naturaleza se sirve del instrumento de la fantasía humana, para elevar a las más altas cumbres su obra de creación.
Está bien, está bien. Pero ¿qué quiere usted demostrarnos con todo eso?
No quiero demostrar si no que se nace a la vida de muchos modos, de diversas formas, árbol o piedra, agua o mariposa... o mujer. ¡Hasta se nace personaje!
(con fingida irónica sorpresa)
Y usted, con estos señores que le rodean, ¿ha nacido personaje?
Precisamente: y vivos, ¡como usted ve! (El Director de la Compañía y los actores, estallan en una risa, como burlándose).
(mortificado)
Me hacen daño esas risas, ya que en nosotros, repito, viene un drama doloroso, como pueden deducir ustedes por el aspecto de esta mujer velada de negro.
(finalmente impacientado y casi indignado)
¡Acabemos, ya! ¡Apártense! ¡Márchense de aquí! (Al Director de escena) ¡Hágales desalojar el escenario!
(obedeciendo)
¡Márchense, márchense! (Los empujará hacia la salida).
Nosotros... nosotros...
(gritando)
¡Vamos, dense ustedes prisa! ¡Hemos de trabajar!
¡No está bien que vengan ustedes a burlarse de este modo!
(con resolución, adelantando)
¡Me asombra su incredulidad! ¿No están ustedes acostumbrados a ver cómo se agitan aquí, sobre estas tablas, uno frente a otro, los personajes creados por su autor? ¿Nos rechazan porque no hay ahí (indicando la concha) un libro que nos contenga?
(aproximándose al Director de la Compañía, sonriente y seductora).
¡Crea usted de veras, que somos seis personajes interesantísimos, aunque frustrados!
(apartándola)
Sí, frustrados. Eso es. (Al Director de la Compañía, de pronto). Frustrados, en el sentido de que el autor que nos creó vivos, no quiso después, o no pudo, materialmente, colocarnos en el mundo del arte. Y fué una verdadera lástima: ya que quien tiene la ventura de nacer personaje vivo, puede burlarse hasta de la muerte, porque no muere jamás. Morirá el hombre, el escritor, instrumento natural de la creación, pero la criatura es imperecedera, y para vivir eternamente, no tiene apenas necesidad de prendas extraordinarias ni de consumar prodigios. ¿Quiere usted decirme quién era Sancho Panza? ¿Quiere usted decirme quién era don Abundio? Y, no obstante, viven eternos, porque, gérmenes vivos, tuvieron la ventura de hallar un seno fecundo, una fantasía que supo crearlos y nutrirlos: darles vida de eternidad.
Todo eso está muy bien: ¿pero, qué buscan ustedes aquí?
¡Queremos vivir!
(irónico)
¿Para la eternidad?
No, señor: cuando menos, un momento en ustedes.
¡Oid, oid!
¡Quieren vivir en nosotros!
(indicando a la Hijastra)
¡Por mi, con mucho gusto, si me toca esa!
Debo decirles ante todo, que la comedia no está compuesta todavía; (al Director de la Compañía) pero si usted y sus actores quieren, la concertaremos en seguida entre nosotros.
(fastidiado)
¿Qué hemos de concertar? ¡Aqui no se dan estos conciertos! ¡Aquí se representan dramas y comedias!
¡Precisamente, por eso hemos venido a bus- carlos!
¿Y dónde está el libro?
¡En nosotros, señor...! (Los actores ríen.) El drama está en nosotros: somos nosotros y sentimos impaciencia por representarlo, como si desde lo más íntimo nos empujase una pasión.
(con menosprecio y con pérfida gracia matizada de impudor)
¡Ah, mi pasión! ¡Si usted la conociese...! ¡Si usted conociese mi pasión por él...! (Indicará al padre y hará un gesto como para abrazarlo, pero después prorrumpirá en una ruidosa carcajada).
(con ímpetu colérico)
¡Tú, ahora, a tu sitio! ¡No te rías de ese modo!
¿Que no me ría? ¡Pues van ustedes a ver, aun cuando sólo hace dos meses que soy huérfana, cómo bailo y cómo canto! (E insinuará con malicia, el «Guárdate de Tchu-fhin-TcJiu», de Dave Stamper, reducido a fox-trot o One-Step lento, de Francis Salabert):
Les chinois sont un peuple malin de
Shangai a Pekín,
lis ont mis des écriteux par-tout:
Preñez garde a Tchou-Thin-Tchou.
¡Muy bien, muy bien! ¡Bravísimo!
(irritado)
¡Cállense! ¿Creen ustedes que estamos en un café cantante? (Apartando al Padre, un poco, con cierta inquietud.) ¡Oiga usted! ¿Esa muchacha está loca?
¡No, no está loca! ¡Le ocurre algo peor!
(corriendo rápidamente hacia el Director de la Compañía)
¡Peor, sí, mil veces peor! Y si usted nos hiciese representar el drama ahora mismo, comprendería toda su crueldad. (Cogerá de la mano a la Niña, que estará al lado de la Madre, y la llevará delante del Director de la Compañía.) ¡Mírela usted, qué hermosa es! ¡Amorcito, amorcito mío! (La tomará en brazos y la besará.) ¡Ah, qué terrible destino el suyo! (La dejará en tierra y añadirá conmovida): ¡Sí, terrible! ¡Porque Dios la arrancará para siempre del lado de su madre! (Cogerá al Muchacho de un brazo, zarandeándolo y empujándolo hacia el Director déla Compañía.) ¡Y tú, cometerás el más grande de los desatinos, el desatino de un mentecato, de lo que eres! (Lo empujará hacia la Madre.) Pero a partir de ese instante seré libre. ¡Sí, libre, porque dejaré de veros para siempre! (Indicará al Padre con un guiño horrible.) Una página de intimidad monstruosa entre los dos me fuerza a abandonarlos a todos. ¡Ah, no! No quiero ver cómo por la indiferencia y la frialdad de un hijo (indicará al Hijo) se destroza el corazón de esa madre. ¡Es él (indicará de nuevo al Hijo) quien nos desprecia y aborrece! El pone el orgullo de su legitimidad sobre el bienestar de todos, porque para él, nosotros tres (indicará a la Niña y al Muchacho) somos espúreos. (Se acercará a la Madre y la abrazará.) ¡Y tú, madrecita de él y de todos nosotros, sufre, sufre, porque ya lo estás viendo en el desprecio de sus ojos: él en ti no quiere reconocer a su madre, sino sólo a la madre de nosotros tres, bastardos! ¡Miserable! (Dirá todo esto rápidamente, con extrema agitación y cuando llegue al apóitrofe final, después de haber llenado la voz sobre la palabra «bastardos», lo pronunciará silabeando, en voz baja, como si le escupiese al rostro el insulto).
(con angustia infinita)
¡Señor...! En nombre de estos dos pequeñuelos... ¡se lo ruego...! (Se sentirá desfallecer y vacilará.) ¡Oh, Dios mío...!
(acudiendo a auxiliarla con casi todos los actores, asombrados y afectados)
¡Una silla, una silla para esta pobre viuda, por favor!
(acudiendo)
Pero, ¿qué hay de verdad en todo esto?
¿Se desmaya de veras?
¡Pronto, traigan una silla!
Uno de los actores ofrecerá una silla; los demás se agruparán en torno, presurosos; la Madre, sentada, pretenderá impedir que el Padre descubra el velo que le esconde el rostro.
¡Mírela, mírela usted, señor!
¡Déjame! ¡No, por Dios!
¡Deja que te vean! (Le levantará el velo).
(levantándose y llevándose las manos al rostro, desesperadamente)
¡El propósito de este hombre; es para mi, un horrible suplicio! ¡Le ruego que se lo impida!
(sorprendido, confundido)
¡Ni sé ya dónde estamos ni de qué se trata! (Al Padre) Pero, esta señora ¿no es su esposa?
(rápidamente)
Sí, es mi mujer.
¿Cómo se explica, pues, que ella sea viuda y usted esté vivo? (Los actores, aun en su sorpresa, prorrumpirán en carcajadas).
(con áspera expresión)
¡No se rían ustedes, por caridad! Precisamente este es su drama. Ella amó a otro hombre... a otro hombre que debería estar aquí.
(con un grito)
¡No, no!
Ya les he dicho que, por fortuna, ha muerto hace dos meses. El luto que llevamos es suyo.
Pero si no está aquí, no es precisamente porque ha muerto. No está aquí, porque... ¡mírela, mírela, señor, y lo comprenderá enseguida! Su drama no pudo consistir en el amor de dos hombres, hacia quienes ella, incapaz, nada podía sentir, aparte quizás, un poco de gratitud, no a mí, sino al otro. No es una mujer: es una madre. Y su drama, ¡conmovedor, verdaderamente conmovedor! se encierra todo él en estos cuatro hijos de los dos hombres que ella tuvo.
Pero, ¿los tuve yo? ¿ Y te atreves a decirlo como si esa monstruosidad hubiese sido mi capricho? ¡El fué (señalando al Padre) quien por fuerza me entregó al otro: me obligó, me obligó a que me fuese con él!
(de pronto y indignada)
¡No es verdad! ¡No es verdad!
(asombrada)
¿Por qué dices que no es verdad?
¡No, no lo es!
(tristemente)
¡Qué sabes tú!
¡No es verdad! (Al Director de la Compañía.) ¡No la crea! ¿Quiere usted saber por qué dice eso? Lo dice (indicando al Hijo) por aquél, porque se atormenta y se destroza ante la indiferencia de su hijo, a quien quiere convencer de que si lo abandonó cuando tenía dos años, fué porque (señalando al Padre) él la obligó.
(con energía)
¡Me obligó y apelo al testimonio de Dios! (Al Director de la Compañía.) Pregúntele a él (indicando al marido) si he dicho la verdad. ¡Pregúnteselo! ¡Esta, (indicará a la Hija) no puede saber nada!
Yo sé que fuiste feliz con mi padre. ¡Atrévete a negarlo!
¡No lo niego!
¡Y para ti fué todo amor y solicitud! (Al Muchacho, con rabia) ¿No es verdad? ¡Dilo! ¿Por qué no hablas, necio?
¡Deja a ese pobre muchacho! ¿Por qué quieres que se me considere como ingrata, hija mía? Yo no he ofendido a tu padre. Sólo he dicho que si abandoné su casa y mi hijo, no fué por mi culpa ni por mi deseo.
¡Es verdad, señor! ¡Fui yo...!
(a sus compañeros)
¡El espectáculo no puede ser más raro!
¡Y nos lo brindan a nosotros!
Al menos, por una vez, vamos a ser público: ¡ya era hora!
(que comienza a interesarse vivamente)
¡Oigamos, señores, oigamos!
(acercándose al Director de la Compañía)
fríamente, despacio, irónico)
Sí: oigamos este fragmento de filosofía. Ahora nos hablará de la sed insaciable que impulsa los actos humanos hacia lo desconocido; a eso le llama Genio de lo Experimental.
¡Ya te he dicho cien veces que tú eres un cínico imbécil! (Al Director de la Compañía.) ¡Se burla de mí por esa frase que hallé para mi disculpa!
(despreciativo)
¡Frases!
¡Frases, frases! Como si ante un hecho que no se explica, ante un mal que nos consume, no fuese un consuelo para todos hallar una palabra, que no dice nada, pero que nos devuelve la paz.
Sí. ¡Y, además, ahoga el remordimiento!
¡No! ¡El remordimiento, no! No lo he ahogado con palabras, solamente...
¡Con un poco de dinero, vamos... con un poco de dinero! ¡Con las cien pesetas que me ofrecía como recompensa...! (Movimiento de horror de los Actores.)
(con desprecio a su hermanastra)
¡Esto es indigno!
¿Indigno? Pues allí estaban, en un sobre azulado, sobre un veladorcito de caoba, en la trastienda de Madama Paz, ¿sabe usted? una de esas madamas que, con el pretexto de vender Robes et Manteaux, nos atraen a sus tiendas, a nosotras, las jóvenes pobres, de buena familia...
¡Y con esas cien pesetas que (señalando al Padre) estuvo a punto de pagar él, pero, que, por fortuna, no tuvo luego motivo para hacerlo, ha adquirido el derecho de tiranizarnos a todos!
Sí; pero conste que estuvimos allí, ¿sabes? (Prorrumpe en una risa).
(rebelándose)
¡Es una vergüenza lo que dices, hija mía una vergüenza!
¿Vergüenza? ¡Es mi venganza! ¡Estoy ansiando, ¿lo sabe? (al Director de la Compañía) ansiando vivir aquella escena! (Como si reprodujese la escena.) ¡La habitación...! ¡Aquí, un armario de cristales con los abrigos; allá la meridiana; un espejo; un biombo; y frente a la ventana, el veladorcito de caoba y el sobre azulado con las cien pesetas! ¡Como si estuviese mirándolo! ¡Podría coger el dinero! ¡Desde luego, deberían ustedes volver la cabeza, porque estoy casi desnuda! ¡Ah, no! ¡No me ruborizo! Es ahora él quien debe ruborizarse. (Indicará al Padre.) Les aseguro que en aquel momento estaba muy pálido, muy pálido. (Al Director de la Compañia.) ¡Créame usted!
Pero ¡si ya no comprendo nada do todo esto!
