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Una excursión: Capítulo 21

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En qué consiste el arte de hacer de una razón varias razones. De cuántos modos conversan los indios. Sus oradores. Sus rodeos para pedir. Precauciones de los caciques antes de celebrar una junta. Numeración y manera de contar de los ranqueles.


Aprovechando una parada, interrogué a Mora, que tomó la palabra para explicarme en qué consiste el arte de hacer de una razón, dos o más razones.

A su modo me hizo un curso de retórica completo. Ya he dicho que es un hombre perspicaz y si no lo he dicho, viene aquí a pelo decirlo.

Los indios ranqueles tienen tres modos y formas de conversar.

La conversación familiar.

La conversación en parlamento.

La conversación en junta.

La conversación familiar es como la nuestra, llana, fácil, sin ceremonias, sin figuras, con interrupciones del o de los interlocutores, animada, vehemente, según el tópico o las pasiones excitadas.

La conversación en parlamento está sujeta a ciertas reglas; es metódica, los interlocutores no pueden, ni deben interrumpirse: es en forma de preguntas y respuestas.

Tiene un todo, un compás determinado, su estribillo y actitudes académicas, por decirlo así.

El tono y el compás pueden sólo compararse a lo que en las festividades religiosas se canta con el nombre de villancico. Es algo cadencioso, uniforme, monótono, como el murmullo de la corriente del agua.

Yo no conozco suficientemente la lengua araucana para consignar una frase.

Pero el penetrante lector, y tú, Santiago, que a este respecto te pierdes de vista, haciendo un pequeño esfuerzo, me comprenderán. Voy a estampar sonidos cuya eufonía remeda la de los vocablos araucanos.

Por ejemplo: Epú, bicú, mucú, picú, tanqué, locó, painé, bucó, có, rotó, clá, aimé, purrá, cuerró, tucá, claó, tremen, leuquen, pichun, mincun, bitooooooon!

Supongamos que los sonidos enumerados hayan sido pronunciados con énfasis, muy ligero, sin marcar casi las comas, y que el último haya sido pronunciado tal cual está escrito a manera de una interjección prolongada hasta donde el aliento lo permite.

Supongamos, algo más, que esos sonidos imitativos representando palabras bien hilvanadas, quisieran decir:

Manda preguntar Mariano Rosas, que ¿cómo le ha ido anoche por el campo, con todos sus jefes y oficiales?

0, en los términos de Mora, supongamos que esa interrogación sea una razón.

Pues bien, convertir una razón en dos, en cuatro o más razones, quiere decir, dar vuelta la frase por activa y por pasiva, poner lo de atrás adelante, lo del medio al principio, o al fin; en dos palabras, dar vuelta la frase de todos lados.

El mérito del interlocutor en parlamento, su habilidad, su talento, consiste en el mayor número de veces que da vuelta cada una de sus frases o razones; ya sea valiéndose de los mismos vocablos o de otros; sin alterar el sentido claro y preciso de aquéllas. De modo que los oradores de la pampa son tan fuertes en retórica, como el maestro de gramática de Molière, que instado por el Bourgeois gentil-homme, le escribió a una dama este billete: "Madame, vos bells yeux me font mourir d'amour". Y no quedando satisfecho el interesado: "Vos bells yeux, madame, me font mourir d'amour". Y no gustándole esto: "D'amour, madame, vos bells yeux me font mourir". Y no queriendo lo último: "Me font mourir d'amour vos bells yeux, madame". Con lo cual el Bourgeois se dio por satisfecho.

La gracia consiste en la más perfecta uniformidad en la entonación de las voces. Y, sobre todo, en la mayor prolongación de la última sílaba de la palabra final.

Una cantante que aprendiera el araucano haría furor entre los indios por su extensión de voz, si la tenía, y por otros motivos, de que se hablará a su tiempo. No es posible poner todo en la olla de una vez. Esa última sílaba prolongada, no es una mera fioritura oratoria. Hace en la oración los oficios del punto final; así es que en cuanto uno de los interlocutores la inicia, el otro rumia su frase, se prepara, toma la actitud y el gesto de la réplica, todo lo cual consiste en agachar la cabeza y en clavar la vista en el suelo.

