Silva VI (Gatomaquia)

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​Gatomaquia​ de Lope de Vega
Silva VI
         Cuando el soberbio bárbaro gallardo
llamado Rodamonte
porque rodó de un monte
supo que le llevaba Mandricardo
la bella Doralice,
como Ariosto dice,
a dieciséis de agosto
(que fué muy puntüal el Ariosto),
cuenta que dijo cosas tan extrañas,
que movieran de un bronce las entrañas,
prometiendo arrogante
no ver toros jamás, ni jugar cañas,
aunque se lo mandasen Agramante,
Rugero y Sacrípante,
ni comer a manteles,
ni correr sin pretal de cascabeles,
ni pagar ni escuchar a quien debiese,
porque más el enojo encareciese,
ni dar a censo, ni tomar mohatra,
ni pintar con el áspid a Cleopatra.
Y lo mismo decía cuando el rapto
de Elena fementida
el griego rey Atrida
contra el pastor, para traiciones apto,
que dió en el monte Ida
en favor de Acidalia la sentencia;
que hay muchas de la Vera de Plasencia.
que vienen más tempranas
si las hacen los ojos
de juveniles bárbaros antojos;
que aun no repara en canas
esto que todos llaman apetito,
y más donde no tienen por delito
que la santa verdad corrompa el premio.
  
       Mas todo ese proemio
quiere decir, en suma,
aunque era campo de extender la pluma,
lo que el valiente Micifuf, oyendo
el suceso estupendo
del robo de su esposa,
Helena de las gatas,
djo con voz furiosa,
cando, galán venía a desposarse,
tan imposible ya de remediarse.
De las tremantes ratas
fugitivo escuadrón, con pies ligeros,
temeroso ocupó los agujeros,
y arrojando la gorra,
que fué de un minestril de Calahorra,
hizo temblar la tierra,
a fuego y sangre prometiendo guerra.
Ferrato, ya perdida la esperanza,
mesándose las barbas y cabellos
blancos, que nunca blancos fueron bellos,
culpaba su tardanza,
porque las dilaciones
pierden las ocasiones;
porque en la calva tienen un copete,
que sólo se le coge el que acomete;
porque aguardar a que la espalda vuelva,
es seguir un venado por la selva;
que alcanzarle no fuera maravilla
quien le fuera siguiendo por la villa.
Micifuf la tardanza disculpaba
con que lejos vivía
el zapatero que esperando estaba
(¡oh, cuántos males causa un zapatero!),
y que, después, calzarle no podía,
aunque los dientes remitiese al cuero,
las botas justas, que, con calza larga,
era la gala entonces; que, por fresco,
dicen autores que mató el griguiesco,
por quitar la opresión de tanta carga.
¡Oh, quién, para olvidar melancolías
de las que no se acaban con los días,
un gato entonces viera
con bota y calza entera!
Pero ¿dónde me llevan niñerías,
que en Italia se llaman "bagatelas",
ingiriendo novelas
en tan funestos casos,
más dignos de Marinos y de Tasos
que de Helicona son solos y soles,
que de mis versos rudos españoles?
  

      Lloraba Micifuf, lloraba fuego,
que fuego lloran siempre los amantes,
arrojando los guantes,
a quien los cultos llaman "chirotecas"
(¡oh, bien hayan Illescas y Vallecas!),
sin admitir un punto de sosiego,
como en París el moro, en Troya el griego.
No suele de otra suerte pasearse
quien tiene algún estraño desconcierto,
sin que pueda apartarse
del negocio que trata,
pálido el rostro, de sudor cubierto,
como ya por su honor, ya por su gata,
inquieto Micifuf se condolía
por dilatar de su venganza el día.

