Sobre el mitin de Andoaín: Interpelación del Sr. Salaberry
El Sr. DIAZ AGUADO Y SALABERRY: A los pocas horas de haber sonado en mis oídos el grito de ¡muera España!, proferido por españoles, anuncié al señor ministro de la Gobernación por telégrafo una interpelación. Mis condiciones físicas, porque llegue á Madrid completamente afónico, y la necesidad de dar lugar preferente en la Cámara á otros debates, han hecho que antes no pudiera explanarla. Si sólo se hubiera tratado de los hechos realizados con motivo del mitin carlista de Andoaín, yo hubiera prescindido de esta interpelación, creyendo que había perdido toda actualidad; pero como no se trata de eso, como yo intento interpelar al Gobierno, y no sólo al Gobierno actual, sino á todos los que puedan pasar por ese banco en lo futuro, lo mismo á la oposición liberal que á la democrática, acerca del criterio que tienen en contra de una propaganda por completo antiespañola, no he creído que ha pasado el momento oportuno de mi interpelación, y me he decidido á explanarla, contando con la bondad del Sr. La Cierva.
Hace mucho tiempo que los carlistas se propusieron celebrar un mitin en Andoaín, en esa población que está considerada como la Meca bizkaitarrista. Yo tuve el gusto de hablar con el Sr. La Cierva y pedirle autorización para que el mitin se celebrara en el frontón de aquel pueblo, frontón que, como muchos de las provincias Vascongadas, está situado en la plaza publica, y S. S. no vió grandes dificultades á que esa concesión pudiera otorgarse. Sin embargo, como desde dicho pueblo se dirigían á mí para que pidiera esto permiso al ministro, yo juzgué que algo habría oculto, cuando conocedores de sus derechos, mis electores no acudían al gobernador de Guipúzcoa, y sí á su dilutado, para que éste obtuviera del Gobierno la autorización deseada.
S. S. tuvo entonces la bondad de oir mi ruego, habló por telégrafo con el gobernador de San Sebastián, y éste, después de llamar al alcalde, negó permiso para que el mitin se celebrara allí, pretextando que á los bizkaitarras y nacionalistas se les había negado en otra ocasión. El Sr. La Cierva sabe bien que yo, al considerar la situación en que la contestación antes dicha dejaba al Gobierno, acepté su solución en nombre de esta minoría, a la que sin ser injustos no podéis negar el título de ser genuinamente española, por más que no me agradara que para el Poder ejecutivo tuviera las mismas consideraciones que los enemigos de España. S. S. me indicó que si no en el frontón, podría celebrarse en cualquier otro sitio público, y en eso quedamos de acuerdo.
En estas condiciones, y agradeciéndole yo mucho á S. S. la bondad соn que habia procedido para conmigo, me marchó a Andoaín. Llegué allí, y la primera noticia que me dieron fué que el alcalde parecía poco propicio á tolerar la celebración del mitin, pues afirmaba no tener el menor aviso del mismo, no obstante habérselo participado oficialmente mis amigos, no obstante haber reconcentradas fuerzas de la Guardia civil, haber llegado un delegado del gobernador para presidir el acto y haber sido llamado el mismo alcalde á San Sebastián para decirle que concediera permiso para que el mitin se celebrara en determinado local, con tal de que fuese cerrado, y no cubierto, como luego tentando nuestra paciencia interpretaba el alcalde. Gracias á la prudencia de la Guardia civil y del delegado del gobernador el mitin se celebró.
Pasamos en silencio por el calvario de no tolerar que un pueblo donde la mayoría de los votos fueron míos (contar con la forma como se consiguen los votos en las provincias Vascongadas, y por eso tiene verdadera importancia este debate, porque las ideas que arraigan en el corazón vasco son abrazadas, aunque sean erróneas, con sinceridad y entusiasmo); pasemos porque en un pueblo así, repito, que es eminentemente carlista, hubiera gran peligro en que la música pudiera tocar al aparecer la bandera, que lo mismo es vuestra que nuestra, la Marcha Real. Al alcalde no le agradó, y cumpliendo órdenes superiores, según me indicaba, no toleró siquiera que en el local donde se celebraba el mitin —que era un prado de un correligionario nuestro— pudiera oirse la música.
