Sobre el arte inmoral y la pornografía

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​Sobre el arte inmoral y la pornografía​ de Ramiro de Maeztu
Nota: Ramiro de Maeztu «Sobre el arte inmoral y la pornografía» (31 de diciembre de 1912) Heraldo de Madrid, año XXIII, nº 8.066, p. 1.
Sobre el arte inmoral
  y la pornografía.

 Parece que el Gobierno de la República se ha decidido á limpiar las calles de las ciudades francesas de imágenes obscenas. El ministro del interio ha dictado, en efecto, una circular en la que excita a las autoridades á perseguir á los dueños de tiendas y de comercios que las exhiben y á los empresarios de certos sabarcís de Montmartre y otros espectáculos públicos en que, á pretexto de arte, se sirven al público escenas meramente pornográficas.
 Llueve sobre mojado. Ha bastado la oposición de un consejero municipal para que se niegue en lo futuro la concesión de un palacio del Estudio á los señores que acostumbran á exhibir pinturas de desnudos en el Salón de Otoño. En otro tiempo estaba sólo el senador Beránger en su campaña contra la pornografía en público. Ya no lo está. Ahora hay centenares de escritores que aplauden la medida del ministro, aun corriendo el riesgo de que se les llame reaccionarios. Y se habla muy en serio de restablecer la censura teatral.
 Una cosa es, sin embargo, que el ministro haya dictado la circular, y otra distinta que se cumpla. Los fabricantes de pornografías constituyen, como los fabricantes de vinos ó los propietarios de Casinos ó los miembros de la familia Rothschild, uno de los grandes poderes de Francia, tanto más eficaces cuanto menos oficiales. De momento es posible que se decidan á retirar sus mercancías. Ya, en efecto, se advierte que no son tan visibles en kioscos y escaparates. Diríase que París se está moralizando, si fuera posible que se moralizase una ciudad en la que faltan habitaciones para familias numerosas y en que casi es preciso ser millonario para permitirse el lujo de tener arriba de tres hijos.
 Pero los industriales de la pornografía son pacientes. Un día se fatigarán las autoridades de su celo. L'esprit gaulois ha sido generalmente tolerante con estos pecadillos. El gusto de lo picante es multisecular en literatura y en las artes plásticas de Francia. Ha sido un francés, Débussy, quien ha encontrado la manera de llevar á la música las melancolías de la voluptuosidad. Hasta el mismo catolicismo galo se diferencia del catolicismo universal en que no lucha contra estos pecados con la misma fiereza, como temeroso de perder la partida. Y cuando se cansen las autoridades, volverán los industriales pornográficos á expender sus productos con la libertad inmemorial que les ha enriquecido.
 Si las autoridades no amainaran en su celo, hay un medio seguro para volver en contra suya á la opinión. Consiste, simplemente, en lanzar á la calle una obra pornográficas que sea, á la vez una obra artística, para que las autoridades la persigan. No haría falta inventarla. Bastaría reproducir estatuitas clásicas de Pompeya, como las que encierra el museo de Nápoles, ó fragmentos escogidos de cualquier literatura. Ante la persecución de las autoridades se originaría una protesta como la que ocasionaron las condenaciones, obviamente torpes, de Las flores del mal, de Baudeleire, y de Madame Bovary, de Flaubert, y al calor de esta protesta recobrarían su impunidad los señores pornógrafos para otra veintena de años.
 Y es que el espíritu francés, tan lúcido y tan lógico, no acierta á ver claro en este asunto, que es, sin embargo, uno de los menos complicados. El problema que algunos se plantean es el de la libertad del Arte. Se dice, por ejemplo que el Estado no tiene derecho á adoptar posiciones en cuestiones artísticas. Pero nadie discute su deber de velar por la higiene y la moral públicas.
 Analícese un poco la cuestión y se verá que el asunto es de higiene y de moral y no de Arte. Las imágenes obscenas pueden no ser nocivas, y ello no es seguro, para los transeuntes de edad madura. Lo son, en cambio, para los menores de uno y otro sexo, por su carácter de sugestión reveladora. Ello es indiscutible.
