Ir al contenido

Tierra de promisión/Segunda parte

De Wikisource, la biblioteca libre.

SEGUNDA PARTE

I

Perfilando sus moles sobre el dombo infinito,
la serena montaña, de dorso colosal, se columbra;
y la triple ringlera de picachos alumbra
con luceros, sus torres de vetusto granito.
De repente los vientos se despiertan al grito
del cóndor, y ofuscando la lejana penumbra,
un volcán, sobre el sueño de los montes, encumbra
su penacho flamante con rumor inaudito.
Mitológico, entonces, al reflejo remoto,
como blanco castillo de opalinas almenas,
un nevado levanta su pináculo ignoto;
y al bruñirlo la luna con temblores de argento,
hacia allá, por encima de las cumbres serenas,
como una nube blonda vuela mi pensamiento.


II

En un bloque saliente de la audaz cordillera
el cóndor soberano los jaguares devora;
y olvidando la presa, las alturas explora
con sus ojos de un vivo resplandor de lumbrera.
Entre locos planetas ha girado en la esfera;
vencedor de los vientos, lo abrillanta la aurora,
y al llenar el espacio con su cauda sonora
quema el sol los encajes de su heroica gorguera.
Recordando en la roca los silencios supremos,
se levanta al empuje colosal de sus remos;
zumban ráfagas sordas en las nubes distantes,
y violando el misterio que en el éter se encierra,
llega al sol, y al tenderle los plumones triunfantes,
va corriendo una sombra sobre toda la tierra.

   

III

Mágicas luces el ocaso presta
al ventisquero de bruñida albura;
y junto al sol, que en el cristal fulgura,
arbola un ciervo su enramada testa.
Al yerto soplo de la cumbre enhiesta
arisco frunce la nariz oscura;
y en su relieve escultural perdura
un lampo róseo de la brava cuesta.
Súbito, en medio del granate vivo,
infla su cuello, bramador y altivo;
con ágil casco las neveras hiende,
y sobre el bloque rutilante y cano,
como la zarza del Horeb, se enciende
su cornamenta en el fulgor lejano.


IV

Entre las rampas de la mole andina,
como un anciano, el cerro se encapota;
y en las planicies desoladas brota
esparto indócil o menuda espina.
Por donde el zorro escuálido trajina,
lluvioso cierzo la intemperie azota;
y en los lanudos frailejones flota,
como harapos dispersos, la neblina.
De noche, a los helados ventisqueros
bajan tímidos grupos de luceros:
se enciende una dorada perspectiva;
y en la mañana, desde el monte erguido,
estremeciendo el páramo aterido,
sube hacia el sol un águila nativa.

   

V

Bajo nevadas moles la gruta nunca vista,
como un templete, al rayo lunar se tornasola;
y entre pilares truncos la estalagmita sola
deslumbra los silencios con lampos de amatista.
Se ve radiar el ónix en la saliente arista;
y cuando el ámbar mueve su moribunda ola,
abriendo en las arcadas espléndida aureola
proyecta el arco iris su vacilante lista.
Sobre el barranco, un ciervo vivaz se sobresalta
y hacia la azul caverna la pronta oreja tiende;
con pávidos resoplos, en ágil curva salta,
y el caso, hiriendo el témpano de gualda y de jacinto,
parte el cristal, que rueda retiñidor, y enciende
en ópalos fugaces el sordo laberinto.


VI

Embravecida, por la gris barranca
donde albos nimbos el vapor condensa,
relampagueando entre la noche inmensa
hunde su hervor la torrentera blanca.
Abierto en flecos su caudal arranca,
y en el profundo vértice suspensa,
alza un iris flotante de la densa
hondura, que los rápidos estanca.
Espumante, sus globos bramadores
avienta en las rompientes de granito;
bate el monte con hórridos temblores,
y al estallar su tromba de centellas,
en el cielo, azoradas por el grito,
palidecen, insomnes, las estrellas.

   

VII

Alta roca de vértices agudos
se asoma al precipicio, donde suena
un agua triste y cavernosa, llena
de hojarascas y líquenes menudos.
Disperso cardo de espinosos nudos
con su raíz el peñascal barrena;
y muy abajo, un águila serena
ahuyenta los murciélagos velludos.
Ágil, sobre la punta del peñasco,
un cabrón maromero se disloca,
audaz, en el prodigio de su casco;
y mascullando risas de cinismo,
cuando gira en dos patas en la roca
hace temblar su sombra en el abismo.


VIII

Destacada en un cielo de turbia lontananza,
con taciturno porte, sobre el peñón sombrío,
un águila perínclita se envilece de hastío,
enamorada ilusa de un sol que no se alcanza.
Ella, que ayer mantuvo con los vientos su alianza,
sabe que todo vuelo sólo encuentra el vacío;
y enferma de horizontes, triste de poderío,
busca en la paz el último sueño de venturanza.
Ante el astro que muere nublando el hemisferio,
siente el heroico impulso de rescatar su imperio;
mas otra vez con grave cansancio de grandeza
el ala perezosa sobre la garra estira,
e irremediablemente desconsolada, mira
que en el azul tedioso la oscuridad bosteza.

   

IX

Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,
entre ocultos follajes, la paloma torcaz,
acongoja las selvas con su blanda quejumbre,
picoteando arrayanas y pepitas de agraz.
Arrurruúu... canta viendo la primera vislumbre;
y después, por las tardes, al reflejo fugaz,
en la copa del guáimaro que domina la cumbre
ve llenarse las lomas de silencio y de paz.
Entreabiertas las alas que la luz tornasola,
se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola;
y esponjado el plumaje como leve capuz,
al impulso materno de sus tiernas entrañas,
amorosa se pone a arrullar las montañas...
y se duermen los montes... y se apaga la luz.


X

En la estrellada noche de vibración tranquila
descorre ante mis ojos sus velos el arcano,
y al giro de los orbes en el cenit lejano
ante mi absorto espíritu la eternidad desfila.
Ávido de la pléyade que en el azul rutila,
sube con ala enorme mi Numen soberano,
y alta de ensueño, y libre del horizonte humano,
mi sien, como una torre, la inmensidad vigila.
Mas no se sacia el alma con la visión del cielo:
cuando en la paz sin límites al Cosmos interpelo,
lo que los astros callan mi corazón lo sabe;
y luego una recóndita nostalgia me consterna
al ver que ese infinito, que en mis pupilas cabe,
es insondable al vuelo de mi ambición eterna.