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Semblanza de El Duque de Osuna

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EL DUQUE DE OSUNA.




¿Quién no ha oído alguna vez decir á sus padres cuando de niño ha pedido algo que costaba muy caro: ¿Te figuras, muchacho, que eres hijo del Duque de Osuna?

¡Más rico que el Duque de Osuna! Esto es un proverbio en España. La realidad y el vulgo, unidos, han hecho de esta casa solariega el colmo de la grandeza y de la esplendidez.

Porque la reputación de los Rostchilds, los Mackays, los Camondos, en Europa; de los Manzanedos y de los otros millonarios contemporáneos en España, es pura y sencillamente el dinero, mientras que la fama de los Osunas es de lujo, de ostentación, de algo parecido á lo maravilloso.

La generación actual, como la anterior, han oído hablar de las mesas puestas en todas las capitales de Europa para recibir al señor Duque á cualquier hora que llegare, en sus diferentes palacios y castillos; su palacio de Madrid, cuyas puertas se abrieron hace dos años después de una larga clausura, nos pareció la resurrección del feudalismo. Se dan papeletas para visitar la armería, como para verlos establecimientos del Estado; su biblioteca es célebre; en un pueblo de Alemania, donde tiene una casa de campo, nos refirieron hace diez años que cuando el Duque iba á pasar diez ó doce días, nadie podía hacer componer el reloj, porque el relojero del pueblo no podía, según orden-contrato, dedicarse durante la estancia del Duque en el pueblo, más que á los relojes de su Excelencia.

Y sin embargo, se ha dicho que el Duque que acaba de morir era el más pobre de los Osunas habidos y por haber. Su testamentaria pasa por el expediente más intrincado de la nación. Los acreedores de esta gran casa, según voz pública, figuran por centenares de millones, y aun así y todo, ha sido el embajador más ostentoso que España ha tenido en la corte más aristocrática del mundo.

— Después de él — decía hace once años un diplomático — ¿quién podrá ir á San Petersburgo?

Asombra, en efecto, la enumeración de sus larguezas en la corte del Czar.

Se sabe que solamente en abanicos regalados á las damas rusas gastó allí sesenta mil duros.

En cierta ocasión, el padre del Czar actual le regaló un perro soberbio.

El Duque habló de sus perros de España. El Czar dijo que nunca había visto perros españoles.

Aquella noche los secretarios del Duque enviaron á España telegramas que costaron seis mil y pico de reales. A los cinco días el Czar tenía delante de sí un pastor español con seis perros magníficos, llegados todos en trenes express, á todo gasto....

¿Quién pudiera referir todas las magnificencias que se cuentan de los Téllez Girón celebérrimos, y potísimos? Hay algo en ellos de fantástico, de legendario; son los últimos restos de aquella nobleza más poderosa que el rey y más fuerte que el clero, ante la que el pueblo miserable y servil se humillaba deslumbrado por su esplendor esencialmente español. Son el mundo antiguo que desaparece....

El Duque, cuya muerte se anuncia hoy, era militar; muy joven aún, fué nombrado embajador de España en Rusia, y los Gobiernos que se sucedían le conservaban allí, convencidos de que nadie como él podía representarnos en grande.

Yo había oído hablar tanto de los Osunas, que nunca me parecían seres reales.

Más de una vez creí que ya no existían sino en los retratos ahumados del palacio de las Vistillas....

Un día me dijo Grilo:

— Ven esta tarde á casa de la Condesa de Montijo. Va el Duque de Osuna....

Me apresuré á visitar á nuestra ilustre amiga. Efectivamente, á eso de las cuatro el criado anunció al Duque, que acababa de llegar de Alemania.

¡Qué efecto nos produjo aquel hombre!

Era un viejo algo rechoncho, pálido, ¡qué digo pálido! amarillo como la cera, con los ojos muertos; entró arrastrando los pies; no veía, iba casi á tientas.... no habló más que de su mala salud y de un sin fin de baños y aguas minerales que había tomado ó pensado tomar; unas aguas con nombres imposibles.

Grilo y yo nos consideramos más ricos que él.

Yo lo dije poco después en unos versos á mi amigo, en los que ya me he declarado pobre y contento....

— ¡Y pensar que ese hombre es ese Duque de Osuna, con cuya fortuna sueña tanta gente! —decía el poeta de las ermitas, y añadía:

— Dí la verdad; ¿qué le encuentras de envidiable?

— ¡La mujer! — exclamé.

Era, en efecto, la Duquesa su esposa, hoy Duquesa viuda, una hermosísima dama en todo el éclat de la belleza. Al retirarse del salón, ella le ofreció el brazo á él, porque, ya lo he dicho antes, el Duque no veía.

A los dos ó tres días le volví á ver en un baile dado por el Marqués de Vinent.

— Osuna, Osuna —decían los convidados en voz baja; y le abrían paso.

Iba cargado de placas, bandas, estrellas y rosetas de todas las órdenes del mundo.

Se le admiraba como si á todos nos hubieran dicho;

—Ese que viene por allí toma chocolate con diamantes, y en lugar de pastillas para la tos traga monedas de cinco duros.

Los mismos nobles, los aristócratas de raza, le miraban como á superior.

Era un español sesenta veces Conde, Duque y Marqués, veinte ó treinta veces Grande de España. Desde Cádiz hasta la última aldea rusa ha sonado su nombre como derrochador de oro..... era el Duque de Osuna y del Infantado, lo cual es como llamarse Madrazo en las artes, ó Alcalá Galiano en la política, ó Céspedes entre los comerciantes, ó Salamanca en los negocios, ó Saavedra en la literatura, ó Guillén en la tauromaquia.

Su residencia de Beauraing, en Bélgica, donde ha muerto á los setenta y dos años, después de una gloriosa existencia dedicada á gastar dinero, es esplendidísima. En ella han pasado temporadas algunos Soberanos de Europa sin echar nada de menos de lo que abunda en sus palacios.

Una gran parte de su fortuna, dice hoy un periódico parisién al anunciar su muerte, va á pasar á la Marquesa de Javalquinto, una dama que tiene las manos más bonitas de España.

¡Y ahora más!