Un testigo de bronce: 6
Capítulo VI.
[editar]En donde se demuestra que el juez era hombre que lo entendia.
Terrible y fatigosa
fue la noche que el juez consigo mismo
pasó luchando, triste y angustiosa
pesadilla interior, su ánimo acosa.
Su probada experiencia,
su pericia y su gran conocimiento
de los hombres y el mundo,
han dado á su conciencia
ciego, íntimo, profundo,
formal convencimiento,
de que solo Don Juan de su sobrino
pudo ser el incógnito asesino.
Pero por mas que en su agitada mente
revuelve los indicios y sospechas,
de que asaltada sin cesar la siente,
conoce que es su fuerza insuficiente
y que en el aire estan fundados y hechas.
Al preguntar el Rey al caballero,
y al contestar Don Juan á sus preguntas,
ha comprendido bien su ojo certero
que tras de su semblante noble y fiero
la astucia y la maldad estaban juntas,
y que temblaba el corazon culpado
tras la serena faz del acusado.
Si del crímen capáz no hubiera sido,
decia el juez, ¿hubiérale ocurrido
que otro por ambicion lo que él por ira
hubiera cometido?
¿La mano de un solo hombre no ha podido
causar herida tal? ¡Sueño, mentira!
En los lances de un duelo
no hay imposible golpe: no hay certera
comprension que desmienta ó asegure
lo que en manos no mas está del cielo.
No… si un hombre bizarro se defiende
y un raudo esfuerzo del que triunfo espera
le falla, ó un tropiezo cualesquiera
del enemigo ante los pies le tiende,
¿quién dice que un traidor á salva mano
si una venganza desleal pretende,
no le asesta á su vez golpe villano
que al mas perito incomprensible sea
como él ejecutarle no le vea?
¿Quién es el que asegura
que al hidalgo en las armas mas maestro,
acometido en una noche oscura
por quien si débil mas, siendo mas diestro,
con una estratagema prevenida,
conociendo del otro la nobleza
no le puede quitar, por vil destreza,
con la serenidad la noble vida?
¿Quién afirmar podria
que el mas noble y valiente caballero,
de cólera embriagado,
y en el apuro del combate fiero,
del triunfo con la sed no intentaria
lo que él mismo á pensarlo á sangre fria
mirára como bárbaro atentado?
Y de este modo Osorio discurria
inventando maneras y ocasiones,
tomando y desechando á un tiempo mismo
por buenas y por vanas sus razones.
Revolvia afanado en su memoria
los recuerdos que inquieta le traia
de su azarosa juventud la historia.
Los azares y golpes de fortuna
que oyó contar, ó presenció en la guerra,
que en tiempo antiguo y conquistada tierra
se vió á hacer obligado
con el Emperador: y una por una
las lecciones contaba
que del maestro en la niñez tomaba,
y los distintos golpes
que habia en ellas recibido y dado,
mas con el golpe matador no daba.
Y al fin, en tal vigilia
y en tal desasosiego
la aurora le cogió: del lecho fuera
despechado saltó; vistióse lugo,
y á la calle salió calma buscando
en la frondosidad de la pradera,
y en el ambiente perfumado y blando
que deja tres de si la primavera.
Pálido, distraido,
sin objeto ni término cruzaba
las calles y las plazas, absorvido
en la idea fatal que le acosaba.
Bajó del espolon á las moreras,
y mil veces cruzó desatinado
del uno al otro lado,
hasta que del Pisuerga en las riberas
se tendió fatigado.
Callado, melancólico y sombrío,
distraccion no encontrando ni consuelo
en las ondas monotonas del rio,
tornó los ojos suspirando al cielo.
Y en el diáfano azul que el sol de oriente
bañaba en resplandor, buscaba en vano
un rayo que á su mente
inspirára un impulso soberano.
Y asi por largo trecho
contempló vagamente,
al son de los latidos de su pecho
las nubes, que extendiendo lentamente
sus contornos formados de vapores,
pasaban impelidas por el viento,
cambiando de contornos y colores
y manchando el azul del firmamento.
Y en tanto así en la inaccion yacía
pasaba el tiempo y avanzaba el dia.
