Sueños hay que verdad sonSueños hay que verdad sonPedro Calderón de la BarcaAuto
Auto
Sale la CASTIDAD, dama, coronada de flores, y el SUEÑO.
SUEÑO:
¿Dónde me llevas, hermosa
virtud, que entre los diversos
coros de cuantas virtudes
siguen al legal Cordero,
tú sola los crespos rizos
coronas de tus cabellos,
de cuantas vírgenes rosas
guarnecen los rizos crespos
de todas las demás, dando
a entender que en tu obsequio
todas se complacen? ¿Dónde
me llevas (a decir vuelvo)?;
porque siendo, como eres,
en tantos Sagrados Textos
triunfante laurel, que arrastra
los no fáciles trofeos
de la lid de los sentidos,
vencedores de sí mesmos,
parece que hace no poca
repugnancia a tu respecto
que la virtud, que es de todas
las virtudes ornamento,
me traiga a centro que es
de todos los vicios centro.
SUEÑO:
Esta es la cárcel de Egipto;
bien claro te dice el serlo
que es la posada que alberga
por huéspedes de aposento
al homicidio y al robo,
al fraude y al adulterio.
¿Pues, cómo cabe en razón
(repito otra vez) que siendo
(si no lo han dicho las señas,
tu nombre lo diga excelso)
la castidad, que es la suma
pureza, que vence a un tiempo,
para los triunfos del alma,
las rebeliones del cuerpo;
y ella la sentina, donde
el político gobierno
de la república arroja
los perniciosos desechos,
que son escorias del siglo,
tú te atreves a entrar dentro,
sin temor de que te empañe
el vapor de sus alientos?
SUEÑO:
Y aun no cesa aquí mi duda,
sino en que para este efecto
aparentemente hayas
tomado el semblante bello
de Asenet, hermosa hija
del sacerdote del Templo
de Heliópoli, ciudad del sol,
y aun ella, el sol mesmo.
Sepa, pues, de estas dos dudas
la causa, porque suspenso,
hasta oír tu voluntad
tendrás a mi entendimiento.
CASTIDAD:
Vaga fantasía, que sabes
hacer con tus devaneos
la quietud de los sentidos,
de los sentidos estruendo,
pues cuando para el descanso
te ha introducido el sosiego,
traidoramente has sabido
sacar del descanso el riesgo;
fantástica aparición,
que en imágenes de viento,
bien como yo de Asenet
(por complacerme en objeto
tan gloriosamente amable,
tan amablemente honesto)
la forma tomé, tomaste,
por complacerte, en Morfeo
tú de su negro semblante
lo adusto, pálido, y yerto:
CASTIDAD:
ya, a la una de las dudas
te he respondido, supuesto
que el haber vestido tú
sombras, y luces yo, a efecto
habrá sido de hacer más
representable un concepto,
en que importa que seamos
debajo de los dos velos
de Morfeo y Asenet,
yo la Castidad, tú el Sueño;
y aunque también a la otra
duda responderte puedo,
en cuanto a que sea una cárcel
campaña de nuestro duelo,
no lo he de hacer hasta que
te digan mis sentimientos
la razón con que quejarme
de tu sinrazón pretendo.
Y, pues no tiene el oírlo
la fuerza que tendrá el verlo,
llega conmigo. ¿Qué escuchas?
(Dentro voces y cadenas.)
SUEÑO:
Lo que ves, escucho y veo:
de la cadena el ruido
y de la queja el lamento.
CASTIDAD:
Retírate ahora, y atiende
a su pavoroso acento.
(Dentro.)
¡Ah del calabozo!
TODOS:
¿Quién
es quien llama?
(Dentro.)
Allá va un preso,
que, esclavo, para que sirva
a todos, envía su dueño.
(Salen el COPERO y el PANADERO con prisiones.)
LOS DOS:
¿Esclavo, para que sirva
a todos, envía su dueño?
COPERO:
¿Quién será este desdichado,
tan desdichado que siendo
esclavo a ser preso venga
dos veces cautivo, puesto
que servidumbre y prisión
le están doblando los hierros?
PANADERO:
Será algún facineroso
que su amo tenga por menos
mal, darle a una cárcel que
sufrirle en casa.
COPERO:
¡Que luego
te has de ir hacia lo peor!
¿No puede ser, que sea, ¡ay, cielos!,
otro infeliz que sin culpa
padezca, cual yo padezco?
PANADERO:
También padezco sin ella
yo; mas no he de creer por eso
que no padezcan culpados
los demás.
COPERO:
A ver lleguemos
quién será este preso.
(Sale JOSEF de cautivo, con cadena.)
JOSEF:
Quien,
por saber que aqueste seno
es sepultura de vivos,
penosamente contento,
tiene por buena fortuna
ser en él esclavo vuestro.
COPERO:
Alza del suelo. ¡Qué talle
tan airoso y bien dispuesto!
PANADERO:
Si tiene talle de dar
la patente, será bueno.
JOSEF:
Un mísero esclavo era
en la casa de mi dueño;
un mísero esclavo soy
aquí, pues a servir vengo:
¿qué puedo tener que dar?
PANADERO:
Jaqueta y birrete.
COPERO:
Eso,
no es justo que tú lo digas,
ni nadie, que no es bien hecho
afligir al afligido,
principalmente sujeto
tan rendido.
PANADERO:
Ya querrás
dél compadecerte.
COPERO:
Es cierto.
La buena presencia es
el sobrescrito primero
de las cartas de favor
que escribe piadoso el cielo,
encomendando a quien quiere
que gane el primer afecto
de los demás.
PANADERO:
Ya eso es
filosofar, y no quiero
estarte oyendo piedades
toda la vida.
(Vase.)
COPERO:
¿Qué puedo
hacer mejor? Y más, cuando
presumo que no vi aspecto
en mi vida más amable.
¿De dónde eres?
JOSEF:
Soy hebreo.
COPERO:
¿De qué tierra?
JOSEF:
De Canaán.
COPERO:
¿Tu nombre?
JOSEF:
Josef.
COPERO:
«Aumento»
significa.
JOSEF:
Soylo de ansias.
COPERO:
¿Qué derrotados sucesos
te han traído a Egipto?
JOSEF:
Son tales,
tan tristes y tan adversos,
que son más para sentidos
que contados.
COPERO:
Pues no quiero
afligirte la memoria.
Este es mi albergue. Copero
fui de Faraón; esotro
camarada, Panadero.
Indiciados de un delito
estamos, pero yo espero
que presto saldremos libres.
COPERO:
He dicho de paso esto,
porque sepas hasta entonces
rancho y señas, que es inmenso
el tráfago de esta cárcel,
y no será fácil luego
volver aquí sin noticias,
adonde que tengas, quiero,
algún abrigo. Y ahora,
ve a otras partes discurriendo,
que pues vienes a servir,
según entendí, no quiero
malquistarte, con que sea
mi agrado tu privilegio.
(Yéndose.)
JOSEF:
Perdóneme tu piedad,
señor, si no la agradezco,
que es ésta la vez primera
en que obligado me veo
a agradecer, porque soy
tan desdichado en extremo
que nunca le vi la cara
al favor; y así, no he puesto
cuidado en aprender cómo
habla el agradecimiento.
COPERO:
Id con Dios.
(Aparte.)
Sobre galán,
parece el joven discreto.
El corazón me ha quebrado
verle tan mísero.
(Vase.)
JOSEF:
¡Cielos!
Si, que porque serví leal,
no supe agradar a un dueño,
¿cómo he de agradar a tantos?
¡Oh, nunca hubieran mis sueños
dispertado aquella envidia
que en este estado me ha puesto!
(Vase.)
CASTIDAD:
Cuanto pudiera decir
yo, gastando mucho tiempo
en encarecer sus penas,
ha dicho él en un momento.
De aquellos sueños se queja
en que le empeñaste, viendo
los haces de sus hermanos,
que sin impulsos del viento,
de sus doradas espigas
doblaban los rubios cuellos,
como obedeciendo al suyo;
CASTIDAD:
y añadiendo empeño a empeño,
le hiciste también soñase
sol, luna y estrellas puestos
a sus pies. No sé si arguya
si fue cuerdo, o no fue cuerdo,
en revelarlo, porque
no hay error donde hay misterio;
y así, baste por ahora
que por baldón y desprecio
el soñador le llamaron,
cuya envidia fue creciendo
tanto, que desde el cariño
de hermano se pasó a ceño
de enemigo, de enemigo
a empozado; y no contentos,
desde empozado a vendido,
y desde vendido a preso.
CASTIDAD:
Dirásme que por qué yo
tanto sus favores siento,
y responderéte, que es
porque en el mundo no tengo
otro alguno que venere
más mi alto merecimiento.
Por no empañar mi pureza,
por no ofender a su dueño,
atento a la religión
cuanto a la lealtad atento,
a la más blanda sirena,
al áspid más halagüeño,
al más traidor cocodrilo,
al más familiar veneno,
y a la más incauta hiena,
sordo a la voz, mudo al ruego,
inmoble al llanto, y veloz
a la fuga, venció huyendo.
CASTIDAD:
Pero, ¿qué mucho? ¿Qué mucho,
si al lunado monstruo fiero
supo dejarle la capa?;
siendo así, que algún ingenio
(no menos que iluminado)
dijo que si desde el cielo
una piedra se arrojara,
detenerse fuera menos
prodigio, en el aire, que
un hombre en la ocasión puesto.
Pues siendo así que tú fuiste
a sus ruinas fundamento,
y yo estoy de sus victorias
obligada a ser el premio,
¿qué extrañas que aquí te traiga,
a que veas el extremo
en que tus sueños le tienen,
por si pudiesen tus sueños,
ya que acarrearon el daño,
solicitarle el remedio?
CASTIDAD:
Bien sé que Dios es primera
causa, que de Él dependemos,
y que sin Él, tú ni yo
no valemos nada; pero
también sé que quiere Dios
que para rastrear lo inmenso
de su amor, poder, y ciencia,
nos valgamos de los medios
que, humano modo aplicados,
nos puedan servir de ejemplo.
