VII. La cuestión del poder, del partido y de la Internacional
VII. La cuestión del poder, del partido y de la Internacional
[editar]29. Tomada la situación mundial en su conjunto, es claro que la burguesía no puede seguir gobernando como lo ha venido haciendo, y que las condiciones sociales generales se han transformado para las masas en excepcionalmente insoportables. La cuestión de poder planteada por estas condiciones varía, incluso enormemente, de un país a otro, pero ha creado, al misma tiempo, una relación recíproca entre ellas. El empantanamiento del imperialismo en Irak ya ha creado una crisis política importante dentro de la burguesía y el Estado norteamericanos e incluso en el gobierno de Bush. Lo mismo ha ocurrido, incluso más acentuadamente en España, en combinación con las mayores manifestaciones de masas contra la guerra imperialista. El impasse económico en la Unión Europea ha determinado una fractura en la burguesía italiana y hasta una tendencia de ruptura de la fracción berlusconiana con su propio gobierno, al mismo tiempo que crece la movilización sindical. La crisis de los gobiernos de Francia y Alemania está fuera de duda, mientras se insinúan, y por momentos se profundizan, luchas de masas importantes. En otro continente, la presión imperialista sobre Bolivia ha dado lugar, en octubre pasado, a una revolución popular. La disgregación de un gobierno recién estrenado, el de Lula, es también manifiesta. El derrumbe de Aristide ha determinado una ocupación militar en Haití. El golpismo oligárquico contra el venezolano Chávez sigue atizando la crisis y las movilizaciones de las masas más pobres del país en defensa del gobierno nacionalista. El período de gracia de Kirchner se ha virtualmente acabado, al cabo de diez meses que se caracterizaron por un método de gobierno de crisis permanente. La acumulación de tensiones financieras en la caldera del Lejano Oriente ha provocado la destitución transitoria del presidente de Corea del sur por parte de los grandes monopolios nacionales que sienten amenazada su existencia por la penetración del capital financiero norteamericano. El Medio Oriente es un polvorín a la espera de un estallido, en especial en Arabia Saudita, Irán y Siria. La IV Internacional se diferencia de otras corrientes revolucionarias y obreras, en primer lugar, en esta caracterización de la situación mundial. Tomada como un conjunto, o sea en la perspectiva que ofrece y en sus relaciones recíprocas (entre las naciones y las clases), la situación mundial plantea, con ritmos, características históricas y peculiaridades diferentes, y una comprensión también dispar de las clases actuantes, la cuestión del poder.
30. A partir de esta caracterización, el gobierno obrero u obrero y campesino cobra toda su actualidad como reivindicación transicional. Esta consigna significa, antes que nada, una política que consiste en desenvolver en las organizaciones tradicionales de las masas y en aquellas que éstas crean en el curso de sus luchas, la comprensión de que está planteada una cuestión de poder y que la satisfacción real e integral de las aspiraciones populares exige la toma del poder por los trabajadores. Cuando en el curso de la propia lucha y como consecuencia de la experiencia de esa lucha, esas organizaciones conquistan una posición de autoridad política de conjunto, el gobierno obrero es la reivindicación que dirigimos a esas organizaciones para preparar la lucha directa por el poder político. La posibilidad, sin embargo, de que las direcciones tradicionales encaren esa lucha por el poder es remota o excepcional, incluso bajo una presión revolucionaria de las masas. La IV Internacional advierte contra el peligro de meter en una misma bolsa lo que son las masas, sus organizaciones y sus direcciones, porque por norma general las relaciones entre ellas son contradictorias. Los períodos de crisis política o revolucionarios acentúan esas contradicciones, porque estos períodos se caracterizan, de un lado, por un cambio fundamental en la conciencia de las masas y, del otro, por una agudización del sentido de supervivencia de las direcciones asentadas en las viejas relaciones políticas. En este sentido, la reivindicación del gobierno obrero es el método del cual se vale la IV Internacional, no para añadirle una nueva oportunidad de vida a las viejas direcciones, sino para conquistar la dirección de las masas y las organizaciones de su combate para la vanguardia revolucionaria. Aunque el parlamentarismo se encuentra desde hace largo tiempo en descomposición histórica y el gobierno real del Estado se encuentra en manos de un puñado de burócratas firmemente entrelazados con los principales trusts capitalistas, la participación parlamentaria (y, por lo tanto, las campañas electorales) es fundamental, incluso especialmente en un período de crisis de poder o pre-revolucionario. Esa participación debe servir no solamente para amplificar la agitación política cotidiana sino también como propaganda, o sea como educación política para la parte más militante de los trabajadores. La circunstancia de que el parlamento se haya convertido en la cobertura de la conspiración del Estado contra las masas (de ningún modo en su representación), refuerza la necesidad de la participación en él para proceder a un metódico trabajo de desenmascaramiento. Sin un trabajo revolucionario en el parlamento burgués es imposible hacer un trabajo realmente de masas. En las condiciones en que la vanguardia revolucionaria, allí donde existe y actúa, es extremadamente minoritaria y su radio de influencia se encuentra limitado a una audiencia sindical, es necesario explotar