Los gritos contra España. Pasamos por esto, como digo, comprendiendo que estaban en su derecho, y que, por lo tanto, aunque la ley era dura, era ley; pero no pude pasar entonces sin protesta y hoy sin censura que la misma autoridad que con tanto celo velara por que nuestros vítores á la Patria no ofendieran los castos oídos nacionalistas, dejaba pasar por entre nosotros cinco coches cargados de bizkaitarras. Entonces los carlistas, acordándose de la santa bandera que defienden, saltaron la cerca que rodeaba el sitio donde el mitin se celebraba, y al grito de ¡Viva España!, conmigo á la cabeza—no tengo inconveniente en decirlo en el Parlamento,— echaron á correr detrás de aquellos coches de donde partía un grito completamente opuesto á nuestros entusiasmos: el grito sacrílego é infame de ¡Muera España!
La Guardia civil cumplía con su deber (labor penosísima para ella), pues en aquel momento indudablemente estaban más con nosotros que con nuestros enemigos, y protegió á los que habían provocado el conflicto. Yo ayudé también á la Guardia civil; yo rogué á mis amigos que abandonaran aquellos parajes y volvieran al mitin, donde ya no hubo discursos políticos y sí un himno de amor y de entusiasmo á la Patria ultrajada.
Concluyó el acto; eran ya las últimas horas de la tarde; y los 2 ó 3.000 carlistas que habían asistido al mismo dispusiéronse á regresar á sus hogares. Yo también me disponía a marchar á Tolosa, cuando se me avisó que en el camino de esta ciudad, y poco más de un kilómetro de Andoaín, desde una sidrería los bizkaitarras llegados de San Sebastián apedreaban los coches que pasaban por la carretera. Sin embargo, salimos en aquella dirección, y pude comprobar que efectivamente, parapetados en una casa que ostentaba colgaduras nacionalistas, á ciencia y paciencia de aquella misma autoridad que por la mañana quiso evitar que la bandera nacional fuera desplegada en un pueblo español, una centena de desventurados que al atacar sin lealtad y cobardemente deshonraban el glorioso nombre de vascos, sinónimo de nobleza y lealtad, que tanto dicen amar, apedrearon á mansalva los coches donde iban carlistas. Cuando yo llegué acababa de ser herido un íntimo y querido amigo mío. Entonces los carlistas, dejando los coches, subieron al monte y demostraron estando ellos que no hace falta que la autoridad acuda para que los enemigos de nuestra Patria paguen cara su osadía.
Así sucedió siempre; no vengo, por consiguiente, señor ministro de la Gobernación, á pedir protección para nosotros; les sobra energía á los carlistas, siempre, absolutamente siempre, para hacer que el nombre de la madre Patria sea respetado, sin negar por esto valor á su adversario. Es más: si sólo mirara á mi interés, si sólo mirara al interés de mi partido, yo tendría verdadero orgullo en que á nuestros mitins no fuera la Guardia civil, porque es un honor, señores, un honor que enorgullece al partido carlista, el ver que en aquellas provincias, aun en aquellas lealísimas provincias, son ellos odiados por todos los que odian y aborrecen á nuestra Patria común. Pero hay algo que está sobre el interés de una fracción política, y que impone, señores diputados, como sagrado deber de conciencia el denunciar primero, y trabajar después por que desaparezca de la noble Euskalerria la lepra bizkaitarra que la deshonra.
Yo tengo muy pocas esperanzas, lo he de decir con sinceridad, en que vosotros podáis hacer nada, no sólo el Sr. Maura, sino tampoco el Sr. Moret, ni el Sr. Canalejas, ni el Sr. Azcárate, si en los designios de la Providencia estuviera un cambio de régimen en sentido republicano para España.