¡Naturalmente! ¡Este enredo lo ha confundido! Permítame que hable yo también y no acepte como una verdad irrefutable el oprobio de las imputaciones que con tanta ferocidad lanza ésta sobre mí.
¡No se viene aquí a contar!
¡Yo no quiero contar, sino explicar!
Sí, sí: a tu modo. ¡Sería muy cómodo!
¡Pero si todo el mal está en eso: en las palabras! En cada uno de nosotros vive un mundo de imágenes diferentes. ¿Cómo es posible que nos entendamos si en mis palabras vibra el sentido y el valor de las cosas que en mí están, en tanto que, quien las escucha, inevitablemente, les da el sentido y el valor que para él tienen, según el mundo de imágenes que vive en él? Creemos entendernos, pero no nos entendemos jamás. ¿Quiere usted una prueba? Pues bien: un acto de piedad, de toda mi piedad hacia esta mujer (indicará a la Madre) ha sido interpretado por ella como la más fiera de las cruelades.
¿No me arrojaste de tu lado?
¿Lo oye usted, lo oye? ¡Lo que no fué en mí sino compasión, en ella adquiere la imagen de un delito!
¡Tú sabes justificarte, yo, no...! Pero créame usted: después de haberse casado conmigo... ¡quién sabe por qué...! ¡Yo era una pobre, una humilde mujer!
Precisamente me casé por esto: por tu humildad que yo amaba, creyendo... (Se interrumpirá ante las negativas de ella; abrirá los brazos en acto de desesperación, viendo la imposibilidad de hacerse comprender y se volverá rápidamente al Director de la Compañía.) ¿Lo ve usted? ¡Lo niega! Su sordera mental es espantosa. (Se golpeará la frente). ¡Corazón, sí, para los hijos! ¡Pero sorda, sorda de cerebro hasta la desesperación!
¡Sí! ¡Pero ahora pregúntele usted de qué nos ha servido su inteligencia!
¡Quién sabe el daño que puede ocasionar la más bella de nuestras acciones!
En este momento, la Primera Actriz, despechada, viendo al Primer Actor coquetear con la Hijastra, se adelantará y preguntará al Director de la Compañía:
¿Continuaremos el ensayo?
Sí, más tarde. Ahora deseo oir todo esto.
¡Es tan nuevo el caso!
¡Interesantísimo!
¡Para quien se interese! (Y lanzará una mirada al Primer Actor).
(al Padre)
¡Hable usted, ahora; hable con entera claridad! (Se sienta).
Voy a hacerlo: escúcheme. Era mi secretario, un hombre todo devoción, humilde y bueno. Entre ella y él descubrí afinidades que se manifestaban en todo momento y en todos los hechos. ¡Ah! Debo declararlo: sin sombra de maldad: incapaces los dos, no ya de cometer una vileza, sino ni siquiera de pensarla...
¡Pero la pensó él (señalando al Padre) por ellos, y la cometió!
¡Eso es inexacto! ¡Esa es vuestra interpretación del hecho! Yo me inspiré en su bien y, ¿por qué negarlo? hasta en el mío propio: lo confieso. Porque había llegado hasta el extremo de no poder dirigirles la palabra sin que en el acto no cambiasen entre sí una mirada de inteligencia, como si ella inquiriese en los ojos de él una interpretación de mis palabras que no me contrariase. ¿Lo comprende usted ahora todo? A mí me bastaba una cualquiera de estas prevenciones, para vivir en un estado de inquietud y de exasperación intolerables.
¿Por qué no despedía usted a su secretario?
Sí, sí, efectivamente: lo despedí. Pero vi entonces a esta pobre mujer ambular por la casa como extraviada, como una de esas bestezuelas sin dueño a las que se recoge por conmiseración.
¿Es que acaso no me sobraban motivos...?
(volviéndose a ella rápidamente, como para anticiparse).
¿Te refieres a nuestro hijo, verdad?
¡Sí...! ¡Ya antes, señor, me lo había quitado de mis pechos!
También eso te parece crueldad, y sin embargo, no lo hice sino porque, débil tú, quise llevarlo al campo para que creciese sano y fuerte.
(señalando irónica al Hijo)
¡Pues, ahí está la muestra!
(rápidamente)
¡Tampoco se me debe imputar la culpa, si después creció así! Yo lo puse en manos de una campesina, cuando vi que ésta (señalando a la Madre) y aún nacida en un medio popular, carecía de fortaleza. Y he de decirlo: me casé con ella, porque acompañado siempre de ciertas ansias de salud moral, preferí una mujer de discretas aspiraciones. Será todo esto superstición, pero, ¿qué he de hacerle? (La Hijastra en este momento estallará de nuevo en fuerte risa). ¡Hágala callar! ¡Es insoportable!
Calle usted, señorita, déjeme oir.
"Se me hacía imposible la vida teniendo cerca a esta mujer. (Indicando a la Madre). Pero no tanto, créalo, por mi inquietud, por mi tormento, verdadero tormento, como por la pena angustiosa que sentía por ella.
¡Y me echó de su lado!
Pero en brazos de aquel hombre, dándole cuanto necesitaba, para librarla de mí.
Y para librarse él.
Sí, yo también, lo admito; y de aquella acción inspirada en el mejor deseo y más por su bien, lo juro (cruzará los brazos sobre el pecho) que por el mío, no nació sino un gran daño. (Después, volviéndose de pronto a la Madre). Pero, ¿dejé jamás de verte, dilo, hasta que él mismo, inopinadamente, ignorándolo yo se te llevó a otro pueblo, por un necio recelo hacia el desinterés mío, puro, purísimo, créalo usted, sin la más leve intención reprobable? Me interesé con increíble ternura en su nuevo hogar que crecía... ¡puede atestiguarlo ella misma! (Indicará a la Hijastra).
¡Ya lo creo! Pequeña, muy pequeña, con las trencitas caídas sobre la espalda, con el vestidito corto, así de pequeñita, lo veía frente a la puerta del colegio, al salir. ¡Venía a verme, a ver como crecía!... (Con malicia).
¡Esto es una insidia! ¡Una infamia!
¿Por qué?
¡Infamia, sí, infamia! (Súbitamente conmovido, al Director de la Compañía en tono de explicación) ¡Apenas se fué (indicará a la Madre) mi casa me pareció un desierto! ¡Era ella mi pesadilla: pero llenaba el hogar! ¡Me encontré solo, vagaba como un sonámbulo por las habitaciones! Crecido aquél (indicará al Hijo) lejos... no sé... apenas lo vi en mi casa, ya no me pareció hijo mío. Privados los dos del lazo de la madre, vivió solitario, aparte, sin ninguna relación afectiva ni intelectual conmigo. Y en tal estado de laceración (¡será extraño, señores, pero así es!) nació en mí la curiosidad, primero; después, poco a poco, me sentí atraído, tiernamente atraído hacia la nueva familia suya, que había surgido de un acto mío. Puesto el pensamiento en ella comenzó a llenarse el vacío de mi vida Sentía la necesidad de creerla en paz, entregada a los cuidados más sencillos de la vida feliz porque estaba fuera y lejos de los complicado tormentos de mi espíritu. Y como anhelando una prueba, acudía al colegio para ver a la salida a aquella niña.
Sí, y me seguía por las calles y me sonreía; y, ya cerca de casa, me saludaba con la mano... así. Yo lo miraba con asombro, huraña: no sabía quién era. Se lo dije a mamá y ella debió adivinarlo en el acto (la Madre hará signos afirmativos con la cabeza) porque durante algunos días, dejó de enviarme al colegio. Cuando volví, lo encontré de nuevo a la salida. ¡Estaba muy ridículo, con una envoltura de papel en las manos! Se me acercó, me acarició, y sacó de aquella envoltura un grande y hermoso sombrero de paja de Florencia, con una guirnalda de rosas de Mayo... para mí.
¡Señores! ¡Pero todo esto no es más que un cuento!
(despreciativo)
Sí, sí: literatura, literatura.
¡Qué literatura! ¡Esto es vida, esto es pasión!
Quizás sea así: pero esto no puede representarse.
Es indudable. ¡Como que cuanto hemos referido, hasta ahora, no son más que preliminares! Pero no es esto lo que hemos de representar. Ya no es esta, (indicará a la Hijastra) como usted ve, la niñita de las trenzas caídas sobre la espalda.
¡Y del vestidito corto!
¡El drama llega ahora, nuevo, complejo, interesantísimo, créalo usted!
Apenas murió mi padre...
Regresaron aquí inopinadamente, empujados por la miseria, sin yo saberlo. Cierto que ella (indicará a la Madre) apenas sabe escribir, pero debió ordenara su hija, o a ese muchacho, que me notificaran la desventura en que se hallaban.
Pero, ¿cree usted posible que yo adivinase en él tal sentimiento?
En eso, precisamente, está tu sinrazón: en no haberme comprendido.
¿Cómo adivinar lo que sentías, después de una ausencia de tantos años y de todo lo ocurrido...?
¿Acaso es también culpa mía que aquel buen hombre se os llevase del modo como lo hizo? (Volviéndose al Director). Ya le he dicho que, inesperadamente, y porque él había encontrado en otra ciudad no recuerdo qué empleo, desaparecieron y perdí sus huellas. Transcurrieron los años y forzosamente fué atenuándose mi interés. Pero el drama estalla, imprevisto y violento, a su regreso, que yo ignoro, cuando desventuradamente arrastrado por la miseria de mis carnes aún vivas... ¡Sí, miseria, verdadera miseria para la soledad de un hombre que no ha querido ataduras envilecedoras: ni tan viejo que pueda prescindir de la mujer, ni tan joven que pueda fácilmente y sin rubor ir en busca de ella! ¡Más que miseria, espanto, porque ninguna mujer puede darnos ya amor! Nuestro propio decoro, entonces, debería inspirarnos una honrada renunciación. Pero, ¡ay! aunque todos por fuera, para los demás, nos revestimos con la dignidad de esa máscara, nosotros sabemos cuántas liviandades inconfesables, cuántas impurezas nos devoran. Cedemos a ellas, aunque luego, apresuradamente, intentamos recomponer, entera y sólida, como una piedra sobre una tumba nuestra dignidad, que esconde y sepulta ante nuestros propios ojos todo vestigio y aún la memoria misma de la vergüenza, ¡Así nos ocurre a todos, pero carecemos de valor para confesar ciertas cosas!
Sí, ¡porque el valor de hacerlas lo tienen todos!
Todos, pero encubiertamente. Por esto es mayor el mérito de quien publica en alta voz sus actos, aun sabiendo que se le ha de aplicar luego el dictado de cínico. Y, sin embargo, nada tan injusto: es como los demás hombres, quizás mejor, porque no tiene miedo de descubrir con la luz de la inteligencia lo vivo del oprobio en la bestialidad humana que cierra los ojos para no verlo. ¿Qué hace si no la mujer? Nos mira incitante, provocadora y, apenas sitiada, cierra los ojos. Es la señal de su rendición; el signo con el que dice al hombre: «¡Ciégate; yo estoy ciega!»
¿Y cuándo ya no cierra los ojos? ¿Y cuándo ya no siente la necesidad de esconder a sí misma lo vivo de su vergüenza, y por el contrario ve, con ojos ¡ay! secos e impasibles el rojo de la vergüenza del hombre, que, aun sin amor, se volvió ciego? ¡Ah! Qué asco, qué asco, no provocan entonces todas estas complicaciones intelectuales, toda esta filosofía que descubre a la bestia y luego quiere salvarla, disculparla... ¡Ah, me repugna oír ciertas cosas! Porque cuando nos vemos obligados a «simplificar» la vida, brutalmente, arrojando a la calle los estorbos «humanos» a las más castas aspiraciones, a los más puros sentimientos, idealidades y deberes, pudor y vergüenza, nada indigna y asquea tanto como ciertos remordimientos. ¡Lágrimas de cocodrilo!
¡A los hechos, señores, vayamos a los hechos! ¡Esto no es más que una disputa!
A los hechos, es verdad; pero un hecho es como un saco, que, vacío, no puede tenerse en pie. Para que un hecho se sostenga, hay que llenarlo con las razones que han determinado el hecho mismo. Yo no podía imaginar que, muerto aquel hombre y de regreso aquí, en la miseria, ella (indicará a la Madre), para acudir al sostenimiento de los hijos, hubiese pedido trabajo de modista precisamente a esa... madama Paz.
¡Modista afamada, sépanlo ustedes! Sirve en apariencia a las más altas señoras, pero todo lo tiene dispuesto para que luego le sirvan a ella. ¡No es que prescinda de las de menos postín!
¿Me creerá usted si le afirmo que ni remotamente tuve la sospecha de que si aquella bruja me daba trabajo es porque estaba al acecho de mi hija?
¡Pobre mamá! ¿Sabe usted lo que hacía la modista apenas le devolvía el trabajo de mi madre? Miraba la labor que salía estropeada de sus manos y sobre mí descontábalos perjuicios...
¿comprende usted? Así es, que pagaba yo... mientras esta pobrecita creía sacrificarse por nosotros, cosiendo hasta por la noche, las ropas de madama Paz.
Y un día... encontró usted allí...
(rápidamente, indicando al Padre)
Sí, a él, a él, que era un antiguo cliente de la casa. ¡Ya verá usted qué escena tan hermosa! ¡Soberbia!
Pero, al presentársenos la madre...
(De pronto, pérfidamente)
¡Casi a tiempo!
