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Tristana/Capítulo XVIII

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XVII
XIX

Capítulo XVIII

De Tristana a Horacio:

«¡Qué entusiasmadito y qué tonto está el señó Juan! ¡Y cómo con las glorias de este terruño se le van las memorias de este páramo en que yo vivo! Hasta te olvidas de nuestro vocabulario, y ya no soy la Frasquita de Rímini. Bueno, bueno. Bien quisiera entusiasmarme con tu rustiquidad (ya sabes que yo invento palabras), que del oro y del cetro pone olvido. Hago lo que me mandas, y te obedezco... hasta donde pueda. Bello país debe ser... ¡Yo de villana, criando gallinitas, poniéndome cada día más gorda, hecha un animal, y con un dije que llaman maridillo colgado de la punta de la nariz! ¡Qué guapota estaré, y tú qué salado, con tus tomates tempranos y tus naranjas tardías, saliendo a coger langostinos, y pintando burros con zaragüelles, o personas racionales con albarda... digo, al revés. Oigo desde aquí las palomitas, y entiendo sus arrullos. Pregúntales por qué tengo yo esta ambición loca que no me deja vivir; por qué aspiro a lo imposible, y aspiraré siempre, hasta que el imposible mismo se me plante enfrente y me diga: «Pero ¿no me ve usted, so...?». Pregúntales por qué sueño despierta con mi propio ser transportado a otro mundo, en el cual me veo libre y honrada, queriéndote más que las señoritas de mis ojos, y... Basta, basta, per pietá. Estoy borracha hoy. Me he bebido tus cartas de los días anteriores y las encuentro horriblemente cargadas de amílico. ¡Mistificador!

»Noticia fresca. D. Lope, el gran D. Lope, ante quien muda se postró la tierra, anda malucho. El reuma se está encargando de vengar el sin número de maridillos que burló, y a las vírgenes honestas o esposas frágiles que inmoló en el ara nefanda de su liviandad. ¡Vaya una figurilla!... Pues esto no quita que yo le tenga lástima al pobre D. Juan caído, porque fuera de su poquísima vergüenza en el ramo de mujeres, es bueno y caballeroso. Ahora que renquea y no sirve para nada, ha dado en la flor de entenderme, de estimar en algo este afán mío de aprender una profesión. ¡Pobre D. Lepe! Antes se reía de mí; ahora me aplaude, y se arranca los pelos que le quedan, rabioso por no haber comprendido antes lo razonable de mi anhelo.

»Pues verás: haciendo un gran esfuerzo, me ha puesto profesor de inglés, digo, profesora, aunque más bien la creerías del género masculino o del neutro; una señora alta, huesuda, andariega, con feísima cara de rosas y leche, y un sombrero que parece una jaula de pájaros. Llámase doña Malvina, y estuvo en la capilla evangélica, ejerciendo de sacerdota protestanta, hasta que le cortaron los víveres, y se dedicó a dar lecciones... Pues espérate ahora y sabrás lo más gordo: dice mi maestra que tengo unas disposiciones terribles, y se pasma de ver que apenas me ha enseñado las cosas, ya yo me las sé. Asegura que en seis meses sabré tanto inglés como Chaskaperas o el propio Lord Mascaole. Y al paso que me enseña inglés, me hace recordar el franchute, y luego le meteremos el diente al alemán. Give me a kiss, pedazo de bruto. Parece mentira que seas tan iznorante, que no entiendas esto.

»Bonito es el inglés, casi tan bonito como tú, que eres una fresca rosa de mayo... si las rosas de mayo fueran negras como mis zapatos. Pues digo que estoy metida en unos afanes espantosos. Estudio a todas horas y devoro los temas. Perdona mi inmodestia; pero no puedo contenerme: soy un prodigio. Me admiro de encontrarme que sé las cosas cuando intento saberlas. Y a propósito, señó Juan naranjero y con zaragüelles, sácame de esta duda: «¿Has comprado la pluma de acero del hijo de la jardinera de tu vecino?». Tonto, no; lo que has comprado es la palmatoria de marfil de la suegra del... sultán de Marruecos.

»Te muerdo una oreja. Expresiones a las palomitas. To be or not to be... All the world a stage».

