Una mata de helecho: 05
El clima de Andalucía, si bien es seco, á la manera de buena parte de la Península Ibérica, no llega, ni con mucho, al de tierra de Murcia y Alicante. Llueve no poco en Málaga, por ejemplo, si con las dos últimas regiones se compara; y en tiempos de Moros llovía mucho más, por hallarse todas aquellas sierras cubiertas del arbolado que hoy falta. El clima no puede menos de influir en las costumbres y usos de los moradores, con lo que, si bien los Árabes venian de tierras, en donde lo frecuente es, que las casas tengan azoteas, no variaron de tal manera su construcción en esta parte de la costa, como desde Almería en adelante, donde la falta casi completa de lluvias, permite haya azoteas de ligeros materiales en las casas más débilmente construidas.
Tampoco en las de campo era fácil viviesen los Moros con la misma independencia y apartamiento de la vecindad que en las ciudades, de modo que apenas se diferenciaba la morada de Ben-Lope de las que al presente se ven por aquellos contornos. Tenia sólo piso bajo y desván, que servia para conservar, no sólo los artículos de consumo necesarios en una casa de campo, pero los higos secos, pasas y almendras, en tanto llegaba la ocasión de enviarlos á Málaga. Pocas eran las habitaciones. A la entrada estaba la más grande, en cuyo extremo se veia el hogar, y al lado una cámara pequeña, con artesa de amasar pan. Sólo en el resto de la casa, que formaban tres habitaciones, se advertía el influjo de las costumbres musulmanas. Las tres eran casi iguales; la primera, inmediata á la grande de entrada, de que ya hemos hablado, tenia en las paredes sendos alhamíes ó alcobas, que no eran sino arcos entrantes, en cuya parte baja y á poca altura del suelo quedaba el suficiente espacio para el estrecho colchón en que dormía un hombre. Eran tres las camas que de esta suerte habia, pues en una pared el arco era menos ancho, y en vez de formar alcoba, daba entrada á las dos habitaciones en que moraban las mujeres.
Pocas debían de ser las de casa, pues no se oia una sola voz femenil. La ley musulmana otorga, á quien la sigue, las mujeres que pueda mantener; pero los Ben-Lope, á semejanza de todos ó la mayor parte de los Musulmanes que sólo alcanzan mediano bienestar, no mantenían sino una ó dos esposas á lo sumo.
Al llegar Yusef con los Montañeses y el herido á breve distancia de la casa, salió un hermoso alano ladrando y alejándose del sombrajo ó cobertizo; hecho de troncos de pita cubiertos de paja que por delante de la fachada corre á la altura del tejado; cuanto se lo consentía una larga cadena; pero al ver que su amo llegaba, trocó la furia en leal alegría, deshaciéndose en saltos y tirones por romper la cadena y acudir á lamerle las manos. — ¡Quieto, Sil! —exclamó Yusef,— y á tu sitio, que todos cuantos aquí vienen son amigos.
El alano obedeció al punto, no sin enviar algunos gruñidos á los hijos de la Jarquía, miéntras éstos permanecían sin osar moverse á vista del robusto cuerpo y afilados dientes del custodio de la casa.
Siguiendo la línea del sombrajo, corría un pretil sólo abierto delante de la puerta para franquear la entrada, del cual arrancaban machones que sostenían el referido cobertizo. Mas, como entre los anchos huecos no se veían sino macetas, es decir, tiestos, llenos de flores y enredaderas que en todas direcciones cruzaban, bien puede asegurarse que una pared de alegres y hermosas plantas estorbaba divisar lo que en la oscuridad del sombrajo acaecía. Ni era mucho hallar tantas flores, ni oler su deleitable fragancia, por Marzo, en tierra donde nacen al aire libre rosas de olor en el mes de Enero.
En esto, acallado el rugiente ladrar del alano, y así como cubre aquellos áridos peñascales jazmín de suavísimo olor, cual trueca el hilo de agua, estéril suelo en paraíso que el azahar perfuma, como al reseco terral sucede el húmedo levante, oyóse blanda y apacible voz de doncella, que desde el sombrajo decía:
— ¡Yusef! ¡Yusef!!