Soledad (Althaus)
¡Cuán vasto, cuán callado, cuán desierto
hallan mis pasos el materno hogar!
Cada eco triste que al andar despierto
me parece, de pena sollozar!
Ya tu acento mi oído no recrea,
oh madre, ni a escucharte volveré,
instando la doméstica tarea,
mover en torno el diligente pie.
Cual antes, ese pie no ya impaciente,
vendrá a buscarme, ni a esa dulce voz
que llame cariñosa a tu Clemente
ya, como un día, acudiré veloz.
Ya no podré, como antes, cada día
ir a darte el saludo matinal,
ni estampar en tu frente, madre mía,
el casto beso del amor filial.
¡Cuán tristes doblan las marchitas flores
su frente taciturna en tu jardín,
y apagando sus vívidos colores,
llorar parecen, como yo, tu fin!
¡Cuán tristes cantan en angosta reja
las aves cuya voz te deleitó!
lamento flébil su cantar semeja
con que te lloran, cual te lloro yo.
¡Con cuán fervientes preces las leales
siervas por tu alma suplicando están!
De tu cerrada estancia en los umbrales
¡Cuál gime y llama el solitario can!
¡Oh tú, de cuyo duelo soy testigo,
pobre animal, ven a mi lado, ven
como con dulce hermano o fiel amigo,
hoy contigo llorar quiero también.
No pienses que soberbio te desdeño;
te ennoblece a mis ojos tu dolor:
sí, llora, llora por el noble dueño
que algo te dio de su precioso amor.
Ya no, cual antes, con ladrido ufano
saldrás a recibirla en el dintel,
ni al tacto usado de su blanda mano
ledo y altivo erizarás la piel.
¡Ay! en vano la llama tu gemido
para yacer como antes a sus pies:
ya no tienes señora, y afligido
y sólo y triste, como yo, te ves.
Que unas tu llanto a mi gemir consiento,
te doy parte en mi duelo y aflicción,
pues te basta el calor del sentimiento,
si te falta la luz de la razón.
(1870)