      En tanto, pues, que amigos y parientes
consultaban el modo
cómo acabar del todo
agravios tan infames y insolentes,
Marramaquiz estaba
solicitando el pecho
de Zapaquilda, de diamantes hecho,
que en la dura prisión perlas lloraba,
a guisa de la Aurora,
que parece más bella cuando llora;
que la mujer hermosa,
cuando baña la rosa
de las mejillas con el tierno llanto,
aumenta la hermosura,
si no da voces y en el llanto dura.
Marramaquiz, en tanto,
produciendo concetos,
de su locura efetos,
ya en prosa, ya en poesía,
desvelado la noche y triste el día,
se alambicaba el mísero celebro;
No dejaba requiebro,
que no imitase tierno a los orates
que el mundo amantes llama,
y de la tierna dama
amores y cariños,
hasta los disparates
que les dicen las amas a los niños
cuando los dan el pecho las mañanas,
con intrínseco amor diciendo ufanas:
«Mi rey, mi amor, mi duque, mi regalo,
mi Gonzalo»...; mas esto, solamente
mi se llama Gonzalo:
porque fuera requiebro impertinente
si se llamara Pedro, Juan o Hernando:
que convienen las flores con los frutos,
y a las cosas también sus atributos.
Estaba el sol apenas matizando
las plumas de las alas de los vientos,
dando a los dos primeros elementos
esmeraldas al uno, al otro plata,
cuando salía por su amada gata
al soto de Luzón el triste amante,
sin respetar el arcabuz tronante,
a buscar el gazapo entre las venas
de la tierra, que apenas
salir al campo osaba,
y de una manotada le pescaba.
No había pez ni pieza
de vaca en la cocina
que, en volviendo Marina
a buscar otra cosa la cabeza,
no caminase ya por los tejados
para el dueño cruel de sus cuidados;
tan ligero y veloz, tan atrevido,
que no paraba, sin hacer ruido,
hasta sacar la carne de la olla,
del asador la polla,
aunque sacase, por estar ardiendo,
o pelada la mano o con ampolla,
«Fufú, fufú», diciendo.
¡Oh amor! ¡Oh, cuántas veces
de la misma sartén sacó los peces,
sin cuchares de hierro ni de plata!
Y la cruel, a más amor, más gata.
«¿Es posible (decía
con lastimosas quejas),
''¡oh más dura que mármol a mis quejas''!
(porque el gato las églogas sabía)
y al amoroso ''fuego que me enciende
mas helada que nieve, Gatalea'',
que de mi fuego el hielo te defiende
de ese pecho cruel, que me desea
la muerte (que antes sea
la de tu Adonis, Micifuf cobarde,
que gozarás, cruel, o nunca o tarde),
que no te duelen tantas penas mías,
ni el verte tantos días
cautiva en esta torre,
que ni te viene a ver ni te socorre,
qué para aborrecerle te bastaba?
Micilda me buscaba,
Micilda me quería;
por ti la aborrecía,
siendo gata de bien, siendo estimada
por honesta doncella, y retirada
de amigas, de papeles y paseos,
que clandestinos trazan himeneos.
¿Qué no dejé por ti, que te has casado
con un gato afrentado?, que si fuera
afrenta entre los hombres el ser gato,
que la costumbre toda ley altera,
sólo éste fuera gato, por ingrato?»
«No te canses (la gata respondía,
con ojos zurdos de Nerón romano),
Marramaquiz tirano;
que, siendo como es justa mi porfía,
ni he de temer tus daños,
ni me podrás vencer con tus engaños».
«¿Qué obstinación, qué furia
te obliga, Zapaquilda, a tanta injuria?
Mira que la nobleza
de tu celoso amante,
siendo tan arrogante,
a su misma cruel naturaleza
se rebela teniéndote respeto,
añadiendo al ser noble el ser discreto».
Este apóstrofe ha sido
justamente advertido
a la gata cruel desamorada,
por lo que a los retóricos agrada,
que adornan la oración con voces puras
y sacan un retablo de figuras;
que, cuanto a mí, jamás me atravesara
con gente de uñas y de mala cara.
  