Yo tengo poca esperanza, y no porque dude, que eso sería ofender al Sr. Maura, del patriotismo de S. S., no porque yo dude del patriotismo de ninguno de vosotros, sino porque tenéis que sostener la tesis, que es alma de vuestro programa y el denominador común de vuestro partido, ó resignaros á la anulación y á la muerte. La libertad de pensamiento, ¿no es verdad? Yo ya sé que no quedarán sin respuesta mis patrióticas excitaciones; pero ¿qué me podéis decir? Yo me adelanto á la respuesta del señor ministro de la Gobernación, á quien estoy interpelando; S. S. me dirá que se excitará el celo del ministerio fiscal, que se cumplirán las leyes. Pero ¿es, señores liberales, que en vuestro tiempo y otras; manifestaciones por el estilo no se ha excitado también el celo del ministerio fiscal? ¿Es que los ministros de la Gobernación del partido liberal y los ministros de la Gobernación del partido conservador anteriores á S. S. no han hecho todo lo posible por que se cumpliera la ley y por que eso, que es vergüenza de España, desapareciera? Si todos obrasteis lo mismo, y, por desgracia, todos obtuvisteis el mismo desastroso resultado.
El mal no se puede remediar con la ley, porque está en el mismo espíritu que dió vida á la ley. Todos, desde los conservadores más de la derecha hasta los ácratas, afirmáis como tesis de vuestros partidos que nada existe indiscutible, que todo cae bajo el dominio de la razón individual. ¿Cómo imponer en estas condiciones una doctrina? Cómo imponer un dogma los que declarabais discutible todos? Si permitís, si permite la ley negar á Dios, ¿cómo evitar que se niegue á España? (Rumores.) Sí; porque para vosotros, señores, á la mayoría serán inicuos el libro y el periódico que combaten vuestra fe; pero lo tenéis que tolerar, porque esa iniquidad es un derecho; serían odiosas las campañas contra la familia, pero también esa odiosidad es un derecho; serán, por último, infames los que niegan el concepto de la Patria, pero también á éstos les ampara la ley. Ante Dios, que es la causa, todo lo demás es efecto, y si la causa se puede negar, se puede negar toda consecuencia, todo lo creado.
Admitir, pues, lógicos en vuestro liberalismo, que la Patria es discutible, y al admitir que la Patria es discutible, como lo es todo lo humano, ¿no es verdad, señor presidente del Gonsejo de ministros, que la inteligencia no delinque?, admitir repito también que toda doctrina puede propagarse, y que es lógica y que es lícita esa propaganda bizkaitarrista, mientras no incurra en lo que taxativamente puede marcar una ley que, bien se llame Código penal ó ley de Jurisdicciones, todos sabemos las facilidades que hay para burlar su casuísmo, uniendo la hipocresía á otros estímulos menos nobles.
Además, hay otra razón para que mi esperanza en vuestras remedios sea escasa, y esa es el creer que fuisteis los autores del mal al negaros sistemáticamente á reconocer los derechos de las regiones, al violar sus fueros, al perseguir su idioma, al confundir la noción de la Patria amada con la de un Estado centralista odioso. Por eso, repito, no fío mucho en vuestras soluciones, que sólo podrán venir de los que, como nosotros, no ahora, sino siempre, fuimos regionalistas, de los que defendemos en toda su extensión la reintegración foral, de los que nos enorgullecemos de esa lenga centenaria, entusiasmo de los sabios y baluarte que defiende la fe y la tradición de aquellas hermosas provincias.
