Timeo de Locres
He aquí lo que Timeo de Locres dice: Hay dos causas de todo lo que existe; la inteligencia, causa de todo lo que se hace con intención; la necesidad, causa de todo lo que resulta forzosamente de la naturaleza de los cuerpos. De estas dos causas, la una tiene por esencia el bien; se llama Dios y principio de todo lo que es excelente. Todas las causas secundarias, que vienen después, se refieren a la necesidad. Todo lo que existe es idea, o materia, o fenómeno sensible nacido de la unión de aquellas. La idea no es, ni engendrada, ni móvil; es permanente, siempre de la misma naturaleza, inteligible, modelo de todo lo que, habiendo comenzado a existir, está sujeto al cambio. Esto es lo que se llama idea, y así es cómo se la concibe. La materia es el receptáculo de la idea, la madre y la nodriza del ser sensible; ella es la que, recibiendo en sí el sello de la idea, forma según este modelo y produce los seres que tienen principio. Timeo dice también, que la materia es eterna, pero no inmutable. Desprovista por sí misma de forma y de figura, no hay forma que no adopte; se hace divisible haciéndose cuerpo, y es de la esencia de lo diverso; se la llama lugar, espacio. He aquí los dos principios contrarios: la idea, que desempeña el papel de varón y de padre; la materia, el de hembra y de madre. En tercer lugar vienen los productos de estos dos principios.
Estas tres clases de seres son conocidas por tres facultades diferentes: la idea, objeto de la ciencia, por la inteligencia; la materia, que no se apercibe directamente, sino con el auxilio de la analogía, por un razonamiento bastardo; el producto de la idea y de la materia, por la sensación y la opinión.
La razón exige que la idea, la materia y Dios, autor del perfeccionamiento de todas las cosas, sean anteriores al nacimiento del cielo. Como lo más antiguo vale más que lo más moderno, y lo regular vale más que lo irregular, Dios, que es bueno, al ver la materia recibir el sello de la idea y experimentar toda especie de cambios, pero sin sujeción a regla, resolvió introducir en ella el orden y remplazar los cambios sin fin con movimientos sometidos a leyes, para que las diferencias de los seres tuviesen su armonía, en lugar de estar abandonados al azar. Compuso por lo mismo el mundo con todo lo que había de materia, y encerrándolo todo en él, le dio por límite los límites mismos del ser; le hizo uno, de una sola y misma naturaleza, perfecto, animado, razonable; porque lo que está animado y es racional es mejor que lo que no lo es; en fin, le dotó de un cuerpo esférico, porque esta forma es la más perfecta de todas. Así es como, queriendo producir una criatura excelente, hizo este dios engendrado, que no puede ser destruido por otra causa que por el Dios que lo ha formado, en caso de que llegara un día en que este Dios quisiera destruirlo; pero no es propio de un ser bueno intentar destruir una criatura perfectamente bella; porque el mundo debe subsistir incorruptible, indestructible y dichoso. De todos los seres que han comenzado a existir es el más fuerte, porque ha sido producido por la causa más fuerte, y porque esta causa ha imitado al formarle, no un modelo perecible, sino la idea y la esencia inteligible; es una copia fiel de la misma, de una belleza acabada, y en él ninguna reparación será jamás necesaria. Es siempre completo en lo que concierne a los seres sensibles, porque su modelo contiene todos los seres inteligibles y no deja ninguno fuera de sí, siendo el límite de lo inteligible, como este mundo lo es de lo que está sometido a los sentidos.