       Ya Mizifuf en casa de Ferrato
juntaba deudos, provocaba amigos,
de su dolor testigos,
acusando el cruel bárbaro trato
del común enemigo (que este nombre
como al Turco le daba),
y por que más de su maldad se asombre,
el robo de su esposa exageraba;
que cada cual en su dolor y pena
hasta una gata puede hacer Helena.
Estando, pues, sentados en secreto
en el zaquizamí de su posada,
dijo a la noble junta lastimada,
con triste voz, de su desdicha efeto:
«Aquel justo conceto
que de vuestro valor tengo formado
me escusa de retóricos ambages,
amigos y parientes,
si estuvistes presentes
a la dura ocasión de mi cuidado,
de que tan tarde me avisaron pajes.
que siempre llegan tarde los avisos
a los que son para su bien remisos.
¿Con qué. podré moveros?
¿Con qué podré obligaros?
O ¿qué podré deciros,
que pueda enterneceros,
que pueda provocaros,
si no son los suspiros,
medias voces del alma,
cuando con el dolor la lengua calma?
Éste que aquí no explico
está diciendo el pálido semblante
lo que con muda lengua significo,
pues cuando más la encumbre y adelante,
más corto he de quedar; que los enojos
remiten la retórica a los ojos;
que la muda tristeza muchas veces
el Demóstenes fué de la elocuencia,
y más donde son sabios los jüeces,
que excusan de captar benevolencia;
pues no pudiera en Grecia, en su Liceo,
ver más dotrina que en vosotros veo:
todos Platones sois, todos Catones;
más podrá la razón que las razones».
   