(Gritando)
¡No! ¡A tiempo! ¡La fortuna hizo que la reconociese (indicará a la Hijastra) a tiempo y entonces me los llevé conmigo a todos! ¡Imagine usted ahora nuestra situación, frente a frente: ella, así, como usted la ve; y yo, sin poder levantar ya los ojos para mirarla!
¡Graciosísimo! Pero ¿es que acaso después de todo «aquello» podía yo adoptar, como era su pretensión, las maneras de una señorita ingenua, bien educada y virtuosa, con arreglo a sus decantadas aspiraciones a una sólida salud moral?
Para mí, todo el drama consiste en esto: en la convicción que tengo de que cada uno de nosotros cree ser siempre el mismo. Y esto es cierto. Pero hay además en nosotros tai diversidad de sujetos como posibilidades de ser. Somos diversos con uno, ahora; con otro, más tarde. Y, sin embargo, vivimos con la ilusión de que siempre somos el mismo para todos y siempre creemos que este uno «único» es el que se encuentra en todos nuestros actos. ¡Y no es verdad! ¡No es verdad! Bien lo descubrimos cuando, en alguno de nuestros actos, una vergüenza se abate, imprevista, sobre nosotros y nos sojuzga y martiriza. Entonces es cuando descubrimos que no estamos por entero en aquel hecho y que, por lo tanto, sería atroz injusticia condenarnos a eterno deshonor, como si la vida toda estuviese sintetizada en él. ¿Comprende usted ahora la perfidia de esa muchacha? Me ha sorprendido en un sitio, en un acto, donde y como no debía conocerme, como yo no podía ser para ella; y de ese momento, fugaz y vergonzoso, pretende forjar la realidad toda de mi vida, cuando no existe más que la realidad de un momento en el que jamás creí que ella pudiera considerarme. ¡Ahí tiene usted descrito lo más vivo de mi dolor! Ya verá usted cómo en ese instante adquiere el drama su más alta intensidad. Piense usted además en la situación de los otros... en la suya... (Indicará al Hijo)
(Encogiéndose desdeñosamente)
¡Déjame, déjame estar a mí! ¡Yo no tomo parte en esto!
¿Qué dices?
¡He dicho que ni tomo ni quiero tomar parte, porque demasiado sabes que no tengo por qué figurar entre vosotros!
(con ironía)
¡Somos gente vulgar! ¡El es muy fino! Pero no hay vez que no lo mire para clavarle mi desprecio, que no tenga que bajar los ojos. ¡Fíjese usted! Nadie mejor que él sabe el daño que me ha hecho.
(apenas mirándola)
¿Yo?
¡Sí, tú! ¡A tí te debo la deshonra! ¿Impediste, si o no, con tu actitud, no digo la intimidad de la casa, sino hasta esa delicadeza que libra de apuros a los que se ven recogidos? ¡Fuimos los intrusos, porque íbamos a invadir el reino de tu «legitimidad»! Yo quisiera que asistiese usted a ciertas escenas entre nosotros dos. Es él quien dice que yo los he tiranizado a todos, y ha sido, precisamente, su conducta la razón por la que entré con mi madre, que también lo es suya, como dueña en la casa, valiéndome para ello de un derecho que él llama una vileza.
¡Ah! ¡Qué fácil es el juego de papeles que se asignan todos para juzgarme! Pero imagínese que un día, yo, que vivo ajeno a este conflicto, veo llegar descaradamente, así, con la mirada altanera, a una señorita que pregunta por mi padre, con quien habla de algo que yo no comprendo. Después, y siempre con el mismo gesto, vuelve a entrar en mi casa acompañada de esa niña, y por fin, advierto que trata a mi padre, sin que yo sepa por qué, de un modo extraño, pero resuelto, pidiéndole dinero, con un tono que hace suponer que él debe darlo, porque tiene el deber de darlo.
¡Si! ¡Efectivamente: tengo ese deber! ¡Se trata de tu madre!
¿Y qué sé yo de todo esto? ¿Cuándo he visto a mi madre? ¿Cuándo he oido hablar de ella? Yo la veo llegar un día acompañada de esa niña, de ese muchacho y de ella. (Indicará a la Hijastra) Poco después me dicen: «¿No sabes? ¡Es también tu madre!» Por sus modales (indicará de nuevo a la Hijastra) consigo adivinar por qué razones han entrado en mi casa tan fácilmente... ¡Lo que yo siento, lo que yo sufro, ni puedo ni quiero expresarlo: no lo haría en el seno déla confidencia ajena, aún pudiendo, ni en mi propia intimidad! Como usted ve, yo no tengo aquí ningún papel que desempeñar. Créalo usted, yo soy un personaje no realizado dramáticamente y hago con ellos muy mal conjunto. ¡Déjeme, pues, en paz!
¡Si precisamente por ser tú así...!
¡Qué sabes tú cómo soy! ¿Cuándo te has ocupado de mí?
Lo reconozco. ¿Pero no es eso una situación también? Ese alejamiento tuyo, tan cruel para tu madre y para mí, que, de vuelta al hogar, te ve casi por primera vez, tan crecido que ya no te conoce, pero sabe, sin embargo, que eres su hijo... (Indicando la Madre al Director) ¡Mírela usted! ¡Está llorando!
(con rabia y golpeando el suelo con el pie)
¡Como una estúpida!
(de pronto, señalando también a la Hijastra al Director).
¡Ella no puede soportarlo! (Volviendo a referirse al Hijo) Dice que es ajeno a este drama, cuando casi él solo constituye el eje de la acción. ¿Ve usted a aquel muchacho que junto a su madre, está siempre como vejado, como humillado?... Pues si está así (señalando al Hijo) es por su culpa. Y es quizás su situación la más penosa: se siente más extraño que todos y el pobrecillo sufre una indecible pena al verse acogido como por caridad... (Confidencialmente.) ¡Es todo su padre! ¡Humilde, callado...!
Si, pero a pesar de esto no sabe usted lo que estorban los niños en escena.
¡No se apure usted! ¡Si se suprime él mismo...! ¡Y hasta esa niña, será la primera en desaparecer...!
¡Ah, entonces, bien! Y le aseguro que comienzo a interesarme vivamente. ¡Adivino que hay materia para un buen drama!
(con entrometimiento)
¡Con un personaje como yo!
(rechazándola, ante la ansiedad por la decisión del Director).
¡Cállate, tú!
(Siguiendo, sin fijarse en la interrupción)
¡Un drama nuevo, sí...!
¡Novísimo, si señor!
¡Pues es necesario atrevimiento para llegar hasta aquí y presentármelo de ese modo...!
Lo comprenderá usted fácilmente: ¡nacidos como somos para el Teatro...!
¿Es que son ustedes aficionados?
No: digo, nacidos para el Teatro, porque...
¡Ah, vamos, comprendido! ¡Es que usted ya ha representado...!
¡No, no señor! He representado tan solo lo preciso, lo que cada uno se asigna a sí mismo, o le asignan en la vida. Pero, además, vive en mí la pasión que, como en todos, brota espontánea, un poco teatral, apenas se exalta.
¡Dejemos a un lado todo eso! Ahora comprenda usted que necesitamos autor... ¡Yo podría dirigirle a alguien...!
Pero ¿por qué no lo es usted?
¿Yo?...
¡Sí, sí! Usted ¿por qué no?
¡Yo, jamás he desempeñado el papel de autor!
¿Y por qué no ahora? ¡Tantos lo hacen...! ¡Si no se necesita nada! Su tarea, por el solo hecho de que estemos aquí, vivos, delante de usted, es sencillísima.
¡Eso no es bastante!
¿No es bastante vernos vivir nuestro drama?
Sí, pero siempre será necesario quien lo escriba.
No: ¡quien lo transcriba en todo caso, ya que ante sí lo tiene en acción, escena por escena! Bastará simplemente con bosquejarlo y ensayar.
¡Sí, me seduce la idea...! ¡Podríamos intentarlo...!
¡Ya verá usted, ya verá usted qué escenas! ¡Se las puedo indicar enseguida!
¡Me gusta, me gusta! ¡Vamos a ver!... ¡Venga usted conmigo a mi cuarto! (Volviéndose a los Actores.) Señores: están ustedes libres, pero no se alejen mucho. Dentro de un cuarto de hora o de veinte minutos, estén aquí. (Al Padre) ¡Vamos, vamos!... ¡Quién sabe si saldrá algo extraordinario!...
¡Sin duda alguna! ¿No le parece a usted mejor que vengan también ellos? (Indicando a los demás personajes).
¡Si, sí, también! (Se dispone a salir, pero se vuelve de nuevo a los Actores) Les ruego que sean puntuales: dentro de un cuarto de hora.
El Director de la Compañía y los Seis Personajes, cruzarán el escenario y desaparecerán. Se quedarán los Actores mirándose entre ellos, como confusos.
Pero, ¿lo habrá tomado en serio? ¿Qué querrá hacer?
¡Esto es una locura!
¡Querer que improvisemos un drama en un instante!...
¡Como los antiguos cómicos italianos del Arte!...
¡El cree que me voy a prestar a semejante juego!...
¡Ni yo tampoco!
¡Quisiera saber quiénes son esos! (Aludirá a los Personajes).
¡Quiénes han de ser! ¡Unos locos o unos farsantes!
Parece mentira que él les preste atención.
La vanidad, la vanidad de figurar como autor.
¡Es inaudito! ¡Señores, si el teatro se reduce a esto!...
¡Pues yo me divierto mucho!
Vamos a ver lo que sale. Después de todo..
Y asi, conversando entre ellos, los Actores desalojarán el escenario, saliendo algunos por la puerta del fondo y otros yéndose a sus cuartos. Permanecerá el telón subido.
La representación quedará interrumpida durante unos veinte minutos.
Los timbres avisarán que continúa la representación. Del cuarto del Director de la Compañía, saldrá, con la Niña y el Muchacho, la Hijastra, después de haber gritado ésta desde el dintel:
¡Hagan ustedes lo que quieran! ¡Yo me niego a tomar parte en esas chapucerías! (Volviéndose a la Niña y viniendo con ella hacia el escenario). ¡Ven, ven, Rosita! ¡Vamonos, vamonos!
El Muchacho, la seguirá perplejo, poco a poco, a distancia.
(deteniéndose, inclinada hacia la Niñttj y cogiéndole la carita entre las manos).
¡Pobre amorcito mío! ¡Tú miras asombrada todo esto con tus hermosos grandes ojos! ¡Quién sabe dónde crees estar! Estamos en un escenario ¿sabes? (Simulando responder a una pregunta de la pequeña) ¿Qué es un escenario? ¡Pues, míralo! ¿No lo ves? Un sitio en donde se juega con lo serio. ¡Aquí se hacen comedias! Y la que vamos a hacer nosotros ahora es muy seria, ¿sabes? ¡Y tú también, tú también desempeñarás tu papel! (Estrechará sobre su pecho la cabecita de la niña meciéndola un poco). ¡Oh, amorcito mío, amoreito mío! ¡Qué triste papel el tuyo! ¡Qué cosa tan horrible han pensado para ti! ¡Mira!... Un jardín... Un estanque... ¿No lo ves? ¡Parece que esté aquí! ¿Dónde, dices? Aquí, en medio... Es un estanque fingido, ¿sabes? ¡La lástima es que aquí todo es fingido! Mejor seria quizás imaginarlo: porque el que pusieran aquí sería de papel pintado: de papel, las peñas que lo circundan; de papel, el agua; de papel, los árboles... Aunque quizás a ti, amorcito mío, para jugar en él, más te gustaría el estanque fingido que uno verdadero. ¡Ay, no! Será un juego para los demás: para ti, no, infortunadamente, porque tu existes de veras, amorcito mío, y juegas de veras en un estanque real, hermoso, grande, verde, donde se espejan los árboles cuyas sombras se quiebran al jugar de los ánades que tú quieres coger.. ¡No, Rosita mía, no lo intentes porque mamá puesto el pensamiento en el canalla del otro hijo no se acuerda de ti! Yo estoy en aquel instante como si las furias se hubiesen apoderado de mi cerebro... ¡Y ese...! (Dejará a la Niña y se volverá con su acostumbrada dureza hacia el Muchacho). ¿Qué haces ahí con ese aire de mendigo? ¡Tuya será también la culpa, si la pequeñita se ahoga...! ¡Sí, sí, también tuya... por tu apocamiento, como si yo, al llevaros a su casa no hubiese pagado por todos! (Cogiéndole un brazo para forzarle a que saque del bolsillo una mano). ¿Qué tienes ahí, qué escondes? ¡Saca esta mano! (Le sacará la mano del bolsillo, en el que reluce un revólver que mirará asombrada). ¡Ah! ¿Quién te ha dado esto?
El Muchacho, asustado, palidísimo, la mirará sin responder.
¡Estúpido! ¡En tu lugar, en vez de darme la muerte, hubiese matado a uno de ellos dos, o a los dos: al Padre y al Hijo!
En este momento llegará del cuarto, el Padre, con el fervor del plan ya madurado. Le seguirá el Director De La Compañía.
(a la Hijastra)
¡Ven, ven, un instante! Todo está convenido y concertado.
(entusiasmado también)
¡Venga usted, señorita! Hay que fijar todavía algún detalle.
(siguiéndoles hacia el cuarto)
¡Uf ! ¿Para qué, si ya está todo combinado por ustedes?
