Sobre el marasmo actual de España

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[1] Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, Ministerio de Cultura
La España Moderna. Núm. LXXVIII. Junio de 1895
Páginas 26 a 45.



Conforme he ido metiéndome en mis errabundas pesquisas en torno al casticismo, se me ha ido poniendo cada vez más en claro lo descabellado del empello de discernir en un pueblo ó en una cultura, en formación siempre, lo nativo de lo adventicio. Es tal el arte con que el sujeto condensa en sí el ambiente, tal la madeja de acciones y reacciones y reciprocidades entre ellos, que es entrar en intrincado laberinto el pretender hallar lo característico y propio de un hombre ó de un pueblo, que no son nunca idénticos en dos sucesivos momentos de su vida.
Aun así y todo, he intentado caracterizar nuestro núcleo castizo; cómo en la mística trató la casta castellana de levantarse sobre sus caracteres diferenciales sumergiéndose en ellos, y cómo el ambiente del renacimiento levantó al maestro León á la verdadera doctrina liberadora, ahogada en el oleaje inquisitorial de concentración y aislamiento. Ahora, á ver los efectos de esta concentración y cierre de valvas nacionales.
Atraviesa la sociedad española honda crisis; hay en su seno reajustes íntimos, vivaz trasiego de elementos, hervor de descomposiciones y recombinaciones, y por de fuera un desesperante marasmo. En esta crisis persisten y se revelan en la vieja casta los caracteres castizos, bien que en descomposición no pocos.

I

Aún persiste el viejo espíritu militante ordenancista, sólo que hoy es la vida de nuestro pueblo vida de guerrero en cuartel ó la de Don Quijote retirado con el ama y la sobrina y con la vieja biblioteca tapiada por encantamiento del sabio Frestón. De cuando en cuando nos da un arrechucho é impulsos de hacer otra salida. En coyunturas tales, se toca la trompa épica, se habla teatralmente de vengar la afrenta haciendo una que sea sonada, y pasada la calentura, queda todo ello en agua de borrajas. No falta en tales ocasiones pastor de Cristo que recomiende á los ministros que le están sometidos, que llenen « con verdadero espíritu sacerdotal los deberes de su altísimo ministerio, alentando al soldado en las guerrillas »; ni comandante general que arrase viviendas y aduares por haber tomado armas los adultos de ellos. Seguirnos creyendo en nuestra valentia porque si, en las energías epilépticas improvisadas, y seguimos colgando al famoso general « No importa » no pocos méritos de lord Wellington.
A este espíritu sigue acompañando, bien que algo atenuado, aquel horror al trabajo que engendra trabajos sin cuento.
Sigue rindiéndose culto á la voluntad desnuda y apreciando á las personas por la voluntariedad del arranque. Los unos adoran al tozudo y llaman constancia á la petrificación; los otros plañen la penuria de caracteres, entendiendo por tales hombres de una pieza. Nos gobierna, ya la voluntariedad del arranque, ya el abandono fatalista.
Con la admiración y estima á la voluntad desnuda y á los actos de energía anárquica, perpetúase el férreo peso de la ley social externa, del bien parecer y de las mentiras convencionales, á que se doblegan, por mucho que so encabriten, los individuos que sin aquélla sienten falta de tierra en que asentar el pie. Nada, en este respecto, tan estúpido como la disciplina ordenancista de los partidos políticos. Tienen éstos sus « ilustres jefes», sus santones, que tienen que oficiar de pontifical en las ocasiones solemnes, sea ó no de su gusto el hacerlo, que descomulgan y confirman y expiden encíclicas y bulas; hay en ellos cismas de que resultan ortodoxias y heterodoxias; celebran concilios.
A la sobra de individualismo egoísta y excluyente acompaña falta de personalidad; la insubordinación íntima va de par con la disciplina externa; se cumple, pero no se obedece.
En esta sociedad, compuesta de camarillas que se aborrecen sin conocerse, es desconsolador el atomismo salvaje de que no se sabe salir si no es para organizarse férrea y disciplinariamente con comités, comisiones, subcomisiones, programas cuadriculados y otras zarandajas. Y como en nuestras viejas edades, acompaña á este atomismo fe en lo de arriba, en la ley externa, en el gobierno, á quien se toma ya por Dios, ya por el Demonio, las dos personas de la divinidad en que aquí cree nuestro maniqueísmo intraoficial.
Resalta y se releva más la penuria de libertad interior junto á la gran libertad exterior de que creemos disfrutar porque nadie nos la niega. Extiéndese y se dilata por toda nuestra actual sociedad española una enorme monotonía, que se resuelve en atonía, la uniformidad mate de una losa de plomo de ingente ramplonería.