       Yo vine, provocado de la Fama,
a ver de Zapaquilda la hermosura,
por alta mar, del hado conducido,
donde mis ojos encendió su llama,
fuego de fénix, que a los siglos dura,
opuestos a la muerte y al olvido.
Si fuí favorecido,
si agradeció mi amor y pensamiento,
bien lo dice el tratado casamiento,
pues que nos veis, con la ocasión perdida.
ella sin libertad y yo sin vida.
Cortés la quise, sin violencia alguna;
que nunca fué violenta la fortuna.
Cuando pagó mi amor, yo no sabía,
como quien era, gato forastero,
que este tirano a Zapaquilda amaba;
con esto, la primera luz del día,
y con ella su cándido lucero,
en mis ojos brillaba
primero que en las flores,
a su ventana repitiendo amores.
Allí también, en su primera estrella,
la noche me buscaba divertido,
adorando las tejas,
de sus balcones rejas
y dulce elevación de mi sentido,
hasta que hablar con ella,
envidioso, traidor y fementido,
me vio en su celosía,
donde probó mi amor su valentía.
Resultó la prisión; y es tan villano,
que ha engañado a Micilda,
y dándola su fee, palabra y mano
de que será su esposo,
siendo cumplirla el acto más honroso,
Cuando me vió casar con Zapaquilda,
en afrenta de todos sus parientes
y amigos, que presentes
estuvieron atónitos al caso,
echando los más graves por la tierra,
como estaban de boda, y no de guerra,
padeciendo mi Sol tan triste ocaso,
se la llevó con atrevido paso,
celoso el corazón, la vista airada,
hiriendo a quien delante se le, puso;
tanto, que con Garraf, de una gatada,
los botes y redomas descompuso
de un boticario que vivía enfrente;
y como de repente
en un perol cayese desde un banco,
todo le revistió de ungüente blanco,
vertió una melecina,
y paró medio muerto en la cocina.
en ocasión tan dura,
en ocasión tan triste,
que es mármol quien las lágrimas resiste.
Mas quiero epitomar mi desventura:
«¡mi esposa me han robado!
¡Sin honra estoy!». Aquí, si no fué mengua,
fue el silencio la voz, los ojos, lengua,
porque la grave pena,
cortando la razón, dejóle mudo.
Enternecióse el ínclito senado,
haciendo propia la desdicha ajena,
luego que vió que proseguir no pudo,
y respondió Panzudo,
un gato venerable de persona,
aunque pelado de cabeza estaba,
cosa que a muchos buenos acontece
(si bien esto no fué lo que parece
cuando a un amante viene la pelona;
mas golpe que le dió cierta fregona,
que de un menudo que lavar pensaba,
cuando menos atenta te miraba,
asido del principio de una tripa
que a la vista las manos anticipa,
le fue desenvolviendo hasta el tejado,
como cordel de un cabo y otro atado,
del ovillo de sebo el laberinto,
y cada cual de todos participa
deste dolor, como si propio fuera),
dijo con el semblante mesurado,
en prudentes palabras desatado:
«Con justa causa Micifuf espera
verse favorecido,
y vengado también del atrevido
que le robó su esposa,
fatal desdicha de mujer hermosa».
Y respondió Tomillo,
propia razón de gato mozalvillo:
«Por mí ya lo estuviera;
porque con estas uñas se le diera.»
Pero Zurrón, que le miraba enfrente,
le dijo: «Con un gato el más valiente
que han visto los tejados desta villa,
mejor es, a la usanza de Castilla,
escribirle un papel de desafío.»
«No es ése el voto mío
(Garrullo replicó), ni que se intente
venganza de vitoria contingente;
que siempre ha estado en varias opiniones
si ha de haber desafío en las traiciones,
Soy de voto que tome el agraviado
un arcabuz, y aguarde
al gato más valiente, o más cobarde,
castigo de que vive descuidado,
sin miedo del que agravia,
y propio efeto de la noche escura.»
«Si se pudiera ejecutar segura,
fuera venganza sabia
(dijo Chapuz valiente,
gato de buenas partes);
mas son tantas las artes
dese Marramaquiz, gato insolente,
que no dará ocasión que se ejecute,
por mucho que la noche el rostro enlute;
y, de mi parecer, mejor sería
querellarse del robo y castigalle
por términos jurídicos, y dalle
muerte que corresponda a la osadía.»
«Dirán que es cobardía
(Trebejos replicó). Ni esa querella
está bien al honor de una doncella;
que es poner su defensa en opiniones:
que se averigua mal con las razones
aquello que la causa pone en duda;
que no hay para mujeres lengua muda;
que ha dado el mundo en bárbaras querellas,
no pudiendo escusar el nacer dellas.
Pleitos aun no son buenos para gatos,
porque es gastar la vida y la paciencia:
no hay que tratar de tratos ni contratos,
ni andar en pruebas, ni esperar sentencia.
Si aquesta injuria ha de quedar vengada,
remítase a la pólvora o la espada.»
«Bien dice (respondió Raposo, haciendo
debido acatamiento al gran senado)
Trebejos, y no es justo,
aunque se pruebe lo que estáis diciendo
y quede a vuestro gusto sentenciado,
que deis al pueblo gusto,
al teatro sacando neciamente
un gato con capuz y caperuza,
no menor locura que se intente,
no siendo Micifuf el moro Muza,
tratar de desafíos
con quien sabéis que tiene tantos bríos.
Perdóneme Zurrón, Chapuz perdone,
y, aunque la edad le abone,
me perdone Panzudo,
si de su parecer mi intento mudo;
que el mío es juntar gente
para tan grave empresa conveniente,
y, formando escuadrones
de caballos y armada infantería
de toda la parienta gatería,
hacer guerra al traidor, cercar la tierra,
y asestándole tiros y cañones,
batirle la muralla noche y día,
hasta saber qué gente le socorre;
porque si el campo Micifuf le corre,
y el sustento le quita,
y a que deje la plaza necesita,
o en forma de batalla
asalta la muralla,
él se dará a partido,
o le castigaréis siendo vencido.
Sacad banderas, pues; tóquense cajas,
haciendo las baquetas
los pergaminos rajas;
terciad las picas, disparad cometas;
que así cobró su esposa en Troya el Griego:
publicando la guerra a sangre y fuego.»
Calló Raposo, y luego del senado
el voto conferido,
en la guerra quedó determinado,
por ser de todos el mejor partido,
más justo y más honroso;
y dando Mizifuf, como era justo,
los brazos y las gracias a Raposo,
brotando humor adusto,
a hacer la leva de la gente parte.
  

       Perdona, Amor; que aquí comienza Marte,
y sale Tesifonte
a salpicar de fuego el horizonte:
suspende entre las armas los concetos:
pues das la causa, escucha los efetos.