Sólido, tangible, visible, se compone de tierra, de fuego y de dos cuerpos que sirven de términos medios entre aquellos, que son el aire y el agua. Se compone de la totalidad de cada uno de estos cuerpos, que están en él por entero, sin que haya quedado ninguna parte fuera de él, a fin de que el cuerpo del universo se baste a sí mismo, y no pueda ser chocado ni por los cuerpos exteriores, porque no los hay, ni por los que él contiene, porque dentro de sí mismo todo está en la proporción más justa y en perfecto equilibrio. Ninguna de sus partes es más fuerte ni más débil que la otra; unas no crecen a expensas de las otras; la relación que las une las mantiene en una armonía indestructible. En efecto, dados tres términos con intervalos determinados, el término medio es al primero, como el tercero es al término medio. Se puede trastornar y alterar los términos de la proporción sin destruirla; de cualquier manera que se los disponga, la igualdad de las relaciones subsiste. La figura y el movimiento del mundo contribuyen a darle armonía; la figura, porque siendo esférica y semejante a sí misma en todos sentidos puede encerrar en sí todas las demás figuras regulares; el movimiento, porque describe eternamente un círculo; porque sólo la esfera puede, así en movimiento como en reposo, conservar el mismo lugar y no abandonarle para ocupar otro, estando como están todos los puntos de la circunferencia a la misma distancia del centro. Como la superficie del mundo es completamente llana, no tiene necesidad de estos órganos mortales, que han sido dados a los demás animales para su uso.
En cuanto al alma del mundo, Dios la fijó en el centro, y desde allí la extendió por todas partes, abrazando el mundo entero. La formó con la mezcla de esencia indivisible y de la divisible, que combinó formando una sola, en la que reunió las dos fuerzas que son causa de dos clases de movimientos, el movimiento de lo mismo y el movimiento de lo diverso; y como estas dos esencias no son a propósito para unirse entre sí, no se verificó la mezcla fácilmente. Las partes de que esta mezcla se compone están entre sí en la misma relación que los números armónicos; y Dios estableció estas relaciones en obsequio de la ciencia, para que no se ignorase de qué y según qué regla ha sido compuesta el alma. No hizo el alma después de la esencia corporal, como parece que decimos aquí; porque lo que vale más debe ser lo primero en poder y en antigüedad. Dios, por lo tanto, hizo el alma la primera, tomando desfile luego en la mezcla con que la formó una parte igual a trescientas ochenta y cuatro unidades. Dado este primer número, es fácil construir la progresión cuya razón es dos, y aquella cuya razón es tres. Todas estas cantidades, dispuestas según los intervalos musicales y formando octavas, son treinta y seis en número, y dan una suma total de ciento catorce mil seiscientos noventa y cinco; y las mismas divisiones del alma son de ciento catorce mil seiscientos noventa y cinco en número. Así es como Dios ha compuesto el alma del universo.
El Dios, eterno jefe y padre de todo lo que existe, sólo puede ser conocido por la inteligencia; con respecto al dios engendrado, nosotros le vemos con nuestros propios ojos; es el mundo con todas las partes celestes del mismo que tienen por elemento el éter, de las cuales pertenecen unas a la esencia de lo mismo y otras a la esencia de lo diverso. Las primeras, colocadas en la circunferencia, arrastran de oriente a occidente todo aquello que está dentro por un movimiento general; las que, colocadas en el interior pertenecen a la esencia de lo diverso, arrastradas de occidente a oriente por su movimiento propio, sufren, sin embargo, la influencia extraña del movimiento mismo, que tiene en el mundo mayor fuerza. El movimiento de lo diverso, dividido según las relaciones armónicas, forma siete círculos. La Luna, que es el más vecino de la tierra, realiza su revolución en un mes; el Sol, que viene después de ella, la realiza en un año. Dos astros recorren su carrera en el mismo tiempo que el Sol, que son Mercurio y Juno, generalmente llamado Venus o Lucifer. El pastor y el vulgo son incapaces de penetrar en el santuario de la astronomía y de conocer los movimientos de los astros, al ponerse y al salir. El mismo astro se levanta por poniente cuando sigue al Sol tan de cerca como puede hacerlo sin verse oscurecido por sus rayos, y se levanta por oriente cuando precede al Sol y brilla del lado de la aurora. De esta manera el planeta Venus se hace muchas veces Lucifer, porque acompaña al Sol; y no es el único, porque lo mismo sucede con otros muchos astros, fijos o errantes, y con todo astro de cierta magnitud que aparece sobre el horizonte antes que el Sol anuncie el día. Los otros tres planetas, Marte, Júpiter y Saturno, tienen una velocidad propia y dan lugar a años desiguales. Mientras andan su camino, tienen revoluciones, fases, conjunciones, eclipses; salen y se ponen realmente en el cielo; tienen también fases orientales u occidentales según su posición con relación al Sol. Éste, arrastrado por el movimiento de lo mismo, produce el día, recorriendo el cielo de oriente a occidente, y la noche volviendo por otro camino de occidente a oriente; y mide el año al recorrer su órbita. Haciendo este doble movimiento describe una espiral, avanzando cada día hacia uno de los signos del zodiaco, al mismo tiempo que obedece al movimiento de las estrellas fijas, lo cual produce la vuelta alternativa de la noche y del día.