II

En nuestro estado mental llevamos también la herencia de nuestro pasado, con su haber y con su debe.
No se ha corregido la tendencia disociativa; persiste vivaz el instinto de los extremos, á tal punto, que los supuestos justos medios no son sino mezcolanza de ellos. Se llama sentido conservador al pisto de revolucionarismo, de progreso ó de retroceso, con quietismo; se busca por unos la evolución pura y la pura revolución por otros, y todo por empeñarse en disociar lo asociado y formular lo informulable.
Esta tendencia disociativa de visión caleidoscópica se revela hasta en los más menudos detalles, como en lo de hacer un artículo para ensartar chistes previos, en lugar de que éstos broten orgánicamente de aquél. Y á tal tendencia disociativa van aparejadas sus consecuencias. Viste bien el construir períodos sintácticos sin sustancia alguna y alinear frases; so admira un pensamiento coherente aunque no cohiera nada, se sacrifica á la consecuencia la vida concreta del antecedente y del consiguiente, al hilo las perlas que debiera engarzar.
Una de las disociaciones más hondas y fatales os la que aquí existe entre la ciencia y el arte y los que respectivamente los cultivan. Carecen de arte, de amenidad y de gracia los hombres de ciencia, solemnes lateros, graves como un corcho y tomándolo todo en grave, y los literatos viven ayunos de cultura científica seria, cuando no desembuchan, y es lo peor, montón de conceptos de una ciencia de pega mal digerida. Se cuidan los unos de no manchar la inmaculada nitidez del austero pensamiento abstracto, y huyendo de ponerle flecos y alamares, le esquematizan que es una lástima; huyen los literatos de una sustancia que no han gustado, y todavía se arrastra por esas cervecerías del demonio la bohemia romanticoide. Se cultiva lo ingenioso, no ya el ingenio, y so da vuelta á los cangilones en pozo seco. Se fabrica frases sangrientas para que corran de circulo en circulo, y otros se entretienen en pintar arabescos afiligranados en cayuela que se descascarilla al punto de ponerla á la intemperie. Creen muchos que se aprende á hacer dramas leyendo otros, á escribir novelas dándose atracones de ellas; que para ser literato no precisa otra cosa que lo que llaman, por exclusión, literatura. Y en el cultivo de la ciencia todo se vuelve centones, trabajos de segunda mano y acarreo de revistas; la incapacidad para la investigación directa va de mano con la falta de espontaneidad. Y así pasamos de latas cientificoides á fruslerías pseudo-literarias. Y aquí no puede separarse una de otra la literatura y la ciencia, porque ésta ha de venir concretada en ameno ropaje para que penetre y aquélla tiene que tener entre nosotros función docente. En el estado de nuestra cultura toda diferenciación y especialismo son fatales, hay que ser por fuerza enciclopedistas; todo el que aquí se sienta con bríos está en el deber de no encarrilar demasiado unilateralmente sus esfuerzos. Nos hallamos en punto á cultura en la situación que en punto á comercio se hallan esos lugarejos en que un mismo tenducho sirve para el despacho de los géneros más diversos entre sí.
Lo que alienta vivo y revivo es el intelectualismo de los conceptos cuadriculables y con él la ideofobia. Las ideas son las culpables de todo, de la Sistema con sus consecuencias todas. ¡Cuánta simpleza! Este conceptismo es militante y dogmático, y hasta tal punto nos corroe el dogmatismo, que le hay del anti-dogmatismo. Se malgasta y derrocha esfuerzo y tiempo en polemiqueos escolásticos y leguleyescos; la disputa es la salsa de la prensa de provincias.
Sobre todo esto se cierne la suprema disociación española, la de Don Quijote y Sancho. Este anula á aquél. ¡Qué rozagante vive el sancho-pancismo anti-especulativo y anti-utopista! ¡Qué estragos hace el sentido común, lo más anti-filosófico y anti-ideal que existe! El sentido común declara loco en una sociedad en que sólo se emplea la simple vista, la vista común, á quien mira con microscopio ó telescopio; el sentido común emplea argumenta ad risum para hacer ver la incongruencia de una opinión con nuestros hábitos mentales. « No, lo que es á mi no me la pegan, ni me vuelven á tomar de primo », exclama hoy Sancho, perdido lo más hermoso que tenía, su fe en Don Quijote y su esperanza en la ínsula de promisión. Si Sancho volviera á ser escudero, mejor aún que escudero de Don Quijote, criado de Alonso el Bueno, ¡cuánto no podría hacer con su sano sentido común!
Es un espectáculo deprimente el del estado mental y moral de nuestra sociedad española, sobre todo si se la estudia en su centro. Es una pobre conciencia colectiva homogénea y rasa. Pesa sobre todos nosotros una atmósfera de bochorno; debajo de una dura costra de gravedad formal se extiende una ramplonería comprimida, una enorme trivialidad y vulgachería. La desesperante monotonía achatada de Taboada y de Cilla es reflejo de la realidad ambiente, como lo era el vigoroso simplicismo de Calderón. Cuando se lee el toletole que promueve en Paris, por ejemplo, un acontecimiento científico ó literario, el hormiguear allí de escuelas y de doctrinas y aun de extravagancias, y volvemos en seguida mientes al colapso que nos agarrota, da honda pena.
Cada español cultivado apenas se diferencia de otro europeo culto, pero hay una enorme diferencia de cualquier cuerpo social español á otro extranjero. Y sin embargo, la sociedad lleva en si los caracteres mismos de los miembros que la constituyen. Como á los individuos de que se forma, distingue nuestra sociedad un enorme tiempo de reacción psíquica, es tarda en recibir una impresión, á despecho de una aparente impresionabilidad que no pasa de ser irritabilidad epidérmica, y tarda en perderla; los advenimientos son aquí tan tardos como lo son las desapariciones, en las ideas, en los hombres, en las costumbres.
No hay corrientes vivas internas en nuestra vida intelectual y moral; esto es un pantano de agua estancada, no corriente de manantial. Alguna que otra pedrada agita su superficie tan sólo, y á lo sumo revuelve el légamo del fondo y enturbia con fango el pozo. Bajo una atmósfera soporífera extiende un páramo espiritual de una aridez que espanta. No hay frescura ni espontaneidad, no hay juventud.

