Tipos y paisajes criollos - Serie I/Al lector

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Al lector[editar]

« ¿Porqué no es V. fotógrafo? « preguntaban, en cada esquina, a los transeúntes, centenares de carteles. «¿Porqué no es V. fotógrafo?» Y tanto me porfiaron que acabé por preguntarme a mi mismo: «Es cierto, ¿Porqué no soy fotógrafo?» y, apuntando con el aparato de mi memoria algunos de los tipos que había encontrado en los paisajes pampeanos que habité o recorrí, empecé a sacar vistas. Poco a poco, las placas que estaban en esa cámara obscura empezaron a revelarse, con la acción de todo un baño de recuerdos en el cual las hice pasar; las líneas principales no tardaron en aparecer, y, -con reforzar un poco,- hasta los menores detalles pronto salieron en el negativo. Fijé las imágenes con el mayor cuidado posible, para que su semejanza saltase a la vista, y si el colorido que traté de darlas es deficiente, la culpa es de los inventores que no han dado todavía con esa tecla.

En cambio, ha sucedido que, de vez en cuando, contra mi voluntad algún rayo X indiscreto ha querido penetrar los secretos íntimos de los personajes: ¿quién sabe, si con acierto?

No les he mezquinado a mis figuritas, para darlas vida, las adiciones recomendadas de metales preciosos, los que pude encontrar, un poco en la imaginación y mucho en el corazón; y si he fallado en la empresa, es que mis útiles eran algo rudimentarios, lo que no tenía compostura.

Para suplir sus deficiencias, es que acudí al hábil lápiz de Fortuny, a pesar del peligro de que resulte su colaboración, para mi inexperta pluma, más que ayuda, invencible competencia.

Lo que pinté, lector, pertenecerá pronto al pasado, este pasado que tan ligero se nos va y desaparece de nuestra vista, borrándose como en una neblina.

La mayor parte de mis recuerdos tienen ya veinte años, y más. ¡Cuántos cambios desde entonces! Por esto mismo, me apuré en juntarlos para poderlos comparar con el presente.

Si solo ha tomado este librito, seducido por lo que le pareció contener de ameno, para pasar, entretenido, las largas horas de un viaje, mire, leyéndolo, de cuando en cuando, por la ventanilla del vagón, y verá que la Pampa, por monótona que parezca, no carece de atractivo. Es como esas mujeres sin belleza, cuyo primer aspecto no parece poder inspirar el amor, y que, suavemente, esclavizan hasta la muerte el corazón del cual han logrado apoderarse.

Tiene ya en su pasado muchas cosas dignas de ser recordadas, muy diferentes de las de su presente, y el telón entreabierto de su porvenir, deja entrever horizontes tan extraordinarios que se queda cualquiera, pensativo, sin quererlo.

Dicen muchos que la Pampa no es pintoresca, y que por esto es que inspiró a tan pocos artistas.

No lo será seguramente, para el gaucho, por la misma razón que los Alpes no lo son para el montañés suizo, ni los Pirineos para el campesino que en ellos vive; el paisano es parte del paisaje, y no lo ve, ni lo puede admirar. Hasta quizás sea, por un fenómeno singular de refracción, más fácil penetrarse de la poesía de las comarcas extrañas que de la del propio país natal.

Es que lo pintoresco reside más en los ojos y en el alma del que mira que en los mismos espectáculos de la naturaleza, y la majestuosa soledad de la Pampa es pintoresca, por más que digan, para el que la quiere con ese fervor ciego, inquebrantable, que requiere la fealdad para ser querida.

Hojee, lector, con indulgencia, estas pocas páginas, que no son más, al fin, que un albumcito de vistas pampeanas, cuyo mayor interés consiste en que representan tipos que se han modificado ya mucho y sitios que se van, cada día, desfigurando más. Sin estar borrados o cambiados, al punto de haber entrado ya en el crepúsculo del olvido, lo son, así mismo, bastante para despertar esa curiosidad que uno siente para las cosas entre las cuales le hubiera tocado vivir, con solo nacer algunos años antes.

No critique el idioma en el cual están escritas no se olvide que el que las escribió no tiene, ni puede, de ningún modo, tener pretensiones a hablar la lengua castiza de la Academia Española. Se contenta con usar, como puede, el idioma que ha aprendido por pura práctica, en el hospitalario suelo argentino, y no sabe, ni quiere saber si ese hablar criollo merece o no el apego, tan explicable, que unos le tienen, hasta llamarlo nacional, o los anatemas exagerados con que lo rechazan algunos puristas que pontifican de académicos, y parecen creer que sería deshonra para los argentinos el enriquecer al idioma materno con algunos vocablos o modismos, tan graciosos y tan enérgicamente expresivos que si volviese Cervantes, ligerito los cazaría de las alas, en beneficio de sus personajes: pues él, como ninguno, ha sabido hacer cuajar cantidad de palabras, que andaban flotando por allí, en el hablar corriente, preciosas mariposas piadosamente conservadas, desde entonces, entre las hojas del diccionario español.

Pero me callo, al acordarme del cuento del catalán que extrañaba sobremanera que los franceses pudieran llamar a un sombrero: chapeau; pues, seguramente, se hubiera indignado al ver que, atreviéndome a querer escribir en su idioma, porfiase en deletrear mi apellido, Dai-re-a-ux, y en pronunciarlo Deró.


Godofredo Daireaux.