Se llaman partes del tiempo a estos períodos, que Dios ha formado a la par que el mundo, porque antes del mundo no había astros, ni por consiguiente años, ni la vuelta periódica de las estaciones que miden el tiempo engendrado. Este tiempo es la imagen del tiempo que no tiene padre, y que llamamos eternidad. En igual forma que este mundo visible ha sido hecho a imagen del mundo ideal, que es su modelo eterno, lo mismo este tiempo ha sido hecho con el mundo a semejanza de la eternidad.
La tierra, sentada en el centro del mundo y foco de los dioses, separa el día de la noche, y es causa de la salida y puesta de los astros por los horizontes que cortan la tierra y ponen término a la vista. La tierra es el más antiguo de los cuerpos encerrados en el recinto del cielo. El agua no hubiera nacido sin la tierra, ni el aire sin el agua, ni el fuego podría subsistir privado de la humedad de la materia de la cual recibe el alimento; de suerte que la raíz y la base de todas las cosas es la tierra afianzada por su propio equilibrio. Los principios de todo lo que ha tenido nacimiento son la materia como objeto y la idea como razón de la forma. Los cuerpos engendrados por estos principios son la tierra, el agua, el aire y el fuego, cuya generación es la siguiente.
Todo cuerpo se compone de superficies y toda superficie de triángulos. Estos triángulos o son rectángulos isósceles, es decir, la mitad del cuadrado, o rectángulos de lados desiguales, en los que el mayor ángulo es triple que el más pequeño, el más pequeño es la tercera parte del recto, y el ángulo medio doble del más pequeño, puesto que es igual a los dos tercios del ángulo recto; el mayor ángulo, que es el ángulo recto, tiene una tercera parte más que el ángulo pequeño. Esta especie de triángulo es la mitad del triángulo equilátero, dividido en dos partes iguales por una perpendicular tirada desde la cúspide a la base. Estos dos triángulos son también rectángulos; pero en el primero los lados entre los que se encuentra comprendido el ángulo recto son iguales y sólo ellos lo son; y en el segundo, los tres lados son desiguales. Llamemos al último escaleno y al primero semitetrágono. El semitetrágono es el principio de composición de la tierra; porque de él procede el cuadrado, compuesto a su vez de cuatro semitetrágonos; y del cuadrado nace el cubo, el más estable y el menos móvil de los cuerpos, que tiene seis lados y ocho ángulos. Por esta razón la tierra es el más pesado de los cuerpos y el más difícil de mover, sin que pueda convertirse en otros elementos, porque sus triángulos son de una especie muy diferente de los demás. La tierra es, en efecto, el único cuerpo que se compone de semitetrágonos; los otros cuerpos, el fuego, el aire y el agua se forman del elemento escaleno; porque reuniendo seis triángulos escalenos, se forma el triángulo equilátero de que se compone la pirámide de cuatro lados y cuatro ángulos iguales, que constituye la naturaleza del fuego, el más sutil y el móvil de los cuerpos. Después de esta pirámide viene el octaedro, que tiene ocho lados y seis ángulos, y que es el elemento del aire; en fin, el icosaedro, que tiene veinte lados y doce ángulos y que es el más espeso y más tosco de estos tres elementos, es el del agua. Estos tres cuerpos, como están compuestos del mismo elemento, se trasforman unos en otros. En cuanto al dodecaedro, él es la imagen del mundo, porque es la forma que más se aproxima a la esfera. El fuego, por su gran sutileza, lo penetra todo sin excepcion; el aire todo excepto el fuego; en fin, el agua penetra la tierra de manera que todo lo llena y no deja ningun vacío. Todos estos cuerpos son arrastrados en el movimiento universal; y estrechados y empujados los unos por los otros, experimentan las alternativas continuas de la generación y de la corrupcion.