El Padre, El Director de la Compañía y La Hijastra, entrarán apresuradamente en el cuarto donde permanecerán un momento. Mientras tanto saldrán: primero, El Hijo, e inmediatamente después La Madre.
(mirando a los tres que entran en el cuarto)
¡Se divierten...! ¡Y yo aquí sin poder marcharme!
La Madre, intentará mirarlo, pero bajará enseguida los ojos porque él se volverá, distanciándose. Se sentará entonces. Se le acercarán El Muchacho y La Niña e intentará de nuevo mirar Al Hijo, diciendo humildemente, con la esperanza de entablar un diálogo con él.
¿Cuánto más triste no es mi suerte? (Y cuando por la actitud del Hijo, advierta claramente que no se preocupa de ella, exclamará:) ¡Ay, Dios mío! ¿Por qué ofrecer un espectáculo de tanta crueldad? ¿No basta con que uno lleve en sí, viva, la imagen del martirio? ¿Por qué, pues, forzarnos ahora a que los demás lo vean?
(para si, pero con la intención de que la Madre lo oiga)
¡Representar una comedia! ¿Para qué? ¡Precisamente él que se lamenta de haber sido descubierto dónde y cómo no debió ser visto, en un acto de su vida que debía permanecer oculto! ¿Pero no es él quien puso ante mis ojos lo que ningún hijo puede ni debe descubrir jamás? ¿Acaso es posible que un padre y una madre puedan vivir como un hombre y una mujer, fuera de la imagen de padre y de madre que tenían para nosotros? ¿Luego una madre puede ser la mujer de otros, y el padre un libertino y nuestra vida, que depende de la suya, no ser sino una muerta vergüenza que debe ocultarse?
La Madre, se cubrirá el rostro con las manos.
Mientras tanto, de los cuartos y de la puerta del fondo, volverán al escenario los Actores y El Director de Escena, El Maquinista, El Guardarropa y juntos, de su cuarto, el Director de la Compañía, El Padre y la Hijastra.
¡Ea, señores, comencemos! ¿Dónde está el Maquinista?
Aquí estoy, señor.
Prepare enseguida el decorado del salón blanco a flores: bastarán dos laterales y un foro. Le ruego que se dé prisa.
El Maquinista obedecerá enseguida, y entretanto el Director de la Compañía, conferenciará con el Director de Escena, con el Guardarropa, con el Apuntador y con
los Actores, acerca de la representación inmediata, disponiendo aquel simulacro de escena.
(al Guardarropa)
Vea usted si hay en el almacén una meridiana.
Sí, la verde.
¡No, verde no! ¡Era amarilla, con flores afelpadas, muy grande, muy cómoda!
Así, no la tenemos.
No importa, ponga usted la que haya.
¿Cómo que no importa? ¡Es la famosa meridiana de madama Paz!
¡Señorita, estamos en el ensayo! ¡Le ruego que no nos importune! (Al Director de Escena) Vea usted si hay una vitrina más bien ancha y baja.
¡El veladorcito... no olviden ustedes el veladorcito de caoba para el sobre azulado!
(al Director de la Compañía)
Hay uno pequeño, dorado.
Puede servir: tráigalo.
Un espejo.
¡El biombo! No lo olvide usted... porque de o contrario yo no puedo...
No tenga usted preocupación, señorita, lo colocaremos.
(a la Hijastra)
Habría también algunas perchas, ¿no es eso?
¡Ah, sí, muchas!
(al de Escena)
Traiga usted todas las que haya.
Inmediatamente.
El Director de Escena saldrá rápidamente a desempeñar su cometido; y entretanto el Director de la Compañía seguirá hablando con el Apuntador y luego con los Personajes y los Actores. Ordenará a los dependientes que traigan los muebles indicados y los dispondrá
como crea más oportuno.
(al Apuntador)
Coloqúese usted en su sitio. Tome usted: aquí tiene un borrador de las escenas, acto por acto. (Le dará algunas hojas de papel). Sin embargo, es usted ahora quien dede realizar una proeza.
¿Taquigrafiar?
(con alegre sorpresa)
Si, eso es. Pero, ¿conoce usted la Taquigrafía?
Un poco.
¡Magnífico, magnífico! Esto va cada vez mejor! (Volviéndose a un empleado). ¡Tráigame de mi cuarto todo el papel que encuentre! ¡Todo,todo!
Saldrá el empleado corriendo y volverá poco después con un puñado de papeles que entregará al Apuntador.
(continuando, al Apuntador)
Siga las escenas a medida que vayan representándose, y cuando menos, fije usted los momentos culminantes. (Volviéndose a los Actores). ¡Apártense ustedes, señores...! ¡Colóquense a este lado (indicará la izquierda) y pongan toda su atención, se lo ruego!
Pero ¿cómo vamos nosotros...?
(anticipándose)
No tema, señorita: no tendrá que improvisar.
Entonces ¿qué papel es el nuestro?
¡Ninguno! Por ahora oir y mirar. Después se le dará a cada cual su parte escrita. De momento, haremos el ensayo como podamos. Es decir, lo harán ellos. (Indicará a los Personajes).
(como aturdido ante aquella confusión en el escenario)
¿Nosotros? ¿Ha dicho usted que somos nosotros los que vamos a ensayar?
Sí, un ensayo, pero solo para estos señores. (Indicará a los Actores).
¡Pero si somos nosotros los Personajes...!
¡Ya lo sé! Los «personajes» son ustedes, pero aquí, ahora, no son los personajes los que hablan; aquí, representan los actores. Los personajes están ahí, en el libro (indicando la concha del apuntador) ¡cuando hay libro!
¡Precisamente por eso! Y puesto que no lo hay y ustedes tienen la suerte de que los personajes aparezcan aquí... vivos...
¡Vamos, hombre! ¿Pero es que quisieran ustedes hacerlo todo, declamar, presentarse ante el público?
¡Ya lo creo! ¡Ante el público y tal como somos!
¡Pues le aseguro a usted que el espectáculo seria magnifico! (Con ironía).
Entonces ¿qué papel es el nuestro?
Supongo que no se creerán ustedes capaces de representar. ¡Están ustedes haciendo reír! (Los Actores, en efecto, reirán). ¡Ya lo ve usted, ya lo ve usted, como se rien! (Recordando). ¡A propósito! Será preciso distribuir los papeles, aunque es cosa fácil porque por sí solos se designan: (a la Segunda Actriz) usted, señora, La Madre. (Al Padre) ¡Habrá que ponerle un nombre!
¡Amalia, señor!
¡Este es el nombre de su esposa y supongo que no querrá usted que la llamemos así!
¿Por qué no?... ¡Ah, lo comprendo...! ¡Cómo es distinta la persona...! (Indicará levemente con la mano a la Segunda Actriz). Yo siempre veo a ésta (indicará a la Madre) como Amalia, pero usted haga lo que quiera... (Cada vez más confundido fundido). No sé qué decirle... ¡Parece que comience a oir... así... como falsas, en otro tono mis propias palabras!
¡Pierda usted cuidado! ¡Eso es cosa nuestra! La llamaremos Amalia si usted quiere... o le buscaremos otro nombre. Lo que ahora interesa es el reparto de papeles. (Al Galán Joven). Usted, el Hijo; (a la Primera Actriz) y usted, señorita, desde luego, La Hijastra.
(regocijada)
Pero, ¿qué dice usted? ¿Yo, esa? (Prorrumpirá en una carcajada).
(enfadado)
¿De qué se ríe usted?
(indignada)
¡Jamás se ha reído nadie de mí! ¡Pido que se me respete o me marcho!
¡Perdone, señorita! Yo no me río de usted.
(a la Hijastra)
Por el contrario, debería usted estar orgullosa al verse representada por...
(súbita, con desdén)
¿Ella?
¡Crea que no lo decía por usted, sino por mí!... ¡Es que no me veo en usted! ¡No, no se me parece usted en nada!
¡Compréndalo...! ¡Nuestra expresión...!
¿Qué expresión? ¿Creen acaso que la expresión está en ustedes? ¡Pues no hay nada de eso!
¡Ah! ¿No? ¿No tenemos nuestra expresión?
¡En absoluto! La expresión de ustedes es aquí una materia a la que dan cuerpo y figura, voz y gesto, los actores, los cuales, que le conste a usted, han sabido dar expresión y vida a materia de más alto valor! ¡Lo que ustedes traen aquí es tan endeble, que el mérito, si se consigue mantenerlo sobre la escena, será todo de mis actores!
No me atrevo a contradecirle; pero crea usted que es un sufrimiento casi sobrehumano para nosotros, que nos vemos así, con este cuerpo, con este semblante... como somos...
(interrumpiendo, impacientándose)
¡Todo eso se arregla con el maquillaje!
Sí, pero ¿y la voz, y el gesto...?
¡Acabemos de una vez! ¡Aquí, usted, como usted es, no puede ser: hay un actor que lo representa y basta!
¡Lo he comprendido así! Y ahora es, quizás, cuando adivino por qué nuestro autor, que nos vio para la escena. Yo no quiero ofender a sus actores. ¡Dios me libre! Pero al verme ahora personificado en... no sé en quién...
(con altivez)
¡En mí, si no le parece mal!
¡Muy honrado con ello! (Se inclinará). Pero creo que, aun cuando usted ponga toda su buena voluntad y todo su arte en acogerme en sí... (Se turbará.)
¡Acabe usted, acabe!
Pues bien: aun cuando se esfuerce con todos sus artificios en parecérseme... su estatura... (Los Actores reirán). ¡Sí, difícilmente podrá ser una representación de mi realidad! Será más bien, la interpretación, aparte el semblante, de lo que yo soy, pero del modo como usted me sienta, si me siente, y no como me siento en mí mismo. ¡Y bien merece la pena de que tenga en cuenta todo esto el que haya de juzgarnos!
¿Ya le preocupan a usted los juicios de la critica? ¡Deje usted que diga lo que quiera! ¡Ahora ouestro deber consiste en montar la obra, si es que podemos! (Separándose y mirando a su alrededor). ¡Vamos, vamos! ¿Está ya dispuesto el decorado? (A los Actores y a los Personajes). ¡Apártense, apártense! ¡Déjenme ver y no perdamos más tiempo! (A la Hijastra). ¿Le parece usted bien el decorado...?
¿Qué quiere usted que le diga...? ¡No es aquello...!
¡Y dale! No pretenda usted que edifiquemos aquí tal como usted la conoce, la trastienda de madama Paz. (Al Padre) ¿No me ha dicho usted un saloncito blanco a flores?
Sí, señor.
Entonces, ¿qué más? En cuanto a los muebles, poco maso menos... ¡Ese velador! ¡Pónganlo más adelante! (Los dependientes obedecerán) (Al Guardarropa Mientras tanto, traiga usted un sobre, azulado, si lo hay, y déselo a este señor (Indicará al Padre).
¿De cartas?
Sí, de cartas, de cartas.
Voy en seguida (saldrá).
¡Continuemos, continuemos! La primera escena es la de la señorita (Se adelantará la Primera Actriz.) ¡No, no; espere usted! ¡Quería decir la señorita! (Indicando a la Hijastra.) ¡Usted, ahora, se limitará a mirar...!
¡Cómo vivo, cómo vivo, esta escena!
¡También yo sabré vivirla, no lo dude usted, apenas me ponga a la obra!
(llevándose las manos a la cabeza)
¿Les parece a ustedes que nos dejemos de palabrerías? ¡Ea! ¡Primera escena de la señorita con Madama Paz! Pero... (turbado, mirando a su alrededor) ¿y madama Paz?
¡Madama Paz no ha venido con nosotros!
¿Qué vamos a hacer ahora?
¡Ella, como nosotros, también vive!
Sí, bien, pero, ¿dónde está?
Permítame usted un momento... (Volviéndose a las Actrices.) ¿Quieren ustedes prestarme un momento sus sombreros?
(un poco sorprendidas, risueñas, a coro)
¿Qué dice?
¿Nuestros sombreros...?
¿Para qué?
¿Qué va a hacer con ellos?
¿Qué ha de hacer usted con los sombreros de estas señoras? (reirán los Actores).
Nada: colgarlos un instante de estas perchas. Y aún espero de la amabilidad de alguna de ustedes que me preste su abrigo.
(como antes)
¿También los abrigos?
¡Este hombre debe estar loco!
¡Vamos a ver qué pasa!
(como antes)
¿También los abrigos?
¿Qué querrá hacer?
Sí, para colgarlos un momento. ¿Quieren ustedes hacerme ese favor?
(quitándose los sombreros y algtonas su abrigo, riendo y yendo a colgarlos aquí y allá, en los percheros).
—¡Con mucho gusto!
—¿Por qué no?
—¡Dentro de lo serio no puede ser esto más cómico!
—¿Los colocamos como si fuesen modelos?
Precisamente; sí, señora: así, como modelos.
¿Qué es lo que pretende usted?
¡Quién sabe si, bien preparada la escena, y como por mágica atracción de los objetos de su comercio, no pudiera aparecer tras nosotros...! (Invitando a mirar hacia la puerta del fondo del escenario.) ¡Miren, miren ustedes!
Se abrirá la puerta del fondo y adelantará algunos pasos madama Paz, tipo de alcahueta, gruesa, cabellera muy hueca, oxigenada; maquillada, vestida de seda negra con torpe elegancia y con una larga cadena de plata alrededor de la cintura, de cuya cadena cuelga un par de tijeras. Rápidamente, La Hijastra irá a su encuentro, ante la momentánea extrañeza de los Actores.