todas las oportunidades para intervenir en las campañas electorales y en el parlamento. El activismo sindical, incluso el más consecuente, puede resultar un sinónimo de metodología economicista; la participación electoral y en el parlamento puede servir, en cambio, para desenvolver una política realmente socialista, es decir, relacionada con los problemas de conjunto del capitalismo, de todas sus clases sociales y del Estado. La subordinación histórica del parlamentarismo con respecto a la acción directa de las masas no debe ser confundida con un desprecio a la acción parlamentaria; esa subordinación simplemente significa que el parlamento debe ser usado como tribuna revolucionaria de propaganda, de agitación y también de organización. La experiencia demuestra que la presencia de los revolucionarios provoca en las masas un interés por el parlamentarismo que no existía con anterioridad. Esta expectativa constituye un paso hacia el agotamiento de las ilusiones en el parlamentarismo, que se encontraban soterradas. La presencia de parlamentarios revolucionarios incentiva la tendencia popular a poner al parlamento bajo "la presión de la calle", contribuyendo de este modo a que la acción directa pase a ocupar el plano principal de los métodos populares de lucha. En numerosos países, la descomposición del parlamentarismo, que no es más que la del Estado burgués y de la sociedad capitalista, se manifiesta como "una crisis de representación política" o "una crisis de la política". Esto significa que los explotados no perciben el carácter de clase del parlamentarismo, ni caracterizan a las crisis políticas en curso como el resultado del carácter irreconciliable de los antagonismos de clase. Esta deformación se acentúa cuando la pequeña burguesía juega un papel político desmesurado con relación a su peso en el proceso productivo social. La crisis de poder asume en estos casos una característica formal, que tiene oculto su contenido social fundamental. La experiencia de las crisis y luchas recientes han enseñado que, en circunstancias como éstas, la consigna de la Asamblea Constituyente soberana podría desempeñar un gran papel político, entendida, primero, como un derrocamiento del parlamento y las instituciones ejecutivas nacionales y municipales cuestionadas por la "crisis representativa" y, segundo, como un vínculo al gobierno obrero y la dictadura del proletariado, si es impulsada a través de un programa de reivindicaciones transitorias de conjunto. El peso político de esta consigna se acentúa en los países en que el parlamentarismo y la democracia no han echado raíces sólidas o ninguna, y donde su larga existencia se ha combinado con crisis, golpes y dictaduras, o sea que está muy vivo el sentimiento favorable al sufragio universal. La rápida descomposición del Estado ha determinado que, en muchos países, se presente la necesidad de una "revolución política" con antelación a la conciencia de la necesidad de la revolución social. Lo que importa es que, de un lado, sirva para movilizar a las masas y, del otro, sirva para intervenir en la crisis de poder. Lo que importa, por sobre todo, es que sirva para sacar a la vanguardia obrera de una posición exclusivamente propagandística cuando está en desarrollo una crisis política que es parte de una crisis histórica pero que sigue etapas y ritmos diferenciados, en especial en lo que tiene que ver con la comprensión que las masas van adquiriendo de los acontecimientos. La disociación entre la crisis política del Estado y su contenido histórico concreto de agonía del capitalismo, ha dado lugar a una corriente que opone al parlamentarismo la "democracia directa". Se trata de otro episodio de la saga que denuncia a la democracia burguesa por su carácter representativo, o sea que delega la soberanía popular en una representación independiente. La "democracia directa" tiende a ocupar, en la opinión pública, el lugar de la "democracia participativa" o "social" de un pasado reciente. En un régimen que se caracteriza por el despotismo social (la dependencia absoluta de la fuerza de trabajo, en su calidad de mercancía, del capital, y la dictadura absoluta del capital en el lugar de trabajo), la democracia directa reproduce la ficción de la autonomía del individuo que caracteriza al constitucionalismo. Sin embargo, en la época en que la individualidad específicamente burguesa se encuentra en ruinas, la "democracia directa" tiene menos espacio que nunca y se transmuta en la pretensión de saltear al parlamentarismo por medio del plebiscito. La "democracia directa", que se encuentra relativamente de moda en la actualidad, tiene puntos de contacto con el anarquismo vinculado a la pequeña burguesía, no con el anarquismo que estuvo vinculado a la clase obrera, que subordinaba la democracia directa a la revolución social, estableciendo un punto de contacto con la dictadura del proletariado. El gobierno obrero que haya llegado al poder en la lucha por las reivindicaciones principales de los trabajadores y de la crisis política del Estado burgués, se confronta de inmediato con la oposición del conjunto de ese Estado, que representa la dictadura de clase de la burguesía. El gobierno obrero sólo puede representar, entonces, un breve interregno hacia la dictadura del proletariado. Su posibilidad de supervivencia depende del desarme de la burguesía y del armamento de la clase obrera, y de la expropiación de los pulpos capitalistas principales. Quienes, como el Secretariado Unificado, hablan de "poder obrero" pero se oponen a la dictadura del proletariado, simplemente no saben de qué están hablando. En realidad realizan un embuste conciente. Un "poder obrero" que se niegue al desarme de la burguesía y al armamento de las masas, no duraría nada. Dadas las circunstancias de crisis que determinaron su llegada al gobierno, no tendría la oportunidad de ser siquiera un gestor del Estado burgués, es decir un gobierno obrero de la burguesía. Un gobierno obrero que emerja de una lucha de masas por las reivindicaciones transitorias se confronta también con el conjunto del aparato del Estado su burocracia administrativa, judicial, municipal y el ordenamiento jurídico correspondiente. Debe quebrar el poder capitalista en el lugar de trabajo, que es la base real del poder del capital. Obligado a quebrar el aparato de Estado de un modo integral, se ve igualmente obligado a comenzar a transformar las relaciones sociales de explotación sobre las que se asienta. Estructura, de este modo, un nuevo Estado en la forma de una gestión obrera colectiva, que va desde la dirección gubernamental a cargo de los consejos obreros a la gestión obrera de las empresas, la salud, la gestión, la cultura, y que se manifiesta en un plan social de conjunto. La quiebra de la división del trabajo entre gobernantes y gobernados significa el principio de la disolución del Estado como tal. De todas las tendencias que hablan en nombre de la clase obrera, la IV Internacional es la única que lucha por un gobierno obrero u obrero y campesino en su sentido histórico completo de destrucción del Estado burgués y el establecimiento de la dictadura del proletariado. Para la IV Internacional, el gobierno obrero es un sinónimo de la dictadura del proletariado, y lo usa como tal en la agitación que realiza en el seno del pueblo. En la historia de la IV Internacional la reivindicación del gobierno obrero establecida en su programa de fundación, fue tempranamente distorsionada. Al menos desde la década de los 50 dejó de ser considerada como sinónimo de la dictadura del proletariado y la reivindicación del gobierno de las organizaciones tradicionales fue convertido en la estrategia sustituta de la IV Internacional. El paso siguiente fue plantear el gobierno obrero sobre una base parlamentaria, como ocurrió con la Unión de Izquierdas, en Francia, desde fines de los 70 (con el agravante de que se trataba de un frente popular con el partido radical). Con la conversión euro-comunista de los partidos stalinistas, la dictadura del proletariado fue reemplazada en el plano de la teoría por la "democracia socialista", que concilia el gobierno de los trabajadores con el parlamentarismo y el Estado burgués en general. La "democracia socialista" sirvió para embellecer el movimiento de la burocracia moscovita hacia la restauración del capitalismo, que realizaba con las consignas del estado de derecho, régimen constitucional, libertad electoral. En el arco iris de tendencias que se reclaman trotskistas existe una variada gama de posiciones sobre el Estado, pero todas han abandonado la reivindicación de la dictadura del proletariado. La degradación teórica ha llegado al extremo de que algunas de esas tendencias defienden a sus Estados imperialistas nacionales, alegando que representan conquistas de la civilización que deben ser protegidas contra la globalización, de un lado, y la regionalización, del otro. El reciente retiro, de los estatutos de la Liga Comunista Revolucionaria, de Francia, de la reivindicación de la dictadura del proletariado, es la culminación de una larga evolución política, pero que no atañe solamente al Secretariado Unificado sino a todas las tendencias que nacieron de la escisión de la IV Internacional a partir de los años 50. La IV Internacional rechaza la identificación de la dictadura del proletariado con la dictadura de la burocracia. No solamente se trata de una diferencia de métodos entre una y otra, sino de contenido social, porque la burocracia defiende a la dictadura del proletariado dentro de los límites de sus propios privilegios, es decir que en defensa de sus privilegios combate la supremacía social y política de la clase obrera. En defensa de sus privilegios, prepara la restauración del capitalismo y se convierte, como se ha convertido, en el agente principal de esa restauración. También rechazamos la identificación, de los aprendices de derechos humanos, entre el terror rojo o revolucionario y el terrorismo de Estado, lo que no es más que la vieja vulgaridad de poner en el mismo plano a la violencia revolucionaria y a la violencia de la reacción y del Estado capitalista. Incluso allí donde ha triunfado la revolución proletaria, el Estado que ejerce la hegemonía sigue siendo el Estado capitalista, que se manifiesta por medio del sistema internacional de Estados y agrede al Estado proletario empleando la fuerza organizada del sistema de Estados establecido de larga data. Toda guerra civil obliga a la revolución a militarizar sus instituciones y, dentro de estas condiciones, limita la democracia de los trabajadores, del mismo modo que en el curso de cualquier acción bélica la autoridad se concentra en un mando único. La dictadura proletaria sufre, así, la influencia del medio en el que es obligada a actuar. La dictadura del proletariado, como una democracia de trabajadores, florece cuando más amplio es el desarrollo internacional de la revolución, cuando mayores son los recursos económicos y culturales que hereda el proletariado triunfante, cuando mayor ha sido también la preparación política y la escuela de lucha de la clase obrera que se empeña en el derrocamiento de la burguesía. Toda ciudadela sitiada puede convertirse en Masada. Como dijera Lenin, el proletariado de las naciones más avanzadas hará mejor las cosas.