Estos son los elementos de que se ha valido Dios para crear este mundo, que es tangible a causa de la tierra y visible a causa del fuego; ellos son los dos extremos; y ha empleado el agua y el aire para unirlos por medio de un lazo poderoso, que es la proporción, la cual se mantiene por su propia fuerza y el mundo está sometido a ella. Para ligar superficies un sólo término medio hubiera bastado, pero han sido precisos dos para los sólidos. Dios ha dispuesto los dos medios y los dos extremos de tal manera, que el fuego es al aire, como el aire es al agua y el agua a la tierra; o bien, reduciendo la progresión, el fuego es al agua, como el aire a la tierra; o aun, invirtiendo el orden de los términos, la tierra es al agua como el agua es al aire y el aire al fuego; y reduciéndolos, la tierra es al aire como el agua es al fuego; y como todos estos elementos son iguales en fuerza, es ley de sus relaciones el ser siempre iguales. Y así este mundo es uno a causa del lazo divino de la proporción. Cada uno de estos cuatro elementos comprende muchas especies. El fuego es llama, luz, rayo brillante, a causa de la desigualdad de los triángulos que hay en cada uno de estos objetos. De igual modo hay aire puro y seco, húmedo y nebuloso; agua fluida o compacta, como la nieve, la escarcha, el granizo, el hielo. Hay fluido húmedo, como el aceite y la miel; otro denso, como la pez y la cera; o sólidos fusibles como el oro, la plata, el hierro, el estaño, el acero; o desmenuzables como el azufre, el betun, el nitro, las sales, el alumbre y las piedras que entran también en el mismo género.
Formado el mundo, Dios formó los animales mortales, para que aquel fuese completo; es decir, la imagen perfecta y completa de su modelo. después de haber compuesto el alma humana de los mismos elementos que el alma del mundo y guardando la misma proporción, la entregó en patrimonio a la esencia de lo diverso; ésta, ocupando el lugar de Dios en la formacion de los animales mortales y efímeros, hizo entrar en ellos, como por infusion, almas tomadas de la Luna, del Sol y de los otros planetas que se mueven en la region de lo diverso; pero añadió una partícula de la naturaleza de lo mismo, que mezcló con la parte racional del alma, para que fuera una imagen de la sabiduría en los hombres que han recibido la mejor parte de la misma. Hay, en efecto, en las almas humanas una parte racional e inteligente, y otra sin razón y sin sabiduría; lo que la parte racional tiene de mejor le viene de la esencia de lo mismo; lo que tiene de peor, de la esencia de lo diverso. Toda la parte racional reside en la cabeza, de suerte que las otras partes del alma y del cuerpo están sometidas a él como al principal dueño de la casa. En la parte privada de razón, la cólera está en el sitio del corazon y las pasiones en el hígado. El principio, la raíz del cuerpo está en la médula cerebral, y en ella es donde reside la supremacía. El resto de esta médula se derrama desde el cerebro por las diversas partes de la columna vertebral en forma de licor espeso, y se convierte en esperma y sémen. Los huesos son la envoltura de la médula; la carne cubre y protege los huesos. Los nervios unen unos miembros con otros, y facilitan los movimientos. En el interior todo está dispuesto para servir a la nutricion y a la conservacion del individuo.
