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Una traducción del Quijote: 30

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


VIII.

Miguel abrió el cajón de una mesa que habia al lado de su cama, sacó un rollo de papeles manuscritos, y de periódicos, se detuvo á contemplarle con la alegría del avaro contemplando verdaderas riquezas, y con el rostro radiante de felicidad, dijo:

— ¿Ves, Damian? Pues todos estos son billetes, billetes del Banco de San Petersburgo. Mira cuantos hay. Representan valores incalculables: tres millones de rublos. ¿Tienes tú noticia de muchos, como no sea alguno que otro Príncipe soberano, que posean igual fortuna? Y sin embargo, —continuó Miguel,— ¿crees tú, mi buen Damian, que soy un ambicioso vulgar, que aprecio estos valores por egoísmo ú orgullo, como sucedería á la mayor parte de los hombres que se hallasen en igual caso? No, mil veces no. Yo he deseado ser rico para acercarme á ella, para rodearla de todos los goces, de todos los prestigios del mundo, para elevarla un altar donde seré al mismo tiempo el sacrificador y la víctima feliz; pero no creas por eso que ella me ama por mis riquezas, sino porque ha comprendido el culto ardiente y sin igual que la he consagrado; porque ha querido hacerme enteramente dichoso, porque ha hallado en mi corazon otros tesoros de ternura más valiosos, más apreciables todavía. Atiende bien, Damian, voy á contarte mi última entrevista con ella. Tú juzgarás si aquella alma puede descender á tan mezquinos deseos.

Ayer por la noche la vi en este mismo sitio donde ahora nos hallamos. Hacia mucho tiempo que yo la esperaba, para enseñarla como á ti estas riquezas. Ella las miró con desden y con su voz tan dulce y tan firme al mismo tiempo, me dijo lanzándome miradas altivas. «¿Y es eso todo, no comprendes la felicidad sino en la opulencia?»

Yo la interrumpí temeroso, porque hay en ella algo que me impone.

¡Alma de mi alma! — la dije estrechando sus bellísimas manos: — ¿por qué me entristeces con esos reproches? En cualquiera estado á que me reduzca la fortuna, siempre seré dichoso á tu lado; pero ya que el Cielo me ha hecho rico, ¿por qué despreciar sus dones, que podemos emplear tan dignamente? Amada mia, esta noche he tenido un sueño muy agradable, que quiero contarte, pues quizá es un presentimiento de los goces que nos esperan.

«Era una hermosa mañana de Primavera, y al salir el sol bajábamos nosotros por la escalera de nuestra quinta. En el patio nos aguardaban muchos desgraciados que te deben su subsistencia. Uno te pide que socorras á su madre que está postrada en cama, sin poder atender al cuidado de su numerosa familia; otro te ruega que nuestro intendente le baje el precio de su arrendamiento en atención á lo escaso de la cosecha; un padre te suplica le adelántes una pequeña cantidad para eximir á su hijo que va á entrar en quintas; y todos te rodean confiados, ninguno se dirige á mi, porque saben que yo sólo soy el primero de tus siervos.

»Tú los consuelas y accedes á sus ruegos, y enmedio de sus bendiciones llegamos al sitio donde nos espera la alegre tropa de nuestros monteros y ojeadores. La jauría al verte, corretea y se acerca á ti saltando; tu yegua favorita piafa de alegría, al recibirte en su gallardo lomo, y todos nos ponemos en movimiento.»