(corriendo hacia ella)
¡Ya está aquí, ya está aquí!
(radiante)
¡Es ella! ¿No lo decía yo? ¡Ya está aquí!
(venciendo el primer momento de estupor, indignado).
Pero, ¿qué enredos son éstos?
(casi al mismo tiempo)
¿Puede saberse dónde estamos?
(como antes)
¿De dónde ha salido esa mujer?
(como antes)
¡Como si la tuvieran preparada!
(como antes)
¡Esto es prestidigitación!
(dominando las protestas)
¡Calma, señores! ¿A qué frustrar, en nombre de una verdad vulgar, de hecho, este prodigio de una realidad que nace, evocada, atraída, engendrada por la escena misma, con más derecho a vivir aquí que ustedes, porque es más verdadera? ¿Qué actriz imitará después a Madama Paz? Pues bien: ¡aquí está ella! Convengan ustedes conmigo en que la actriz que ha de imitarla será menos verdadera que Madama Paz en persona. Ya lo ven: mi hija la ha reconocido en el acto y se ha acercado a ella. ¡Miren ustedes qué escena!
Durante la protesta de los Actores y la respuesta del Padre, la escena entre Madama Paz y la Hijastra, ha dado comienzo, en voz baja, levísima. Este supuesto diálogo, se desarrollará en términos de una naturalidad ajena por completo a lo teatral; los mismos actores, cuando son requeridos a la atención por El Padre, y se vuelven a mirar, verán a Madama Paz, que habrá llevado una de sus manos a la barbilla de La Hijastra, como para levantarle la cabeza. Oyéndola hablar de un modo ininteligible, prestarán un momento atención: inmediatamente después adoptarán una actitud de desilusionados.
¿Qué es esto?
¿Qué dicen?
¡No se oye nada!
¡Más alto, hablen más alto!
(dejando a Madama Paz, que sonreirá de manera indefinible y adelantándose al grupo de Los Actores).
¿Más alto? ¡Hay cosas que no pueden decirse en alta voz! ¡Las he podido decir yo de ese modo, para su vergüenza (indicará al Padre) que ee mi venganza! ¡Para Madama Paz podría ser el presidio!
¡Ah! ¿Podría ocurrir eso? Sin embargo, es preciso hacerse oír. Y si ni aun estando en el escenario nos enteramos de nada, figúrese usted qué le ocurrirá al público. ¡La escena ha de representarse! Además, bien pueden hablar en este momento en alta voz, ya que, cuando representen la escena, no estaremos presentes como ahora: ustedes fingen estar solas, en una habitación, en la trastienda, donde nadie las oye. ¡Vamos!
La Hijastra, graciosamente, sonriendo con malicia, hará con un dedo signos negativos.
¿Cómo que no?
(en voz baja, misteriosamente)
¡Hay alguien aquí que podría oir, si ella (indicará a Madama Paz) hablase fuerte!
(turbadisimo)
Pero ¿es que va a salir algún nuevo personaje? (Los Actores prorrumpen en una carcajada).
No, no señor: ahora me alude a mí. Es que
en ese instante yo debo estar detrás de aquella puerta, esperando: ¡y madama lo sabe! Permítanme ustedes: voy a prepararme para el momento preciso. (Se dispondrá a ir hacia el fondo).
(deteniéndole)
No, no, espere usted. Aquí es preciso respetar las exigencias del teatro. Antes de que se prepare usted...
(interrumpiendo)
¡Por mi, en seguida, en el acto! ¡Me devora el ansia de vivir esta escena! ¡Si él quiere empezar, yo estoy a punto!
(gritando)
¿Pero no se le alcanza que ante todo es
preciso que la escena entre usted y ésta (indicando a Madama Paz) se comprenda perfectamente?
¡Dios mío! Me ha dicho lo que ya usted sabe: que el trabajo de mamá, una vez más, está mal hecho: la ropa estropeada; y que es preciso que tenga paciencia si quiero que ella continúe ayudándonos en nuestra miseria.
(levantándose, con aire de importancia)
Y cha, señor; porque yo no quiero aprovechiarme... avantachiarme...
(casi aterrado)
¿Pero qué dice esta mujer? ¿Por qué habla así?
Todos los Actores prorrumpen de nuevo en una risotada.
(riendo también)
¡Es que habla una jerga medio española y medio italiana, de un modo graciosísimo!
¡Ah! No me par bona crianza que ustedes ridan de mí, si yo me esforzó de hablar como podo castellano.
No, no, señora; usted perdone. Al contrario: hable, hable así. ¡Esto es de un efecto seguro! Nada mejor puede hacerse para romper con un poco de comicidad la crudeza de la situación. ¡Hable, hable usted así: eso va muy bien!
Sí, sí, muy bien: oir cómo se hacen ciertas proposiciones en semejante lenguaje es de un efecto seguro, porque hasta parece una burla, ¿verdad? Ríe una cuando se oye decir: «Ahí hay un vequio siñor que quiere amusarse conmigo» ¿no es verdad, madama?
Vequio, sí, vequio, pero mejor para ti: que si no te da placer, te da provecho.
(rebelándose, entre el estupor y la turbación de todos los Actores, que no se habían preocupado de ella: éstos, al escuchar sus gritos, intentarán contenerla).
¡Bruja, maldita bruja, asesina! ¡Mi hija, mi hija!
(acudiendo a contener a su madre)
¡Mamá! ¡No, por Dios!
(acercándose también)
¡Cállate, cállate, te lo ruego! ¡Sé buena, siéntate!
¡Quitádmela de delante! ¡Esto es horrible!
(al Director de la Compañía que también se ha aproximado)
¡No es posible que continúe aquí la madre!
(igualmente al Director de la Compañía)
¡Precisamente por esto es por lo que hemos venido nosotros sin ella! (Indicando a Madama Paz.) ¡Compréndalo usted, compréndalo! ¡Si continuamos juntos, forzosamente, se anticipa todo!
¡No importa, no importa! ¡Si esto no es más que un apunte! Todo sirve para que yo pueda recoger, aunque no sea más que de un modo confuso, la diversidad de los elementos. (Volviéndose a La Madre e intentando persuadirla para que de nuevo se siente en su sitio). ¡Vamos, vamos, señora: sea usted buena, siéntese usted otra vez!
Entretanto, La Hijastra, por el centro del escenario, se dirigirá a Madama Paz.
Continúe, continúe, madama.
(ofendida)
¡Ah, no! Gracie tantas. Yo aquí no hago nada estando tua madre presente.
¡Vamos, vamos! ¡Haga usted entrar a ese vequio señor, para que se amuse conmigo! (Volviéndose a todos imperiosa). ¡Definitivamente señores: es preciso hacer esta escena! ¡Continuemos, continuemos! (A Madama Paz.) ¡Márchese usted!
Sí. Me ne voy, me ne voy. ¡No faltaba más...! (Se irá furiosa).
(al Padre)
Y usted, puede hacer su salida. No es necesario que simule que viene de fuera. ¡Acerqúese: finja que acaba de entrar! Asi: yo estoy aquí con la cabeza inclinada, tímida... ¡Vamos! ¡Hable usted! ¡Dígame usted en otro tono, como alguien que viene de la calle: ¡«Buenos días, señorita»!
Pero ¿qué es esto? ¿Dirige usted o dirijo yo? (Al Padre, que mirará suspenso y perplejo). Empiece. Vaya usted allá, al fondo, y vuelva de nuevo.
El Padre obedecerá, aturdido. Palidísimo, pero ya revestido de la realidad de su vida creada, sonreirá viniendo del fondo, como ajeno todavía al drama que va a desplomarse sobre él. Los Actores prestarán gran atención a la escena que comienza.
(en voz baja, al Apuntador, inclinándose hacia la concha).
¡Y usted, ahora, ponga mucha atención y escriba!
(la escena)
(adelantándose y con voz fingida)
¡Buenos días, señorita...!
(inclinada la cabeza, con gesto contenido de repugnancia).
¡Buenos días...!
(la mirará como espiándole el rostro, casi escondido por el sombrero. Y descubriendo que es muy joven exclamará casi para sí, un poco por satisfacción, y un poco también por temor de comprometerse en una aventura arriesgada).
¡Ah...! ¡Supongo que no es esta la primera vez que viene usted aquí! ¿Verdad?
(como antes)
¡No, señor!
Luego, ha venido usted ya otras veces, ¿no es eso? (Y después que la Hijastra haya hecho un signo afirmativo con la cabeza:)—¿Más de una? (Esperará un momento la respuesta; volverá a mirarla por debajo del sombrero; sonreirá y dirá después:)—Entonces, ¿por qué me recibe usted así...? ¿Me permite que le quite el sombrero?
(rápidamente, para detenerlo, no pudiendo contener su repugnancia).
¡No, no; yo misma me lo quitaré! (Lo hará asi, con apresuramiento convulso).
La Madre, que asiste a la escena con El Hijo y con los otros dos pequeñuelos, más suyos, por ser los más pequeños, siempre juntó a ella, apartados al lado opuesto al de los actores, estará como acongojada y seguirá con diversas expresiones de dolor, de repugnancia, de ansiedad y de espanto, las palabras y los gestos de los otros dos: bien esconderá el rostro, bien lanzará algún gemido.
¡Dios mió, Dios mío!
(prosigue, galante)
¡Démelo, démelo usted; yo mismo lo colgaré! (Le quitará el sombrero de las manos) ¡Sobre una cabecita tan bella como la suya quisiera que luciese un sombrero más liúdo. ¿Me ayudará después a escoger alguno entre todos estos de madama, verdad?
(interrumpiendo)
¡Mucho cuidado, eh, que esos son los nuestros!
(de pronto, encolerizado)
¡Cállese usted y no se haga la graciosa! ¡Estamos ya en plena acción! (Volviéndose a la Hijastra.) ¡Prosiga, señorita, prosiga!
(continuando)
¡No, señor... muchas gracias!
¡Le ruego que no se niegue usted a aceptarlo! ¡Lo sentiría mucho...! ¡Mire, mire usted! ¡Los hay muy bonitos... y además, complaceríamos a Madama Paz! ¡Ya sabe usted lo que a ella le gusta...! ¡Hasta los trae aquí, adrede...!
¡No, no! ¡Ya ve usted...! ¡Ni siquiera podría ponérmelo...!
¿Por lo que pudieran pensar en su casa viéndola entrar con un sombrero nuevo? ¡Bah! ¡Invente cualquier pretexto!
(furiosa, sin poderse contener más)
¡No! ¡Si no es por eso! ¡Es que no podría llevarlo porque como usted ve...! ¡Hubiera debido advertirlo...! (Indicará el luto que viste)
¡De luto...! ¡Es verdad: tiene usted razón! ¡Perdóneme! ¡Crea usted que lo deploro!
(luchando consigo mismo y tomando aliento a la vez para vencer su indignación y su asco)
¡No continúe usted, no continúe! Soy yo quien debe agradecer su delicadeza y no usted quien debe dolerse ni inquietarse... ¡No piense más en lo que he dicho! ¡Se lo ruego... hasta por mí misma! ¡Comprenderá usted... (se esforzará en reir y añadirá:) que me es preciso olvidar mis lutos!
(interrumpiendo y volviéndose al Apuntador)
¡Espere, espere usted! ¡No escriba: omita estas últimas palabras! (volviéndose al Padre y a la Hijastra). ¡Va muy bien, va muy bien! (Despues dirigiéndose solo al Padre) ¡Esto lo enlazará usted luego con lo que hemos convenido! (A los Actores.) Es graciosísima ¿verdad? esta escena del sombrero. ¿Les gusta?
¡Ah, sí, pero lo mejor va a empezar ahora! ¿Por qué no continuamos?
¡Tenga usted paciencia un instante! (Volviéndose de nuevo a los Actores) ¡Todo esto, naturalmente, debe moverse con más agilidad!
¡Con más desenfado, desde luego!
¡Pero si todo esto es muy sencillo! (Al primer Actor.) ¿No podríamos ensayarlo enseguida?
¡Por mí, cuando quieran! Voy a dar un rodeo para hacer la salida. (Saldrá para disponerse a entrar de nuevo por la puerta del fondo).
(a la Primera Actriz)
Desde luego, la escena entre usted y la tal Madama Paz ha terminado. Después pensaré yo cómo he de escribirla. Usted continuará aquí... (Viendo que ella intenta alejarse.) ¿Dónde va usted?
Espere un momento: me falta el sombrero... (Se adelantará para coger su sombrero de la percha).
¡Ah, sí; tiene usted razón! ¡De modo que sigue usted aquí, inclinada la cabeza...!
(divirtiéndose)
¿Dónde están los vestidos negros?
¡Ya me los pondré cuando llegue el momento, y sin duda alguna, con más propiedad que usted!
(a la Hijastra)
¡Señorita, le ruego que se calle y mire nada más! ¡Sin duda alguna tiene mucho que aprenderl (Pálmoteando.) ¡Continuemos, continuemos! ¡Vamos a la entrada!
