Una mata de helecho: 07

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.



VI.

El apacible clima de la costa de Málaga, las medicinas y cuidadoso esmero de la familia de Yusef, hicieron tanto, que, al mes, el escudero cristiano pudo alzarse del lecho, para que le trasladasen á la habitacion donde dormía el Moro, dejando las dos interiores sólo para Fátima y Moraima.

No ménos agradecido el Cristiano, que maravillado del buen trato que recibía, supo al cabo que Yusef, herido y llevado cautivo á Castilla, habia sido curado y puesto en libertad por el caballero que le tenia en su poder, cuando éste supo que el valiente Musulmán era único hijo varón y amparo de la anciana Fátima. Desde aquel dia, se propuso el hijo de la costa malagueña hacer lo mismo con el primer Cristiano que se hallase en caso semejante al en que él se habia hallado. Dios quiso poner en sus manos al jóven escudero.

Llamábase éste Juan de Silvela, de la aldea en que tenía casa-solar á la entrada de Galicia, por la parte del Cebrero y Noceda, yendo del Bierzo. Allá le lloraba por muerto su madre, que era viuda.

Entre tanto, lo que habria sido harto difícil en Málaga, fué más hacedero en el campo. Yusef tenía que salir á menudo á dirigir, y aún tomar parte en las faenas del campo, cuando no á Málaga, para entenderse con los comerciantes que le compraban los delicados y valiosos frutos de su finca. Quedaba, pues, Juan de Silvela al cuidado de Fátima y Moraima, por espacio de largas horas que la casa permanecía sin más custodio que el valiente alano Sil. Cierto que éste hacia cuanto de su parte estaba, no sólo para avisar la llegada de todo forastero desconocido, y aún estorbarle el paso, mas para lamer la mano del herido cuando éste cedia al sueño, reclinado en los cojines que las caritativas mujeres le ponian diariamente á un lado de la entrada, al resguardo del sombrajo. Añádase á aquella facilidad de trato con las mujeres, que los Musulmanes españoles eran acusados por los de su propia fe, de África y Asia, de no muy fieles guardadores de los preceptos del Profeta. Como dos siglos ántes del tiempo á que se refiere esta narracion, un Rey de Almería se puso turbante, por complacer á los Musulmanes africanos, prueba de que los españoles no tenian mucha costumbre de usarle.

Pero, si en esto sólo se apartáran de su ley los nacidos aquende el Estrecho, todavía se les podia perdonar. Ello era que el Koran quizá estaba obedecido; pero como buenos hijos de Iberia los del Andalus, y corriendo por sus venas no poca sangre nuestra, practicaban, á propósito de su religión, aquella tan sabida máxima española: Se obedece, pero no se cumple. Los Musulmanes de la Península llevaban el quebrantar la ley de Mahoma, hasta el punto de beber vino. No sigamos diciendo su mala manera de ser verdaderos creyentes; pero añadiremos, que, si bien no habia ya entre ellos los filósofos burlones, y aun ateos de Córdoba; que allá, como en todas las épocas de decadencia moral y próxima ruina de un pueblo, mancillaron las escuelas musulmanas, á semejanza de los hongos venenosos que nacen de vegetales corrompidos; todavía los austeros Musulmanes hallaban no poco qué reprender en los Moros del reino de Granada.

De todas maneras, en el campo y en casas de gente que, si bien tenía para vivir, no era rica , se comprende no se hallasen las mujeres del todo reclusas en el Harem como en las ciudades. Asi, miéntras Fátima hilaba, sentada al lado del herido, Moraima salia y entraba en la casa, ó bien permanecía en las habitaciones interiores, ocupada en los quehaceres diarios, ni más ni menos que hoy las hacendosas mujeres de aquellos contornos. Una esclava negra, niña de catorce años, pero robusta y enseñada á servir, ayudaba á Moraima, cuando ésta tenía que emplearse en las faenas más rudas.

El trato frecuente de los Moros con los Cristianos, y la ventaja que éstos llevaban á la sazon en todo, eran causa de que muchos, por tierra de Granada, hablasen castellano. No eran tantos por la de Málaga; pero Yusef, que algo sabia ántes de verse herido y cautivo, tuvo luego espacio de sobra para aprender el idioma de Alonso el Sabio. Moraima mostró empeño en hablar como aquellos: Cristianos, que tan bien lo acababan de hacer con su hermano querido, y en pocos meses aprendió de Yusef cuanto éste sabia.

La anciana Fátima se sonreía, suspendiendo á veces el contínuo hilar, embelesada de oir cómo su hermosa Moraima cantaba aquellos versos cristianos, que, por entonces, corrian de boca en boca

Yo m'era mora Moraima,
Morilla de un bel catar:
Cristiano vino á mi puerta,
Cuitada, por m'engañar.
Hablóme en algarabía
Como aquel que bien la sabe:[1]
— Ábrasme la puerta, mora,
Si Alá te guarde de mal.
— ¿Cómo t'abriré, mezquina,
Que no sé quien te serás?
— Yo soy el moro Mazote,
Hermano de la tu madre,
Que un cristiano dejó muerto;
Tras mí venía el alcalde.
Si no abres tú, vida mia,
Aquí me verás matar.
— Cuando esto oí, cuitada,
Comenzéme k levantar,
Vistiérame una almejía
No hallando mi brial,
Fuérame para la puerta
Y abríla de par en par.


  1. La e final era muda, como sucede con la pronunciación francesa, Venían, pues, á pronunciar sab, madr, etc.