III

He aquí la palabra terrible: no hay juventud. Habrá jóvenes, pero juventud falta. Y es que la Inquisición latente y el senil formalismo la tienen comprimida. En otros países europeos aparecen nuevas estrellas, errantes las más y que desaparecen tras momentánea fulguración; hay el gallito del día, el genio de la temporada; aquí ni esto: siempre los mismos perros y con los mismos collares.
Se dice que hay gérmenes vivos y fecundos por ahí, medio ocultos, pero está el suelo tan apisonado y compacto, que los brotes tiernos de los granos profundos no logran abrir la capa superficial calicostrada, no consiguen romper el hielo. Un hombre que entre nosotros conserva en edad más que madura fe, vigor y entusiasmo juveniles, sostiene que aquí los jóvenes prometen algo hasta los treinta años, en que se hacen unos badulaques. No se hacen, los hacen; caen heridos de anemia ante el brutal y férreo cuadriculado de nuestro ordenancismo y nuestra estúpida gravedad; nadie les tiende á tiempo una mirada benévola y de inteligencia. Se les quiere de otro modo que como son; á nuestro rancio espíritu de intolerancia no le entra el dejar que se desarrolle cada cual según su contenido y naturaleza.
Hace poco pedía un crítico un cuarto turno en el Español para los autores noveles y desconocidos, algo así como un teatro libre. ¡Generosa ilusión! ¿Es que se sabe distinguir el brote nuevo? Nos falta lo que Carlyle llamaba el heroísmo de un pueblo, el saber adivinar sus héroes. Fundan unos muchachos una revistilla, y en seguida veréis en sus planas los nombres de tanda y de cartel. En la vida intelectual, lo mismo que en el toreo, apestado también de formalismo, hay que recibir la alternativa de manos de los viejos espadas; to demás no se sale de novillero.
Junto á este desvío para con la juventud se halla un supersticioso servilismo á los ungidos. Se ha ejercido con implacable saña la tarea de achuchar y despachurrar á los retoños tiernos, sin discernir el tierno tallo de la broza en que crecía, y no se ha tocado al muérdago y á los tumores y excrecencias de las viejas encinas, ungidas é intangibles. ¡Cuántos jóvenes muertos en flor en esta sociedad que sólo ve lo hecho y recortado, ciega para lo que se está haciendo! ¡Muertos todos los que no se han alistado en alguna de las masonerías, la blanca, la negra, la gris, la roja, la azul!...
Añádase á esto que la pobreza de nuestra nación hace duro el ganarse la vida y echar raíces; el primum vivere ahoga al deinde phiosophari. Los jóvenes tardan en dejar el arrimo de las faldas maternas, en separarse de la placenta familiar, y cuando lo hacen derrochan sus fuerzas más frescas en buscarse padrino que les lleve por esta sábana de hielo.
Para escapar á la eliminación, ponen en juego sus facultades todas camaleónicas hasta tomar el color gris oscuro y mate del fondo ambiente, y lo consiguen. No es adaptarse al medio adaptándoselo á la vez, activamente; es acomodarse á las circunstancias, pasivamente.
Vivimos en un país pobre, y donde no hay harina todo es mohína. La pobreza económica explica nuestra anemia mental; las fuerzas más frescas y juveniles se agotan en establecerse, en la lucha por el destino. Pocas verdades más hondas que la de que en la jerarquía de los fenómenos sociales los económicos son los primeros principios, los elementos (1).
Y no es nuestro mal tanto la pobreza cuanto el empeño de aparentar lo que no hay. La pobreza de la olla de algo más vaca que carnero, el salpicón las más noches, los duelos y quebrantos de los sábados, y las lantejas de los viernes, no pudieron por menos que concurrir con las noches pasadas de claro en claro en la lectura de los libros de caballerías á secar el cerebro al pobre Alonso el Bueno. Y aún corre vigente entre nosotros el aforismo del dómine Cabra de que el hambre es salud, recluta prosélitos el doctor Sangredo, y sigue asegurándose en grave que los tumores son de la fuerza de la sangre, y exceso de salud los ataques de epilepsia. Y nos recetan dieta. Y ¡mucha cuenta con decir la verdad! Al que la declare virilmente, sin ambajes ni rodeos, acúsanle los espíritus entecos y escépticos de pesimismo. Quiérese mantener la ridícula comedia de un pueblo que finge engañarse respecto á su estado.
No hay Joven España ni cosa que lo valga, ni más protesta que la refugiada en torno á las mesas de los cafés, donde se prodiga ingenio y se malgasta vigor. Y esos mismos oradores protestantes de café, briosos y repletos de vida no pocos, al verse en público se comprimen, y perlesiados y como fascinados á la mirada de la bestia colectiva, rompen en ensartar todas las mayores vulgaridades y los cantos más rodados de la rutina pública.
Se ahoga á la juventud sin comprenderla, queriéndola grave y hecha y formal desde luego; como Dios á Faraón, se la ensordece primero, se la llama después, y al ver que no responde, se la denigra. Nuestra sociedad es la vieja y castiza familia patriarcal extendida. Vivimos en plena presbitocracia (vetustocracia se la ha llamado), bajo el senado de los sachems, sufriendo la imposición de viejos incapaces de comprender el espíritu joven y que mormojean: « no empujar muchachos », cuando no ejercen de manzanillos de los que acogen á su sombra protectora. « Ah, usted es joven todavía, tiene tiempo por delante... », es decir: « no es usted bastante camello todavía para poder alternar ». El apabullante escalafón cerrado de antigüedad y el tapón en todo.
Los jóvenes mismos envejecen, ó más bien se avejetan en seguida, se formalizan, se acamellan, encasillan y cuadriculan, y volviéndose correctos como un corcho pueden entrar de peones en nuestro tablero de ajedrez, y si se conducen como buenos chicos ascender á alfiles.

