Sindicalismo y anarquismo
Del suplemento semanal de La Protesta. 13 de julio de 1925.
Traducido de "Pensiero e Volontá", de Roma, se publicó en estas mismas columnas un artículo del compañero Malatesta que trata de la relación qué en la teoría y en los hechos, pueda existir dentro el anarquismo y el sindicalismo. El referido camarada plantea una cuestión de contrasentido entre esos dos términos, explica a su modo la función del movimiento obrero y la actividad, de los anarquistas fuera y dentro de los sindicatos y, en una nota final, sutiliza sobre palabras que dice, haber recogido de La Protesta. El artículo de Malatesta generaliza sobre un problema aun no suficientemente discutido y aclarado.
Expone su punto de vista que nos merece el mayor de los respetos, a pesar de no compartirlo ofreciéndonos algunas sugestiones que nos apresuramos a recoger con la intención única de esbozar a la vez nuestra tesis sobre el mismo asunto. Pero la nota que agregó al final de su artículo el compañero Malatesta, nos obliga a aclarar el valor de algunas palabras que posiblemente tengan distinto sentido en Italia y en la Argentina, ya que ciertos términos muy en boga ahora se prestan a frecuentes y lamentables confusiones.
Cuando nosotros nos referimos a la labor culturalista del anarquismo político, no queremos decir que las organizaciones anarquistas especificas (como la italiana y, la francesa, por ejemplo) se limiten a realizar propaganda por medio del libro, el folleto y el periódico, o a conquistar prosélitos dando conferencias en los centros de estudios sociales, ateneos, etc. Tampoco incurrimos en el error de atribuir a esos militantes la intención de esperar capacitar antes a todos los obreros para que la revolución social sea posible. Señalamos, sí, la existencia de un movimiento cultural diluido en el ambiente, impreciso en sus formas de actividad con tendencia a abarcar a todo el conjunto huma¬no con los ideales redentores. Y como no creemos en la eficacia de ese medio, que por su misma im¬precisión pasa desapercibido para los mismos trabajadores, oponemos la propaganda sistemática en los sindicatos y el objetivo anarquista en las organizaciones económicas que Malatesta y otros compañeros consideran como campo neutral en la lucha de tendencias que dividen al proletariado. De esta interpretación del movimiento obrero, particularmente sostenida por nosotros en este país, deduce Malatesta que nuestra oposición al anarquismo político — de partido o de centro cultural— se inspira en el punto de vista anarcosindicalista. Y he ahí precisamente su error. El anarcosindicalismo, aun aceptado como una conjunción de las tendencias anarquistas y sindi¬calistas, es un producto híbrido de este período confuso. Disfraza ese compuesto gramatical, la vieja tendencia reformista aplicada al movimiento obrero, y es, en cierto modo el fruto de la predica de los defensores de la neutralidad ideológica en los sindicatos. Y, sin que esto sea una ofensa para el viejo maestro, declaramos que Malatesta como Fabbri — el teórico de la unidad de clases y de la prescindencia doctrinaria en el movimiento obrero— está más cerca que nosotros del anarco-sindicalismo.
Las palabras no tienen el mismo valor de expresión en todas partes, máxime cuando se trata de rótulos agregados como una novedad a viejas teorías. En Alemania, por ejemplo, el anarcosindicalismo constituye una forma de expresión nueva: es, según Rocker, el sustantivo de la tendencia revolucionaria, lindante con el anarquismo, difundida después de la guerra en los medios obreros para oponer nuevas tácticas de lucha y nuevas conclusiones teóricas a la social-democracia y buscar, en consecuencia, el medio de provocar la quiebra de las organizaciones centrales del proletariado alemán. Pero en los países latinos, de tradición libertaria y federalista, donde la palabra anarquía no causa espanto a nadie, ¿qué necesidad hay de emplear esa etiqueta ambigua? Definidos teóricamente el anarquismo y el sindicalismo, su unión no es posible ni en las palabras. De ahí que únicamente interese a los partidarios de la neutralidad doctrinaria, a los sindicalistas llamados apolíticos y a los que desenvuelven sus actividades en dos planos distintos: en los sindicatos, como asalariados, y en los partidos, como adeptos de una determinada creencia social o política.
