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Semblanza de Eulogio Florentino Sanz

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EULOGIO FLORENTINO SANZ.




«Te dedico este proverbio antes de que sea juzgado por el público respetable. Muéveme á tal proceder haberte oído aprobar completamente mi trabajo y encontrarle acomodado á tu manera de sentir. Es tan raro que tú apruebes, y suelen ser tus censuras tan atinadas, que aunque esta obra no merezca mañana la aprobación de mis espectadores, yo habré quedado satisfecho al saber que fué cosa de tu gusto, convencido como estoy de que tu gusto es delicado.»

Así decía la dedicatoria de mi proverbio No la hagas y no la temas.

De esto hace ya bastantes años. Ya Florentino Sanz y yo nos conocíamos de antiguo y éramos íntimos amigos.

El origen de nuestra amistad fué muy curioso.

Había yo escrito en La Discusión cierta quisicosa sin firma, y se discutía en el Casino de Madrid sobre de quién sería.

Entré en aquel momento y dije á los ilustres desocupados que había alrededor de la chimenea:

— Señores, no discutir más; eso es mío.

Se levantó entonces Sanz y me dijo:

— ¡Ah! ¿Es de usted? ¡Pues oye!

Y me llevó aparte para darme consejos y dedicarme cariñosas censuras.

Su cualidad distintiva era el orgullo.

Orgullo de su propio valer, llevado hasta la exageración; ¿qué digo hasta la exageración? ¡hasta la miseria!

Prefería morirse de hambre á escribir versos que, según él decía, no habían de entender las gentes.

Desde que dió al teatro su comedia Achaques de la vejez, juró no escribir más. Nuestras discusiones sobre esta resolución eran muy animadas.

Daba yo á la escena tres ó cuatro comedias al año, y esto le parecía á mi inolvidable amigo el colmo de la abnegación.

— ¡Entregarse de ese modo á unos cómicos tan malos! ¡Me haces el efecto de un hombre que engendrara hijos para arrojárselos á las fieras!

Y no había medio de convencerle de su error.

— Mira — me dijo en cierta ocasión — tengo pensado y anunciado por ahí hace tiempo un drama que se llama El puñal y la escarcela.

— ¡Ah! ¿Al fin oiremos otro drama tuyo?

— No. Espera.... Tú que vas por ese mundo que aborrezco, de magnates ó de banqueros, búscame un rico muy bruto que me de ocho mil duros por el drama y lo firme. Te respondo de que gustará, y al hombre puede convenirle ser autor dramático.

¡Cómo pintaba este rasgo su manera de ser!

Quería que su drama tuviese el precio en que él lo tasaba.

¡El puñal y la escarcela! — decía yo. — ¿Será un drama de capa y espada?

— No, hombre, no; pero si lo anunciase con el título de Fulano de tal, ó El gabán de pieles, ó La Condesa viuda, no llamaría la atención, porque aquí no gustan más que los dramas, y por eso empecé yo mi breve carrera con el Don Francisco de Quevedo....

Y añadía:

— Querido, aunque escribas más comedias que Lope de Vega, no harás el ruido que produce cualquier autor vulgar en un drama que destrocen á gritos los actores. Voy á ponerte ahora mismo un ejemplo del paladar nacional. Ahí tienes á nuestro amigo Gººº [1], un banquero, persona distinguida que ha viajado por Europa. Todas las noches cena en aquella mesita junto al balcón.

Y dirigiéndose á él:

— ¿Qué va usted á cenar, Joaquín?

— ¡Hombre! he dicho que me suban de los Andaluces un bacalao á la vizcaína..... Florentino me dijo al oído:

— ¡Dales comedias delicadas á éstos!

Era ocurrentísimo en la conversación, y se distinguía por un buen gusto literario exquisito.

Cuando aparecieron las Rimas de Becquer, las impuso al Casino, que era su verdadera casa y hogar, á fuerza de repetirlas. Tenía muchos puntos de contacto con el poeta á quien celebraba. Era, como él, obscuro, soñador, independiente y desgraciado.

Le encantaba la vida misteriosa. Se había propuesto no dar versos al público, pero hacía composiciones á un sin fin de cursis adoradas, como llamaba él á las mujeres que conocía por ahí en cafés apartados del centro, en teatros de tercer orden, en los paseos solitarios, en las iglesias más lejanas.

— Hay mucha delicadeza oculta - me decía. — Mujeres á quienes nadie conoce, y que si llevaran un título y tuvieran un coche pasarían por modelos de esprit, porque el mundo es así y el vulgo llena las dos terceras partes del globo.

Era un hombre que nunca necesitaba más que un duro. Su constante hastío parece reflejarse en aquellos versos del personaje de su drama:

Cansado estoy de cansarme
Y aburrido de aburrirme;
¡Necios! venid á enseñarme
Cómo debo de arreglarme
Para poder divertirme!

En su conversación, siempre graciosa, había frases que han quedado.

Ganó una vez al juego tres mil reales que le resolvieron muchas dificultades.

Y decía:

— No lo puedo negar. ¡Hay una Providencia!

A los pocos días un amigo le pide prestados diez pesos.

El poeta, enseñando los bolsillos vacíos:

— ¡La Providencia está de veraneo!

Hubiera sido un escritor festivo sin rival. El puso en moda aquellas moralejas' de que tan graciosas muestras nos han dejado Miguel de los Santos Alvarez, Narciso Serra, el general Ros y otros contemporáneos.

Yo tengo una de Florentino Sanz que dice:

Un sobrino carnal, corto de alcances,
Á vuelta de muchísimos percances
Que le tenían harto,
Estaba enfermo, y triste, y sin un cuarto.
Era como una malva
Y madrugaba siempre con el alba;
Y Dios, que es el demonio (!!!),
Le hizo hablar á su tío Don Antonio,
Que era de los más brutos,
Y conversó con él cuatro minutos.
Madruga con calor en el verano,
Y también en invierno, aunque haga frío,
Y si hablas con tu tío muy temprano....
Hablarás muy temprano con tu tío!

Gran empeño tuve de escribir una semblanza suya para comenzar con ella un tomo.

— Hablemos antes de eso.

— Hablemos cuanto quieras.

— ¿Vas á pintarme como soy?

— Sí.

— ¿Con todos mis defectos?

— Sin duda.

— Pues espérate á que me muera, porque entonces los defectos parecerán muy bien.

Le he cumplido la palabra. ¡Oh tierno amigo de mi alma! Descansa en paz; en mi memoria vives.

  1. D. Joaquín de la Gándara.