Yo quiero saber cuál es la opinión de las minorías y cuál es la opinión del Gobierno acerca de ese problema. Las leyes actuales no bastan, y la prueba de que no bastan os la dan, señores ministros, los mismos hechos (El Sr. Morote interrumpe.) Hace muy pocos años seria bufo el bizkaitarrismo, Sr. Morote; pero ya pasaron aquellos idílicos tiempos en que les desahogos separatistas quedaban reducidos á que en Bilbao se llamara al Gobierno civil el consulado de España; hoy los bizkaitarias van á la tumba de Arana, que es el fundador del bizkaitarrismo, en número de 10.000 hombres á depositar flores. Hoy reúnen 2 millones de pesetas para fundar un periódico nacionalista. (El Sr. Morote: Porque son ricos.) Porque son ricos, cierto; pero además porque las leyes les amparan. No es, por consiguiente, el momento de tomar á broma ni de burlarse de un movimiento algo más peligroso que ese movimiento catalán que ha merecido tantas censuras, porque acaso hay muchos más separatistas en Bilbao que en Barcelona. En Guipúzcoa, por fortuna, no es así, y al mismo tiempo que se desarrollan sucesos como los de Andoaín, aquella Diputación, la más identificada indudablemente con la región, celebra honras fúnebres por los héroes de la Independencia.
Me queda aún algo grave que decir al señor ministro: el día del mitin, tantas veces nombrado, cuando varios amigos míos se retiraban al pasar por las escuelas públicas oyeron desde un balcón donde estaba la maestra con varias señoritas, no digo que fuera la maestra, se oyeron los gritos de ¡Viva Guipúzcoa! y ¡Muera España! A ese grito los carlistas, caballeros ante todo, no pudieron contentar más que con un ¡Viva España!; pero es preciso, señor ministro que la autoridad de su señoría, la autoridad del Gobierno, no obligada á tanta galantería, averigüe si es verdad que en las escuelas de niñas de Andoaín, como en alguna otra de Guipúzcoa y muchas de Vizcaya, se enseñan y se empiezan y concluyen las clases con himnos bizkaitarristas, con himnos contrarios á la integridad y el decoro de la Nación; es preciso que se ejerza completa vigilancia sobre un movimiento que acaso el día de mañana no pueda tener remedio.
Yo sé, señores, que poco puede esperarse, como he dicho al principio, de lo que vosotros podíais hacer; pero así y todo conviene que como los católicos saben que el dogma no encontrará en vosotros defensa, así como los hombres partidarios del orden social saben que aunque dictéis leyes especiales los principios de la propiedad y de la familia no están garantidos, sepan también los patriotas que el nombre y la integridad de la Patria no tienen entre vosotros ni en vuestras leyes la necesaria salvaguardia.
Un grito he oído muchas veces á los bizkaitarras, grito por demás extraño, que no tiene fácil explicación. El grito á que me refiero es el de ¡Muera España!, ¡Muera Carlos VII! y ¡Viva Alfonso XIII! (El Sr. Morote: Está bien; muy lógico.)
Estos hechos se han referido en la Prensa de aquella provincia: no me lo podéis negar. El hecho es cierto; pero ¿y su causa? Sólo en un sentido puede dejar de ser para mí un logogrifo tales entusiasmos.
Hasta que el liberalismo se entronizó en España; hasta lo que significa determinado nombre y determinada dinastía no existió en España, la integridad nacional no fué discutida ni combatida en aquellas provincias. ¿Cuándo ha sido discutida? ¿Cuándo se ha establecido esa dinastía, y, por lo tanto, es muy justo, señores, que los que trabajan en contra de España victoreen por agradecimiento á un régimen que es el que les ha facilitado el poderlo hacer? (Rumores.)
El Sr. PRESIDENTE: Sr. Díaz Aguado, tengo que protestar contra las palabras que acaba de pronunciar S. S., porque sobre no ser exactas, quebrantan aquello que el reglamento nos obliga á todos á mantener, y que S. S. mismo ha ofrecido ó jurado respetar.
El Sr. DIAZ AGUADO Y SALABERRY: Yo he prometido, no jurado.
El Sr. PRESIDENTE: Es lo mismo.
