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Un buen negocio: 06

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Escena V

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MARCELINA.- ¿Ves? ¿Lo ves? Sí la miseria ajena nos inspira la piedad el hambre nuestro, el hambre de estos seres tan queridos...

ANA MARÍA.- (Malhumorada, hundiendo la cabeza entre los brazos.) Déjame, déjame...

MARCELINA.- Es que esto es lo menos, al fin y al cabo si no comen hoy, comerán mañana. Ahí tienes a la nena postrada en la cama, por falta de alimentación y de asistencia, a la misma viejita, ¿tenemos derecho a sacrificarlos? Suponte que por el momento consiguiéramos lo necesario para comprarles medicamentos, que pudiéramos evitar el desalojo, que quintuplicando el esfuerzo lográramos asegurar el pan y lo demás; todas las contingencias desgraciadas que nos acechan. ¿Y la educación de los niños?

ANA MARÍA.- Y los pobres, mamá. ¿Cómo viven?

MARCELINA.- Está bien; hagamos lo que ellos, repartamos la familia; que cada uno se gane un bocado. Unos a vender diarios, otros al taller o al conchavo. ¿No sería un crimen entregar a esos pobrecitos seres nacidos y criados en la holgura, completamente indefensos a todos los aporreos de la vida; cuando yo misma, fuerte, capaz de todas las resignaciones, me estoy sintiendo hastiada de tanta humillación y de tanta penuria?

ANA MARÍA.- Basta, mamá, basta...

MARCELINA.- ¡No, hijita! que soporten la miseria quienes no puedan salir de ella. Nosotros podemos... y debemos recuperar el bienestar perdido, sino el propio, el de esas criaturas que son la mitad de nuestras vidas.

ANA MARÍA.- ¿A cualquier precio?

MARCELINA.- A cualquier precio. (Se encamina a la puerta)

ANA MARÍA.- ¡Mamá! ¡Mamá! ¿Qué haces conmigo?... ¿Qué haces conmigo?...

MARCELINA.- Cállate. Viene tu novio.

ANA MARÍA.- (Se desploma en una silla sollozando.)