IV

Donde no hay juventud tampoco hay verdadero espíritu de asociación que brota del desbordamiento de vida, del vigor que se sale de madre y trasvasa. Las sociedades nacen aquí osificadas y esto cuando nacen, porque la insociabilidad es uno de nuestros rasgos característicos. Dilatada á las relaciones sexuales, fomenta nuestra insociabilidad el brutalismo masculino, fuente de huraña grosería y de soeces desplantes, para acabar sometiendo á los hombres como polichinelas á caprichos é intrigüelas mujeriles.
Apena el ánimo la contemplación de los estragos de nuestra insociabilidad, de nuestro salvajismo enmascarado.
Asombra á los que vivimos sumergidos en este pantano el remolino de escuelas, sectas y agrupaciones que se hacen y deshacen en otros países, donde pululan conventículos, grupos, revistas, y donde entre fárrago de excentricidades borbota una vida potente. Aquí las gentes no se asocian sino oficialmente para dar dictámenes ó informes, publicar latas y cobrar dietas. Hay una asociación de escritores y artistas que lo mismo podría pasar por de peluqueros; es una cooperativa funeraria y de Terpsícore á la par; su oficio pagar el entierro á los que se mueren y hacer bailar á los vivos.
Es que para asociarse se precisa un principio asociante y un principio de asociación, y faltan uno y otro donde la lucha por los garbanzos produce el atomismo, y la presbitocracia el estancamiento.
Todo es aquí cerrado y estrecho, de lo que nos ofrece típico ejemplo la prensa periódica. Forman los chicos, los oficiales y los maestros de ella falange cerrada, sobre que extienden el testudo de sus rodelas, y nadie la rompe ni penetra en sus filas si antes no jura las ordenanzas y se viste el uniforme. Es esta prensa una verdadera balsa de agua encharcada, vive de sí misma; en cada redacción se tiene presente, no el público, sino las demás redacciones; los periodistas escriben unos para otros, no conocen al público ni creen en él. La literatura al por menor ha invadido la prensa y aun de los periodistas mismos los mejores no son sino más ó menos literatos de cosas leídas. La incapacidad indígena de ver directa é inmediatamente y en vivo el hecho vivo, el que pasa por la calle, se revela en la falta de verdaderos periodistas. A falta de otra cosa, el brillo enfático de barniz retórico ó la ingeniosidad de un batido delicuescente. El reporter es el pinche de la redacción. Estúdiese nuestra prensa periódica con sus flaquezas todas, y al verla fiel trasunto de nuestra sociedad no se puede por menos que exclamar al oír execrarla neciamente:

