Veguera
La encallecida mano ya no aporca
el tallo de falanges empinadas,
en cuyo seno abulta la mazorca.
De las últimas hojas, lanceoladas,
la vida en torno diligente riega
de polen volador nubes doradas.
Junto a la troje la esperanza ruega;
en el amor abrevan las fatigas,
y del seno oloroso de la vega
sube el himno triunfal de las espigas.
Huelga la luz en las tupidas frondas;
el viento canta en el manglar sombrío;
y tiembla el junco entre las claras ondas.
Junto al verde tablero del plantío
mueven el sol sus cálices rosados
las abiertas campánulas del río.
Y nunca por el hombre codiciados,
en el verde jaral de los rastrojos
exhiben sus colores sazonados
áureos racimos y mereces rojos.
En el declive de arenosa rampa,
que lentamente el batatal estrecha
yergue su torre y su paral la trampa;
tiene para atraer miga deshecha;
y desde el fondo oscuro del mogote
el ojo negro del gandul acecha.
Atenta al menor ruido, al menor frote,
como quien teme peligrar cercano,
con el ojo avizor y siempre al trote,
la tímida perdiz atisba el grano.
Cuelgan bajo la nave del sendero
parásitas de flores amarillas
y gajos de cristal que da el uvero.
Saltan sobre los troncos las ardillas:
domina el color verde en la feraces
costas en que maduran las patillas.
Sobre la greda corren las torcaces;
flota al viento la húmeda atarraya;
y cae formando láminas fugaces
el humo del hogar sobre la playa.
Humo del pobre hogar, que al separarte
dejas de bendición sagrada esencia:
humo del buen hogar, ¡vuelvo a mirarte!
Amargo el tiempo fue con que la ausencia
me alejaba de ti, que siempre fuiste
al ajeno dolor la providencia.
Tú que de su flaqueza redimiste
a la que siempre hirió dolor sañudo;
tú que a su alma los consuelos diste,
inolvidable hogar ¡yo te saludo!