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VALDEGAMAS, MARQUÉS DE.
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Empezaremos diciendo que es el señor don Juan Donoso Cortés, y en esto le hacemos un especial favor, porque por su título, como es tan moderno y no procede de un mérito notorio, quizá no haya en España, fuera de Madrid, veinte personas que lo conozcan.
Es S. S. un orador que no tiene rival en su género; es un orador sagrado, y que por lo tanto, según le dijo con oportunidad y precisión el Sr. Cortina, tiene sobre todos los demás oradores del Congreso la inmensa ventaja de que sus discursos nunca son rebatidos, porque nunca son contestados. Hace años que S. S. si algo habla de las cosas terrenas solo es para explicar la relación en que están con las cosas sobrehumanas: así es que todos le oyen con admiración y religioso recogimiento. Su señoría es en el Congreso un predicador elocuente, y si hemos de dar crédito á sus palabras, un profeta que tiene la sagrada misión de amonestar á la generación presente, y de ponerla en buen camino para evitarle los peligros que le amenazan.
En 4 de enero de 1849 reveló S. S. que Dios manda el Universo constitucionalmente; ¡revelación terrible para los que pretenden ser reyes por derecho divino! Dijo mas S. S.: dijo que Dios en casos apurados suele resumir en si todos los poderes, convirtiéndose en dictador! Revelaciones de esta importancia pasman al auditorio, y no puede haber mortal tan osado que se levante á contradecirlas. ¿Cómo se concibe que en medio del silencio y de la religiosa atención de los oyentes, cuando un ministro del Altísimo predica en nuestras catedrales, hubiese uno tan atrevido que levantase su voz para contradecir sus proposiciones? Esta es la ventaja que tiene el señor Donoso Cortés, porque es un orador sagrado.
Sin embargo, como no es artículo de fe dar entero crédito á todo lo que diga S. S., y como aunque se le tenga por profeta suele haber profetas falsos, nosotros no estamos de acuerdo; porque somos cristianos rancios de los que creen que la omnisciencia, la presciencia y la omnipotencia, son atributos propios é inseparables del Ser Supremo, y que están en contradicción con la distribución de poderes que hay en los gobiernos representativos, con la falta de previsión para evitar dislocación ó irregularidad en la majestuosa marcha del Universo, y con esa necesidad de apelar á medidas extraordinarias, que tienen los dictadores. Por supuesto que si hubiera inquisición, ya habrían relegado á S. S. por hereje, á no ser que por la enormidad de sus dislates se hubieran contentado con encerrarlo.
En tal estado se halla el antiguo Quiquiriqui: todos los años cacarea una sola vez, suelta un huevo y se marcha al norte á comentar sus profecías con el conde de Montalembert. Se nos figura que el conde se ha propuesto divertirse con el marqués.
Es S. S. de escasa estatura, delgado, tiene la voz llena, clara y sonora, es fogoso hablando, y nadie le aventaja en la unidad de acción y en todas las reglas exteriores de la oratoria.