Y pues lo caduco no
puede comprehender lo eterno,
y es necesario que para
venir en conocimiento
suyo haya un medio visible
que en el corto caudal nuestro,
del concepto imaginado
pase a práctico concepto,
hagamos representable
a los teatros del tiempo
que el hombre que se ejercita
en una virtud, es cierto
que cuando él está penando,
le está ella favoreciendo.
CASTIDAD:
Y no pare aquí el discurso,
pues también es argumento
que en términos satisface
Dios; dígalo Job, pues vemos,
que por los pasos que fue
bajando, volvió subiendo,
de lo excelso a lo abatido,
de lo abatido a lo excelso.
Luego bien, cuando que vuelva
a su libertad pretendo,
no en vano de ti me valgo,
por ver si antes con el cielo
y después contigo, logro
el que en los términos mesmos
que los sueños le agraviaron,
le desagravien los sueños.
CASTIDAD:
Mísero, pobre, afligido,
no sólo ya esclavo, pero
esclavo de muchos, hoy
en tus manos te le dejo.
Vuelve por él, y por mí,
no tanto porque pretendo
que en su miseria enternezca
a tu horror su sufrimiento;
no tanto porque vea el mundo
que no compiten trofeos
la noble virtud del alma
y vil propensión del cuerpo,
cuanto porque en ese joven
hay visos, luces, y lejos
de mayor asumpto que hoy
hasta destinado tiempo
anda rebozado en sombras;
CASTIDAD:
y así, desde aquí atendiendo
a sus acciones, si vieres
sobre el aborrecimiento
de sus hermanos, y sobre
venderle en traje de siervo,
y estar preso, que hay en él
sobrenaturales hechos:
mírale siempre a dos luces,
y verás que todo esto
va encaminado a que anda
aquí oculto y encubierto
algún misterio, que venga
a ser en los venideros
siglos, venciendo las sombras,
misterio de los misterios,
milagro de los milagros,
portento de los portentos,
y en fin, luz, verdad, y vida
del más alto sacramento.
(Vase.)
SUEÑO:
¡Oye, aguarda! No tan sólo
confuso, absorto y suspenso
mi entendimiento ha dejado
(que esto no es mucho, supuesto
que el sueño siempre fue obscuro
pasmo del entendimiento)
sino también convencido,
que es más. ¿De cuándo acá suelo
dejarme yo convencer
de la razón? Pero miento,
que en sueños ha revelado
Dios infinitos secretos;
y cuando no hubiera otros,
bastara a suplir por ellos
el de su padre en la escala
que abrazaba tierra y cielo.
Luego, si hay aquí virtud
que ruega, y yo me convenzo,
aquí hay Dios que manda. Pues,
¿qué aguardo que no obedezco?
SUEÑO:
(Canta.)
Dormid, dormid, mortales,
iguales son lo que les dura el sueño.
Mortales, que en la cárcel
del mundo vivís presos,
no tan sólo los hierros arrastrando,
mas también arrastrados de los yerros:
dormid, dormid, al son
de mi músico acento,
que mudas consonancias de la vida
son también las quietudes del silencio.
Dormid, dormid, no sólo
hoy al descanso atentos
pero atentos a ver qué es lo que quiere
en vuestras sombras revelar el cielo.
Y vosotras, ideas,
que en fantásticos cuerpos
representáis como retratos vivos
ansias y gozos a sentidos muertos,
ved que Dios, conmovido
de una virtud al ruego,
en términos nos manda que las ruinas
que el sueño destruyó, restaure el sueño.
(Salen COPERO y PANADERO.)
ÉL CON LA MÚSICA:
Dormid, dormid, mortales,
que el grande y el pequeño
iguales son lo que les dura el sueño.
(Vase el SUEÑO.)
COPERO:
¿Qué perezoso letargo
es el que sobre mí tengo?
PANADERO:
Parece que hubo patente,
según que todo me duermo.
COPERO:
¿Qué haré yo para vencer
esta pesadez que tengo?
PANADERO:
Lo que yo: echarse a dormir.
COPERO:
¿A esta hora?
PANADERO:
Aqueso es lo mesmo
que comer, porque el reloj
da cuando gana no tengo,
y cuando tengo la gana,
esperar a que dé. Necios,
comer cuando hubiere hambre,
dormir cuando hubiere sueño,
que no han de ser nuestras tripas
las cuerdas de su instrumento.
COPERO:
Deja locuras. Aquí,
a mi pesar, me recuesto.
PANADERO:
Yo, a mi placer, que dormido,
no sé si estoy libre o preso;
o dígalo aquel cantar
que dijo en no sé qué versos:
(Con esta repetición van saliendo los dos bofetones.)
MÚSICA:
Dormid, dormid, mortales,
que el grande y el pequeño
iguales son lo que les dura el sueño.
(Recuéstanse los dos, divididos: el COPERO en el carro donde está el bofetón en que ha de salir la SOMBRA que ha de venir debajo de la vid; y el PANADERO debajo del que ha de traer la SOMBRA de las aves y canastillos de pan; y dando vuelta ambos bofetones encontrados, cantan:)
SOMBRA 1:
El pan que del rocío
se amasó de los cielos
cuando en hermosa aurora, blanda nube
trujo la luz, la sombra, y el sustento...
SOMBRA 2:
El generoso vino
que dio racimo bello
cuando de Promisión la fértil Tierra
sucedió a la aspereza del desierto...
SOMBRA 2:
¡Feliz quien sea su dueño...
SOMBRA 1:
...pues si le come en culpa, es pan de muerte!
SOMBRA 2:
...pues si en gracia le bebe, es de los cielos!
TODOS Y MÚSICA:
Dormid, dormid, mortales,
que el grande y el pequeño
iguales son lo que les dura el sueño.
(Despiertan despavoridos.)
PANADERO:
¡Huye, infausta sombra horrible!
COPERO:
¡No huyas, dulce asombro bello!
PANADERO:
Mas yo iré huyendo de ti,...
COPERO:
Mas yo iré en tu seguimiento,...
SOMBRA 2:
¡Feliz quien sea su dueño...
SOMBRA 1:
...pues si le come en culpa, es pan de muerte!
SOMBRA 2:
...pues si en gracia le bebe, es de los cielos!
TODOS Y MÚSICA:
Dormid, dormid, mortales,
que el grande y el pequeño
iguales son lo que les dura el sueño.
(Despiertan despavoridos.)
PANADERO:
¡Huye, infausta sombra horrible!
COPERO:
¡No huyas, dulce asombro bello!
PANADERO:
Mas yo iré huyendo de ti,...
COPERO:
Mas yo iré en tu seguimiento,...
PANADERO:
...que hasta perderte de vista...
COPERO:
...que hasta alcanzarte...
(Sale JOSEF.)
JOSEF:
¿Qué es esto?
¿Tan asustados los dos,
despavoridos y inquietos,
cuando yo con alborozo
de qué es, a serviros vuelvo?
PANADERO:
No te admires,...
COPERO:
No te espantes,...
PANADERO:
...que una pena...
COPERO:
...que un contento...
PANADERO:
...aun es de dolor soñada.
COPERO:
...aun soñado se huye presto.
JOSEF:
Si yo tuviera licencia
para preguntar, bien creo
que me moviera la justa
curiosidad de saberlo.
COPERO:
Aunque de los sueños no
hay que hacer caso, confieso
que la viva aprehensión de éste
me obliga a hacer más aprecio
dél que de otros sueños.
PANADERO:
Yo
puedo asegurar lo mesmo,
y por deshacerme dél,
le he de decir. Oye atento:
como en nuestra fantasía
siempre el sueño nos retrata
aquello que más se trata
en los discursos del día,
fue fácil que yo soñase
(que al fin panadero soy)
que del floreado pan que hoy
dispuse que se amasase
para el Rey, tres canastillos,
blanco y sabroso llevaba,
y vi que, cuando esperaba
en la real mesa servillos,
en el camino embestían
tropas de funestas aves
que, nocturnamente graves,
cebadas en él, hacían
tales presas que mis gozos
murieron a breves plazos;
pues, devorado a pedazos
y desmenuzado a trozos,
aun migajas no dejaron,
y si las dejaron, fue
para el viento, puesto que,
hechas átomos, volaron
de suerte que aquel contento
en que esmeraba mi oficio,
después de ser desperdicio
de aves, fue estrago del viento.
COPERO:
Yo soñé (porque también
sean especies del día
las que hoy en mi fantasía
señas de mi oficio den)
que vía en un prado ameno
una vid hermosa y bella,
y de los pámpanos de ella
todo su follaje lleno
de tan dulce fruto opimo
que, fértilmente lozano,
era un rubí cada grano
y un ámbar cada racimo.
De uno, que entre dos pendía
del sarmiento superior,
soñé que el blanco licor
con una mano exprimía,
cuyo líquido tesoro
nada se desperdiciaba,
porque al exprimirle estaba
yo con una copa de oro
en la otra mano, de modo
que un átomo no perdía,
pues todo lo recogía,
con que se lograba todo.
JOSEF:
¡Oh, válgame el cielo! ¡Cuánto
campo la imaginación
con una y otra visión
corre! ¿Desperdicio tanto
en pan? ¿Tanto logro en vino?
¿Allí ruina, y aquí aumento?
De algún alto sacramento,
de algún misterio divino,
luces uno y otro dan,
pero tan en sombras hoy
que pienso que viendo estoy
vida y muerte en vino y pan.
COPERO:
¿Cómo habiéndonos oído,
mudo, absorto y elevado
parece que te has quedado
sin habernos respondido?
JOSEF:
Como cuando a ambos escucho,
me ofuscan vuestros diseños,
que entiendo mucho de sueños,
porque ha que me cuestan mucho;
y así, no sé si me obliga
más el que aquí al discurrir,
calle lo que he de decir,
que lo que he de callar diga.
LOS DOS:
En tal duda es, a mi ver,
mejor decir que callar.
JOSEF:
¿Si es pesar?