El Sr. DIAZ AGUADO Y SALABERRY: Señor presidente, yo me refería á un hecho y buscaba una explicación.
Yo no discuto al jefe del Estado; busco la interpretación de un fenómeno que no tiene la aquiescencia del jefe del Estado precisamente, porque si fuera así, ¡ah!, entonces, por encima de determinadas promesas hechas, protestaría y protestaríamos de ello todos. No se trata, repito, de que el jefe del Estado esté conforme con que su nombre vaya unido al de España cuando se dan mueras á esta Nación. Yo no lo creo, y empiezo por reconocerlo así, como el patriotismo del Gobierno. (El señor presidente del Consejo dt ministros: Pues no faltaba más.) Lo he reconocido, no obstante creer que tenéis la culpa de todos los separatismos; ¿qué más queréis que haga?
El Sr. PRESIDENTE: S. S. debe dirigirse al Gobierno y á los actos del Gobierno.
El Sr. DIAZ AGUADO Y SALABERRY: Yo acato las órdenes de la presidencia, y continúo.
¿Qué otra explicación pueden tener esos gritos?
Decídmela vosotros.
Que los gritos son exactos, tiene la seguridad el Sr. La Cierva lo mismo que yo. Su señoría era ministro cuando se celebró el mitin de Amoravieta, y á la vuelta de este mitin, con estos mismos gritos fuimos recibidos en una de las estaciones del tránsito. Eso lo sabe S. S., y si yo no puedo referir en el Parlamento, lo que fuera del Parlamento en los campos se dice, declaro que entonces las garantías que concede la Constitución á los representantes del país son completamente ilusorias.
Concluyo. No vengo á exigir ni á pedir responsabilidades para nadie. Yo pido á la mayoría y á las minorías que declaren ante el país que se perseguirá, que se hará todo lo posible por evitar el separatismo y, toda vez que dicho mal va creciendo de día en día, lo cual pone de manifiesto ó que la ley no se cumple, en cuyo caso sois responsables todos los que habéis sido ministros, todos los que habéis pasado por el banco azul, ó que si se cumple, en que la ley, como digo, es deficiente para que el nombre de Patria sea como debe de ser, sagrado y respetado, se presentarán á las Cámaras, se procurará por los hombres de todos los partidos buscar con la mayor premura los remedios adecuados para evitar tanta vergüenza.
El Sr. DIAZ AGUADO Y SALABERRY: Me ha extrañado, señor ministro de la Gobernación, que S. S. haya defendido al Gobierno de ataques que yo no le he dirigido.
He empezado diciendo que hoy, como siempre, quería que mis palabras se fundaran en la justicia; que yo no censuraba al actual Gobierno conservador, porque de censurar al actual Gobierno conservador debía hacerlo á todos los demás Gobiernos que desde hace muchos años han ocupado ево banco. Que no dirigía tampoco censura ninguna al gobernador de San Sebastián, mi distinguido amigo particular, y tan no pensaba hacerlo, que asi se lo indiqué á S. S. y á él. Sin embargo, no os creo limpios de toda mancha, y si yo hubiera estado animado, como S. S. supone, de espíritu de animadversión contra el Gobierno, ¿cree el señor ministro que no hubiera podido encontrar medio de censurar á ese gobernador? ¿Cree que el hecho de salir cinco coches de San Sebastián sin que el gobernador lo supiera... (Rumores.) El hecho de salir cinco coches no es delito, verdad; pero el hecho de no avisar por telégrafo que no se les permita pasar por donde estaba celebrándose el mitin sí es una imprevisión del gobernador. Y conste que yo no quería censurar á eso gobernador, y que no lo hubiera hecho, Sr. La Cierva, si no me hubiera obligado á ello palabras de S. S.
Por lo demás, no deja de ser donosa la defensa hecha por el señor ministro del alcalde y maestra de Andoaín, leyendo unos telegramas y sueltos de El Correo de Guipúzcoa, periódico carlista, en que aquellos señores niegan los hechos que se les imputan.