De señó Juan a señá Restituta:

«Cielín mío, miquina, no te hagas tan sabia. Me asustas. De mí sé decirte que en esta rustiquidad (admitida la nueva palabra) casi me dan ganas de olvidar lo poquito que sé. ¡Viva la naturaleza! ¡Abajo la ciencia! Quisiera acompañarte en tu aborrecimiento de la vida obscura: ma non posso. Mis naranjos están cargados de azahares, para que lo sepas, ¡rabia, rabiña!, y de frutas de oro. Da gozo verlos. Tengo unas gallinas que cada vez que ponen huevo, preguntan al cielo, cacareando, qué razón hay para que no vengas tú a comértelos. Son tan grandes que parecen tener dentro un elefantito. Las palomas dicen que no quieren nada con ingleses, ni aun con los que son émulos del gran Sáspirr. Por lo demás, comprenden y practican la libertad honrada o la honradez libre. Se me olvidó decirte que tengo tres cabras con cada ubre como el bombo grande de la lotería. No me compares esta leche con la que venden en la cabrería de tu casa, con aquellos lácteos virgíneos candores que tanto asco nos daban. Las cabritas te esperan, inglesilla de tres al cuarto, para ofrecerte sus senos turgentes. Dime otra cosa... ¿Has comido turrón estas Navidades? Yo tengo aquí almendra y avellana bastantes para empacharte a ti y a toda tu casta. Ven y te enseñaré cómo se hace el de Jijona, lo de Alicante y el sabrosísimo de yema, menos dulce que tu alma gitana. ¿Te gusta a ti el cabrito asado? Dígolo porque si probaras lo de mi tierra te chuparías el dedo; no, el deíto ese de San Juan te lo chuparía yo. Ya ves que me acuerdo del vocabulario. Hoy está revuelto el botiquín, porque el Poniente le hace muchas cosquillas, poniéndole nervioso...

»Si no te enfadas ni me llamas prosaico, te diré que como por siete. Me gustan extraordinariamente las sopas de ajo tostaditas, el bacalao y el arroz en sus múltiples aspectos, los pavipollos y los salmonetes con piñones. Bebo sin tasa del riquísimo licor de Engadi, digo, de Aspe, y me estoy poniendo gordo y guapo inclusive, para que te enamores de mí cuando me veas y te extasies delante de mis encantos o appas, como dicen los franceses y nosotros. ¡Ay, qué appases los míos! Pues ¿y tú? Haz el favor de no encanijarte con tanto estudio. Temo que la señá Malvina te contagie de su fealdad seca y hombruna. No te me vuelvas muy filósofa, no te encarames a las estrellas, porque a mí me están pesando mucho las carnazas y no puedo subir a cogerte, como cogería un limón de mis limoneros... Pero ¿no te da envidia de mi manera de vivir? ¿A qué esperas? Si no la jazemos ahora, ¿cuándo, per Baco? Vente, vente. Ya estoy arreglando tu habitación, que será manífica, digno estuche de tal joya. Dime que sí, y parto, parto (no el de los montes), quiero decir que corro a traerte. Oh donna di virtú! Aunque te vuelvas más marisabidilla que Minerva, y me hables en griego para mayor claridad; aunque te sepas de memoria las Falsas Decretales y la Tabla de logaritmos, te adoraré con toda la fuerza de mi supina barbarie».

De la señorita de Reluz:

«¡Qué pena, qué ansiedad, qué miedo! No pienso más que cosas malas. No hago más que bendecir este fuerte constipado que me sirve de pretexto para poder limpiarme los ojos a cada instante. El llanto me consuela. Si me preguntas por qué lloro, no sabré responderte. ¡Ah!, sí, sí, ya sé: lloro porque no te veo, porque no sé cuándo te veré. Esta ausencia me mata. Tengo celos del mar azul, los barquitos, las naranjas, las palomas, y pienso que todas esas cosas tan bonitas serán Galeotos de la infidelidad de mi señó Juan... Donde hay tanto bueno, ¿no ha de haber también buenas mozas? Porque con todo mi marisabidillismo (ve apuntando las palabras que invento), yo me mato si tú me abandonas. Eres responsable de la tragedia que puede ocurrir, y...