PANADERO:
Porque es pesar.
JOSEF:
¿Si es placer?
COPERO:
Porque es placer.
PANADERO:
Porque al que pesar tocó,
pueda resguardarse dél.
COPERO:
Y al que el placer, es cruel
cosa ocultársele.
JOSEF:
Yo,
aunque bien quisiera aquí,...
LOS DOS:
Habla.
JOSEF:
...por no dar dolor,
no dar gusto, hay superior
causa. En fin, ¿he de hablar?
LOS DOS:
Sí.
JOSEF:
Pues en acción tan unida
que una en otra se convierte,
hay pan, que es vida y es muerte,
hay vino, que es muerte y vida.
Libre tú en tu indicio estás,
tú convencido en tu indicio: (Al COPERO.)
tú volverás a tu oficio, (Al PANADERO.)
y tú presto morirás.
PANADERO:
Mucho cuidado me diera
interpretación tan rara,
si de ti no imaginara
que inútil venganza era
de aquel primer lance, en quien
te pedí.
COPERO:
Ten acción tal,
y no aprecio hagas del mal,
pues yo no le hago del bien.
PANADERO:
¿Cómo no? Pues, aunque digo
que no he de creer su agüero,
no por eso de embustero
he de excusar el castigo.
COPERO:
Mira que en su amparo puesto
estoy yo.
PANADERO:
También estoy
yo en su ofensa.
JOSEF:
Entre ambos hoy
tengo de morir.
(Al irse a embestir, se pone JOSEF en medio, deteniendo al uno con una mano y al otro con la otra; se detienen los dos, mirándole suspensos.)
LOS DOS:
¿Qué es esto?
PANADERO:
¿Quién me pudo suspender?
COPERO:
¿Quién me ciega en nueva luz?
JOSEF:
Cuando, a manera de cruz,
entre ambos me llego a ver,
segundo misterio muestra
ver que su furor impida
a la diestra el que es de vida,
y el de muerte a la siniestra.
(Vuelve a querer embestirle.)
PANADERO:
Mas, ¿quién me podrá impedir
muerte a un vil esclavo dar?
(Sale el ALCAIDE.)
ALCAIDE:
Mal hace en querer matar
quien tiene por qué morir,
pues habiendo ya salido,
conforme a justicia y ley,
la sentencia, manda el Rey
que tú, que estás convencido
en tu culpa, mueras.
PANADERO:
¡Cielos!
¿Qué escucho?
ALCAIDE:
Y que tú, que estás
sin culpa (porque jamás
te obsten pasados recelos),
a servir su copa vuelvas,
restituido a tu honor,
a su gracia y su favor;
y pues es bien te resuelvas
tú a obedecer a tu suerte,
con este negro cendal
cubro tu rostro, en señal
de estar condenado a muerte.
(Echale un velo negro por el rostro.)
PANADERO:
¡Ay, infelice de mí!
En fin, mi culpa pagué.
COPERO:
¡Felice yo, que llegué
a ver este día!
ALCAIDE:
De aquí
ven tú; y tú, cuando quisieres,
podrás salir, que ya abierta
y franca tienes la puerta.
(Vanse los dos [ALCAIDE y PANADERO].)
COPERO:
Abrázame tú, que eres
a quien debo las albricias
de esta dicha, pues tú fuiste
quien primero la previste.
JOSEF:
Si es que pagarlas codicias,
con una cosa podrás.
COPERO:
¿Qué es?
JOSEF:
Que te acuerdes de mí;
y puesto que desde aquí
a servir a tu Rey vas,
le digas el duro exceso
con que yo padezco; y pues
sabes cuán penoso es
estar inocente y preso,
duélete, por Dios, de mí,
que es mi mal tan infinito
que si cometí delito,
es que no le cometí.
COPERO:
Tan compadecido voy
de dejarte, mas no quiero,
sin merecerlas primero,
gracias. Palabra te doy,
y con fe y mano prometo
el que he de volver por ti.
JOSEF:
¿Palabra, fe, y mano?
COPERO:
Sí,
yo la doy.
JOSEF:
Y yo la acepto. (Vase el COPERO.)
Hermosas luces, en quien miro atento, (Soneto)
con rasgos y bosquejos desiguales,
el número infinito de mis males
y la esfera capaz de mi tormento:
¿cuál de vosotras, cuál desde su asiento
es la que influye en mí desdichas tales?
¿Cuál de vosotros, astros desiguales,
a su cargo tomó mi sufrimiento?
Tú me parece que serás, ¡oh estrella!,
la más pobre de luz, la más obscura.
Oyeme tú, que para ti prevengo,
ya pensarás que digo una querella;
no, sino un galardón por la ventura
que no me has de quitar, pues no la tengo.
JOSEF:
Y ya que mis dichas hoy
todo su consuelo fundan
en que, faltándome todas,
no puedo perder ninguna,
hidrópico de desdichas,
ahora al contrario arguya
en que, pues todas las tengo,
¿por qué ha de faltarme una?
Esta es no habiendo podido
saber de mi padre nunca;
saber de una vez que yace
muerto a manos de mi injuria;
porque no acierto a encontrar,
por más que en ello discurra,
qué habrán dicho mis hermanos
para salvarse en disculpa
de mi venta. Pero no
se la habrán dicho es sin duda,
que la traición siempre viste
los disfraces de la astucia.
JOSEF:
Mas, ¡ay de mí!, que no pueden
haber hallado ninguna,
que ya que encubra su error,
mi falta a mi padre encubra.
¡Ay, anciano padre mío!
¿Quién duda, ¡ay de mí!, ¿quién duda
que ella habrá acabado ya
contigo, según la suma
terneza con que, por hijo
de Raquel, cuya hermosura
tanto te costó, me amabas?
Y aunque sé que no me escuchas,
te suplico, ¡oh padre mío!,
Benjamín mi falta supla.
Más parecido es que yo
a la hermosa madre suya;
y pues tienes el espejo
en él de aquella difunta
hermosa beldad, que el fértil
campo de Belén sepulta,
no me eches menos a mí.
JOSEF:
Y tú, Benjamín, procura
que se consuele contigo;
hazle amorosas ternuras,
que caduca edad renace
cuando en los hijos caduca.
Mas, ¡ay!, que en vano este ruego
será, si vuelvo a la angustia
de que el pesar le habrá muerto
con el dolor de mi fuga,
que la más fácil razón
que habrá encontrado la industria
de mis hermanos, será
que no saben de mí. ¡Oh, suba
mi llanto al cielo! Quizá
entre sus virtudes puras
habrá alguna que, piadosa,
no porque de mí presuma
que merezco su favor
sino por la piedad suya,
haciéndome saber cómo
la traición le disimulan,
y qué hizo él, mi duda venza.
(Sale la CASTIDAD, atravesando el tablado por delante dél.)
CASTIDAD:
Sí habrá, que hasta que una duda
vehementemente aprehendida
forme fantasmas confusas;
es tan piadosa licencia
que no ha menester disculpa.
Juzga tú cómo sería,
quizá verás lo que juzgas.
(Vase.)
JOSEF:
¡Oye, aguarda, escucha, espera!
Mas ¡ay cielos, qué locura!
Jurara que la beldad
de una divina hermosura
se me había puesto delante.
JOSEF:
¡Cuánto una aprehensión perturba
los sentidos! Y aun no cesa
en que ella aparezca y huya,
sino que también jurara
que veo que en la espesura
de Canaán, con Benjamín
anda mi padre en mi busca;
en cuyo pasmo, el sentido
absorto atender procura,
por si ilusión que se ve
es ilusión que se escucha.
(Ábrese el carro, y haciendo en el aire tablado y vestuario, sale JACOB, viejo venerable, con BENJAMÍN, de zagal.)
JACOB:
¡Cuánto, hermoso Benjamín,
cuidados de amor madrugan!
Desde que envié a Josef
a ver si crecen fecundas
las crías, y en lo que entienden
tus hermanos, con ser suma
siempre su presteza, no
ha vuelto, pues aunque suban
de Siquén a Dotaín
buscando pastos, ya acusa
su tardanza mi amor.
BENJAMÍN:
¿Cuándo
tardanza de amor no es mucha?
JACOB:
¿Son celos, Benjamín?
BENJAMÍN:
¿Yo,
celos de Josef? ¡Qué injusta
sospecha! Que yo y Josef
somos dos cuerpos con una
alma, un alma con dos cuerpos;
estrecho lazo nos junta,
como, en fin, hijos los dos
de Raquel.
JACOB:
¡Cuánto me gusta
que tanto os améis! Y pues
mi amor y tu amor se aúnan,
y es ya interés de los dos
buscarle, a subir me ayuda
a aquel ribazo, de donde
más el camino descubra,
por si adelanta la vista
el gozo de verle.
BENJAMÍN:
Excusa
la diligencia, que allí
vienen ya Rubén y Judás,
Isacar y Manasés,
que dirán de él.
(Salen los dichos hablando aparte. Traen envuelto en un tafetán una tunicela roja, y ellos de pastores.)
RUBÉN:
Pena dura
es, que queráis que yo sea
el que tal dolor le anuncia.
JUDAS:
Tú has de ser, pues por mayor
tendrás, Rubén, más cordura,
no sólo en fingir el hecho
pero en suavizar la angustia.
JACOB:
¿Cómo, cuando a mi presencia
llegáis, nadie me saluda,
y para no hablar, parece
que andáis conciliando excusas?
¿Cómo mi Josef no viene
con vosotros? ¡Pena injusta!
¿No merece más respuesta
que lágrimas mi pregunta?
¿Qué es esto? ¿Todos calláis,
y todos lloráis?
RUBÉN:
Si apuras
tanto nuestro dolor, fuerza
será, ya que no articula
el labio, que hable esta vez
más retórica y más muda.
¿Conoces...
(Descubre el tafetán.)
JACOB:
¡Ay, infelice!
RUBÉN:
...esta talar vestidura
que a Josef hiciste?
JACOB:
No,
que son cifras muy obscuras
que yo se la diese a él blanca
y él me la vuelva purpúrea.
