Silva Criolla: 08
VIII
Tus pasos vuelve hacia el hogar, ¡oh Bardo!
Yace por tierra el matizado velo
con el cual primavera engalanaba
los montes de tu suelo.
Cantando sin reposo la guacaba
pide lluvias al cielo,
conquistan con la fuerza y la osadía
nidos para el invierno los turpiales;
en los ralos matales
mueve el amor trinada algarabía;
y con tesón rayano en el enojo,
en la verde oquedad de la montaña
el carpintero de bonete rojo
cincela el tronco hasta la dura entraña.
Nueva decoración y nuevo encanto
lucen las atrayentes lejanías
que tu espíritu amó con amor santo.
Grises tapicerías
cubren el horizonte. La llanura
tiene otra vez reverdecido manto.
Como en aquellos días
del venturoso tiempo ya lejano,
en pos de mis pasadas alegrías,
vuelvo a tender la vista sobre el llano.
Caído en la remota lontananza
sin su manto de gloria,
el moribundo sol parece un cirio
que alumbrase honda cámara mortuoria.
El viento, sin rumor, apenas risa
la silente laguna en cuyo espejo
invisible dolor vertió ceniza.
Y con vuelo despacio,
de la tarde a los pálidos reflejos,
las garzas que se van, que se irán lejos,
pueblan de cruces blancas el espacio.
Hoy como ayer, andando a la ventura,
absorta la mirada, lento el paso,
trayendo margaritas del ocaso,
miro bajar la noche a la llanura.
¡Mas de pronto pensando que fue triste,
pensando con dolor, pensando en ella,
me arrodillo en el polvo del camino
que en hora igual de gozo vespertino
recibió las caricias de su huella!
¡Oh destino de todos los que amaron!
¡Oh destino cruel! ¡Tú me condenas
a buscar en las móviles arenas
unas huellas que ha tiempo se borraron!
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Llanura o cielo, cúspide o abismo;
¡santa naturaleza!
para el dolor que vivo en tu grandeza
¿cuál palabra mejor que tu mutismo?
¡Oh Madre! El áureo broche de tus días,
y tus campos que amó la primavera,
retienen prisionera
el alma de mis muertas alegrías!
Hoy como ayer, y de la noche oscura
bajo la inmensa nave,
en tono triste, quejumbroso y grave
brota doliente canto en la llanura;
y trae breve silencio, cual sonoro
trueno de burlas el cantor vecino,
en son de fiesta, alcaravanes pardos,
abierta el ala de purpúreos dardos,
rompen a carcajadas en su trino.
De pavura o dolor, el grave canto
y la seguida estrepitosa burla,
de crueldad casi humana,
hieren mi corazón, lo hieren tanto
que anheloso y de prisa me levando
a mirar si está sola la sabana.
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Del camino a la vera
fingen los alineados matorrales
muda legión de sombras espectrales
en momentos de espera.
Alada flor de broche diamantino,
errante flor de fúlgida hermosura,
flor de luz: el cocuyo peregrino
irradia en la espesura.
Y, náufrago en la noche ribera,
mi espíritu se abstrae
pensando que de un mar desconocido
el llamo es una ola, que ha caído,
el cielo es una ola, que no cae.