Hay oradores que se distinguen por su facundia; otros por su facilidad en dar vuelta una razón: éstos, por la igualdad cronométrica de su dicción; aquéllos, por la entonación cadenciosa; la generalidad por el poder de sus pulmones para sostener, lo mismo que si fuera una nota de música, la sílaba que remata el discurso. Mientras dos oradores parlamentan, los circunstantes les escuchan y atienden en el más profundo silencio, pesando el primer concepto o razón, comparándolo con el segundo, éste con el tercero, y así sucesivamente, aprobando y desaprobando con simples movimientos de cabeza.

Terminado el parlamento, vienen los juicios y discusiones sobre las dotes de los que han sostenido el diálogo.

La conversación en parlamento, tiene siempre un carácter oficial. Se la usa en los casos como el mío, o cuando se reciben visitas de etiqueta.

No hay idea de lo cómicos y ceremoniosos que son estos bárbaros. Si el cacique recibe durante el día veinte capitanejos, con los veinte cambia las mismas preguntas y respuestas, empezando por preguntarles por el abuelo, por el padre, por la abuela, por la madre, por los hijos, por todos los deudos, en fin.

Después de esta serie de preguntas sacramentales, inevitables, infalibles, vienen otras de un orden secundario, que completan el ritual, referentes a las novedades ocurridas en los campos y en la marcha, haciendo siempre los caballos un papel principal.

Los indios se ocupan de éstos a propósito de todo. Para ellos los caballos son lo que para nuestros comerciantes el precio de los fondos públicos. Tener muchos y buenos caballos, es como tener entre nos otros muchas y buenas fincas. La importancia de un indio se mide por el número y la calidad de sus caballos. Así, cuando quieren dar la medida de lo que un indio vale, de lo que representa y significa, no empiezan por decir: tiene tantos o cuantos rodeos de vacas, tantas o cuantas manadas de yeguas, tantas o cuantas majadas de ovejas y cabras, sino tiene tantas tropillas de obscuros, de overos, de bayos, de tordillos, de gateados, de alazanes, de cebrunos, y resumiendo, pueden cabalgar tantos o cuantos indios; lo que quiere decir, que en caso de malón podrá poner en armas muchos, y que si el malón es coronado por la victoria, tendrá participación en el botín con arreglo al número de caballos que haya suministrado, según lo veremos cuando llegue el caso de platicar sobre la constitución social, militar y gubernativa de estas tribus.

Mariano Rosas tiene la fama de un orador de nota. Cuando lleguemos a su toldo, penetremos en el recinto de su hogar, cuente sus costumbres, su vida, sus medios de gobierno y de acción, será ocasión de comprobarlo con ejemplos palmarios, probando a la vez que hasta entre los bárbaros la elocuencia unida a la prudencia puede disputarle la palma con éxito completo al valor y a la espada. Tomando el hilo de mi interrumpido relato sobre los diferentes modos de conversar de los ranqueles, agregaré, que en pos de las interrogaciones y contestaciones sobre la salud de mi familia y las novedades de los campos, vienen otras sin importancia real, y que después de muchas idas y venidas, vueltas y revueltas, recién se llega al grano.

Un indio, cuando va de visita con el objeto de pedir algo, no descubre su pensamiento a dos tirones. Saluda, averigua todo cuanto puede serle agradable al dueño de casa, devolviendo los cumplimientos con cumplimientos, las ofertas Y promesas con ofertas y promesas, se despide; parece que va a irse sin pedir nada; pero en el último momento desembucha su entripado; y no de golpe, sino poco a poco. Primero pedirá yerba. ¿Se la dan? Pedirá azúcar. ¿Se la dan? Pedirá tabaco. ¿Se lo dan? Pedirá papel. Y mientras le vayan concediendo o dando, irá pidiendo, y habrá pedido lo que fue buscando, que era aguardiente. El golpe de gracia viene entonces, pide por fin lo que más le interesa y si no le niegan contestará: no dando lo más; pero dando aguardiente.

Esta táctica socarrona no la emplea el indio solamente en sus relaciones con los cristianos. Disimulado y desconfiado por carácter y por educación, así procede en todas las circunstancias de su vida. Tiene mil reservas en todo y mil cosas reservadas. No hay indio que no sea poseedor de uno o unos cuantos secretos, sin importancia, quizá, pero que no descubrirá sino por interés. Este conoce él solo una laguna, aquél un médano, el otro una cañada; éste una yerba medicinal, aquél un pasto venenoso; el otro una senda extraviada por el bosque. Y así dicen, no como los cristianos: -Yo conozco una laguna, una yerba, una senda que nadie conoce; sino: -Yo tengo una laguna, y una yerba, una senda que nadie conoce, que nadie ha visto, por donde nadie ha andado.