Yo creo que si á todos los que ocupan los presidios de España se les preguntara por los Tribunales si eran autores de los delitos que cometieron y se considerara causa de justificación que esos delincuentes mandaran un comunicado á los periódicos diciendo que no habían realizado acto alguno punible, las cárceles quedarían vacías. Eso es indudable.
No dije, y en las cuartillas constará, que fuera la maestra de Andoaín la que diera el grito de ¡Muera España! Lo que he dicho, y no lo contradice el suelto de El Correo de Guipúzcoa que S. S. ha leído, es que al pasar por la escuela de niñas, estando en el balcón la maestra y otras señoras, se dió el grito de ¡Muera España!; y en eso han insistido después de ese comunicado varios caballeros que lo oyeron, entre los cuales hay uno que es diputado provincial. De modo que á una negación yo opongo una afirmación.
Si hubiera creído que la maestra era la autora de aquel grito, pediría al Gobierno que destituyesen por telégrafo á la maestra de Andoaín, y no lo he hecho; lo que le he pedido es que averigüe lo que haya de verdad en esos hechos, y que, en caso de ser ciertos, se castiguen.
En lo demás ya sabía yo la contestación de S. S.: que se ha cumplido la ley y que el Gobierno no ha procedido fuera de la ley. Ha hecho bien el Gobierno en no salir fuera de la ley, y yo no pido al Gobierno que se extralimite; lo que le pido es que reconozca un hecho social que no puede negar, á saber: que las leyes actuales son insuficientes para evitar ciertas propagandas. Hace diez años había poquísimos bizkaitarras en España; hoy el número de bizkaitarras en Guipúzcoa será pequeño, pero en Vizcaya es muy grande. ¿Qué prueba esto? Que la ley es deficiente.
Me decía S. S. que pedir al Gobierno que explique por qué existen bizkaitarras, es lo mismo que preguntarle por qué existe la locura. ¡Ah!, señor ministro, es que yo á una Junta médica le pediría explicaciones si viera que en una población determinada se presentaban los casos de enajenación mental en número extraordinario. Yo haría en ese caso, y S. S. también haría, que fuesen facultativos á ver á qué fenómeno extraño obedecía el que aumentase el número de locos y degenerados en proporciones mayores que en ninguna otra parte de España. Ese es el caso, eso es l oque yo pido á S. S. Con la medicación actual legal, yo creo, señor ministro, que no cumplen los Gobiernos (no me refiero sólo á éste) con su deber. Ahí está el señor Soriano, que ha sido candidato republicano por Valencia, cuando yo me presentaba como candidato carlista, y recordará que en mitins y en mitins muy cerca unos de otros, hemos hablado defendiendo ideas opuestas, y yo no censuraba que en los mitins donde asistía S. S. se dieran en momentos de expansión vivas á la República, mientras se daban otros gritos muy distintos donde yo estaba. (El Sr. Soriano: Pocos.) No tan pocos.
Recuerde S. S. que no sacó más que una mayoría de 600 votos sobre los que yo obtuve, en siete mil y pico. De modo que no eran tan pocos. Lo que hay es que á S. S. le parecen siempre pocos los contrarios y muchos los amigos. (El Sr. Soriano: En Valencia, sí.) Yo estoy conforme en que se dieran esos gritos; pero creo que S. S., lo mismo que yo, no hubiera tolerado que se diera el grito de ¡Muera España!