31. La lucha política es una lucha de partidos, más aún la lucha por el poder. La revolución social en general, y mucho más la proletaria, es un fenómeno histórico, o sea que resume y concluye una fase de la civilización humana. No puede ser emprendida sin una conciencia de ese carácter, la que se traduce en un programa. Pueden haber motines y rebeliones, y los hay con extraordinaria frecuencia cuando una determinada organización social entra en su fase de decadencia. Pero una revolución que sea capaz de poner fin a la dominación y explotación sociales, es imposible sin un programa y sin una organización. El capitalismo no permite un desarrollo generalizado de la educación general ni de la preparación política del proletariado; al revés estimula la competencia y la rivalidad entre los explotados. Solamente a partir de una vanguardia obrera puede acometerse la tarea de formar un proletariado revolucionario. Debido al papel estratégico sin rival del partido revolucionario en la revolución proletaria, la lucha contra la idea de construir un partido y contra el partido mismo, es el recurso último del capital, que en esta lucha se manifiesta principalmente por medio de la pequeña burguesía democratizante o a lo sumo socializante. A igual título que la colaboración de clases, en general, y el frente popular, en particular, el movimientismo es un recurso último del capital contra la revolución proletaria. Se trata de construir partidos, no sectas; organizaciones revolucionarias, no federaciones parlamentarias; organizaciones de combate, no solamente de propaganda; enraizadas en la clase obrera y en su historia, así como en la historia de las masas del país que se trate y de ese propio país. Las particularidades nacionales desempeñan un papel excepcional en la estrategia de los partidos revolucionarios. Teniendo en cuenta estas exigencias, la forma del desarrollo del partido revolucionario reconoce toda clase de variantes. En el estadio actual, de enorme dispersión de la vanguardia revolucionaria, la IV Internacional destaca la nueva etapa revolucionaria que ha abierto la presente crisis mundial; señala que la restauración capitalista acentúa, en última instancia, esta crisis mundial y desarrolla confrontaciones revolucionarias superiores en escala a las conocidas, incluso en los países desarrollados; destaca la vigencia de los programas históricos del comunismo, desde el Manifiesto de 1848, los primeros cuatro congresos de la III Internacional y el programa de transición de la IV Internacional; y llama a los revolucionarios y a sus organizaciones a elaborar un programa internacional que dé cuenta de los cambios fundamentales de las últimas décadas. La reconstrucción de la Internacional obrera y revolucionaria parte de una clara filiación histórica, pero no puede reivindicar una continuidad organizativa. El Secretariado Unificado de la IV Internacional se ha convertido, al menos de conjunto, en un apéndice de la pequeña burguesía democratizante, incluso en los países imperialistas. La próxima Internacional obrera será diseñada por acontecimientos históricos de extraordinaria magnitud. Es ocioso especular sobre sus características. Sin embargo, no se puede luchar por esa futura internacional sin un programa y un partido. Nuestro llamado a refundar de inmediato la IV Internacional significa que rechazamos la política de la expectativa pasiva en los grandes acontecimientos por venir. Por eso nuestro planteo de reagrupar a la vanguardia obrera en un partido internacional que luche por la próxima gran Internacional Obrera Revolucionaria. En oposición al método de secta, que consiste en condicionar la refundación inmediata de la IV Internacional a la solución previa, puramente literaria por otro parte, de las discrepancias políticas que puedan existir, planteamos la organización de un partido revolucionario internacional, la IV, sobre la base de una delimitación política exacta de todas las divergencias. Construir el partido internacional es el punto del programa que deslinda a los marxistas revolucionarios de la secta.