Las impresiones de fuera, que penetran hasta el asiento de la inteligencia, producen las sensaciones. Cuando estas no caen bajo la percepcion y no son sentidas, es porque los órganos que las han recibido estaban compuestos de demasiada tierra, o que eran demasiado débiles. Todas las sensaciones que turban el estado natural del alma, son dolorosas; todas las que son conformes con él, se llaman placeres. Entre todas las sensaciones, Dios nos ha dado la de la vista para que podamos contemplar el cielo y adquirir la ciencia. El oido nos ha sido dado para percibir la palabra y el canto; el que está privado de él desde su nacimiento no puede servirse de la palabra, lo cual prueba que hay una correspondencia íntima entre la facultad de oir y la de hablar. Todas las que se llaman cualidades de los cuerpos toman su nombre de la impresion de los cuerpos en el tacto, o del punto a que tienden. En efecto, el tacto es el que juzga las cualidades húmedas, lo caliente, lo frío, lo seco, lo liso, lo áspero, lo blando, lo duro, lo que cede y lo que resiste; también juzga de lo pesado y de lo ligero, pero corresponde a la ciencia el definirlos en virtud de su tendencia a aproximarse o separarse del centro. Pero lo bajo y el centro son una misma cosa; porque en una esfera el centro es lo bajo, y todo lo que se aleja del centro hasta la circunferencia es lo alto. Lo caliente parece compuesto de partes sutiles que tienden a dilatar los cuerpos; lo frío se compone de partes más espesas, que tienden a estrechar los poros. Con respecto al gusto, tiene una gran analogía con el tacto, porque los alimentos son de un sabor acre o dulce en virtud de la unión o separación de las partes, de su introducción en los poros y de su configuración. Los jugos, que entorpecen la lengua o que la frotan con rudeza, parecen acres; los que la pican con menos fuerza parecen salados; los que la queman o la despedazan son picantes; los que producen el efecto contrario son dulces y agradables. Los olores no se dividen en especies, porque los poros por los que penetran son estrechos, y sus orificios están formados de partes demasiado resistentes para ser comprimidos o dilatados por los vapores que se exhalan de las cocciones o de las putrefacciones, sea de la tierra, sea de los efectos terrestres; y así los olores se distinguen sólo en agradables y desagradables. La voz es una percusión del aire que llega hasta el alma por los oídos, cuyos conductos se extienden hasta el hígado. El movimiento del aire por estos conductos produce la audición. En la voz y el oido se distinguen sonidos rápidos y agudos, y sonidos lentos y graves, y otros más regulares que ocupan un término medio. Los hay grandes, que son fuertes y comprimidos ; y los hay pequeños, que son estrechos y delgados. Los que están arreglados a las proporciones musicales agradan al oido; los que no tienen proporción ni regla carecen de encanto y armonía. Los objetos de la vista forman un cuarto género de cosas sensibles; es el más rico en especies y el más variado, y encierra colores de todas clases y un mero infinito de objetos coloreados. Los cuatro colores primitivos son el blanco, el negro, el amarillo y el encarnado; todos los demás se forman de mezclas de éstos. El azul dilata el órgano de la vista; el negro la estrecha, del mismo modo que los órganos del tacto se dilatan por lo caliente y se estrechan por lo frío, o como los órganos del gusto se estrechan por los jugos acres y se dilatan por los picantes. El cuerpo de todos los animales que respiran, se nutre y se mantiene con los alimentos, que las venas, como otros tantos canales, distribuyen y hacen correr por toda la masa, y que el aire de la respiración refresca y lleva hasta las extremidades de los miembros. La respiración se verifica, porque no pudiendo existir el vacío en la naturaleza, el aire exterior entra y penetra dentro de nosotros para reemplazar el que se escapa a través de las aberturas invisibles por que el sudor se abre paso, y también el que perdemos por efecto del calor natural. Es, pues, necesario que entre tanto como ha salido, sin lo cual habría en nosotros un vacío, lo que de ninguna manera es posible, porque en tal caso el animal no sería continuo, no sería uno, porque rompería el vacío la contextura de su cuerpo. Hay un mecanismo semejante y una función análoga a la respiración hasta en los mismos seres inanimados. Así la ventosa y el ámbar son imágenes de la respiración, porque así como el aire se escapa por las aberturas del cuerpo y es reemplazado por otro aire que aspirarnos por la boca y las narices, y que, como el Euripio, va y viene por todo el cuerpo y le dilata para salir de él; en igual forma la ventosa, después de haber perdido el aire que contenía, se llena de líquido; y el ámbar, a medida que pierde el aire, toma una cantidad igual para reemplazarle.