¿Qué ha sido esto?
RUBÉN:
Una fiera,
la más fiera y más sañuda
de cuantas aborta el monte,
parto horrible de sus grutas,
al pasar de Dotaín
el valle, de entre sus rudas
quiebras salió, ensangrentando
en su tierna sangre pura
de sus colmillos las presas
y de sus garras las uñas.
Despedazado el cadáver
hallamos, y en mil menudas
partes la túnica, y...
JACOB:
¡Calla,
calla!, que es tu lengua aguda
flecha avenenada, que
en mil repetidas puntas
el corazón me penetra
con cada voz que pronuncia.
¡Ay, Josef del alma mía!
(Toma la túnica.)
BENJAMÍN:
¿Cómo esto mi amor escucha
y no muere de dolor?
JACOB:
¡Funestas, tristes, impuras
prendas, por mi mal halladas!
¿Qué os hizo esta edad caduca
para que de mi mejor
espejo eclipséis la luna?
Si era la luz de mis ojos,
¿por qué me dejáis a escuras,
viendo la flor de sus años
en su primavera mustia?
En el cristal que bebía
el licor de sus dulzuras,
¿por qué con sangre queréis
que beba ponzoña turbia?
¡Ay, Josef! Pésima fiera
te dio muerte. ¿Quién lo duda?
Pésima fiera sería.
Señor (antes que discurra
en que a la envidia la dieron
ese apellido mil plumas),
permitid que este dolor
dé conmigo en las obscuras
mansiones que a tantos padres
depositados sepultan.
(Vase.)
BENJAMÍN:
¡Ay de mí!, que de mi padre
la pena, aunque es grande, es una,
pero en mí son dos, que siento
la de Josef y la suya.
(Vase.)
RUBÉN:
En fin, ¿que quisisteis ver,
sin darme lugar que acuda
de la cisterna a sacarle,
esta lástima?
ISACAR:
Hizo Judas
tan presto la venta.
JUDAS:
Eso
no es de aquí.
LOS CUATRO:
¿Qué, nos acusas?
No soñara él, y no viera
tan deshecha su fortuna.
(Vanse, y ciérrase el carro.)
JOSEF:
¡Aguarda, detente, espera!
¡No huyas, ilusión, no huyas,
hasta que sepa mi padre
que vivo y...
(Sale el COPERO.)
COPERO:
¿Dónde apresuras
el paso?
JOSEF:
No sé, no sé.
COPERO:
No dirás que mis venturas
me olvidan de ti.
JOSEF:
Ya veo
la gran piedad que te ilustra.
COPERO:
Pues no sólo vengo a verte,
que vengo por ti. ¿Qué dudas?
JOSEF:
Si es dicha, ¿no he de dudarla?
COPERO:
Pues aun es mayor que juzgas.
Este el anillo del Rey
es, que tu libertad jura,
y el Rey es quien por ti envía.
JOSEF:
¿Por mí el Rey?
COPERO:
Sí.
JOSEF:
¿Cómo?
COPERO:
Escucha:
Soñó el Rey...; pero mejor
el camino lo descubra.
No perdamos tiempo; ven
donde te aguarda.
JOSEF:
Fortuna,
no sea esto ilusión también;
mira si de mí te burlas,
que para ilusión es poca
y para verdad es mucha.
(Vanse, y sale por una parte ASENET, dama, y todos -músicos, hombres y mujeres con ella- y empezando a cantar, sale el REY por otra parte, paseándose suspenso.)
ASENET:
¿Quién es aquel que, cabiendo
en corta abreviada esfera,
quiere que quepa en él todo
el ámbito de la tierra,...
TODA LA MÚSICA:
...y no por eso deja
de haber lugar en qué caber la queja?
DAMA 1:
El humano corazón,
que vive en cárcel estrecha,
y el mayor reino, por más
que le ocupe, no le llena;
y no por eso deja
de haber lugar en qué caber la queja.
DAMA 2:
El gran Faraón de Egipto
lo diga, puesto que reina
en cuantos cotos el Nilo
baña, fertiliza y riega,...
MÚSICA:
...y no por eso deja
de haber lugar en qué caber la queja.
REY:
Suspended, suspended de vuestras voces (Silva de
los ecos, que aunque dulces y veloces pareados.)
pueblan el aire en métrica armonía,
no son remedio a la tristeza mía.
ASENET:
Viendo, señor, que todos
cuantos te aclaman solicitan modos
contra esa melancólica tristeza,
el coro, cuya métrica destreza
al Templo de Heliópoli servía
cuando su sacerdote me vivía,
mi padre, y yo en él era
de sus sacerdotisas la primera,
de tonos e instrumentos prevenida,
quise hoy tenerte al paso,
por si lograse, acaso,
la dicha yo de haberte divertido.
REY:
¡Ay, hermosa Asenet! En vano ha sido,
que aunque yo la fineza te agradezco,
la pena que padezco
es tal que, porque más su dolor sienta,
lo mismo que la alivia, la acrecienta;
y hasta saber qué es lo que quiso el cielo
en mis sueños decir, no habrá consuelo
para mí; y ya es en vano el esperalle,
puesto que no es posible que le halle
el número infinito
de tantos sabios mágicos de Egipto,
pues ninguno me quieta mi deseo.
(Salen COPERO y JOSEF.)
COPERO:
Este es Josef, aquel esclavo hebreo
que te dije que había interpretado
el sueño de los dos.
JOSEF:
Y el que postrado
logra primero y último consuelo
hoy a tus reales pies.
REY:
Alza del suelo.
JOSEF:
(Aparte.)
¡Cielos! ¿Qué es lo que miro? ¿No es aquella
la divina beldad que vi, sin vella?
REY:
¿De dónde eres?
JOSEF:
De tierra
de Canaán.
REY:
Pues no habiendo habido guerra
en tu edad entre hebreos y gitanos,
¿adónde captivaste?
JOSEF:
Tan tiranos
mis casos son, que con contarlos muero
(Aparte.)
por no infamar las cosas que más quiero.
Quien pudo me vendió; ismaelitas fueron,
señor, los que mi compra y venta hicieron.
REY:
¿Y por qué estabas preso
después de ser esclavo?
JOSEF:
Menos eso
puedo decir, muriendo consolado
de padecer sin culpa ni culpado
al precio de que quede de mí honrada
una mujer con culpa y disculpada;
y pues mi propia pena
no he de honestar a costa de honra ajena,
y nada te ha importado
que otro sea ruin para que yo sea honrado,
de mí te sirve en esta corta esfera
en cuanto Dios iluminarme quiera.
ASENET:
¡Qué cuerdamente atento
calló el cómplice, y dijo el sentimiento!
REY:
Aunque a lo que has venido
no dudo que lo traigas ya sabido,
con todo, he de decirlo, por si acaso
no lo contaron bien. Este es el caso:
yo soñé que de un río a la ribera
siete vacas bellísimas salían,
y cuando de sus márgenes pacían
las esmeraldas de la primavera,
vi que otras siete de la undosa esfera,
tan flacas que esqueletos parecían,
saliendo contra ellas, consumían
la lozanía de su edad primera.
Después vi siete fértiles espigas,
lágrima cada grano del rocío,
y otras siete, que en áridas fatigas
sin granarlas abril, taló el estío,
y lidiando unas y otras enemigas,
venció lo seco con llevarlo el río.
JOSEF:
Que el río jeroglífico haya sido
del tiempo, gran señor, prueba es bastante,
que siempre corre y siempre va adelante,
sin que nunca haya atrás retrocedido.
Luego es el tiempo de quien ha nacido
en espigas y vacas lo abundante,
y es el tiempo también el que, inconstante,
todo lo deja a nada reducido.
Siete fértiles años imagina
en espigas y vacas, cuyo halago
en otros siete estériles termina;
y pues te avisa el golpe en el amago,
la abundancia prevén contra la ruina
y la felicidad contra el estrago.
REY:
Dame los brazos, que nadie
de cuantos en esto hablaron
quietaron mi corazón
sino tú. Dame los brazos,
digo otra vez, y pues habla,
según el sumo descanso
que en mí introducen tus voces,
en ti tu Dios; y veo cuanto
tu infusa divina ciencia
excede a todos los sabios
que tiene Egipto; has de ser,
ya que preveniste el daño,
el que el remedio prevenga;
para cuyo efecto mando
que a tu obediencia estén todos,
desde el más noble vasallo
al más humilde, porque
no esté el puesto desairado
sin autoridad, que el lustre
hace respetuoso al cargo:
REY:
comprometiéndome en ti,
virrey de Egipto te hago;
de mi púrpura te viste,
toma mi anillo, y en tanto
que, con mi collar al cuello,
en el más triunfante carro
salgas en público, donde
cuantos te encuentren al paso
doblen la rodilla, ven
ahora a mi diestro lado,
y venid delante todos,
dándole común aplauso.
UNOS:
¡Viva Josef!
OTROS:
¡Josef viva!
REY:
Oíd, escuchad, que extraño
ese nombre a nuestro idioma,
y pues traducirse es claro
en la siríaca lengua
Josef, salvador, en altos
ecos: «¡Viva el salvador!»
decid, pues viene a salvarnos
el amenazado riesgo
a que fuimos condenados.
TODOS:
¡Viva el Salvador de Egipto!
JOSEF:
¿Quién creerá, oh piadosos astros,
que sean otros los que duermen
y sea yo el que estoy soñando?
REY:
Tú, bellísima Asenet,
pues preveniste, no acaso,
tus coros para otro efecto,
mejore asumptos el canto
en su alabanza.
ASENET:
Sí haré,
que aunque no me debió agrado
ningún hombre hasta hoy, y fue
siempre mi ceño su agravio,
no sé qué tiene este joven,
que sin violencia el recato
me inclina a su obsequio; ella
sin duda fue, con que en cuantos
milagros viendo estoy, es
éste el más bello milagro.
REY:
¿Qué esperáis? Todos venid.
Decid conmigo, cantando:
Puesto que ser salvador...