Decididamente, hoy estoy fatal para las digresiones. Tomé el hilo más arriba y me apercibo que lo he vuelto a dejar. Para dejarlo del todo, me falta decir lo que es la conversación en junta.

Es un acto muy grave y muy solemne. Es una cosa muy parecida al parlamento de un pueblo libre, a nuestro congreso, por ejemplo. La civilización y la barbarie se dan la mano; la humanidad se salvará porque los extremos se tocan. Y por más que digan que los extremos son viciosos, yo sostengo que eso depende de la clase de extremos. Será malo, irritante, odioso ser en extremo avaro; pero ¿quién puede tachar a un caballero por ser en extremo generoso? Será una calamidad para una mujer ser en extremo fea. Pero ¿qué mujer sostendrá que es una desgracia ser en extremo hermosa?

¡Cuando he dicho que estoy fatal para las digresiones!

Volvamos a la junta, a ver si se parece o no a lo que he dicho. Reúnese ésta, nómbrase un orador, una especie de miembro informante, que expone y defiende contra uno, contra dos, o contra más, ciertas y determinadas proposiciones. El que quiere le ayuda.

El miembro informante suele ser el cacique. El discurso se lleva estudiado, el tono y las formas son semejantes al tono y las formas de la conversación en parlamento, con la diferencia de que en la junta se admiten las interrupciones, los silbidos, los gritos, las burlas de todo género. Hay juntas muy ruidosas, pero todas, excepto algunas memorables que acabaron a capazos, tienen el mismo desenlace. Después de mucho hablar, triunfa la mayoría aunque no tenga razón. Y aquí es el caso de hacer notar que el resultado de una junta se sabe siempre de antemano, porque el cacique principal tiene buen cuidado de catequizar con tiempo a los indios y capitanejos más influyentes en la tribu.

Todo lo cual prueba que la máquina constitucional llamada por la libertad Poder Legislativo, no es una invención moderna extraordinaria; que en algo nos parecemos a los indios, o, como diría fray Gerundio: que en todas partes se cuecen habas. Como las explicaciones de Mora interesasen, prolongué la parada hasta que no quedó ya nada que saber en materia de conversaciones pampeanas.

-¡Vamos! -le dije a Caniupán, y diciendo y haciendo seguimos el camino de Leubucó. Los indios se tendieron al galope. Por no recibir su polvo los imité.

Hacia el sur se alzaba en el horizonte una nube que parecía de arena.

-Son jinetes -dijeron algunos.

Yo fijé un instante la vista en ella, no descubrí nada.

Tenía interés en aprender a contar en lengua araucana. Me dirigí, pues, a Mora, aprovechando el tiempo, ya que por algunos momentos me veía libre de embajadores, mensajeros y parlamentarios, y le pregunté:

-¿Cómo se llaman los números en la lengua de los indios?

Mora no entendió bien la pregunta. El sabía perfectamente bien lo que quería decir cuatro, pero ignoraba qué era número.

Le dirigí la interpelación en otra forma, y el resultado fue que mis lectores mañana, y tú después, Santiago amigo, sabrán contar en una lengua más:

Uno - quiñé.

Dos - epú.

Tres - cla.

Cuatro - meli.

Cinco - quechú.

Seis - caiu.

Siete - relgué.

Ocho - purrá.

Nueve - ailliá.

Diez - marí.

Cien - pataca.

Mil - barranca.

Ahora, cincuenta se dice quechú-marí; doscientos, epú-pataca; ocho mil, purrá-barranca; y cien mil, pataca-barranca.

Y esto prueba dos cosas:

1º Que teniendo la noción abstracta del número comprensivo de infinitas unidades, como un millón, que en su lengua se dice marí-pataca-barranca, estos bárbaros no son tan bárbaros ni tan obtusos como muchas personas creen.

2º Que su sistema de numeración es igual al teutónico, según se ve por el ejemplo de quechú-marí, que vale tanto como cincuenta, pero que gramaticalmente es cinco-diez.

Si hay quien se haya afligido porque nuestro sistema parlamentario se parece al de los ranqueles, ¡consuélese, pues!

Los alemanes, justamente orgullosos de ser paisanos de Schiller y de Goethe, se parecen también a ellos. Bismarck, el gran hombre de Estado, contaría las águilas de las 1egiones vencedoras en Sadowa, lo mismo que el indio Mariano Rosas cuenta sus lanzas al regresar del malón.

Pero la nube de arena avanza...