Toda la alimentación del cuerpo le viene del corazon como de una raíz y de los intestinos como de una fuente viva. Mientras recibe más que pierde, crece; cuando recibe menos, se demacra. Entre estos dos estados está, el momento de la madurez, cuando el aumento y las pérdidas se compensan. Pero cuando los lazos que mantienen el conjunto se relajan y el animal no recibe ya ni aire ni alimentos, muere. Hay muchas cosas enemigas de la vida y que conducen a la muerte, entre otras la enfermedad. El principio más frecuente de las enfermedades es la falta de equilibrio entre las cualidades primitivas, cuando hay o mucho o muy poco calor, frío, sequedad y humedad; en seguida las variaciones de la sangre que se gasta y las alteraciones de las carnes que se corrompen. Estos cambios hacen la sangre acre, salada o picante, y consumen las carnes. De aquí procede la bilis y la pituita. Los jugos mortíferos y los humores corrompidos son poco peligrosos, si no penetran profundamente; lo son más, si el origen del mal está en los huesos; y mucho más aún si ataca la médula. Las otras enfermedades proceden del aire, de la bilis o de la pituita, que aumentan con exceso y salen del sitio que les es natural, para ocupar otro, en que se hacen peligrosas; porque se apoderan de las partes sanas, y arrojan todo lo que no está corrompido para sustituirlo con cuerpos infectos que ellas disuelven, asimilándoselos.
Tales son los males a que el cuerpo está sujeto, que son también origen de la mayor parte de las enfermedades del alma, que se diferencian según las diversas facultades; la sensibilidad se embota; a la memoria sustituye el olvido; al apetito suceden la indiferencia y el disgusto; el valor se cambia en furor y frenesí; y la razón en ignorancia y locura. Los gérmenes de todos los vicios son el placer y el dolor, el deseo y el temor. Partiendo del cuerpo y penetrando hasta el alma reciben diferentes nombres; amor, deseos, ardores desenfrenados, cólera violenta, arrebatos temibles, insaciables necesidades, placeres desarreglados. En general, el desorden en las pasiones es el fin de la virtud y el comienzo del vicio; dejarse vencer por ellos o vencerlos; he aquí el vicio o la virtud. Muchas veces nuestros apetitos aumentan en violencia, porque los elementos que se mezclan en nosotros se hacen agudos o calientes, o se modifican de cualquiera otra manera, y nos excitan a la melancolía o a ardores lúbricos. Los humores, inclinándose a ciertas partes, causan en ellas irritaciones, y nos dan el aspecto de la enfermedad más bien que el de la salud, porque a este estado acompañan la ansiedad, el olvido, el extravío y los terrores súbitos. Las costumbres públicas y privadas y la manera de alimentarse cada día pueden ablandar o fortificar el alma. El aire libre, un alimento sencillo, los ejercicios del cuerpo y el carácter de aquellos con quienes se vive, son de gran importancia con relación al vicio y a la virtud; pero todo esto depende de nuestros padres y de los elementos más que de nosotros a no ser que haya habido negligencia de nuestra parte, y que nos hayamos separado nosotros mismos del camino que hubiéramos debido seguir.
