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Una promesa

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Una promesa
de Fernán Caballero


Había una vez una mujer que no tenía hijos, y tantos deseos de tenerlos, que no consiguiendo sus oraciones a Dios el obtenerlo, se ofreció al diablo darle a los catorce años el niño que pariese, si por su medio lograba tenerlo.

A los nueve meses parió un niño, y vivió contentísima al principio de tenerlo; pero mientras más crecía el niño y se acercaba su edad a los catorce años, más se inquietaba y entristecía la madre. Viéndola un día llorar, le preguntó su hijo qué era lo que tenía, y ella se lo dijo:

-¡Cómo ha de ser, madre! -dijo el niño cuando hubo oído la relación de su madre-. Ya no tiene remedio, y si no le cumple lo prometido, vendrá por usted el diablo; así, yo me voy al infierno.

Echó a andar, pero no sabía el camino. Encontró a unos arrieros, a los que preguntó si sabían el camino del infierno.

-¡Jesús! -contestaron ellos-. No lo permita Dios. Pero por esa vereda abajo hay una cueva, en la que hemos visto a un monstruo. Ese puede que lo sepa.

Encaminose el mozo hacia la cueva, y vio al monstruo, que era un hombre muy deforme y espantoso, y cuando supo el intento del muchacho le dio lástima, y con las señas del camino que debía seguir le dio una carta para la hija del Diablo mayor.

-No la querrá tomar -le dijo-; pero dile que es de su compadre, y si se niega a tomarla, a ninguno más le guío para su morada.

Cuando llegó al infierno dio la carta y el recado a la hija del Diablo mayor, la que rabió mucho con la carta y con su compadre, pero que no tuvo más remedio sino hacer lo que su compadre la pedía en aquel papel.

-Tú eres inocente -le dijo al muchacho-, y para apoderarse de ti tiene mi padre que hacerte pecar. Ahora te llevará a un jardín de flores hermosas en apariencia, pero que son flores del infierno, flores envenenadas; y así, ninguna cojas, ni huelas ninguna, sino dile que no te gustan.

Y así sucedió. Cuando el Diablo mayor llevó al muchacho a un jardín hermosísimo en que había las flores más bellas, por más que le instó a que las cogiese, o las oliese siquiera, no hubo forma. Al Diablo grande se lo llevó Barrabás, y pensó: No tengas cuidado, que mañana no te escaparás.

Al día siguiente, como la hija del Diablo sabía los pensamientos de su padre, le dijo al muchacho:

-Hoy te dirá mi padre que pases por una cueva, de la que saldrá un oso espantoso para destrozarte. Cuando lo veas venir dirás por tres veces «María, María, María», y no se atreverá a tocarte, sino que se echará a huir.

Y así sucedió. El Diablo mayor estaba que bramaba, y dijo para sí: Mañana no te escaparás, porque he de ir en persona a matarte.

La hija del Diablo mayor le dijo al muchacho:

-Mañana vendrá mi padre en persona a matarte. Escóndete detrás de la puerta de tu calabozo, y cuando venga le das con estos dos palos, que pondrás en cruz, y caerá al suelo, la cara en tierra, como muerto. Entonces huye volando, y no pares de correr hasta llegar a una iglesia.

Así lo hizo el muchacho, y quedó libre de las garras del Demonio, como quedará todo el que resista a las tentaciones, invoque el nombre de María y se ampare de la Cruz.