Se abrirá la puerta del fondo y avanzará el Primer Actor con el aire desenvuelto y picaro de un viejo verde. La representación de la escena, cuya interpretación comenzarán ahora los Actores, aparecerá desde las primeras frases, como una cosa totalmente nueva, aunque sin que tome el más mínimo aire de parodia; más bien como si la escena fuera puesta en limpio. En esta ficción, naturalmente, la Hija y el Padre no pueden reconocerse en la Primera Actriz y el Primer Actor, y al oir pronunciar sus propias palabras sin el pleno sentido de vida que en ellos vive, expresarán, de diversas maneras, ya con gestos, ya con sonrisas, bien con una franca protesta, la
impresión que reciben de sorpresa, de maravilla, de sufrimiento, etc., como se verá después.
«Buenos días, señorita...»
(rápidamente, no pudiendo contenerse)
¡No, no! ¡Si no es eso...!
La Hijastra, al mismo tiempo, viendo entrar de aquel modo al Primer Actor, prorrumpirá en una risotada.
(volviéndose hacia ellos furioso)
¡Háganme el favor de guardar silencio! ¡Y usted, señorita, acabe de reirse de uaa vez! ¡Comprenderán ustedes fácilmente que así no se puede continuar!
Es natural que yo me ría... Esa señorita (indicará a la Primera Actriz) está ahí callada y quieta, y le aseguro a usted que de ser realmente yo, al oírme dar los «Buenos días» con ese gesto y ese tono, me hubiese echado a reir, como lo he hecho.
¡Tiene razón...! ¡Ese gesto... ese tono...!
¿Qué quiere decir eso del gesto y del tono? ¡Apártense, apártense ustedes ahora y déjenme ver el ensayo!
¡Si lo que yo debo representar es un viejo verde que va a una casa equívoca...!
¡Vamos, hombre, déjelo estar: no haga usted caso! ¡Comience, comience do nuevo que va muy bien! (En espera de que el actor prosiga). Vamos.
«Buenos días, señorita».
«Buenos días...»
(remedando el gesto del Padre, mirando por debajo del sombrero, pero expresando después muy claramente, primero la complacencia y luego el temor).
¡Supongo, que no es esta la primera vez que viene usted aquí...! ¡Con seguridad...! (Indicando esta creencia).
(corrigiendo, irresistiblemente)
¡No! ¡Yo no he dicho con «seguridad», sino: «¿Es verdad?»! (Como instruyendo al Primer Actor).
Debe usted decir: «¿es verdad?», interrogando.
(señalando al Apuntador)
¡Sin duda he oído mal!
Ea último término, tanto da decir una cosa como otra... ¡Continúe, continúe! Quizás conviene no acentuar tanto el color... ¡Mire usted: la expresión debe ser esta...! (Imitando el papel desde la entrada.) «Buenos días, señorita».
«Buenos días».
«¡Ah...! ¡Supongo que no será...!» (Volviéndose al Primer Actor para hacerle notar el modo como habrá mirado a la Primera Actriz por debajo del sombrero.) ¡Sorpresa... temor y complacencia...! (Después, prosiguiendo vuelto hacia la Primera Actriz.) «¡Supongo que no es esta la primera vez que viene usted aquí ¿verdad?!»... (De nuevo, volviéndose con una mirada de inteligencia al Primer Actor) ¿Lo ha comprendido? (A la Primera Actriz.) Y entonces debe decir usted: «No, señor».
«No, señor...»
«¿Ha venido usted ya otras veces? ¿Más de una?»
¡Espere, espere usted! ¡Deje que primero afirme ella! (Señalará a la Primera Actriz). «¿Ha venido usted ya otras veces?» (La Primera Actriz levantará un poco la cabeza entornando los ojos tristemente, como apesarada, y después, afirmará dos veces con la cabeza).
(irresistiblemente)
¡Dios mío, Dios mío! (Y se llevará rápidamente una mano a la boca para sofocar su risa).
(volviéndose)
¿Qué le ocurre a usted?
(pronto)
¡Nada, no me ocurre nada!
(al Primer Actor)
Continúe, continúe...
«¿Más de una? Entonces, ¿por qué rae recibe usted así...? ¿Me permite que le quite el sombrero?»
El Primer Actor dirá esta última frase con tal tono y la acompañará con tal gesto, que La Hijastra, que permanecía con las manos sobre la boca, tratando de contenerse, no conseguirá refrenar la risotada, que estallará entre sus dedos, irresistible, ruidosa.
(indignada, volviéndose a su sitio)
¡Ah! ¡Yo no puedo continuar siendo objeto de sus burlas!
¡Ni yo tampoco! ¡Acabemos de una vez!
(a la Hijastra, gritando)
¡Esto es intolerable, intolerable!
¡Sí, tiene usted razón, perdóneme!
¡Es usted una mal educada, una vanidosa!
(intentando interponerse)
¡Sí, tiene usted razón, pero debe usted disculparla...!
¿De qué he de disculparla? Eso es una impertinencia.
Repito que tiene usted razón: ¡pero es que todo esto nos produce un efecto tan raro...!
¡Raro...! ¿Y por qué? ¿Dónde está la rareza?
Ante todo, debo decirle que yo admiro a sus actores: tanto a este señor (indicará al Primer Actor), como a la señorita (indicará a la Primera Actriz); ¡pero lo cierto es, que no son nosotros!
¡Claro, clarísimo! ¿Cómo han de ser ustedes, si son los actores?
¡Eso, eso es: los actores! Los dos, muy inteligentes, sin duda alguna, se limitan a interpretar nuestros papeles. Pero comprenda usted que su interpretación a nosotros nos parece algo que quiere ser nuestro, y, sin embargo, no lo es.
Pero ¿se atreve usted a decir eso? ¿Qué es ese algo...?
¡Un algo, un algo, que... llega hasta ser suyo: pero que ya no es nuestro!
¡Forzosamente! ¡Ya le dije a usted que no podría ser de otro modo!
¡Sí, lo comprendo, lo comprendo!
¡Pues, entonces, basta: no hablemos más! (Volviéndose alos Actores.) Luego ensayaremos, entre nosotros, la interpretación adecuada. ¡Siempre ha sido una maldición ensayar delante de los autores! ¡Nunca están contentos! (Volviéndose al Padre y a la Hijastra.) ¡Adelante: continuemos con ustedes y veamos si es posible que no se ría, señorita!
¡No! ¡Pierda usted cuidado: ya no me río más! ¡Llega ahora, para mí, lo más conmovedor!
(a la Hijastra)
Prosigamos. Cuando usted dice: «No piense más en lo que he dicho, ¡se lo ruego... hasta por mí misma! ¡Comprenderá usted...!» (volviéndose al Padre): es preciso que usted interrumpa enseguida diciendo: «¡Sí, lo comprendo todo...!» y que inmediatamente le pregunte...
(interrumpiendo)
¿Qué ha de preguntarme?
¡La causa de su luto!
¡No, si no es eso! Ahora verá usted: cuando yo le dije: «No haga usted caso de mis lutos» ¿sabe lo que él me respondió?—«¡Ah! ¡Está bien! Entonces quítese enseguida ese vestidito...»
¡Eso podríamos hacer! ¡Para que se nos venga el teatro encima!
¡Pero, si esa es la verdad...!
¿Qué verdad? ¡Aquí estamos en el teatro! ¡La verdad, bien, pero hasta cierto punto!
Entonces, ¿qué es lo que pretende usted hacer?
¡Ya lo verá, ya lo verá! Fíe usted en mi experiencia.
¡Ah, no señor! ¿Es que va usted a urdir una intriguilla romántico sentimental con mi repugnancia, con todas las razones a cual más dolorosa y más indigna, de las que me han precipitado en la deshonra? ¿Una intriguilla romántico sentimental con él, que me pregunta las razones de mi luto, y conmigo, que respondo llorosa que hace dos meses se me ha muerto mi padre?
¡Ah, no: no es eso, nol (Con exaltación.) ¡Es preciso que él me repita lo que me dijo: «¡Entonces, quítese usted en seguida ese vestidito!» Y yo, con todo mi luto en el corazón, luto de apenas dos meses, fui allí, ¿ve usted? allí, detrás de aquel bastidor, y con estas manos que me tiemblan de vergüenza, de asco, desabroché mis vestidos, desnudó mi cuerpo...
(llevándose las manos a la cabeza)
¡Por piedad, señorita! ¿Qué está usted di- ciendo?
(gritando frenética)
¡La verdad, la verdad, la verdad!
Yo no niego que eso sea la verdad... Y además comprendo todo su horror, señorita: pero comprenda usted también que esa verdad no puede ser llevada a la escena.
¡Ah! ¿No? ¿No es posible? ¡Pues, entonces... muy agradecida a ustedes, pere... nada tengo que hacer aquí!
¡Óigame, óigame!
¡No! Repito que no tengo nada que hacer. Lo que es posible en el teatro ya se lo han arreglado a ustedes dos allí. ¡Muchas gracias! Yo comprendo demasiado lo que él quiere. ¡Le urge llegar a la representación (acentuando) de sus dolores espirituales! Pero, ¡yo quiero representar mi drama...! ¡El mío!
(fastidiado, agitándose furioso)
¿El suyo? ¿Su drama? ¿Es que acaso está solo su drama? ¿No está también el de los demás? ¿El de él (indicará al Padre) y el de su madre? ¡No es posible que un solo personaje inunde la escena y sobresalga de tal modo, que anule a los demás! ¡A todo se ha de dar proporciones ordenadas y representar cuanto haya de representable! De sobra sé, que cada cual tiene una vida interior que quisiera exteriorizar. Pero, precisamente, eso es lo difícil: exteriorizar tan sólo lo que es necesario en relación con los demás y dar también a entender, en ese poco, aquella otra parte de vida que queda oculta. ¡Ah! Sería muy cómodo que cada personaje pudiese, en un bonito monólogo, o como en una conferencia, librarse ante el público de todas las inquietudes que lo atormentan. (Con tono bondadoso, conciliador.) ¡Es preciso que se modere usted, señorita! Crea que lo digo por su propio interés, porque hasta puede impresionar desfavorablemente, se lo advierto, todo ese furor lacerante, toda esa pesadumbre exasperada, y sobre todo, cuando usted misma, ¡perdóneme que se lo diga! ha confesado que antes que a él, ya se dio a otros hombres, más de una vez, en casa de madama Paz.
(bajando la cabeza, con voz grave)
¡Es verdad! ¡Pero piense usted sin embargo, que también los otros son para mí igualmente «él»!
(no comprendiendo)
¿Los otros...? ¿Qué quiere usted decir con eso?
Para quien cae por primera vez ¿quién es el responsable de todas las culpas que siguen, sino quien primero determinó la caida? ¡Y para mí, es él, aun antes de que yo naciese! ¡Mírelo, mírelo usted! ¡Vea si no es verdad!
Eso será exacto, sí. ¿Pero aún le parece a usted poco el peso de tantos remordimientos sobre su conciencia? ¿Cómo ha de expresarlos, además, si no se allana usted a su deseo?
Pero ¿qué relieve podrá dar más tarde a la interpretación de todos esos «nobles» remordimientos, de todos sus tormentos «morales», si le suprime usted antes el horror de haberse encontrado sin sospecharlo, entre los brazos, después de invitarla a quitarse sus ropas de luto reciente, mujer y ya caída, a aquella niña, señor, a aquella niña, cuya salida del colegio espiaba él a diario? (Dirá estas últimas palabras con voz temblorosa, emocionada).
La Madre, al oir esto, superada por un impulso de intolerable angustia, que expresará primero con algunos gemidos sofocados, romperá por fin en un llanto continuado. Se producirá en todos honda emoción. Larga pausa.
(apenas advierte que la Madre atenúa la expresión angustiosa, añadirá ensombrecida y resuelta)
¡Ahora, no nos ve nadie! ¡Nos ignora el público, todavía! Mañana dará usted, de nosotros, la versión que quiera, concertándola a su capricho. Pero ¿quiere usted verlo ahora, de verdad, como fué, como estalló el drama?
¡Sí, sí! ¡Ese es mi deseo: penetrar en él para tomar de él cuanto pueda!
¡Pues, bien! ¡Ordene usted que se lleven a esa madre!
(como de pie sobre su llanto, con un grito)
¡No, no! ¡No lo consienta usted, no lo con sienta!
¡Si sólo es para verlo ahora!
¡Yo no puedo, yo no puedo, no tengo fuerzas!
Pero, ¿no ha ocurrido todo ya? ¡Perdóneme usted, señora, no la comprendo!
¡No! ¡Ocurre ahora, ocurre siempre! ¡Mi desventura no termina jamás! Yo estoy viva y presente en todos los momentos de mi infortunio, que sin cesar se renueva intenso y palpitante. Pero, ¿y esos dos pequeñuelos? (Señalará al Muchacho y a la Niña). Asombrados, silenciosos. ¡Ahí ¡No pueden hablar, no pueden! Ellos, por ellos, no existen más que agarrados a mí, para eternizar mi martirio. Y si aún la veo a ella (indicará a la Hijastra), que huyó de mí perdiéndose para siempre, no es sino para renovar, destrozándome el alma, el martirio que por ella sufrí también.
¡Es el momento eterno! ¡Ella está aquí (indicará a la Hijastra) para sorprenderme en este sólo momento fugaz y abominable de mi vida, y aún para eternizarlo, prisionero, yo, de una vergüenza! ¡Sí: ni ella puede renunciar a ese instante, que es, quizás, todo su drama, ni usted puede ahorrármelo!
