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Tío y sobrino

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Todo en broma
Tío y sobrino

de Vital Aza

TIO Y SOBRINO

                        I

«Mi querido sobrino:
Acabo de saber, con gran sorpresa,
que estás para casarte con Teresa,
la sobrina del juez de Pumarino.
Tu sabes demasiado
que el otoño pasado,
ese juez, que es un tío muy grosero,
me condenó a pagar aquel dinero
que yo desde el ochenta le debía
a don José María,
el dueño del molino del Otero.
Sabes perfectamente
lo que entonces de mí dijo la gente,
hasta el punto, sobrino,
de obligarme a marchar de Pumarino
por no sufrir las muchas cuchufletas
del dueño del molino,
que me sacó las cuatro mil pesetas.
¡Todo eso me ha pasado!
Ya comprendes que el juez me ha reventado,
y debes comprender de igual manera
que tu boda me altera;
que no es justo, hijo mío,
que vayas a elegir por compañera
a la fea sobrina de ese tío.
¡Desiste de esa boda! Yo lo quiero,
¡pues tú me has de heredar al fin y al cabo!
Mas si no me obedeces, como espero,
no pienses en llamarte mi heredero,
¡porque yo no te dejo ni un ochavo!
Sabes que en tus apuros de estudiante
yo te tendí la mano generoso.
Conque lo dicho, dicho, ¡y es bastante!
       Tu tío,
                              Sinforoso.»


                        II

«Mi respetable tío: Hace un momento
que recibí su carta, con sorpresa,
y le aseguro que en el alma siento
que se oponga a mi boda con Teresa.
Me dice usted, airado,
que es sobrina del juez que le ha encausado.
¿Tiene ella alguna culpa? ¡Quiá! ¡Maldita!
¿Qué culpa ha de tener la pobrecita,
si no se mete en cosas del Juzgado?
¿Seré yo, por ventura,
culpable de esa falta? ¡Qué locura!
Si usted, como debía,
hubiera antes pagado ese dinero
a don José María,
el dueño del molino del Otero,
ni el señor juez le hubiera condenado,
ni nada hubiera dicho el del molino,
ni usted se hubiera visto precisado
a tener que salir de Pumarino...
¡Esta es la verdad pura!
¿Le parece a usted feo –¡ya lo creo!–
que emplee con mi tío esa frescura?
También a mí me ha parecido feo
el que llame usted fea a mi futura.
¡Llamar fea –¡gran Dios!– a la sobrina
del juez de Pumarino! ¡Quién creyera!...
El juez será lo feo que usted quiera,
¿pero lo que es Teresa?... ¡Si es divina!
Y, aunque no sea hermosa,
a mí me lo parece, y eso basta,
y he de hacerla mi esposa,
por más que usted reniegue de mi casta.
¿Que usted me ha socorrido en mis apuros?
¡No me venga, por Dios, con chanzonetas!
Sólo una vez necesité cien duros,
y usted sólo me dio... ¡cuatro pesetas!
¡El único favor que me ha otorgado!
Favor al que deseo
corresponder como sobrino honrado.
Aprovecho gustoso este correo,
y adjuntas van en sellos de franqueo
esas cuatro pesetas que me ha dado.
¿Que usted me deshereda? ¡Pues corriente!
En cambio heredo al juez, y no me pesa;
porque tío por tío, francamente,
me quedo con el tío de Teresa.
Si juzga usted mi epístola insultante,
usted la culpa se la tiene solo...
Conque lo dicho, dicho, ¡y es bastante!
       Su sobrino,
                               Manolo.»