Para que el animal esté en buen estado, es preciso que su cuerpo tenga las cualidades que le son propias, es decir, que tenga salud, sensibilidad, fuerza y belleza. Lo que produce la belleza es la armonía de las partes del cuerpo entre sí y con el alma; porque la naturaleza ha dispuesto el cuerpo como un instrumento que debe estar en armonía con todas las necesidades de la vida. Al mismo tiempo es preciso que, mediante un debido acuerdo, el alma posea virtudes análogas a las cualidades del cuerpo, y que en ella la templanza corresponda a la salud, la prudencia a la sensibilidad, el valor al vigor y a la fuerza y la justicia a la belleza. La naturaleza nos suministra gérmenes de estas cualidades, pero es preciso desenvolverlas y perfeccionarlas mediante la cultura; las del cuerpo con la gimnasia y la medicina, las del alma con la educación y la filosofía. Esta es la que alimenta y fortifica el cuerpo y el alma; la gimnasia y la medicina curan el cuerpo con el trabajo, el ejercicio y con un régimen saludable; la educación corrige el alma con el castigo y con el temor; este aguijón le da empuje, despierta su energía y la mueve a hacer esfuerzos útiles. Los baños, las fricciones y todos los demás cuidados de esta naturaleza, que la medicina prescribe respecto al cuerpo, producen en todas sus facultades una armonía poderosa y hacen la sangre pura y la respiración regular, para que la respiración y la sangre fortificadas puedan triunfar de todos los gérmenes de enfermedad que puedan presentarse. La música y la filosofía que la dirige, establecidas para el perfeccionamiento del alma por los dioses y por las leyes, acostumbran, exhortan, precisan a la parte irracional del alma a someterse a la parte racional. Ellas aplacan la cólera, apaciguan la concupiscencia, las impiden obrar contra la razón o permanecer ociosas, cuando la diligencia las llama, sea a obrar, sea a gozar; porque el último término de la sabiduría consiste en mostrarse dócil a los consejos de la razón y en ponerlos en práctica con firmeza.
El estudio y la sana filosofía han purificado nuestros errores y nos han dado la ciencia; han sacado nuestros errores del abismo de la ignorancia para elevarlos a la contemplación de las cosas divinas. Esta contemplación asidua, si a ella se unen la moderación y cierto desahogo, basta para hacer dichosa una vida entera. Es una creencia muy legítima la de que aquel a quien la Divinidad ha concedido estos bienes está en el camino de la soberana felicidad. Mas en cuanto al hombre indócil y rebelde a la voz de la sabiduría, que los castigos de las leyes caigan sobre él, así como las penas más terribles con que nuestras tradiciones le amenazan, venganzas del cielo, suplicios del infierno, inevitables castigos preparados en el seno de la tierra, y todas esas penas expiatorias cuyo cuadro nos ha presentado el poeta de Jonia con oportunidad. Porque así como en algunas ocasiones se curan los cuerpos con veneno cuando el mal no cede a remedios más sanos, es preciso curar igualmente los espíritus con mentiras cuando la verdad es impotente para ello. Y debe unirse a esto, si es preciso, el terror de esos dogmas singulares según los que pasan las almas de los hombres tímidos a cuerpos de mujeres, expuestas por su debilidad a ser injuriadas; que convierten a los asesinos en bestias feroces, a los borrachos en puercos o en jabalíes, a los hombres ligeros y frívolos en pájaros, y a los que son perezosos y haraganes, ignorantes y estúpidos, en pescados. Némesis arregla estos castigos en una segunda vida de acuerdo con los dioses terrestres, vengadores de los crímenes de que han sido testigos, y a quienes el Dios Supremo del universo ha encargado el gobierno de este mundo, que está lleno de dioses, de hombres y de otros animales, formados según el modelo de la idea; idea, que no tiene nacimiento, idea, que es eterna e inteligible.