MÚSICA:
Puesto que ser salvador...
REY:
...de Egipto, Josef previene,...
MÚSICA:
...de Egipto, Josef previene,...
REY:
...diga el popular clamor:
MÚSICA:
...diga el popular clamor:
REY:
Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor.
MÚSICA:
Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor.
REY:
Pues de sus iras esquivas
por él nos rescata el cielo,
aclamaciones festivas
echen las capas al suelo,
y de palmas y de olivas
corone el fértil verdor
sus sienes, que bien conviene
decir todos en su loor:
TODOS Y MÚSICA:
Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor.
(Éntranse todos, llevándose al REY en medio JOSEF y ASENET, y todos echan los mantos en el suelo al pasar; y sale por otra parte el SUEÑO.)
SUEÑO:
¿Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor?
No en vano aquella divina
hermosa virtud, que tanto
le favorece, me dijo
que, sus acciones notando,
vería en él lejanas luces
de asumpto que hoy embozado
hasta destinado tiempo,
anda en sombras; y no en vano
yo la obedecí. Mas ¿qué
logro, consigo, ni alcanzo,
si no alcanzo ni consigo,
ni logro, por más que hago
en su favor, luz ni seña
de aquel inmenso, aquel alto
sacramento que me dijo
que de todo este aparato
había de ser cumplimiento?
SUEÑO:
Y así, he de apurar si salgo
de esta duda. Nueva hermosa
deidad, que excedes al ampo
de la nieve en la pureza,
pues yo acudí a tu mandato,
acude a mi ruego tú.
Vuelve, vuelve al soberano
disfraz, que en forma visible
quiso hacer a los teatros
del mundo representable
tu amor y mi desagravio.
(Sale la CASTIDAD.)
CASTIDAD:
¿Qué es lo que me quieres?
SUEÑO:
Que
veas que arguye a contrario
mi invocación a la tuya.
CASTIDAD:
¿Cómo?
SUEÑO:
Como si guiaron
tus voces a un calabozo,
las mías guían a un palacio.
Tú me llevaste a que viese
ansias, penas, y trabajos,
y yo a que veas trofeos,
dichas y glorias te traigo. (Chirimías y atabalillos.)
(Dentro.)
¡El gran salvador de Egipto
viva!
SUEÑO:
Mira en triunfal carro
cómo salvador le aclama
el pueblo, y cómo los varios
males que causaron sueños
en términos satisfago
con las ventajas que hay
desde el baldón al aplauso,
desde la miseria al triunfo,
y desde la ruina al lauro;
y, pues que ya obedecida
de mí te miras, en cuanto
a causa segunda (puesto
que es de la primera el mando),
en premio de mi obediencia,
salir de una duda aguardo.
Tú me dijiste que anda
en estos visibles rasgos
de embozo un misterio, que es
milagro de los milagros;
y así, humilde te suplico
me le adelantes en algo
que pueda ser de mi duda
arrimo, si no descanso.
CASTIDAD:
Sí haré, mas con una salva.
SUEÑO:
¿Qué es?
CASTIDAD:
Que los dos parezcamos
lo que somos; esto es,
como personas tratarnos
alegóricas, y no
reales, pues con eso es llano
que no habiendo en los dos tiempo
ni lugar, daremos paso
a que la interpolación
(como si acabara un acto
y empezara otro) nos supla
la síncopa de los años,
dando por vividos siete
fértiles, con que empezando
los estériles, verás
en el pósito o erario
del trigo, que ha recogido
de la abundancia el espacio,
cómo le reparte a pobres
y ricos, no exceptuando
personas.
SUEÑO:
Eso deseo.
CASTIDAD:
Pues ven conmigo a lo alto
del monte de la visión,
patrimonio hereditario
de Josef, pues si en él fue
Isaac, su abuelo, retrato
de quien también él lo ha sido,
justo es que convenga en ambos
el mirar desde su cumbre
cómo se pueblan los campos
de racionales hormigas
que próvidas, tras el rastro
de la paja que se lleva
el Nilo, buscan el grano;
en cuya distribución
verás que hasta a sus hermanos
socorre, sin acordarse
de que le fueron ingratos;
pues subiendo de Canaán
a Egipto..., mas no perdamos
tiempo. Ven conmigo.
SUEÑO:
Ya
me parece que mirando
estoy, que en su busca llegan
diciendo:
(Vanse los dos, y salen RUBÉN, JUDAS, ISACAR, ZABULÓN, GAD, ASER, NEFTALÍ, MANASÉS, SIMEÓN, y LEVÍ, de pastores.)
RUBÉN:
Pues ya miramos
desde aquí las altas torres
del sumptüoso palacio
del gobernador de Egipto,
lleguemos a él, confiados
en que su gran providencia
no dejará, por extraños,
de socorrernos, supuesto
que a todos socorre.
JUDAS:
Es tanto,
según dicen, liberal,
piadoso, apacible, y blando
que lo será con nosotros.
ISACAR:
Pues a buen tiempo llegamos.
ZABULÓN:
¿Cómo?
NEFTALÍ:
Como me parece,
según el séquito y fausto
que le acompaña, que es él
el que sale.
MANASÉS:
No es engaño,
pues lo asegura el que todos
a él se arrodillan.
SIMEÓN:
Hagamos
nosotros lo mesmo.
LEVÍ:
Y sea,
porque se mueva a escucharnos,
hablándole a nuestro modo
desde luego, con el canto
de que usan nuestros mendigos.
GAD:
Si lo somos, pues llegamos
limosna a pedir, ¿qué haremos
en parecerlo?
ASER:
Postrados
le esperemos.
RUBÉN:
Va de voces,
que mezclen música y llanto.
(Salen JOSEF, el COPERO, y otros.)
UNOS:
(Representan.)
Ya que del cielo el favor
para consuelo te envía
con nombre de Salvador...
OTROS:
(Cantan...)
el pan nuestro de cada día,
dánosle hoy, señor.
JOSEF:
Este tono y este idioma,
¿no es hebreo? ¡Cielos santos!
¿Aquí hebreo idioma y tono?
Mas ya lo que estoy mirando
vence a lo que vine oyendo.
¿No son estos mis hermanos?
No con poca admiración
de oírlos y verlos me espanto;
pero infórmense mejor
oídos y ojos.
UNOS:
(Representando.)
La agonía
nuestra goce tu favor.
OTROS:
(Cantando.)
El pan nuestro de cada día,
dánosle hoy, señor.
JOSEF:
Ellos son, con que ya el cielo (Romance a-o)
el primer sueño ha explicado,
de que habían de adorar
sus haces al mío. ¡Oh presagio
inescrutable, que el trigo
aquí y allá, todo es pasmo!
JOSEF:
Pues ellos no me conocen
(¿qué mucho, si es el estado
mío feliz?), disimule.
Mas, ¿cómo he de poder, cuando
me están instando alma y vida
a que me arroje a abrazarlos?
Mayormente, cuando escucho
que me dice su quebranto
en el mísero clamor
con que moverme porfía,
procurando mi favor.
TODOS Y MÚSICA:
El pan nuestro de cada día,
dánosle hoy, señor.
JOSEF:
A pesar del corazón,
que por salir a los labios
me está latiendo en el pecho,
aun más que a golpes, a saltos,
disimular me conviene
hasta saber más de espacio
(sin saber que hablan conmigo)
de mi padre y de mi amado
Benjamín; no sea que haya
mis desdichas heredado,
que es el aborrecimiento
infelice mayorazgo
con herederos forzosos.
Alzaos de la tierra, alzaos,
y decid quién sois, de dónde
venís, y a qué.
RUBÉN:
Soberano
príncipe de Egipto, a quien
puso el cielo en este cargo
para redemptor, no sólo
suyo, mas también de cuantos
convecinos reinos vienen
tu providencia buscando:
hebreos somos de nación,
aunque hoy en tierra habitamos
de Canaán, desde que Dios
mandó por sus juicios altos
a nuestro abuelo Abrahán
que, casa y patria dejando,
a peregrinar saliese,
huyendo los simulacros
idólatras de Caldea;
pero esto aquí no es del caso...
RUBÉN:
La grande esterilidad
que ha que padecen siete años
estos orientales climas,
a tanto extremo ha llegado
en Canaán que hoja ni flor,
hierba, ni planta ha quedado
que arista no sea, o espina.
Fuentes y arroyos negaron
manantiales y corrientes,
con tal sequedad avaros
que aun mueren de sed los ríos,
y de hambre y sed los ganados,
pues en la más fértil dehesa,
y en el más puro remanso,
al triste, inútil, y estéril
malogro de siete años,
hallan catorce febreros,
sin ver en balsa ni prado
más que guijas por bebida,
ni más que terrón por pasto.
RUBÉN:
Pero, ¿qué mucho, señor,
si al inclemente fracaso
perecen las gentes, siendo
solo consuelo en su estrago
ver que, abierta en duras grietas,
la tierra está bostezando
horrores, como quien dice?
Piedad es que, si el poblado
todo es cadáveres, sea
todo sepulcros el campo.
Bien pudiéramos nosotros,
pues jóvenes nos hallamos,
peregrinar a otras tierras,
pero tenemos un lazo
tan estrecho que nos tiene
atados de pies y manos.
RUBÉN:
Hermanos somos los diez,
y un venerable, un anciano
padre que no ha de seguirnos
(que pesan mucho los años),
nos detiene, y nos obliga
a que para él vengamos,
aun más que para nosotros,
el trigo, señor, buscando
que quisiere concedernos
tu piedad. Para pagarlo
traemos dineros, y pues
cuando está el cielo cerrado,
en tu mano ha puesto Dios
la llave de sus candados,
no por nosotros, por nuestro (Vuelve la espalda JOSEF.)
viejo padre... ¡Ay de mí! Cuando
más pensaba enternecerte,
¿vuelves la espalda, mostrando
que no me atiendes?
UNOS:
¡Señor!
OTROS:
¡Señor!
JOSEF:
Ellos han pensado
que es sequedad, y es terneza;
que es descariño y es llanto.