Arrojar la cara importa
que el espejo no hay por qué.

Espejo verdadero, espejo de nuestro achatamiento, de nuestra caza al destino, espejo de nuestra doblez, de nuestra rutina y ramplonería. No es más que nuestro ambiente espesado, concentrado, hecho conciencia. Sobre todo de una corrección desesperante.
¡Menos formalidad y corrección y más fundamentalidad y dirección! ¡Seriedad, y no gravedad! Y sobre todo, ¡libertad, libertad! pero la honda, no la oficial. Hace estragos el temor al ridículo y el miedo al público, á la bestia multifauce.
Hay un misoneísmo feroz á todo lo fresco y rozagante y razonable y vivo, y en cambio pasa lo absurdo si viene envuelto en gravedad esquemática, hacen libre carrera todos los matoidismos y, entre rechiflas vergonzantes, triunfan. Disértese de biología poliédrica, de patología algébrica, de fisiología esquemática, de cualquier clase de pentanomía pantanómica, hágase cualquier peralada, pero ¡ojo con hablar de la ley de vida de las colonias ó con poner peros á la fe en nuestro ingénito valor! ¡Cuidadito con tocar A la marina!
Pasamos, lo dijo D. Juan Valera, de lo basto á lo cursi. Y el mal parece que se agrava y cunde; es cada día mayor la ignorancia, y la peor de todas, la que se ignora á si misma, la de la semi-ciencia presumida. Y á todo esto, mucho denigrar la frivolidad francesa y poner por los suelos al utilísimo Larousse, fuente casi única de información de algunos de nuestros conspicuos. ¡Y gracias! porque los que los critican y zahieren no han pasado de Wanderer.
La presunción es tanta que impide se empiece por el principio, por aprender conocimientos elementales en cartillas científicas. El que quiere darse una tintura de ciencia comienza por el fin, se va á las maduras sin haber pasado por las duras, y caería en el dictado de dómine pedantón é inaguantable cualquier conferenciante que, conocedor de nuestros ilustrados públicos, empezara por exponerles el abece elemental de una disciplina. Sirve aquí el estado de los maestros de primeras letras para tema de declamaciones retóricas, pero en el fondo se desprecia hondamente, no ya sólo al maestro, á su función; desasnar muchachos es lo último (2).
Carecemos de la rica experiencia que sacaban los castizos aventureros de nuestra edad del oro de sus correrías por Flandes, Italia, América, y otras tierras, aquellos que vertían en sus producciones el fruto de una vida agitadísima de incesan tráfago, y no sustituimos esta experiencia con otra alguna. Hay abulia para el trabajo modesto y la investigación directa, lenta y sosegada. Los más laboriosos se convierten en receptáculo de ciencia hecha ó en escarabajos peloteros de lo último que sale por ahí fuera.
Se disputa quién se ha enterado antes de algo, no quién lo ha comprendido mejor, lo que viste es estar á lo último, recibir de París el libro con las hojas oliendo á tinta tipográfica.
En la vida común y en el comercio corriente de las gentes la extrema pobreza de ideas nos lleva á rellenar la conversación, como de ripio, de palabrotas torpes, disfrazando así la tartamudez mental, hija de aquella pobreza; y la tosquedad de ingenio, ayuno de sustancioso nutrimento, llévanos de la mano á recrearnos en el chiste tabernario y bajamente obsceno. Persiste la propensión á la basta ordinariez que señalé cual carácter de nuestro viejo realismo castizo.
Sobre esta miseria espiritual se extiende el pólipo politico y en esta anemia se congestionan los centros más ó menos parlamentarios. En una politiquilla al menudeo suplanta la ingeniosidad al saber sólido, y se hacen escaramuzas de guerrillas. La pequeñez de la política extiende su virus por todas las demás expansiones del alma nacional. Y aun el pólipo está en crisis. Los viejos partidos, amojamados en su ordenancismo de corteza, se arrastran desecados, y brota, como signo de los tiempos, el del buen tono escéptico y de la distinción elegante, el neo-conservatorismo diletantesco y aseñoritado con golpes plutocráticos. Por otra parte, sudan los más populares por organizar almas hueras de ideas, hacer formas donde no hay sustancia, cohesionar átomos incoherentes, cuando si hubiera rebullente germinación y savia de primavera brotaría de sí el organismo potente, la sustancia tomarla espontáneamente forma al brotar al ambiento.

