Teresa la limeña/XI

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XI

Voe sóli!
(Desgraciado del que está solo.)

Un día Teresa recibió esta carta, y la faz de su vida cambió completamente:

«Querida nuera: es indispensable que usted se ponga en marcha para acá, apenas reciba ésta. León está tan gravemente enfermo que se cree no vivirá muchos días; su deseo constante es verla a usted, y me apresuro a unir mis súplicas a las suyas para llamarla a su lado. Sin embargo, no he perdido todas las esperanzas, y éstas se fundan en usted; la agradable emoción de verla puede producir una reacción favorable.

Su afectísimo suegro,

J. TRUJILLO»


-Lea usted -dijo Teresa a su padre, y se le llenaron los ojos de lágrimas.

-Muy molesto será este viaje, ahora -observó él, devolviéndole la carta-. Tal vez sean aprehensiones de Trujillo.

-¡Ojalá!, pero sean o no aprehensiones, debo irme.

Santa Rosa se quedó un momento pensativo y de repente exclamó:

-¡Tienes razón! Ahora recuerdo una circunstancia... Es preciso llegar pronto, pues probablemente León no ha hecho testamento, y como no has tenido prole te quedarías en mala situación de fortuna.

-¡Oh! ¡papá, qué idea! -contestó Teresa, estremeciéndose de horror al conocer los sentimientos de su padre.

-¿Por qué te espanta esa idea? Así son las mujeres: las palabras las escandalizan, pero nos espantarían a nosotros... Pero hablemos seriamente: tú tienes mucha influencia sobre el espíritu de León, y creo que la menor indicación tuya será obedecida por él. Voy a buscar papel y a preguntar cómo se redacta un acto válido de donación, por si acaso allá no se encuentre lo necesario. Mientras eso prepárate a que partamos inmediatamente.

Teresa no replicó, pero hizo la firme resolución de no hablarle de semejante materia al infeliz moribundo.

Llegaron tarde... León acababa de morir. Teresa quiso verlo por la última vez: la solemne expresión de la muerte había casi embellecido aquella fisonomía tan insignificante. Lloró ella mucho delante del cadáver, recordando los actos de cariño y palabras afectuosas que León le había dirigido.

-Murió nombrándola a usted -le dijo el padre de León-. ¡Pobre hijo mío! La falta de usted, de Lima y de la vida a que estaba enseñado, lo han muerto... perdió las fuerzas y el ánimo de vivir.

Llevaron el cadáver a Lima y le hicieron un entierro suntuoso. Teresa, al principio, no había podido menos que enternecerse con la muerte repentina del que fue su esposo; pero después se sintió llena de remordimientos, notando que, en vez de dolor, su sentimiento se fue convirtiendo en cierto descanso y tranquilidad interior, al contemplarse libre. Se encerraba en esos momentos y procuraba formarse una pena ficticia, rodéandose de todo lo que pudiera conmoverla.

-Aquí traigo la copia del testamento de León -le dijo su padre un día, entrando a su cuarto-; tiene una cláusula que no te acomodará.

-¡Qué me importa! Yo no sabía siquiera que el pobre había tenido siquiera tiempo de testar.

-Trujillo me dijo que el día antes de morir había insistido en hacerlo; el mayordomo de la hacienda me estuvo contando también lo mismo, y añadió que el viejo no quería, naturalmente, que pensara en eso.

-¿Por qué naturalmente?

-¿No comprendes que si hubiera muerto intestado el padre lo heredaba todo?... La fortuna que tenía León por herencia de su madre era bastante considerable, y te la deja toda con una condición... condición que no dudo fue obra de Trujillo. ¡Muy vivo es este hombre, muy vivo!

-¿Y cuál es la condición?

-Te quedan dos haciendas valiosas, muchos bonos sobre el banco de Inglaterra y otras propiedades. El todo produce una renta de cerca de ocho mil pesos al año... pero con la condición de no vender las haciendas nunca y de restituirlas si vuelves a casarte.

Teresa se estuvo callada algunos momentos.

-¿Para qué aceptar esa donación? ¿Acaso no tenemos lo suficiente para vivir?

-¡Qué locura! Esa renta es muy aceptable. Además si llegaras a casarte con alguno que te proporcionara mayores comodidades, entonces se podría devolver la herencia de León.

-No quisiera aparecer interesada aceptando, y aunque no pienso casarme...

-¡No piensas casarte! Por supuesto que todavía no, pero después... En fin, voy a poner el escrito aceptando todo, y lo traeré para que lo firmes.

Durante los primeros días del luto de Teresa, Rosita se mostraba inconsolable; su compañía le era muy necesaria. Pero, felizmente para ella, en esos días llegó a Lima una señora muy rica, la que, aunque ya de bastante edad, deseaba hacer papel en la sociedad gastando lujo. Rosita la visitó, y so pretexto de introducirla a todas partes le hizo hacer su gusto. Esa señora no podría ser su rival en nada como le había sucedido a veces con Teresa; la dominaba perfectamente y reemplazaba muy bien a su antigua amiga que decayó en su estimación, no visitándola sino muy de tarde en tarde, y eso porque pensaba que alguna vez podría serle útil.