Ir al contenido

Tema grave

De Wikisource, la biblioteca libre.
El cencerro de cristal
Tema grave

de Ricardo Güiraldes


Sobre mi escritorio, un amigo filósofo ha dejado una calavera para forzar reflexiones profundas.

La muerte. La eterna pesadilla de muerte, que es la vida. Una guadaña y los ojos redondos, vacíos, que engarzaron una mirada.

Macabrisadas, por larga dentadura riente de espanto, las fosas nasales respiran luz, que se ahueca en el cráneo pergaminoso.

Hondo tema de filosofeo, única razón -dice Schopenhauer. Pero yo conozco otra historia.

Era una princesita insolente y fresca, como una intención de vida. Sus cejas, arqueadas alas de albatros, le asombran los ojos.

¿Es un cuento viejo, o un recuerdo de ayer? De sus orejas, pálidas, como el nácar de las conchas, colgaban dos perlas, sus duras lágrimas. Un velo desmenuzaba, sobre su cuerpo, lluvia azul de transparencia, cargada de pedrerías. Así estaba más desnuda.

La plegaria del poeta decía: Y el pálpito de amor cadenciaba su voz, vibrante como un nervio.

-¿Por qué tus ojos, voraces, se han incrustado en mi memoria, como rojo tema de persecución? ¡Ídolo inalcanzable! Yo quisiera doblegar el noble orgullo de tu frente y romper la soberbia de tu cuello. Mía quisiera tu boca, de línea torturada, y mío tu cuerpo, ondulante como un mar lívido de tormenta. Sangre ha puesto el Creador en tus labios, para que el sediento de vida, beba.

Tomaba la princesa la guzla del poeta, rompía acordes entre sus cuerdas y en su voz, serena como un rayo de luna, vagaron las estrofas.

-¿Por qué quieres, ¡oh amado!, sobrepasar la voluptuosidad de un amor contemplativo? Cuando hubieras de este cuerpo bebido la ebriedad, te levantarías de mí, como a la madrugada, hastiado del lecho. No podría yo con el poder, roto, de mi belleza, esclavizar tu deseo, en prolongación de goces concluídos. Espera la hora y dame de tu amor cantos más completos.

Con amor, poesía, música y manjares seguían el dúo eterno y hermoso.

La noche los acercó, y en sus venas rimaron las simpatías de todos los astros.

La calavera está ahí. Su rictus repugnante, impúdico, desnudo de carne, da asco. Su gravedad, inmutable, de cuco, acaba por inspirar risa.

Una voz filosófica surge del cráneo hueco.

-¿Y la muerte?

-La muerte es un pozo y la filosofía una noria.


«La Porteña», 1914.