¡No: yo no digo que no lo represente! ¡Formará precisamente el eje de todo el primer acto, hasta que ella los sorprende! (Indicará a la Madre).
Si: porque ese instante es el de mi condenación, el de la pasión de cada uno de nosotros, que debe culminar en el grito final de ella. (Indicará también a la Madre).
¡Aun oyen mis oídos aquel grito que me ha
vuelto loca! Represénteme como usted quiera: hasta vestida, ¡no importal con tal de que mis brazos estén desnudos, solo mis brazos: porque teniéndolos enlazados a su cuello, estando así, ¡mire usted! (se acercará al Padre y apoyará la cabeza sobre su pecho), ¡con la cabeza apoyada de este modo, veía el latir de una vena, aquí, en mi brazo y entonces, como si fuese solo aquella vena viva la que me diese asco, cerré los ojos así, así, y hundí la cabeza en su pecho! (Volviéndose a la Madre) ¡Grita, grita, madre! (Hundirá la cabeza en el pecho del Padre y se encogerá como para no oir el grito, añadiendo con voz de horror sofocado:) ¡Grita, grita, madre, como gritaste entonces!
(abalanzándose para separarlos; con grito agudísimo)
¡No, hija! ¡No, hija mía! (Y después de haberla arrancado de él.) ¡Monstruo, monstruo! ¡Es mi hija! ¿No ves que es mi hija?
(retrocediendo al oír el grito hasta el proscenio, entre el asombro de los Actores)
¡Bravo, eso es, muy bien! ¡Muy bien! ¡Y en este momento, telón!
(corriendo hacia él, convulso)
¡Si, así debe ser, porque verdaderamente fué así!
(admirado y convencido)
¡Sí, sí! No debe añadirse una palabra más: telón abajo, telón abajo!
A los gritos reiterados del Director de la Compañía, el Maquinista baja el telón, dejando fuera, en el proscenio, al Director de la Compañía y al Padre.
(mirando hacia arriba, con los brazos levantados)
Pero ¿qué hace ese bruto? ¡Si digo telón para dar a entender que el acto termina así y no para que lo baje de veras! (Al Padre, apartando un lado del telón para entrar en el escenario). ¡El acto debe terminar en este instante! ¡Éxito seguro, yo se lo garantizo, en este primer acto! (Entrarán)
Al levantarse el telón, se verá que maquinistas y tramoyistas, habrán deshecho el anterior simulacro de escena y puesto en su lugar, en el fondo del escenario, dos o tres apliques de árboles entre los que solo se verá el lado de un estanque.
A la derecha estará sentada de nuevo La Madre, teniendo a sus lados al Muchacho y a La Niña. También El Hijo se sentará en el mismo lado, pero a alguna distancia, más que molesto, avergonzado. Más hacia delante, sentados también. La Hijastra y El Padre y al otro lado, a la izquierda, los Actores, poco más o menos como antes de que se bajase el telón. Solo el Director de la Compañía estará de pie, en medio del escenario, con un puño cerrado sobre los labios, como meditando.
(después de una breve pausa)
¡Ea, señores! ¡Comencemos el segundo acto! Deben sucederse las escenas en la forma convenida: obedézcanme ustedes y todo irá bien.
¡Es el momento en que entramos en su casa (indicará al Padre) a despecho de ese! (Indicará al Hijo).
(impacientado)
¡Ya he dicho que me dejen ustedes dirigir!
¡Lo que usted quiera! Pero tenga presente que debe aparecer claro su despecho.
(desde su sitio, moviendo la cabeza)
¡Si...! ¡Por el bien que nos ha reportado...!
(volviéndose de repente)
¡No importa! ¡A mayor daño para nosotros, mayor remordimiento para él!
(impacientado)
¡Está perfectamente comprendido! No tema usted: ese carácter resaltará, sobre todo, en las primeras escenas.
(suplicante)
¡Le ruego que aparezca bien claro, para descargo de mi propia conciencia: porque yo puse todos los medios...!
interrumpiendo con desdén, y completando la idea)
¡Para disuadirme de que le infiriese ese ultraje! (Al Director de la Compañía.) ¡Complázcala, porque eso es cierto! Y yo, aún gozo más, porque el contraste se acentúa: cuanto más
suplica ella y con más ahinco intenta entrar en su corazón, tanto más se aleja aquél: se «ausenta». ¡Qué bien!
Pero, ¿comenzamos, sí o no, este segundo acto?
¡Me callo! ¡Pero piense usted que no será posible componer todo el acto en el jardín, como usted quisiera!
¿No será posible?
No; porque él (indicará de nuevo al Hijo), siempre está encerrado en su habitación, aislado. Además, como le he dicho, es allí, en la casa, donde se desarrolla la acción de ese pobre muchacho que ve usted ahí, cohibido.
Está bien. Pero comprenderá usted que no va a ser posible poner como a la antigua, un cartel anunciando el decorado, en vez del decorado mismo, ni tampoco hacer tres o cuatro mutaciones por acto.
¡Eso se hacía en cierta época!
Sí. Cuando el público era quizás como esa niña...
Y era más fácil crear la ilusión...
(con ímpetu)
¿La ilusión? ¡Le ruego que no pronuncie esa palabra porque es muy cruel para nosotros!
(turbado)
¿Por qué?
¡Cruel, muy cruel! ¡Y debería usted comprenderlo!
¿No está, acaso, bien dicho? (Repitiendo:) ¡La ilusión de crear aquí, ante los espectadores...!
(siguiendo el razonamiento del Director de la Compañía)
...Con nuestra representación...
(completando)
...La ilusión de una realidad!
Sí, lo comprendo muy bien. Pero en cambio, quizás no pueda usted comprendernos a nosotros, y perdóneme la franqueza: porque para usted y sus actores, y es muy lógico, se trata solamente de un juego de papeles.
(interrumpiendo, indignado)
¿Qué quiere usted decir? ¿Es juego de niños lo que hacemos? ¡Nuestra misión en el teatro es una cosa seria!
No seré yo quien diga lo contrario. Comprendo, efectivamente, que los recursos de su arte deben dar, precisamente, como dice el señor (indicando al Director de la Compañía), una perfecta ilusión de realidad.
¡Así es, efectivamente!
Pues bien. ¿Es que cree usted que nuestra realidad es sólo una ilusión, y que el verdadero drama no es una realidad palpitante en nosotros? ¡Ah, no! ¡Eso no!
(confuso, mirando a sus Actores que están también como aturdidos)
¿Qué es lo que quiere usted decir con eso?
(después de observarlos unos instantes, dibujando una leve sonrisa).
Digo, señores, que lo que para ustedes es una ilusión a crear, es ya para nosotros una realidad creada, la única, la nuestra. (Breve pausa, avanzará algunos pasos hacia el Director de la Compañía y continuará:) Y no sólo sabemos nosotros que esta realidad es nuestra y no suya, sino que ustedes también lo saben. (Le mirará a los ojos.) ¿Puede usted decirme quién es usted?
(turbado, apuntando una sonrisa)
¿Que quién soy? ¡Soy yo!
¿Y si yo le replicase, que no es verdad, sino que usted es otro: yo, por ejenaplo?
¡Le contestaría a usted que está loco de remate! (Los Actores reirán).
¡Sí les sobra razón para reirse! ¡Como que sobre estas tablas todo es ficción y juego! Y usted puede argüirme que sólo por juego, aquel señor (indicando al Primer Actor) que es «él», debe ser otro, ser «yo»! Cuando por el contrario, mi realidad es exclusivamente mía, como lo afirmaba usted de la suya hace un instante, llamándome loco, sin imaginar que caía en la ratonera. (Los Actores volverán a reir).
(fastidiado)
Pero ¿no lo hemos dicho ya todo esto? ¿Es que comenzamos de nuevo?
¡No, no! No es esto lo que en efecto quería decir. Yo le invito a que abandone este juego (mirando a la Primera Actris, como anticipándose a una contestación) ¡de arte, de arte! que es la profesión habitual de usted y de estos señores. Y de nuevo vuelvo a preguntarle, seriamente: ¿quién es usted?
(volviéndose extrañado e irritado, a los Actores)
Pero ¿han visto qué desenfado? ¡Uno que se presenta como personaje y viene a preguntarme quién soy yo!
(con dignidad, pero sin altivez)
¡Un personaje puede preguntar siempre a un hombre quién es! ¡Porque un personaje posee una vida verdaderamente suya, impresa con caracteres propios, por los cuales es siempre «alguien»! Mientras que un hombre, conste que no lo digo ahora por usted... un hombre, así, genéricamente, ¡puede no ser «nadie»!
¡Sí, pero en este momento, me lo está usted preguntando a mí, que soy el Director, el Director de la Compañía! ¿Ha comprendido?
(casi en voz baja, con dulce humildad)
¡Si, pero es porque quisiera saber si usted ve su realidad actual, del mismo modo que, por ejemplo, ve, a distancia del tiempo, su realidad pasada, con las mismas ilusiones, con cuanto en torno y dentro de esa realidad existía. Pues bien. Pensando de nuevo en aquellas ilusiones que en usted no existen ya; en todo aquello que ha dejado usted de ver como veía en algún tiempo, ¿no advierte que no puede llamarse realidad al curso veleidoso de una vida que va convirtiendo en ilusiones del mañana todas nuestras realidades de hoy?
(sin haber comprendido bien, aturdido aún por la especiosa argumentación)
¿Y qué quiere usted demostrar con todo esto?
¡Nada, nada! Demostrarle que si nosotros (indicará de nuevo a los Personajes) no tenemos otra realidad aparte de esta ilusión fugaz, que no es otra cosa que el continuo sucederse de ilusiones, será discreto que comience usted también a desconfiar de la suya, de esa realidad que en usted palpita hoy y que, como la de ayer, se convertirá en ilusión mañana.
(resolviéndose a tomarlo en broma)
¡Lo que dice usted está muy bien dicho! ¡Y debe añadir además, que usted, en esta comedia que viene a representar aquí, es más verdadero y más real que yo!
(con máxima seriedad)
¡No me cabe la menor duda!
¿De veras?
Y además creía que así lo había comprendido usted desde el primer momento.
¿Usted, más real que yo?
¡Desde el momento en que su realidad puede cambiar de hoy a mañana...!
¿Quién lo duda? Cambia la mía continuamente como cambia la de todos.
(con un grito)
¡Ah, no! ¡La nuestra, no! ¿Ve usted ahora, claro, en qué consiste la diferencia? Mi realidad de personaje, creación del ingenio humano, no puede cambiar ni ser jamás otra, porque está forjada en raí, como soy, para siempre. ¡Y esto es lo cruel! Esta eternidad que hace eterno mi dolor: eternidad que debería atormentarles porque por ella apenas pasa rozando el arte de ustedes.
(con ímpetu, parándose delante de él, como asaltado por una idea repentina).
¿Quiere usted decirme si ha visto alguna vez a un personaje que se destaque de su propio papel para explicarlo, defenderlo y ofrecerlo como lo está usted haciendo? ¡Porque yo no he visto nunca semejante cosa!
¡Cómo ha podido verlo nunca, si hasta usted siempre llega la obra acabada, tras la que se oculta el dolor espiritual de quien la crea! Cuando los personajes han cobrado vida verdadera en el espíritu de su autor, éste no es ya sino un instrumento ciego de la creación, impelido a seguirlos en sus actos, en las palabras y en los gestos que ellos mismos le imponen. Y ¡ay, si no los forjara él como ellos quieren ser forjados! ¡Cuando de este modo nace un personaje, conquista tal independencia hasta de su propio autor, que, a través de su inmortalidad, podrá ser imaginado por quien quiera, en situaciones, caracteres y significaciones jamás soñadas por aquel que le dio vida!
Es cierto, es cierto; eso no lo ignoro.
¿Por qué, pues, se maravilla de nosotros? ¡Imagínese usted cuál no será la desgracia de un personaje, como ya le he dicho, que, después de haber brotado vivo de la fantasía de un autor, se ha visto negar la vida: y dígame si este personaje, abandonado de tal modo, vivo y sin vida, no tendrá derecho a buscar, como lo hacemos nosotros entre ustedes, forma corpórea después de haber agitado inútilmente la imaginación de quien nos forjó, surgiendo, ante él, unas veces ésta (indicará a la Hijastra) otras, esa pobre madre, otras, yo, apariciones que no eran sino solicitudes o anhelos de realización!
¡Sí: es verdad! También yo, v muchas veces, en la melancolía de su estudio, en la hora del crepúsculo, cuando abandonado a sus meditaciones su pereza le impedía tender una mano hasta la llavecita de la luz, y dejaba que la penumbra lo envolviese, penumbra poblada de imágenes nuestras, también yo, repito, iba a ofrendarme tentadora... (Como si se viese todavía en aquella estancia imaginaria y se sintiese molestada por la presencia de los demás Actores.) ¡Ah, si ustedes se marchasen! ¡Si nos dejasen solos...! (Describiendo). La madre, con ese pequeñuelo... Yo, con aquella niña... Ese muchacho, siempre solo... Luego, yo con él (indicará débilmente al Padre). ¡Y por último, sola... yo sola... en aquella penumbra! (Se levantará de repente como si quisiera asir su propia visión palpitante y lúcida, en la supuesta semiluz.) ¡Ah! ¡Mi vida, la vida mía! ¡Qué escenas, qué escenas íbamos a sugerirle! Era yo, entre todas, la visión más incitadora.