Nosotros, como ya hemos dicho, estamos muy lejos de esa tendencia que ahora rotulan anarco-sindicalista. Hemos definido nuestra propia situación en el movimiento obrero, no porque eso nos imponga nuestra condición de trabajadores —por el vínculo económico que señala Fabbri como imprescindible para asegurar el éxito de las organizaciones proletarias y evitar el quebrantamiento de la unidad de clase—, sino porque en los sindicatos hemos visto un medio eficaz de propaganda y la practica de las luchas diarias nos demuestra que no es posible capacitar al proletariado desde un plano situado al margen o por encima del mismo proletariado. El anarcosindicalismo pretende ser una teoría revolucionaria situada entre el reformismo sindical y el anarquismo doctrinalista toma del primero los medios de acción, directos o indirectos según los casos, se apropia de sus prácticas corporativistas, de sus fórmulas económicas, conformándose con adornarse con las pa¬labras del segundo, tanto más sugestivas cuanto más empíricas sean. Y el "compuesto" resulta una verdadera ensalada rusa: algo que tiene apariencias apetitosas, pero que a la postre resulta difícil de digerir.
Podrá alegar Malatesta, y con él todos los defensores del anarquismo político — de las organizaciones especificas, al margen del movimiento obrero y en oposición a los partidos electorales— que la aceptación del rótulo anarquista en los sindicatos supone el embanderamiento en una tendencia exclusivista y que por ser tal rechaza a los que previamente no acaten su programa. Pero esa imposición, que por otra parte se manifiesta en todos los órdenes de la actividad humana, a pesar de nuestras prédicas libertarias, no ejerce en el movimiento obrero funciones violentas. Nosotros no forzamos a los obreros de un oficio o de una industria, por el hecho de tener idénticos intereses como asalariados, a plegarse a nuestras organizaciones. Preferimos prescindir del vinculo de clase para unir a los trabajadores de acuerdo con sus ideas. De ahí que propiciemos la división de las corporaciones improvisadas sobre bases económicas y sometidas a una rígida disciplina, organizando en su lugar tantos movimientos obreros como tendencias dividen al proletariado. No hay nada más absurdo que la unidad de clase, propiciada por los partidos políticos para consolidar su propio poder sobre los trabajadores. Sin participar de esos propósitos, por una falsa interpretación del movimiento obrero —según nuestro modo de ver— Malatesta y Fabbri propician también esa unidad, y, para dar el ejemplo, comienzan por renunciar a toda propaganda que responda a fines escisionistas.
Al obrar así, Malatesta y Fabbri se reconcilian con su propio pensamiento. No podían seguir sosteniéndose en la posición contradictoria, de una falsedad evidente, que mantuvieron en los últimos años. Si propiciaban la neutralidad doctrinaria en los sindicatos y la unidad de clase como medio para hacer posible toda acción de conjunto contra la burguesía, no era lógico que al mismo tiempo apoyaran a la Unión Sindical Italiana, producto de la escisión, como entidad proletaria opuesta a la C.G.T., que además de contar en su seno con la mayoría de los trabajadores organizados representa el papel de campo neutral abierto a todas las tendencias... a condición de que las no oficiales acepten el programa de la camarilla dirigente.En realidad, es el anarquismo político el que propicia la conjunción de esos dos términos antitéticos "anarcosindicalismo", que nada expresan como doctrina, pese a los esfuerzos de ciertos teorizadores de la ambigüedad. ¿Acaso necesitamos nosotros unir esas dos palabras para calificar nuestra conducta de militantes y exponer la orientación del movimiento que impulsamos dentro del conjunto proletario? No sostenemos el equivoco de los que son anarquistas en el partido o en el grupo y sindicalistas en el sindicato. De la misma manera que rechazamos las subdivisiones que especifican una especialidad de la propaganda: la de los antimilitaristas, de los racionalistas, de los anti-alcoholistas, de los vegetarianos, de los esperantistas, etc., etc., y creemos que el anarquismo es uno solo en toda la infinita variedad de actividades revolucionarias, así combatimos la caprichosa división de los anarquistas en el campo económico y en el terreno político. Y no damos valor al alegato de los que, para justificar su especialidad declaran que las demás especialidades son erróneas o peligrosos semilleros de corrupción.
