Todas las campanas con eco pausado

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​Todas las campanas con eco pausado​ de Rosalía de Castro
Nota: Poema publicado en el libro En las orillas del Sar (1909).


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Todas las campanas con eco pausado
Doblaron a muerto:
Las de la basílica, las de las iglesias,
Las de los conventos;
Desde el alba hasta entrada la noche
No cesó el funeral clamoreo:
¡Qué pompa! ¡Qué lujo!
¡Qué fausto! ¡Qué entierro!

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Pero no hubo ni adioses ni lágrimas,
Ni suspiros en torno del féretro...
¡Grandes voces sí que hubo!... Y cantáronle,
Cuando le enterraron, un Réquiem soberbio.

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Siente unas lástimas,
¡Pero qué lástimas!...
Y tan extrañas y hondas ternuras.
¡Pero qué extrañas!

Llora a mares por ellos,
Les viste la mortaja
Y les hace las honras...
Después de que los mata.

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De la noche en el vago silencio,
Cuando duermen o sueñan las flores,
Mientras ella despierta, combate
Contra el fuego de ocultas pasiones,
Y de su ángel guardián el auxilio
Implora invocando piadosa su nombre:
El de ayer, el de hoy, el de siempre,
Fiel amigo del mal,
Mefistófeles,
En los hilos oculto, del lino
Finísimo y blanco cual copo de espuma,
En donde ella aún más blanca reclina
La cabeza rubia,
Así astuto y sagaz, al oído
De la hermosa en silencio murmura:
 
«Goza aquél de la vida, y se ríe
Y peca sin miedo del hoy y el mañana,
Mientras tú con ayunos y rezos
Y negros terrores tus horas amargas.»

«Si del hombre la vida en la tumba
¡Oh bella, se acaba,
Qué profundo y cruel desengaño,
Qué chanza pesada
Te juega la suerte,
Le espera a tu alma!»

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A la sombra te sientas de las desnudas rocas,
Y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto,
Y allí donde las aguas estancadas dormitan
Y no hay humanos seres que interrumpan tus sueños,
¡Quién supiera en qué piensas, amor de mis amores,
Cuando con leve paso y contenido aliento,
Temblando a que percibas mi agitación extrema,
Allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo!

— ¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres
Las femeninas almas, los varoniles pechos,
Tu fuerza impele al hombre á que busque la hondura
Del desencanto amargo y a que remueva el cieno
Donde se forman siempre los miasmas infectos.

— ¿Qué has dicho de amargura y cieno y desencanto?
¡Ah!, no pronuncies frases, mi bien, que no comprendo;
Dime sólo en qué piensas cuando de mí te apartas
Y huyendo de los hombres vas buscando el silencio.

— Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras,
Y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso,
Que... no las sabrás nunca, porque lo que se ignora
No nos daña si es malo, ni perturba si es bueno.
Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo;
Encierra el alma humana tan profundos misterios,
Que cuando a nuestros ojos un velo los oculta,
Es temeraria empresa descorrer ese velo;
No pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso.

— Pensaré noche y día, pues sin saberlo, muero. —

Y cuenta que lo supo, y que la mató entonces
La pena de saberlo.