Tal vez por tu culpa, por tus excesivas impaciencias, por tus reiteraciones indiscretas, él, que nos había dado espíritu, nos negó forma.
¡Ah, no! ¡Si es él mismo quien me ha querido así...! (Se aproximará al Director de la Compañía, como confidencialmente). ¡Yo creo que fué más bien por desaliento o por desdén hacia el teatro que el público pide y que el público quiere!
¡Continuemos, continuemos, por Dios! ¡Volvamos a los hechos, señores míos!
¡Yo creo que con nuestra llegada a su casa (indicará al Padre) los hay sobrados para una obra! Además, ¿no decía usted que no podía hacer tres o cuatro mutaciones por acto, ni anunciar las decoraciones como a la antigua?
Precisamente por eso, es necesario combinarlos y agruparlos en una acción simultánea y limitada, y no como usted quiere, presentando ante todo a su hermanito que regresa del colegio y ambula como una sombra por las habitaciones, escondiéndose detrás de las puertas para meditar un plan en el que se... ¿qué dijo usted?
¡Se disipa, señor, se disipa!
¡No está mal dicho! ¡Los ojos, ojos cada vez más grandes y el cuerpo cada vez más flaco! ¿Verdad?
Sí, señor, como usted lo ve (indicará al Muchacho que está al lado de sn madre).
Está bien. Y al mismo tiempo aquella niña debe aparecer jugando, inocente, en el jardín... ¡El en casa y la otra en el jardín! ¿No es eso?
Sí, feliz, envuelta en el sol. Su alegría, su deleite, sus juegos en aquel jardín, son mi única recompensa, porque la arranqué de la miseria, del frío de una horrible habitación donde dormíamos los cuatro, ella, abrazada a mí, ¡imagine usted! abrazada al horror de mi cuerpo contaminado, fuerte, muy fuerte, con sus bracitos inocentes y amorosos. Y en el jardín, apenas rae veía, corría a cogerme las manos. Y no me traía las flores grandes, como si no las viese; en cambio descubría todas las flores pequeñitas, como ella decia, y quería enseñármelas acariciándome.
¡Está bien! Pondremos el jardín, pondremos el jardín y allí agruparemos las escenas. (Llamando con un nombre a un tramoyista.) Pon unos apliques de árboles. ¡Enseguida, enseguida! Que se vea un lado del estanque. (Volviéndose a mirar al fondo del escenario.) ¡Sí, ya veo que está puesto! ¡Está muy bien! (A la Hijastra) Esto es sólo para dar una idea: lo menos mal posible.
El muchacho, en vez de esconderse detrás de la puerta de las habitaciones, rondará por el jardín, escondiéndose detrás de los árboles. Ahora comprenderá que va a ser difícil encontrar una niña que haga bien la escena con usted cuando le enseña las florecillas. (Volviéndose al Muchacho.) Acerqúese, acerqúese. Intentaremos antes componer la escena con usted. (Y al ver que el Muchacho no se mueve:) ¡Acerqúese, acerqúese! (Después, viéndolo avanzar asombrado y temeroso:) ¡Ah! Le repito a usted que es una verdadera desdicha ese muchacho...! ¡Así no es posible...! ¡Cuando menos sería necesario que dijese algo...! (Se acercará al Muchacho, le pondrá la mano sobre un hombro y lo conducirá detrás de los árboles.) ¡Venga, venga un momento...! ¡Necesito ver el efecto! ¡Escóndase un poco aquí... así...! ¡Pruebe a asomar la cabeza, a espiar...! (Se distanciará para ver el efecto y apenas el Muchacho ejecute la acción, con una realidad impresionante:) ¡Sí, sí, eso es; está muy bien...! (Volviéndose a la Hijastra.) ¿Y si la niña, ahora, le sorprendiese espiando, y corriendo hacia él consiguiese hacerle hablar...?
¡No espere usted que se le arranque una palabra mientras esté aquel presente! (Indicará al Hijo.) Para conseguirlo sería necesario que usted lo despidiese.
(poniéndose de pie)
¡Inmediatamente y de muy buena gana! ¡No estoy pidiendo otra cosa! (Hará como que se marcha).
(rápido, deteniéndolo)
¡No, no! ¿A dónde va usted? ¡Espérese!
La Madre se levantará vacilante, angustiada ante el temor de que, en efecto, se vaya e instintivamente tenderá
los brazos como para impedírselo, aunque sin moverse de su sitio.
(al Director de la Compañía que lo retendrá)
¡Yo no tengo nada que hacer aqui! Déjeme ir, se lo suplico!
¿Cómo que no tiene nada que hacer?
(plácidamente, con ironía)
¡Descuide usted, que aunque no lo detenga, no se irá!
¡Debe representar la terrible escena del jardín con su madre!
(de pronto, resuelto, fieramente)
¡Yo no quiero representar nada! ¡Ya lo he dicho desde el principio! (Al Director de la Compañía.) ¡Déjeme usted ir!
(acercándose al Director de la Compañía)
¿Me permite usted? (Haciendo que suelte al Hijo) ¡Déjelo! (Después, volviéndose al Hijo, apenas el Director de la Compañía lo habrá dejado.) ¡Márchate, si quieres! (El Hijo permanecerá mirándola con desprecio, o más bien con odio. Ella reirá y dirá:) ¿Lo vé usted? ¡No puede, no puede! Debe permanecer aquí, a la fuerza, atado a la cadena, indisolublemente. Si yo, que por el odio que le tengo he de huir para no verlo más, estoy aquí todavía y soporto su presencia y la de los otros, ¡imagine usted, cómo podrá irse si cuando suceda lo que ha de suceder, es él quien ha de quedarse al lado de ese «buen» padre y de aquella madre, hijo único, entonces...! (Volviéndose a la Madre.) ¡Ven, madre, ven! (Volviéndose al Director de la Compañía para indicársela.) ¡Hasta se había levantado para detenerlo...! (A la Madre, llamándola con la mano.) ¡Ven, ven...! (Después, al Director de la Compañía.) ¡Piense usted en lo que sufre su corazón y cómo es posible que se atreviese a mostrar su dolor ante los actores! ¡Pero es tanta la ansiedad de acercarse a él, que aquí está, también, dispuesta a vivir su escena!
En efecto, se acercará la Madre, y cuando la Hijastra haya proferido las últimas palabras, abrirá los brazos
para indicar que accede.
(de pronto)
¡Ella, sí, pero yo no, yo no quiero! ¡Y si no puedo irme permaneceré aquí: pero repito que no quiero representar nada!
(al Director de la Compañía y tembloroso)
¡Usted puede obligarle!
¡No puede obligarme nadie!
¡Te obligaré yo!
¡Espérense, espérense! ¡Hay que llevar primero la niña al estanque! (Correrá a coger la niña la conducirá junto al estanque).
¡Sí, todo simultáneamente!
La Segunda Actriz y El Galán Joven, se destacarán en este momento de los Actores, y aquélla comenzará a observar con mucha atención a La Madre, que estará frente a ella; El Galán Joven hará un rodeo de izquierda a derecha para colocarse frente al Hijo, cuyo papel ha de desempeñar, a fin de estudiar sus gestos y su actitud.
(al Director de la Compañía)
¿Todo simultáneamente? ¡Si eso no es verdad, señor! ¡Si entre ella y yo no hubo escena alguna! (Indicará a la Madre.) ¡Que lo diga ella misma cómo fué!
¡Si, es verdad lo que él dice! Acababa de entrar yo en su habitación...
¡Óigalo usted bien! ¡En mi habitación, no en el jardín...!
¡Eso no importa! ¡Ya he dicho que es preciso agrupar la acción!
(reparando en el Galán Joven que lo observa)
¿Qué quiere usted?
¡Nada! Lo estoy observando...
(volviéndose al otro lado, a la Segunda Actriz)
¡Ah! ¿Y está usted aquí también para imitar su papel? (Indicará a la Madre.)
¡Precisamente para eso! Y creo que debería serle a usted grato este interés de los actores.
¡Sí, se lo agradezco! Pero ¿aún no ha comprendido usted que no puede hacer esta comedia? Nosotros no vivimos en usted, y sus actores no pueden ver nuestras almas más que desde fuera. ¿Cómo ha de reflejarse en ellos, pues, nuestra vida, si son como un espejo que hiela en su fondo nuestra imagen y nos la ofrece después con una mueca tan desfigurada que ni aun nosotros mismos podríamos reconocerla?
¡Es verdad, lo que dice! ¡Convénzase usted!
(al Galán Joven y a la segunda Actriz)
¡Apártense! (Volviéndose al Padre y al Hijo.) ¡Lo que ustedes quieran!
¡Todo es inútil: yo no me presto a este impudor!
¡Cállese ahora: déjeme oir a su madre! (A la Madre.) ¡Había entrado usted...!
Si... Necesitaba descargar la angustia que me oprimía y fui a su habitación... pero apenas me vio entrar...
No hubo escena alguna porque me alejé. He evitado siempre todo encuentro doloroso.
(con añicción)
¡Sí, sí: es cierto!
Sin embargo, ahora es indispensable que esta escena entre usted y ella se lleve a efecto.
(con dulce humildad)
¡Tanto lo ansio que a todo estoy dispuesta! ¡Ojalá consiga usted que pueda hablarle un instante para decirle cuánto sufro!
(acercándose al Hijo, violentísimo)
¡Por tu madre, por tu madre, debes consentir!
(más resuelto que nunca)
¡Yo no hago nada!
(cogiéndolo por el pecho y sacudiéndolo)
¡Obedece, obedece! ¿No oyes como te está hablando? ¿Dónde está tu corazón de hijo?
(cogiéndolo también)
¡No, no! ¡Acabemos de una vez! (Agitación general. La Madre, despavorida, pretenderá interponerse y separarlos).
(como antes)
¡Por caridad, por caridad!
(sin dejarlo)
¡Debes obedecerme, debes obedecerme!
(casi llorando de rabia, gritará:)
¿Pero qué locura te ha cogido? (Se habrán separado.) ¡Es un impudor mostrar ante todos su vergüenza y la nuestra! ¡Yo no quiero, no quiero y estoy seguro de que interpreto la voluntad de quien no quiso llevar a la escena nuestra ignominia!
Entonces, ¿por qué han venido ustedes?
(señalando al Padre)
¡Ha venido él: yo mo!
Pero, ¿no está usted también aquí?
Es él, quien ha querido venir, arrastrándonos a todos y prestarse a combinar con usted no ya sólo lo que realmente ha ocurrido, sino por si no bastase, hasta lo que no fué.
¡Cuente usted al menos lo ocurrido: dígamelo a mí! ¿Se alejó usted sin decir una palabra?
Sí. Me alejó sin decir nada, para evitar toda escena embarazosa.
¿Y qué hizo usted, después?
¡Nada...! ¡Al atravesar el jardín...! (Se detendrá sombrío).
(incitándole cada vez más a que hable, impresionado por su reserva).
¡Al atravesar el jardín...!
(exasperado)
¿Pero por qué quiere obligarme a que lo diga? ¡Es un tormento, es un tormento!
La Madre, temblorosa, con sofocados gemidos, mirará hacia el estanque.
(en voz baja, notando aquella mirada, se volverá al Hijo con creciente ansiedad).
La pequeñita ¿verdad?
¡Se ahogaba en el estanque!
(indicando piadosamente a la Madre)
¡Y mientras tanto, la madre, ajena a todo, lo seguía! (Indicando al Hijo).
(al Hijo, con creciente ansiedad)
¡Y entonces usted...!
¡Corrí, corrí a salvarla...! ¡Pero de repente, me detuve, porque detrás de aquellos árboles, vi un espectáculo que heló mi sangre: el muchacho estaba allí inmóvil, con ojos enloquecidos, mirando en el estanque a su hermanita ahogada... (La Hijastra, que estará inclinada junto al estanque escondiendo a la niña, sollozará.) ¡Quise acercarme, pero entonces...!
Suena un disparo de revólver, detrás de los árboles, donde El Muchacho ha estado escondido.
(con un grito desgarrador, corriendo con muchos de los Actores^ entre la confusión general)
¡Hijo mío, hijo mío! (Y después, entre la confusión y los gritos desordenados de los demás:) ¡Auxilio, auxilio!
(intentando abrirse paso entre el tumulto, mientras el Muchacho será levantado por la cabera y los pies y conducido fuera.)
¿Se ha herido, se ha herido de veras?
¡Sí, sí! ¡Está muerto, está muerto!
¡No! ¡Todo ha sido una ficción! ¡No lo crea usted! ¡Ficción, pura ficción!
(con un grito agudísimo)
¡No! ¡No es una ficción! ¡Es la realidad, la realidad, señores! (También él correrá desesperadamente).
¿Ficción? ¿Realidad? ¡El diablo que se los lleve a todos! ¡Jamás me ha ocurido nada semejante! ¡Lástima de tiempo que he perdido!
- ↑ Lit. y arte dramático en España, por el conde de Schack.
- ↑ Storia della letteratura italiana por F. De Sanctis, vol. II. Léase además la bellísima pintura del capitán Spavento en la Antologia della critica dell arte e dell erudizione, por Francisco Flamini.
- ↑ Alude el autor a León Gala y a Silia, su esposa, personajes de su comedia, El papel de cada cual. (Il ginoco delle partí).