No oreo que haya llegado el momento de resucitar en el Parlamento la cuestión que suscitó aquí el Sr. Cánovas del Castillo, siendo presidente del Consejo de ministros, sobre los partidos legales é ilegales. Dentro de vuestra teoría, todos los partidos españoles son legales; pero oreo yo que el partido que abomina de la Patria no es español, y no puede ser legal. Y como S. S. alega que son pocos los bizkaitarras, yo he de contradecirle, porque aquí hablamos á la faz del país, y, como decía el señor presidente del Consejo dirigiéndose á las minorías, debíamos fijarnos en que aquí hay muchas ventanas y en que la opinión so entera de lo que sucede. Manifestar que ignoramos que los bizkaitarras son enemigos de España, y que son pocos, podrá provocar un éxito aquí, pero no fuera; porque el país está convencido de que aquéllos abominan de la Madre patria, y decir que hay una ley en la cual pueden ampararse los bizkaitarras para reunirse, para procurar que aumente el número de sus adeptos y fundar periódicos y revistas, es hacer la condenación de la ley y de todos los Gobiernos que se inspiren en ese criterio.
El Sr. DIAZ AGUADO Y SALABERRY: Apelo al mismo ejemplo aducido por el señor ministro. Dice S. S. que es suficiente medicina la ley para curar osos casos de enajenación mental; pero es el hecho que la medicina se aplica y los casos se aumentan de día en día. Me parece que si S. S. fuese médico y siguiese el mismo sistema para curar la pulmonía, se desacreditaría completamente.
En cuanto á que no hay partido bizkaitarra (El Sr. Soriano pide la palabra), es negar la realidad, tanto como el suponer que no puede tener ningún partido como lema y programa un delito contra la Patria. Si existe, ¿cómo va á ser imposible? Y que el bizkaitarrismo no lo he inventado yo no me lo negará S. S. (Varios señores diputados: No; no es un partido.) ¿No es partido? ¿Vamos á discutir palabras? Pues si no es partido, ¿cómo se le ha concedido la beligerancia en concepto de tal? ¿Cómo me dijo el señor ministro que el alcalde de Andoaín se basaba para no conceder el permiso á que antes aludí en que ya lo había negado á otro partido? Ese partido era el bizkaitarra; luego existe el partido bizcaitarra. (El señor ministro de la Gobernación: Negó el permiso por temor á la alteración del orden público.) Otro absurdo. ¿De dónde vino esa alteración del orden público? No de los vecinos de Andoaín, sino de los que allí se mandaron para que lo provocaran.
La teoría no es nueva, pero es cómoda; procedimiento muy sencillo para impedir que so celebre un mitin: con coger media docena de coches, llenarlos de alborotadores y enviarlos al pueblo donde el acto hubiera de celebrarse, ya había motivo para temer que se alterase el orden público y prohibirlo. Los que atacaron en Andoaín. (El Sr. Nougués: Han hecho lo que los carlistas en Reus.) A S. S. le duele que allí se haya celebrado un mitin; lo siento, pero no son de pleitos entre carlistas y republicanos de lo que se trata.
Es preciso estar ciego para negar la evidencia. Recuerdo aquellas sesiones célebres en que un ministro de la Guerra decía que el levantamiento insurreccional de Cuba no tenía importancia, que aquello no era más que una hazaña de locos, un delirio de degenerados; ¡locos y degenerados que han desgarrado la leyenda de la Patria! Ni siquiera pueden ofenderse con el calificativo los bizkaitarras, porque ellos, como S. S. saben que es una gran verdad aquello de Calderón de que «en luchas tales, los que vencen son leales y los vencidos traidores», hoy son los grandes patriotas de la República cubana, aquellos que nosotros considerábamos los mayores criminales y los mayores traidores, y acaso el día de mañana... (El señor presidente del Consejo de ministros: No hay tal mañana.) Es verdad. No tiene que decirlo el Sr. Maura. (El señor presidente del Consejo de ministros: (No lo diga S. S.) No habrá tal mañana, porque siempre que se ha dado el grito de ¡Muera España!, han bastado, bastarán los carlistas para hacer que enmudezcan los que lo profirieron.
Fuente
[editar]- El Correo Español: «Sobre el mitin de Andoaín: Interpelación del Sr. Salaberry» (4 de mayo de 1908). Página 3.