Pero cobrarme me importa,
hasta ver si es fino o falso
este afecto, y el contraste
ha de ser mi desagrado.
¿Hermanos sois?
TODOS:
Sí, señor.
JOSEF:
¡Lucida tropa de hermanos!
Y ¿fuisteis más?
RUBÉN:
Otros dos.
JOSEF:
Pues, ¿cómo allá se quedaron,
y no vienen con vosotros?
RUBÉN:
Como el uno murió a manos
de una fiera.
JOSEF:
Bien. ¿Y el otro?
RUBÉN:
Le excusan sus pocos años
de caminos.
JOSEF:
[(Aparte.)]
¡Oh, no sea
que le hayan muerto!
Ahora acabo
de saber que sois espías,
y que venís a engañarnos
con los pretextos del trigo,
para saber de este estado
las defensas, por el odio
que siempre con los gitanos
tenéis los hebreos, y hacernos
guerra después.
JOSEF:
(Aparte.)
Esto hago,
no viniendo Benjamín,
por el temor que me ha dado
que, por hijo de Raquel,
de él no hayan hecho otro tanto
como de mí.
TODOS:
No presumas,
señor, que...
JOSEF:
Basta, que en vano
es persuadirme a que crea
que no es traidor vuestro trato;
y mientras no me traigáis
a esotro menor hermano,
a que yo vivo le vea,
ningún crédito he de daros,
sino en vez...
[(Aparte.)]
¿Quién vio jamás
dos afectos tan contrarios
como severo el amor
y enternecido el agravio?
...sino en vez de hallar en mí
piedad, que todos hallaron,
castigo hallaréis.
TODOS:
¿Qué es esto?
RUBÉN:
¿Qué ha de ser? Es que pagamos
de un hermano en el amor
el odio del otro.
JUDAS:
Es claro.
GAD:
En términos nos castiga
el cielo.
JOSEF:
¿Qué estáis hablando
entre vosotros? ¿Es veros
convencidos?
RUBÉN:
Lo que hablamos
no es, señor, sino pensar
que si por Benjamín vamos
(que éste es del muchacho el nombre),
será arrancarle un pedazo
del corazón al buen viejo.
JUDAS:
Y quizá su amor fiarlo
de nosotros no querrá.
JOSEF:
¿Por qué, siendo sus hermanos?
¿Habéis de echarle en un pozo,
o venderle a los extraños,
o darle a las fieras?
RUBÉN:
¿Qué hombre
es éste, que penetrando
está nuestros corazones?
TODOS:
Si nuestra culpa acordamos,
justamente padecemos.
JOSEF:
(Aparte.)
El ver que lo estén rehusando
me ha puesto en mayor sospecha.
En efecto, ese muchacho
ha de venir a mis ojos,
o a todos diez he de daros,
por exploradores, muerte.
Y para que veáis que parto
términos entre justicia
y piedad, he de entregaros
el trigo que me pedís,
sólo con que por resguardo
de que volveréis con él,
quede preso y aherrojado
uno de vosotros.
RUBÉN:
Puesto
que fuerza es que obedezcamos,
mirad cuál queréis que quede.
JOSEF:
(Aparte.)
Simeón fue el que más tirano
en mi venta se mostró;
no es venganza sino halago
el darle con que merezca,
para que pueda, purgando
más quien más pecó, alcanzar
el perdón de su pecado.
TODOS:
A todos mira.
JOSEF:
A éste elijo.
(Señala a SIMEÓN.)
SIMEÓN:
¡Ay de mí!
RUBÉN:
Como pecamos,
padecemos. Simeón fue
el que primero la mano
puso en él, y así el primero
padece el primero daño.
JOSEF:
Siquén.
COPERO:
Señor.
JOSEF:
Ve con ellos,
y di que yo darles mando
todo el trigo que pidieren,
y al que ves que yo he nombrado
para que se quede en prendas,
lleva a una prisión.
RUBÉN:
Postrados
a tus pies, señor, verás
que obedecemos con tanto
afecto que haya quien culpe
más la priesa con que vamos
y volvemos, que pudiera
la tardanza, no mirando
que aquí es preciso lo presto,
y fuera culpa lo tardo.
(Vanse.)
COPERO:
Venid, pues.
JOSEF:
Siquén.
COPERO:
Señor.
JOSEF:
En habiendo ellos pagado
el trigo, harás que les pongan
en las bocas de los sacos
el dinero a cada uno
que diere; y luego en llevando
a la prisión al que elijo,
haz que no como a ordinario
preso le traten, y ya
que no sea con regalo,
sea con estimación.
COPERO:
En todo servirte aguardo.
(Vase.)
JOSEF:
¿Cómo es posible, ¡ay, amor!,
que haya yo podido tanto
conmigo, que haya podido
no admitirlos en mis brazos?
Mas hasta saber si es cierto
que a Benjamín no ha alcanzado
su rencor... Pero esto quede
suspenso por este rato,
que Asenet, deidad hermosa,
a quien debí el agasajo,
sin saber cómo, de aquel
delirio, éxtasis, o rapto,
si no me engaña el deseo,
que para hablarla obligado
otra ocasión no he tenido,
entrando viene en palacio.
(Sale ASENET.)
ASENET:
Quedaos todos. De esta vez
he de hablar al Rey tan claro
que sepa si de mi padre...
Mas, ¿quién es quien está al paso?
JOSEF:
Quien viéndoos, divina aurora
del sol que buscando vais,
teme que os desvanezcáis,
como otras veces, ahora;
y así, os suplico, señora,
no en esta ocasión paséis
tan veloz como soléis.
Ved que es piadoso rigor
el que, si hacéis un favor,
con iros le deshacéis.
ASENET:
Si yo, Josef, entendiera
lo que me decís, bien creo
que a vuestro cortés deseo
cortés agrado siguiera;
pero extraño de manera
la voz «favor» en el labio
de un hombre tan cuerdo y sabio,
que me hace el sonido horror.
¿Qué quiere decir «favor»?,
que me suena como agravio.
JOSEF:
Si es dejaros ver, y no
dejaros agradecer,
querer ser noble, y querer
que no lo parezca yo;
y, si es que a lo que os debió,
el alma no ha respondido,
es que ocasión no he tenido;
y así, achacad lo tardado
a culpa de desdichado,
no de desagradecido.
ASENET:
Pues, ¿cuándo me dejé ver
yo de vos, ni cuándo yo
con vos hice acción que no
pudisteis agradecer?
JOSEF:
Cuando al verme padecer
una duda que tenía,
que juzgase que la vía,
dijisteis. Ya lo juzgué
y la vi.
ASENET:
Pues pensad...
JOSEF:
¿Qué?
ASENET:
...que alguna ilusión sería;
y pues en sueños estáis
tan maestro que os enseñan
a explicar lo que otros sueñan,
explicaos lo que soñáis.
JOSEF:
Aun no me desconfiáis
con todo aquese baldón.
ASENET:
¿Cómo?
JOSEF:
Como la razón
publica en mis desempeños
que aunque los sueños son sueños,
sueños hay que verdad son.
ASENET:
¿Cómo puede ser verdad
que yo os hablase, ni viese,
ni que favor os hiciese,
cuando es tal mi vanidad
que si la hermosa deidad
de la Castidad hubiera
de tomar forma, no fuera
posible que otra tomara
que la mía, pues no hallara
quien más se la pareciera?
ASENET:
Ella y yo somos tan una
que nuestra gentilidad,
si retrata su deidad,
es de mí espejo en la luna.
Apenas veréis alguna
estatua suya que no
se me parezca, y si vio
de paso la fantasía
vuestra alguna, ella sería,
porque no pude ser yo.
JOSEF:
No sólo desengañado
(para no ser atrevido)
quedo, pero agradecido.
ASENET:
¿De qué?
JOSEF:
De que mi cuidado
se tiene más bien hallado
después que sé que ilusión
fue, que si en mi religión
por virtud la Castidad
adoré, la pariedad
disculpa la adoración.
ASENET:
No disculpa, que el desdén
mío hará
(Aparte.)
(mas no hará tal,
que no me parece mal
el que le parezca bien)
que escarmentados estén
todos en el que primero
se atreva.
JOSEF:
Aun bien, que no espero
serlo yo.
ASENET:
¿Por qué?
JOSEF:
Porque
nunca yo me atreveré,
señora, a decir que os quiero,
porque, como la voz mía,
ya ilusión, ya estatua sea
la que dio cuerpo a la idea
de mi ciega fantasía,
a decir tendría osadía,
que desde aquel punto fue
desde el que yo os adoré.
ASENET:
Pues...
JOSEF:
Suspended el castigo,
que yo, en decir lo que digo,
digo lo que no diré.
ASENET:
Ya en no decirlo incluyó
por lo menos el saberlo.
JOSEF:
Si quisisteis entenderlo
vos, ¿qué culpa tengo yo?
ASENET:
¿Eso no es decirlo?
JOSEF:
No.
ASENET:
¿Pues qué? El darlo a entender es.
JOSEF:
¿Daisme licencia?
ASENET:
Sí.
JOSEF:
Pues
oíd atenta. Nadie ignora...,
pero el Rey...
ASENET:
Callad ahora,
mas decídmelo después.
(Sale el REY.)
REY:
¿Asenet? ¿Josef? ¡Oh, cuánto
de ver a los dos me huelgo!,
que sois los dos mi mayor
cuidado, de quien deseo
desempeñarme.
ASENET:
A tus pies
humilde,...
JOSEF:
A tus plantas puesto...,
ASENET:
...siempre a tu obediencia estoy.
JOSEF:
...y yo a tu servicio atento.
REY:
Tú, Asenet, habrás venido,
como otras veces, a efecto,
claro está, de que en ti premie
los servicios que confieso
deber a tu padre. [(A JOSEF.)]