V

Y ¿qué tiene que ver esto con lo otro, con el casticismo? Mucho; este es el desquite del viejo espíritu histórico nacional que reacciona contra la europeización. Es la obra de la inquisición latente. Los caracteres que en otra época pudieron darnos primacía nos tienen decaídos. La Inquisición fué un instrumento de aislamiento, de proteccionismo casticista, de excluyente individuación de la casta. Impidió que brotara aquí la riquísima floración de los países reformados donde brotaban y rebrotaban sectas y más sectas, diferenciándose en opulentísima multiformidad. Así es que levanta hoy aquí su cabeza calva y seca la vieja encina podada.
A despecho de aduanas de toda clase, fué cumpliéndose la europeización de España, siglo tras siglo, pero muy trabajosamente y muy de superficie y cáscara. En este siglo, después de la francesada tuvimos la labor interna y fecunda de nuestras contiendas civiles; llegó luego el esfuerzo del 68 al 74, y pasado él, hemos caído rendidos, en pleno colapso. En tanto reaparece la Inquisición íntima, nunca domada, á despecho de la libertad oficial. Recobran fuerza nuestros vicios nacionales y castizos todos, la falta de lo que los ingleses llaman sympathy, la incapacidad de comprender y sentir al prójimo como es, y rige nuestras relaciones de bandería, de güelfos y gibelinos, aquel absurdo de qui non et mecum, contra me est. Vive cada uno solo entre los demás en un arenal yermo y desnudo, donde se revuelven pobres espíritus encerrados en dérmatoesqueletos anémicos.
Con el sentido del ideal se ha apagado el sentido religioso de las cosas, que acaso dormita en el fondo del pueblo. ¡Qué bien se comprimió aquel ideal religioso que desbordaba en la mística, que de las honduras del alma castiza sacaba soplo de libertad cuando la casta reventaba de vida! Aún hay hoy menos libertad íntima que en la época de nuestro fanatismo proverbial; definidores y familiares del Santo Oficio se escandalizarían de la barbarie de nuestros obispos de levita y censores laicos. Hacen melindres y se tapan los ojos con los dedos abiertos, gritando: ¡profanación! gentes que en su vida han sentido en el alma una chispa de fervor religioso. ¡Ah! es que en aquella edad de expansión é irradiación vivía nuestra vieja casta abierta á todos los vientos, asentando por todo el mundo sus tiendas.
Fué grande el alma castellana cuando se abrió á los cuatro vientos y se derramó por el mundo; luego cerró sus valvas y aún no hemos despertado. Mientras fué la casta fecunda no se conoció corno tal en sus diferencias, su ruina empezó el día en que gritando: « mi yo, que me arrancan mi yo » se quiso encerrar en sí.
¿Está todo moribundo? No, el porvenir de la sociedad española espera dentro de nuestra sociedad histórica, en la intra-historia, en el pueblo desconocido, y no surgirá potente hasta que le despierten vientos ó ventarrones del ambiente europeo.
Eso del pueblo que calla, ora y paga es un tropo insustancial para los que más le usan y pasa cual verdad inconcusa entre los que bullen en el vacío de nuestra vida histórica que el pueblo es atrozmente bruto é inepto.
España está por descubrir, Y sólo la descubrirán españoles europeizados. Se ignora el paisaje (3), y el paisanaje y la vida toda de nuestro pueblo. Se ignora hasta la existencia de una literatura plebeya, y nadie para su atención en las coplas de ciegos, en los pliegos de cordel y en los novelones de á cuartillo de real entrega, que sirven de pasto aun á los que no saben leer y los oyen. Nadie pregunta qué libros se enmugrecen en los fogones de las alquerías y se deletrean en los corrillos de labriegos. Y mientras unos importan bizantinismos de cascarilla y otros cultivan casticismos librescos, alimenta el pueblo su fantasía con las viejas leyendas europeas de los ciclos bretón y carolingio, con héroes que han corrido el mundo entero, y mezcla á las hazañas de los doce Pares, de Valdovinos ó Tirante el Blanco, guapezas de José María y heroicidades de nuestras guerras civiles.
En esa muchedumbre que no ha oído hablar de nuestros literatos de cartel hay una vida difusa y rica, un alma inconciente en ese pueblo zafio al que se desprecia sin conocerle.
Cuando se afirma que en el espíritu colectivo de un pueblo, en el Volkgeist, hay algo más que la suma de los caracteres comunes á los espíritus individuales que le integran, lo que se afirma es que viven en él de un modo ó de otro los caracteres todos de todos sus componentes; se afirma la existencia de un nimbo colectivo, de una hondura del alma común en que viven y obran todos los sentimientos, deseos y aspiraciones que no concuerdan en forma definida, que no hay pensamiento alguno individual que no repercuta en todos los demás, aun en sus contrarios, que hay una verdadera subconciencia popular. El espíritu colectivo, si es vivo, lo es por inclusión de todo el contenido anímico de relación de cada uno de sus miembros.
Cuando un hombre se encierra en sí resistiendo cuanto puede al ambiente y empieza á vivir de sus recuerdos, de su historia, á hurgarse en exámenes introspectivos la conciencia acaba ésta por hipertrofiarse sobre el fondo subconciente. Este en cambio, se enriquece y aviva á la frescura del ambiente como después de una excursión de campo volvemos á casa sin traer apenas un recuerdo definido, pero llena el alma de voces de su naturaleza íntima, despierta al contacto de la Naturaleza su madre. Y así sucede á los pueblos que en sus encerronas y aislamientos hipertrofian en su espíritu colectivo la conciencia histórica á expensas de la vida difusa intra-histórica que languidece por falta de ventilación; el pensamiento naciona , trabajando hacia sí, acalla el rumor inarticulado de la vida que bajo él se extiende. Hay pueblos que en puro mirarse al ombligo nacional caen en sueño hipnótico y contemplan la nada.
Me siento impotente para expresar cual quisiera esta idea que flota en mi mente sin contornos definidos, renuncio á amontonar metáforas para llevar al espíritu del lector este concepto de que la vida honda y difusa de la intra-historia de un pueblo se marchita cuando las clases históricas le encierran en sí, y se vigoriza para rejuvenecer, revivir y refrescar al pueblo todo al contacto del ambiente exterior. Quisiera sugerir con toda fuerza al lector la idea de que el despertar de la vida de la muchedumbre difusa y de las regiones tiene que ir de par y enlazado con el abrir de par en par las ventanas al campo europeo para que se oree la patria. Tenemos que europeizarnos y chapuzarmos en pueblo. El pueblo, el hondo pueblo, el que vive bajo la historia es la masa común á todas las castas, es su materia protoplasmática; lo diferenciante y excluyente son las clases é instituciones históricas. Y éstas sólo se remozan zambulléndose en aquél.
¡Fe, fe en la espontaneidad propia, fe en que siempre seremos nosotros, y venga la inundación de fuera, la ducha!