Se nos dice que el sindicato es por su naturaleza reformista. Pero es necesario explicar el alcance de esa palabra. La conquista de mejoras económicas, la diaria lucha contra el capitalismo, la resistencia a los abusos del poder, ¿es labor de reformistas? ¿Supone el deseo de conquistar algo que quede definitivamente consagrado por las leyes, en oposición a futuras conquistas? En la esfera del salario, toda conquista es transitoria, perecedera, puesto que está sujeta a contingencias económicas que no puede regular el mismo capitalista. En con¬secuencia, no hay reforma legal, sino modificación constante en el valor de los medios de cambio y en la equivalencia del trabajo que el obrero realiza, cuyo trabajo mide la burguesía con su cartabón económico.
Esa misma acción defensiva la realizan los partidos políticos en la esfera parlamentaria, dando a la reforma su verdadera expresión. Y el anarquismo político, aun cuando prescinda del parlamento y repudie la acción reformista de los grupos electorales no hace otra cosa que propiciar esos cambios en las condiciones económicas del pueblo cuando interviene en protestas contra la carestía de la vida o inicia una agitación popular tendiente a poner freno a la explotación del Capitalismo. He ahí la relación que existe en el terreno económico, entre la acción sindical y la propaganda anarquista que se inspira en mejoramientos transitorios. Todo depende, pues, de la forma en que esa lucha sea llevada a cabo. Los anarquistas que militan en los sindicatos, si saben obrar como tales y ejercen una influencia efectiva sobre sus camaradas de trabajo (¿también será perniciosa esa dictadura moral?) pueden impedir que muchas huelgas se solucionen en las oficinas gubernamentales y en las antesalas de los ministerios. Y esa sola labor, con ser de relativa importancia contribuye a combatir la fe en la legalidad y el culto a la política, que son los verdaderos fundamentos del reformismo.
Toda la propaganda revolucionaria hecha en un período no revolucionario, se inspira en propósitos inmediatos, que bien se pueden incluir en cualquier programa de reformas sociales. Pero lo que nos interesa a nosotros no es el objeto que persigue el proletariado con sus protestas y con sus acciones, pacíficas o violentas, sino la forma en que expresa su descontento contra las Injusticias y los crímenes del capitalismo y el Estado y los medios de que se vale para asegurar sus propias conquistas. ¿No es absurdo pretender restablecer una equivalencia de actuaciones entre el político que aspira a la reforma del régimen social mediante leyes protectoras, y el anarquista que propicia una huelga para conquistar una mejora que contradice la legislación más avanzada y está en oposición a los planes del reformismo parlamentario? Mientras la revolución social no sea un hecho los trabajadores se verán obligados a defenderse del capitalismo mediante sus armas específicas de lucha: la huelga, el sabotaje, el boicot, etcétera. Será esa una labor reformista, fácilmente aprovechable para los partidos políticos avanzados, pero la cuestión reside en impedir que los sindicatos legislen sobre el trabajo, legalizando esa reforma, que no otra cosa es lo que persiguen los defensores de la fórmula: "todo el poder a los sindicatos" y los marxistas disfrazados con la etiqueta "anarco-sindicalista".
Lo que interesa es discutir si los sindicatos, como arma, de defensa del proletariado, pueden ofrecer un amplio campo de acción a los anarquistas. Nosotros sostenemos que sí, y al afirmar esto nos atenemos a la experiencia de nuestro movimiento, Dentro de los cuadros de la F.O.R.A. la propaganda del anarquismo se desarrolla sin ningún impedimento. Y esa es una conquista más importante que todas las que se puedan realizar fuera de la esfera proletaria, en ambientes poco propicios a la difusión de ideas redentoras.
Si el anarquismo no tiene en el movimiento obrero una de sus formas más lógicas de expresión— la base principal de su actividad revolucionaria — ¿sobre qué base podemos propiciar el triunfo de la revolución y de la anarquía? Malatesta considera que los sindicatos pueden ejercer una función reformista, pero que no sirven como elementos de capacitación ideológica del proletariado. Sostiene también la necesidad del sindicalismo para hacer frente a la burguesía, recomendando a los anarquistas que aporten sus energías a esa acción defensiva de la clase trabajadora. Nosotros en cambio, sin atribuir a los sindicatos funciones post-revolucionarias, ni empeñarnos en improvisar organizaciones económicas que suplan a los órganos capitalistas después de la liquidación del régimen presente, entendemos que el sindicato ofrece a los anarquistas un excelente medio para propagar sus ideas y oponerlas a las tendencias autoritarias que prevalecen en el movimiento obrero, de la mayoría de los países.
El tema se presta a muchas otras consideraciones.. Pero las dejaremos para, mejor ocasión puesto que este artículo, se hace ya demasiado extenso.
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