Tú,
acreedor de mis afectos
también estás, por haberme,
no solamente mi reino
restaurado, pero el mundo
puedo decir, cuando veo
que a todo el mundo le alcanza
tu gran providencia, siendo
en tres idiomas tus nombres
Josef, Salvador, y Aumento;
REY:
con que viéndome obligado
a dos deudas, no me atrevo
a resolver cuál será
de ambos el más digno premio;
y así, para que no yerre
la elección, consultar quiero
primero, Josef, contigo
el de Asenet; y luego
contigo, hermosa Asenet,
el de Josef, pues con eso,
siendo vuestro el parecer,
vendrá a ser mío el acierto. [(Aparte, a JOSEF.)]
Oye, pues, Josef: yo estimo
tu persona con extremo
tal, que asegurar quisiera
el que no como extranjero
de paso en Egipto vivas;
para esto es el mejor medio
tomar estado. Asenet
es...
JOSEF:
Sin decirlo, te beso
una y mil veces la mano
por tal honra, bien que temo,
si la merezco de ti,
que de ella no la merezco.
REY:
Eso sabré yo. [(Aparte a ASENET.)]
Asenet,
cuanto de Josef aprecio
la persona, pues que todos
lo saben, fuerza es saberlo
tú también; si en él te diere
otro yo, pues yo no puedo
darme a mí...
ASENET:
Que no prosigas
te suplico, pues es cierto
que yo no tengo elección,
que sólo obediencia tengo.
REY:
Pues ya que uno y otro sabe
la merced que le prevengo,
particípela uno a otro,
que yo, a dos deudas atento,
ni puedo pagar con más
ni puedo cumplir con menos.
(Vase.)
JOSEF:
¿Atreveréme a saber
de ti, divino portento
(que hasta oírlo de tus labios,
no me persuado a creerlo),
lo que el Rey te dijo?
ASENET:
Nada
me dijo a mí.
JOSEF:
Según eso,
a mí me lo dijo todo.
ASENET:
Pues dítelo tú a ti mesmo,
sin que a mí me lo preguntes,
que entre cariño y respecto,
ni me está bien el decirlo
ni me está bien el saberlo.
(Vase.)
JOSEF:
Embarazóla el recato.
¿Cuándo, oh infinito, oh inmenso
Dios de Abrahán, Dios de Isaac,
y Dios de Jacob, pudieron
lograr tan altas fortunas
tan cortos merecimientos?
(Sale COPERO.)
COPERO:
¡Albricias, señor!
JOSEF:
¿De qué?
COPERO:
De que, apresurando el tiempo,
que vuela más cuando vuela
con las alas del deseo,
ya a tus umbrales están
los diez hermanos hebreos.
JOSEF:
Diles que entren, y ve tú
a hacer que traigan el preso.
Aquí del segundo amor,
y no sé si del primero,
que entre amor que todo es sangre
y entre amor que todo es fuego,
a fuego y sangre es forzoso
lidiar con ambos afectos.
(Vase el COPERO. Salen los hermanos, BENJAMÍN con ellos, y BATO, villano rústico.)
TODOS:
Danos, gran señor, tus plantas.
JOSEF:
Alzad, levantad del suelo.
RUBÉN:
Ya, señor, a Benjamín,
a pesar del sentimiento
y dolor de nuestro padre,
como mandaste, traemos
a tu presencia.
JUDAS:
[(A BENJAMÍN.)]
¿Qué aguardas?
Llega a sus pies.
BENJAMÍN:
Si merezco
besar tu mano, será
la dicha mayor que puedo
desear.
JOSEF:
Por las noticias
que tus hermanos me dieron
de ti, quise verte; seas
bien venido.
(Aparte.)
¿Cómo puedo
resistirme a no entrañarle
dentro del corazón? Pero
aun me falta otra experiencia.
¡Cuánto de verte me huelgo!
¿Cómo dejas a tu padre?
BENJAMÍN:
Con el sumo desconsuelo
de quedar sin mí.
JOSEF:
¿Que tanto
te ama?
BENJAMÍN:
Soy hijo postrero,
y quieren mucho a los hijos
los que los consiguen viejos;
y no sólo esto, ni el ser
hijo de Raquel, me ha puesto
en tanto grado de amor
(bien que sin merecimiento),
sino que tuve otro hermano,
de ella también hijo, y siendo
así que faltó, el amor
que en dos partido, era medio,
todo se retrajo a mí.
JOSEF:
¿De qué murió esotro?
BENJAMÍN:
Eso,
te suplico no preguntes.
JOSEF:
¿Por qué?
BENJAMÍN:
Porque me enternezco
tanto que hablar no podré
si de mi Josef me acuerdo.
Baste saber que murió,
sin que refiera el suceso
(Llora.)
tan trágico, como a manos
de una fiera.
JOSEF:
¿Cómo, cielos,
sus lágrimas y las mías
no están a voces diciendo
quién es, y quién soy?
BENJAMÍN:
En fin
(pues que no es del caso esto),
mi anciano padre, señor,
agradecido en extremo
a tu liberalidad,
conmigo te envía un pequeño
regalo, porque no da
más de sí estéril el tiempo:
unos recentales, unos
panales, mantecas, quesos,
pobre don de pastor pobre;
pero en rendidos obsequios
más que lo que brilla el oro
vale lo que ahuma el incienso.
(Sale COPERO, y SIMEÓN.)
COPERO:
Ya, señor, tienes aquí
el que en rehenes quedó preso.
SIMEÓN:
Todos los brazos me dad.
JUDAS:
No dirás que no volvemos
presto por ti, Simeón.
SIMEÓN:
La fineza os agradezco.
RUBÉN:
[(A BENJAMÍN.)]
Pues te escucha con agrado,
di que nos despache presto.
BENJAMÍN:
Ya, señor, que ves cumplido
tu mandato, y que el deseo
de nuestro padre estará
tan cuidadoso hasta vernos,
te suplicamos nos vuelvas
a dar licencia y sustento.
RUBÉN:
Del trigo que mandes darnos
traemos doblados los precios,
porque allá tus cobradores,
o por olvido o por yerro,
en los costales dejaron
la cantidad del dinero
del que llevamos entonces.
JOSEF:
Está bien; pero primero
que os despache ni que os vais,
en justo agradecimiento
del regalo de Jacob,
que comáis conmigo quiero. (Aparte al COPERO.)
Haz tú prevenir las mesas,
y mira lo que te advierto:
sirvan siempre a Benjamín
doblada porción; en esto
he de preferirle, hijo
de la hermosa Raquel; luego,
al entregarles el trigo,
vuelve a poner los dineros
como antes; pero añade
la copa de oro en que bebo
al costal de Benjamín.
COPERO:
Verás que en todo obedezco.
(Aparte.)
¿Qué misterios estos son
que yo ni alcanzo ni entiendo?
(Vase.)
JOSEF:
Entrad, pues, entrad conmigo,
que éste es mi cuarto, en que quiero
que a mi mesa os sentéis todos.
¿Qué os detiene?
TODOS:
Tu respecto.
RUBÉN:
Señor, humildes pastores
¿con tan alto, tan supremo
gobernador, que es segunda
persona del Rey excelso,
sentarse a comer? Ved que es
humanaros mucho.
JOSEF:
En eso
de ser segunda persona,
humanarme, y dar sustento
a todos los peregrinos
que a mí vienen, quizá el cielo
de otro pósito de pan
anda rastreando el misterio.
(Vanse, y queda solo BATO.)
BATO:
Todo el tiempo que han habrado
me'stao un pazguato hecho,
la boca abierta. ¿Quién vio
habrirla para el silencio?
A que sirva en el camino
a Benjamín, mi amo el viejo
me invió, porque él no coide
de aparejarse el jomento;
y ve aquí que de su padre
toma a la lletra el consejo,
pues ni del jomento coida
ni de mí, que so lo mesmo.
¿Tanto hiciera de acordarse,
ya que sentado lle veo
a tal mesa, de decir:
BATO:
«lleven a aquel majiadero
este prato»? ¡Cuántos amos
se sientan a comer ellos,
sin saber si los criados
comen, o no comen! Pero
yo le quiero disculpar,
pues reclinado en el pecho
del Virrey, como muchacho
se aduerme, quizá suspenso
de verse en tanta grandeza.
¡Qué aparadores tan bellos!
¡Qué viandas! ¡Qué bebidas!
¡Qué lucidos escoderos,
y qué pajes tan golosos!
Y deben de ser muy necios,
pues apenas a un rincón
habran a un prato en secreto
natural, cuando le dejan
brumados todos los güesos.
BATO:
Mas ya las mesas levantan,
y despedidos, es cierto
que hacia el pósito del trigo
irán. A él seguirlos quiero,
para ayudar a cargar
los costales. Que no tengo
hartos amos que servir,
nadie lo dirá, supuesto
que estamos aquestas horas,
ellos hartos, y yo hambriento.
¡Ay, que es tan grande el palacio
que no sé si salgo o entro,
ni donde vengo ni voy!
Mas ¿cuándo yo vo ni vengo?
Haz'aquí el gobirlador
viene.
(Sale JOSEF.)
JOSEF:
¿Quién sois?
BATO:
Si me acuerdo,
lo diré.
JOSEF:
¿Pues de quién sois
os olvidáis?
BATO:
No es muy nuevo,
que muchos s'an olvidado
de quién son.
JOSEF:
¿Cómo aquí dentro
entrasteis?
BATO:
(Anda BATO.)
Ansí.
JOSEF:
¿Quién sois?
BATO:
So, ahora que caigo en ello,
de Benjamín jomentizo.
JOSEF:
¿Qué queréis decir en eso?
BATO:
¿Caballerizo no llaman
el que acá en casa del dueño
cuida los caballos?
JOSEF:
Sí.
BATO:
Lluego será allá llo mesmo,
pues será allá jomentizo
quien coida de los jomentos.
JOSEF:
¿De Benjamín sois criado?
BATO:
Sí, señor.
JOSEF:
No sólo quiero
enojarme ya con vos,
sino antes favoreceros.
Tomad aqueste diamante.
BATO:
Y ¿para qué es, señor, bueno,
metido en este latón
este pedazo de espejo?
(Dentro COPERO y todos; y luego salen.)