VI

Es una desolación; en España el pueblo es masa electoral y contribuible. Como no se lo ama, no se le estudia, y como no se le estudia, no se le conoce para amarle. El bachiller Carrasco sigile confirmando á Sancho por « uno de los más solemnes mentecatos de nuestros siglos », porque habla de testamento que no se puede revolcar. Ni sus costumbres, ni su lengua (4), ni sus sentimientos, ni su vida se conocen. Y, sin embargo, es hondamente castizo Pereda, no cuando urde por su cuenta y riesgo tramas con hilos de nuestros viejos clásicos y labra marquetería lingüística libresca, sino cuando explota con tino y arte la riquísima cantera del pueblo en que vive.
¿Que el pueblo es más tradicionalista aún que los que viven en la historia?... Es cierto, pero no al modo de éstos; su tradición es la eterna. Como su ideal es más sentido que pensado y como no toma formas y perfiles definidos y recortados, los que sólo ven lo geométrico y formulable lo confunden con las interpretaciones que de él se hacen.
A raíz de nuestra Gloriosa, tan castiza, dígase lo que se quiera, tan hondamente castiza, levantóse al parecer en contra de ella y en realidad para acabarla y extenderla, el pueblo de los campos, y hoy es el día en que no nos hemos explicado aún aquella oleada. Sólo vemos los programas, las fórmulas, las teorías y las doctrinas con que trataron de explicarla los que aparecían á su frente. Y, sin embargo, no faltó quien dijera con vivo vislumbre de la verdad que aquello no era partido, sino comunión y que no tenía programa. ¿Cuándo se estudiará con amor aquel desbordamiento popular que trascendía de toda forma? ¡Cuántas cosas cabían en los pliegues de aquel lema: Dios, Patria y Rey! Le sucedió lo que al hervidero religioso de la Italia del siglo XIII; lo encasillaron y formularon y cristalizaron, y hoy no se ve aquel empuje profundamente laico, democrático y popular, aquella protesta contra todo mandarinato, todo intelectualismo, todo jacobinismo y todo charlamentarismo, contra todo aristocratismo y centralización unificadora. Fué un movimiento más europeo que español, un irrumpir de lo subconciente en la conciencia, de lo intra-histórico en la historia. Pero en ésta se empantanó, y al adquirir programa y forma perdió su virtud. ¿Para qué seguir escribiendo de un momento intra-histórico que sólo vemos con prejuicios históricos? Quédese para otra ocasión.