»Acabo de recibir tu carta. ¡Cuánto me consuela! Me he reído de veras. Ya se me pasaron los esplines; ya no lloro; ya soy feliz, tan feliz que no sabo expresarlo. Pero no me engatusas, no, con tus limoneros y tus acequias de undosa corriente. Yo libre y honrada, te acepto así, aldeanote y criador de pollos. Tú como eres, yo como ero. Eso de que dos que se aman han de volverse iguales y han de pensar lo mismo no me cabe a mí en la cabeza. ¡El uno para el otro! ¡Dos en uno! ¡Qué bobadas inventa el egoísmo! ¿A qué esa confusión de los caracteres? Sea cada cual como Dios le ha hecho, y siendo distintos, se amarán más. Déjame suelta, no me amarres, no borres mi... ¿lo digo? Estas palabras tan sabias se me atragantan; pero, en fin, la soltaré... mi doisingracia.

»A propósito. Mi maestra dice que pronto sabré más que ella. La pronunciación es el caballo de batalla; pero ya me soltaré, no te apures, que esta lengüecita mía hace todo lo que quiero. Y ahora, allá van los golpes de incensario que me echo a mí misma. ¡Qué modesta es la nena! Pues, señor, sabrás que domino la gramática, que me bebo el diccionario, que mi memoria es prodigiosa, lo mismo que mi entendimiento (no, si no lo digo yo; lo dice la señá Malvina). Esta no se anda en bromas, y sostiene que conmigo hay que empezar por el fin. De manos a boca nos hemos ponido a leer a D. Guillermo, al inmenso poeta, el que más ha creado después de Dios, como dijo Séneca... no, no, Alejandro Dumas. Doña Malvina se sabe de memoria el Glosario, y conoce al dedillo el texto de todos los dramas y comedias. Me dio a escoger, y elegí el Macbeth, porque aquella señora de Macbeth me ha sido siempre muy simpática. Es mi amiga... En fin, que le metimos el diente a la tragedia. Las brujitas me han dicido que seré reina... y yo me lo creo. Pero en fin, ello es que estamos traduciendo. ¡Ay hijo, aquella exclamación de la señá Macbeth, cuando grita al cielo con toda su alma unsex me here, me hace estremecer y despierta no sé qué terribles emociones en lo más profundo de mi naturaleza! Como no perteneces a las clases ilustradas, no entenderás lo que aquello quiere decir, ni yo te lo explico, porque sería como echar margaritas a... No, eres mi cielo, mi infierno, mi polo maznético, y hacia ti marca siempre tu brújula, tu chacha querida, tu... Lady Restitute».


Jueves 14.

«¡Ay! No te había dicho nada. El gran don Lope, terror de las familias, está conmigo como un merengue. El reuma sigue mortificándole, pero siempre tiene para mí palabras de cariño y dulzura. Ahora le da por llamarme su hija, por recrear su espíritu (así lo dice) llamándose mi papá, y por figurarse que lo es. E se non piangi, de che pianger suoli? Se arrepiente de no haberme comprendido, de no haber cultivado mi inteligencia. Maldice su abandono... Pero aún es tiempo; aún podremos ganar el terreno perdido. Porque yo tenga una profesión que me permita ser honradamente libre, venderá él la camisa, si necesario fuese. Ha empezado por traerme un carro de libros, pues en casa jamás los hubo. Son de la biblioteca de su amigo el marqués de Cicero. Excuso decirte que he caído sobre ellos como lobo hambriento, y a este quieto, a este no quiero, heme dado unos atracones que ya, ya... ¡Dios mío, cuánto sabo! En ocho días he tragado más páginas que lentejas dan por mil duros. Si vieras mi cerebrito por dentro, te asustarías. Allí andan las ideas a bofetada limpia unas con otras... Me sobran muchas, y no sé con cuálas quedarme... Y lo mismo le hinco el diente a un tomo de Historia que a un tratado de Filosofía. ¿A que no sabes tú lo que son las mónadas del señor de Leibniz? Tonto, ¿crees que digo monadas? Para monadas, las tuyas, dirás, y con razón. Pues si tropiezo con un libro de Medicina, no creas que le hago fu. Yo con todo apenco. Quiero saber, saber, saber. Por cierto que... No, no te lo digo. Otro día será. Es muy tarde: he velado por escribirte: la pálida antorcha se extingue, bien mío. Oigo el canto del gallo, nuncio del nuevo día, y ya el plácido beleño por mis venas se derrama... Vamos, palurdo, confiesa que te ha hecho gracia lo del beleño... En fin, que estoy rendida y me voy al almo lecho... sí, señor, no me vuelvo atrás: almo, almo».