Mas he aqui que instigado
por feliz pensamiento repentino
se levantó agitado:
y blandiendo la vara con que muestra
la noble autoridad de su destino,
á manera de espada,
cual á un ser invisible acometiendo,
marcó lanzando un grito una estocada
en el aire, soltó una carcajada,
y echó de la ciudad por el camino
de este modo diciendo:
«déjeme Dios de su divina mano
si no cae en la red ese villano.»
Tornó á su casa; entróse en su aposento,
y el ropón y la vara abandonando
hizo que le sirvieran al momento
traje comun, que sin insignia alguna
de autoridad ni mando
sobre él no fuera la atencion llamando.
Ciñóse á la cintura
largo y templado estoque toledano,
y cambiando del todo su figura
tornándose de juez en cortesano,
con gentil apostura
y sereno semblante,
hácia la casa de Don Juan, tomando
las calles adelante
llegó á su puerta, y recibido en ella,
do se hallaba Don Juan, se entró arrogante.
DON JUAN. | ¿Quién á mi cuarto llega de este modo? |
OSORIO. | Soy yo, señor Don Juan, y en dos palabras |
DON JUAN. | Señor juez. |
OSORIO. | Señor mio, |
DON JUAN. | Miradlo señor juez maduramente, |
OSORIO. | Bueno está: protestad lo que quisiéreis |
DON JUAN. | Ved que os repito, Osorio. |
OSORIO. | Concluyamos: |
DON JUAN. | Vive Dios! |
OSORIO. | Asi os quiero. |
DON JUAN. | Vamos. |
OSORIO. | Vamos. |
Y tomando en la calle al caballero
que primero encontraron por padrino,
con largo paso y continente fiero
al campo enderezaron el camino.
Por fuera del Campo Grande,
y á sombra de las paredes
de su cerca estan con brio
Osorio y Don Juan batiéndose.
Es hombre el juez de buen brazo,
y grande experiencia tiene
de las armas, y aunque diestro
es Don Juan, recio y valiente,
el juez le busca las vueltas
tan sagáz, y le acomete
con tal prisa, que Don Juan
con trabajo se defiende.
El padrino que contempla
en silencio, el duelo teme
por el mozo, aunque tal vez
ve en Osorio que no quiere
quitar á Don Juan la vida
que ha podido ya dos veces.
Con vigor se baten ambos,
mas Don Juan terreno pierde,
de tal modo que la espalda
casi junto al muro tiene.
En aquel trecho del muro
se abria precisamente
un postiguillo escusado
del huerto perteneciente
á los padres capuchinos:
y alli es á lo que parece
donde Osorio á su contrario
quiso llevar diestramente.
El padrino que á Don Juan
vió cerca de los dinteles
del postigo, á tropezar
próximo si no lo advierte,
y á caer por un percance
del terreno, fue á ponerse
de aquel lado porque entrambos
á terreno igual viniesen.
Mas en el instante mismo
en que él empezó a moverse,
y hácia el lado de Don Juan
ganó la vuelta, con fuerte
voz exclamó el diestro juez:
«no le asesines, detente!»
A esta voz volvió Don Juan
por la derecha, y metiéndole
el juez su espada de pronto
por el costado al volverse,
dijo: «esta fue la estocada
»que á Don German dió la muerte,
»y tal se la dísteis solo
«aunque hecha entre dos parece.»
Don Juan al oir al juez
este hablar tan de repente,
y la espada por su taza
asegurada sintiéndose,
palideció, y sin aliento
quedó del Osorio enfrente.
Quiso mediar el padrino
que nada de esto comprende,
dando por vil el combate
y acabado malamente;
mas envainando su estoque
el alcalde, é imponiéndole
silencio, dijo al mancebo:
«Don Juan, la vida debeisme,
pues si hago encarnar mi espada
por ahí os entra la muerte;
mas solo quise marcaros,
Don Juan, y poner patente
que esa estocada es la vuestra.
Negadlo ya si pudiéres.»
Y de esta manera Osorio
con firme ademan diciéndole,
dándoles á ambos la espalda
se alejó de ellos riéndose.