Una traducción del Quijote: 13
Tres horas después, Miguel entraba en su casa.
Estaba situada ésta en la calle del Sombrerete, en el piso bajo de un mezquino edificio, y se componía de tres piezas muy reducidas y un patio pequeño, donde había una cuadra, en la cual apenas podia revolverse el caballo del jóven. Al verle entrar Damián, su antiguo y fiel criado, quedóse sorprendido observando la dolorosa agitación que revelaba su semblante.
— Damián, —dijo el jóven dejándose caer sobre una silla;— ¿mañana es jueves?
— Si, señorito.
— Dia de mercado.
— Creo que sí.
— Pues bien, mañana, irás al mercado y venderás el caballo.
— ¿Qué caballo? —preguntó el criado, no seguro de haber oido bien.
— ¿Cuál ha de ser? Rustan. ¿Tenemos otro acaso?
— ¡Vender Rustan! —exclamó Damián en el colmo del asombro.— ¿El caballo de su padre de V?...
— Si, el caballo de mi padre, —interrumpió el jóven;— la caja de oro de mi padre, el bastón de concha de mi padre; todos los objetos de algún valor.
Damián estaba mudo de sorpresa, y miraba á su jóven amo creyendo descubrir en su semblante síntomas de locura. Aun en dias de las mayores privaciones, Miguel no habia querido desprenderse de aquellas prendas amadas.
— Tengo que emprender un largo viaje, —repuso el jóven.
— ¡Usted solo, señorito?
— Ni me atrevo á proponerte que me acompañes; porque el país adonde voy es muy lejano y poco conveniente á tu edad, sobre todo no contando con más recursos que la Providencia; ni me decido á separarme de ti dejándote abandonado.
— Señorito, dijo el fiel criado; — ¿hay posibilidad de que yo acompañe á V., como siempre?
— Creo que sí.
— Este pobre viejo ¿no servirá á V. de estorbo?
— ¿Qué dices, Damián? ¿Por ventura puede estorbar un padre? Y tú hace muchos años que lo eres para mi.
— Pues entónces, si V. me lo permite, le serviré y le seguiré hasta el fin del mundo.