Es ya cosa de cerrar estas divagaciones deshilvanadas en que lo por decir queda mucho más que lo dicho. Era mi deseo desarrollar más por extenso la idea de que los casticismos reflexivos, concientes y definidos, los que se buscan en el pasado histórico ó á partir de él persisten no más que en el presente también histórico, no son más que instrumentos de empobrecimiento espiritual de un pueblo; que la mariposa tiene que romper el capullo que formó de su sustancia de gusano; que el cultivo de lo meramente diferencial de un individuo ó un pueblo, no subordinándolo bien á lo común á todos, al sarcoda, exalta un capullo de individualidad á expensas de la personalidad integral; que la miseria mental de España arranca del aislamiento en que nos puso toda una conducta cifrada en el proteccionismo inquisitorial que ahogó en su cuna la Reforma castiza é impidió la entrada á la europea; que en la intra-historia vive con la masa difusa y desdeñada el principio de honda continuidad internacional y de cosmopolitismo, el protoplasma universal humano; que sólo abriendo las ventanas á vientos europeos, empapándonos en el ambiente continental, teniendo fe en que no perderemos nuestra personalidad al hacerlo, europeizándonos para hacer España y chapuzándonos en pueblo, regeneraremos esta estepa moral. Con el aire de fuera regenero mi sangre, no respirando el que exhalo. Mi deseo era desarrollar todo esto, y me encuentro al fin de la jornada con una serie de notas sueltas, especie de sarta sin cuerda, en que se apuntan muchas cosas y casi ninguna se acaba. El lector sensato pondrá el método que falta y llenará los huecos. Me temo que si lo intentara yo, volvería á perderme en digresiones, y en vez de repasar con paso firme el camino seguido, me meterla en nuevas veredas, sendejas y vericuetos á derecha é izquierda, á guisa de perro que se pasea, en incesante ir y venir. Prefiero dejarlo todo en su indeterminación, y me daría por pagado si lograra sugerir una sola idea á un solo lector.
¡Ojalá una verdadera juventud, animosa y libre, rompiendo la malla que nos ahoga y la monotonía uniforme en que estamos alineados, se vuelva con amor á estudiar el pueblo que nos sustenta á todos, y abriendo el pecho y los ojos á las corrientes todas ultrapirenaicas y sin encerrarse en capullos casticistas, jugo seco y muerto del gusano histórico, ni en diferenciaciones nacionales excluyentes, avive con la ducha reconfortante de los jóvenes ideales cosmopolitas el espíritu colectivo intracastizo que duerme esperando un redentor!



(1) Es un punto que merecería estudiarse el de la influencia de nuestra pobreza económica en nuestra cultura. Hace poco se lamentaba un crítico de la indiferencia con que se ha acogido en España la edición académica de las Cantigas del Rey Sabio. Es merecida, porque la tal edición á todo trapo y con todo lujo tipográfico y riqueza material no se adapta á la flaqueza de los bolsillos españoles. La misma suerte debe correr la edición monumental que de las obras de Lope hace la misma Academia. Y esto es más grave teniendo en cuenta de dónde le viene el dinero. Entre tanto, nadie emprende la publicación de algo como la Universal Bibliothek de Phllipp Reclam, de Berlin; ¡qué obra tan meritoria seria ensanchar y dirigir con acierto la « Biblioteca Universal », á dos reales tomo!
(2) A los lamentos por el abandono en que se tiene al magisterio, contestan no pocos que no merecen más ni valen lo que cuestan. Este es un círculo vicioso y nada más, ¿cuál fué antes, la gallina ó el huevo? No se les dignifica porque se dedican á tal función pocos jóvenes de valía, y no lo hacen éstos porque no se dignifica el magisterio.
(3) La inmensa mayoría de los que viven en Madrid ignoran que hay pocas capitales que tengan alrededores más hermosos.
(4) A nuestra Real Academia, que propone para concursos temas de investigación libresca, no se le ha pasado por las mientes pedir trabajos de investigación directa é inmediata sobre la lengua del pueblo en tal ó cual región.