COPERO:
Todos habéis de pagar
su culpa.
TODOS:
Mirad primero...
BENJAMÍN:
¡Ay, infelice de mí!
TODOS:
...que, aunque pastores...
(Sacan como preso a BENJAMÍN, que traerá en la mano un cáliz dorado.)
JOSEF:
¿Qué es eso?
COPERO:
Es, señor, una osadía
tan vil, un atrevimiento
tan bajo, como después
de honrarlos con tanto exceso
tú, y entregarles yo todo
el trigo que me pidieron,
llevarse hurtada esta copa
de oro, que es el cáliz bello
de tu más precioso vino;
y habiéndole echado menos,
los he seguido, y hallado
en el costal más pequeño
del menor hermano, a quien
no se le he quitado, atento
a que viéndole en su mano,
él diga su error.
JOSEF:
Por cierto,
que habéis tenido muy poca
atención. Pues ¿mi festejo
y mi agasajo?
TODOS:
¡Señor!
JOSEF:
Callad.
BENJAMÍN:
Que me oigas te ruego.
BATO:
¡Miren el Benjaminito
la maña que ha descubierto!
BENJAMÍN:
Si el dinero que llevaron
mis hermanos te volvieron,
sin saber ellos quién fuese
quien allí le hubiese puesto,
¿no es más fácil creer que a mí
me ha sucedido lo mesmo,
que no creer que hay aquí hurto,
que es humano sacrilegio
contra la sangre más noble?
Pues, ya que no descendemos
de reyes, descenderán
reyes de nosotros.
JOSEF:
¡Menos
arrogancia, rapaz! ¿Cómo
habláis así, cuando veo
tan claro vuestro delito?
Y aunque de uno y otro, es cierto
que todos cómplices sois,
éste castigar pretendo,
no más. La ley al que hurta
bienes de otro, en este reino
dispone que quede esclavo
el vil agresor del dueño
a quien los hurta; y así,
bien podéis todos volveros,
porque Benjamín esclavo
mío ha de quedar.
BENJAMÍN:
No siento
quedar tu esclavo, señor,
que ese no es castigo, es premio.
La nota, sí, y el dolor
de un anciano padre viejo,
que por mí te representa
que nunca tuvo consuelo
en la pérdida de un hijo,
desdichadamente muerto.
Pues, ¿qué será la de otro,
muerto infamemente? Habiendo
de la desdicha a la culpa
(cuando en mí la hubiera) extremos
tales como hay de morir
honrado a vivir sin serlo.
Duélete de él, no de mí,
que yo...
JOSEF:
¡No más! Ea, volveos
vosotros sin él, pues él
mi esclavo queda.
TODOS:
Primero
que sin Benjamín volvamos
a vista, señor, de nuestro
venerable anciano padre,
las vidas nos quita.
RUBÉN:
Y si eso
(que morir el desdichado
ya es dicha) no merecemos,
mejor para esclavo yo,
de más servicio y provecho,
seré; truécale por mí.
MANASÉS:
Yo también por él me ofrezco.
SIMEÓN:
¡Vuélveme a mí a mis prisiones!
JUDAS:
¡Sellen mi rostro tus hierros!
LEVÍ:
¡Arrastre yo tus cadenas!
ISACAR:
¡Ponme a mí una argolla al cuello!
NEFTALÍ:
¡A mí el yugo de tu carro!
RUBÉN:
Que todos beber queremos...,
GAD:
...confesando que esto es
pena de un delito nuestro...
RUBÉN:
...nuestra muerte en este cáliz
que está de amargura lleno...
TODOS:
...antes que sin Benjamín
volver.
JOSEF:
¿Qué aguardo, qué espero,
si confesando el delito
con tan llorosos extremos,
en mi cáliz de amarguras
bebe su arrepentimiento?
Dame, Benjamín, los brazos,
que ya no cabe en el pecho
roto el corazón. Rubén,
llega tú también a ellos.
RUBÉN:
Sin haberte dicho nunca,
¿mi nombre sabes?
JOSEF:
No eso
te admire. Llega Judá,
Simeón, Leví, Gad...
LOS CUATRO:
¿Qué es esto?
JOSEF:
...Isacar y Zabulón,
Manasés y Aser, abiertos
para todos están, ya
que arrepentidos os veo.
¿Qué os admira, qué os espanta
en mí este conocimiento
si soy Josef, vuestro hermano?
No os turbe verme en tal puesto,
que de culpas, ya una vez
confesadas, no me acuerdo.
UNOS:
De confusos...,
OTROS:
De turbados...,
OTROS:
De absortos...,
OTROS:
...y de suspensos,
TODOS:
...no sabemos qué decirte.
JOSEF:
Ni yo sé qué responderos,
y más cuando de estas sombras
al ver la luz me enternezco.
BATO:
¿Qué hago yo aquí, que no voy
con estas nuevas al viejo?
¿Cuánto va que con sus años
a cuestas viene corriendo
a verle?; que un poco antes
u después, todo es del texto.
(Vase, y sale el REY, ASENET, y MÚSICOS.)
REY:
¿Qué es esto, Josef, pues cuando
yo mismo a tu cuarto vengo
con Asenet, a lograr
tu mayor merecimiento,
llorando estás?
JOSEF:
Sí, señor,
que tal vez llora el contento.
Los que ves son mis hermanos,
y no solamente el verlos
me arrebató el corazón,
sino el pensar que anda entre ellos
y entre mí un misterio.
REY:
¿Cómo?
JOSEF:
Como estar cerrado el cielo,
necesitada la tierra,
venir ansiosos pidiendo
pan mis hermanos, y hallarle
del pósito que he dispuesto
encerrado en la custodia,
sentarse a mi mesa, y luego
ver el cáliz de ella en manos
del que se durmió en mi pecho,
que es el menor de los doce;
ser él en su sentimiento
el áspid de su delito;
llorarle a voces, diciendo
que es pena de su pecado:
visos son, sombras y lejos
del prometido Mesías
que a nuestros padres y abuelos
en vino y pan han previsto
el más alto sacramento.
REY:
¿Qué sacramento haber puede
en el pan y el vino?
(Descúbrese un monte, y en él al SUEÑO en un carro triunfal.)
SUEÑO:
Eso
dirán mis ideas. Yo,
que desde este monte excelso,
adonde la Castidad
me dejó, por irse al pecho
de Asenet, estoy mirando,
no sólo que quiere el cielo
que a quien venció un torpe amor,
corone un amor honesto;
pero en cuatro sueños míos,
las señas deste misterio.
REY:
¿En cuatro sueños?
SUEÑO:
Sí.
REY:
¿Cuáles
son esos cuatro?
SUEÑO:
El primero,
el de Jacob, cuando llegue
a ver a Josef, diciendo:
(Salen JACOB y BATO.)
JACOB:
Dame, mi Josef, los brazos.
¿Es posible que te veo
vivo, al fin de tantos días
como te he llorado muerto?
JOSEF:
Habla al Rey y a Asenet, antes
que a mí.
JACOB:
Perdone el respecto,
señor, que no estoy en mí,
que me parece que sueño,
como cuando vi una escala
en que los cielos abiertos
se abrazaban con la tierra,
explicando ángeles bellos
al hombre cuándo subían,
cuándo bajaban, al Verbo.
SUEÑO:
Ese el primer sueño es
de los cuatro, a quien siguieron
después del Verbo Encarnado,
el segundo y el tercero,
que al propósito de hoy
son los del pan y el sarmiento
en quien muerte y vida da,
se explicarán, repitiendo:
(Aparecen las dos primeras SOMBRAS, de gala, en el carro del abanico, elevadas en el aire.)
SOMBRA 1:
El pan, a quien devoraron
las aves, para que el reo
coma en él su juicio...
SOMBRA 2:
El vino,
que exprimió racimo bello
para dar la vida...
SOMBRA 1:
...ya
es pan que baja del cielo,
como se mira en aquel
sacrificio que incruento
es divina carne.
SOMBRA 2:
...ya
es la sangre del cordero,
sacrificado en el ara
de la cruz, de cuyo pecho
se recogió el cáliz.
ASENET:
¿Quién
asegura todo eso?
(Descúbrese en un carro un altar, con sacrificio de panes; y al decir los versos de arriba, da vuelta el escotillón, y vese una Forma grande; y en otro carro, un sacrificio de vino; y dando vuelta, se descubre un cáliz, y la FE, elevada entre las dos SOMBRAS.)
FE:
Yo lo aseguro, que soy
la Fe, que interior lo veo,
teniendo por el oído
captivo el entendimiento.
REY:
Y el cuarto sueño que falta,
¿cuál es?
SUEÑO:
Es tu mismo sueño;
pues a la grande abundancia
en cuyo siglo primero
gozó la naturaleza
descanso, paz, y sosiego,
sucedió (por sus pecados)
la esterilidad del tiempo,
y pudo la Providencia
reparar sus daños, siendo
la Iglesia la troj del pan
que en general alimento
de los hermanos de Cristo,
hizo la gracia herederos,
explicada en Asenet,
que es de Castidad ejemplo.
REY:
¿Cuándo aqueso ha de ser?
SUEÑO:
Cuando
descendiendo de uno de esos
doce linajes o tribus,
hombre y Dios en alma y cuerpo,
y en cuerpo y alma se dé
en tan alto sacramento.
REY:
A tanto prodigio yo,
con ser gentil, me convierto.
JOSEF:
Eso es la gentilidad
ser de la viña heredero.
ASENET:
Yo, a tanto pasmo vencida,
ofrezco ser tuya.
JOSEF:
Eso
es, con cada virtud Cristo
celebrar su casamiento.
UNOS:
Todos a tan grande asombro...,
OTROS:
Todos a tan gran portento,
por convencidos nos damos.
SUEÑO:
Pues sea, todos diciendo:
MÚSICOS:
Albricias, mortal, albricias,
que aunque los sueños son sueños,
sueños hay que verdad son.
TODOS:
Perdonad sus muchos yerros.
(Tocan chirimías, y cerrándose los carros, se da fin al auto.)