 En la inmensa mayoría de los casos las imágenes obscenas son puramente obscenas, sin la menor pretensión artística. Aquí no cabe duda de que su exhibición y venta es tan punible como la de cualquier otro veneno. Semejantes obras deben ser destruídas y castigados sus autores y expendedores. El problema, en todo caso, no surge sino cuando esas imágenes, ó esa literatura, ó esas escenas de teatro ó de cinematógrafo son á la vez obras de arte.
 Pero tampoco es un problema serio. No porque los Contes drolatiques, de Balzar, sean una obra maestra de riqueza idiomáticas han de ponerse en manos de los adolescentes. Una obra pornográfica no deja de ser ponzoñosa por ser una obra maestra, como un asesino no dejaría de serlo por haber estudiado matemáticas. Defender la pornografía en nombre del Arte es una impertinencia.
 Las autoridades encargadas de velar por la policía de las calles no tienen para qué meterse en si las obras exhibidas son ó no son artísticas. ¿Son pornográficas? Ello basta para que las retiren de la circulación. El juicio de un comisario de Policía, en materias artísticas, no merece respeto. En cambio, el más humilde funcionario es completamente apto para decidir de si una obra ejerce una sugestión indecorosa sobre un menor incompetente en cuestiones artísticas. El problema higiénico y moral es de la competencia de cualquier hombre normal. El problema artístico, en cambio, es de la competencia especial de los artistas y personas de gusto; por ejemplo, de las Academias y Corporaciones esencialmente artísticas.
 Si estos principios son exactos, nada más fácil que formular el criterio general á que han de ajustarse las leyes y las autoridades. Es de la competencias de las autoridades ordinarias el retirar de la pública circulación las obras que estimen pornográficas, de acuerdo con el criterio público, sean ó no artísticas. Pero, en cambio, es de la competencia de los artistas y personas de gusto el hacer una excepción en favor de aquellas obras ponográficas que sean realmente artísticas, no para ponerlas nuevamente al alcance de todas las manos, que á ello no tienen derecho los artistas, sino para que estén al alcance de aquellas personas que puedan, sin peligro, contemplarlas ó leerlas.
 Al efecto, basta con una ley por la que se dictamine que los libreros no puedan expender ciertas obras á menores de edad, que se exhiban ciertos lienzos y estatuas tan sólo en gabinetes reservados, y que se prohiba la entrada de los menores á ciertos espectáculos.
 El derecho de las autoridades á retirar de la circulación las obras pornográficas debe ser condicionado solamente por el criterio medido sobre lo que es una obra pornográfica, criterio adecuado, naturalmente, á las costumbres y al momento histórico. Ello entraña cierto castigo para los autores y expendedores de estas obras.
 Los artistas, en cambio, han de reservarse el derecho de amparar bajo el manto sagrado de la libertad del arte á aquellas obras inmorales que sean al mismo tiempo artísticas, que sean hijas de una necesidad de creación y no meramente de un deseo de lucro. Pero este amparo del arte no puede significar el desamparo de los adolescentes y del pueblo en general. La obra artística inmoral no debe ser destruída; pero sí aislada y separada de la vida pública y común. El artista inmoral no debe ser castigado con cárcel, como debe serlo el industrial pornógrafo; pero tampoco tiene derecho á reclamar para su obra el aire de la calle.
 Su obra tiene derecho á la vida, pero no á la vida común. El Arte ha de tener sus templos abiertos y públicos y sus capillas reservadas. La obra inmoral artística, si es artística, tiene, en efecto, derecho á un puesto en las capillas reservadas. A mostrarse en los templos abiertos sólo pueden tener derecho las obras artísticas que se ajusten á la moral corriente.
      Ramiro de MAEZTU.

 París, 29 de Diciembre.