Veinte días en Génova: 09
- IX -
[editar]- Predilección por las ideas francesas. -Odio a la Austria y al germanismo. -Tendencia de la Italia y de la Europa en general a lo positivo, a la política, a los intereses materiales e industriales. -Nueva dirección del arte y de las letras. -Deberes de la España, y de la América meridional sobre todo, de abrazar este movimiento. -Dirección que los nuevos Estados americanos deberían dar a la alta enseñanza. -Prosigue el cuadro de la situación mental de Italia. -Legislación de la prensa en los Estados sardos. -Cuestión que ella provoca, importante para Sud América. -Prensa periódica de Turín. -Romani su corifeo actual. -Notabilidades sabias de aquel país.
Se debe confesar que esta predilección por los franceses viene en gran parte del odio de los italianos a la Austria, cuya influencia les es tan funesta. De la política se extiende al pensamiento mismo esta aversión, en tal extremo que hasta la ciencia misma que viene del septentrión es repelida con encono. La abstracción es odiada porque huele a germanismo; las teorías alemanas son llamadas nieblas del norte. En Turín no hay dos hombres que conozcan a fondo los sistemas filosóficos de la Alemania; y si alguna idea se tiene de ellos, es por el órgano de la Francia, que en los últimos tiempos se ha alimentado del espíritu y de las doctrinas del Rhin. Sería curioso que esta antipatía llevase en adelante a los italianos a entregarse a la metafísica y a la abstracción, tan opuestas a su carácter, con motivo del movimiento que se opera hoy en Alemania hacia las ideas positivas y prácticas. En efecto, la anarquía de los sistemas en el terreno de la ciencia y de las letras, y la dirección de los espíritus hacia los intereses de orden material y político, parece ser común a todas las naciones de la Europa. La iniciativa trascendental y metafísica de la Alemania ha desaparecido; no hay un filósofo, no hay un sistema que prepondere sobre los demás. La grande escuela de Hegel, después de la muerte del maestro, se ha dividido en diez campos rivales y antagonistas, que se despedazan sin piedad. Por lo demás, esta antigua patria de la abstracción se ha saciado del infinito y de lo vago, de lo general, de lo teórico; hoy camina tras de los prácticos resultados, y se dirige completa y decididamente a la acción, a lo positivo, a lo material, a lo especial. «La filosofía, el arte, la poesía, la teología misma, y todas las obras del pensamiento han abdicado su santa independencia. Ya no son más que instrumentos de la política». El derecho público, las finanzas, los caminos de fierro son los objetos que forman la orden del día entre los pueblos habitadores del Rhin y del Danubio. Pues bien, tal es igualmente la dirección que las más altas y poderosas inteligencias jóvenes, abrazan en este momento en Italia y Francia. En Génova y Turín, son dos abogados jóvenes, los señores Bigna y Pellegrini, los que figuran como corifeos del movimiento que en Francia expresan mejor que nadie los señores Cormenin y Chevalier. Ya las generalidades literarias, la fiebre romántica, los poetas, los socialistas indefinidos y vagos, el romance y la crónica estériles, los hombres de misión e inspirados, los evangelistas de nuevas sectas, van en retirada y sólo conservan prosélitos entre las mujeres del pueblo, los niños que salen de las escuelas primarias, y los escritores de provincia. La disciplina literaria, el culto de las formas, el gusto por lo claro, lo sobrio, lo normal, reaparecen de más en más. El poeta Costa, lima diez años su poema el Colón, Víctor Hugo se hace académico, y su último drama Les Burgraves, es mal acogido; Dumas ve que la Puerta de San Martín queda desierta, y escribe para el Teatro Francés, Las Señorita de Saint-Cyr. Ponsard escribe su Lucrecia, y la estadística revela una baja de un ciento por ciento en la venta de las obras de Víctor Hugo, con motivo de la aparición de aquel trágico.
Por qué, pues, la España, a la que con tanta razón se echa en rostro, como falta profunda, su pobre y estéril abundancia de poetas y literatos, al mismo tiempo que su lamentable escasez de hombres de Estado y de finanzas, no entraría también en esta senda que le señalan sus hermanas la Francia, la Italia y la Alemania? En cuanto a la América del Sud, esta gran mitad de la familia española, no seré yo quien me atreva a pronosticar que ha de preceder a la madre patria en la realización de este movimiento, que indudablemente está destinado a absorber la actividad de sus futuros días: pues por ahora no veo los síntomas que puedan autorizarme para formar esta opinión. Quizás el mal se halle menos profundamente arraigado entre nosotros, que lo está entre la parte de nuestra familia moradora de la península, y esta circunstancia sirva para colocarnos más pronto en el camino de una vida seria. Cuando uno se fija en el progreso que los intereses materiales hacen en estos pueblos, que la guerra no cesa de conmover, llega a concebir esperanzas vehementes de que puede no tardar en aparecer una era de reposo y bienestar para estas ricas y turbulentas regiones. Mucho podrían hacer los gobiernos de los nuevos Estados a este respecto, con sólo verificar un cambio en el plan de la alta enseñanza, seguido hasta hoy en casi todos ellos, a ejemplo del muy desacertado que Buenos Aires puso en planta en los años que siguieron al de 1821. Reducido al exclusivo y especial cultivo de las ciencias morales, sólo ha producido abogados y escritores políticos, por decirlo así, cuya propagación ha sido quizás una de las causas que han concurrido no débilmente a mantener en ejercicio y actividad las pasiones anárquicas y revolucionarias, que por tanto tiempo han agitado a nuestras sociedades. Entretanto es indudable que lo que habría convenido y convendrá por muchos años a estos países, es acometer de frente la obra de sus mejoras materiales y prácticas, con el fin de arribar por esta vía y no por otra al goce de la libertad, que en vano se ha querido conseguir por el falso camino de las ideas morales y abstractas. En este océano de territorio, llamado América del Sud, donde los caminos, los puentes, y los medios de transporte, son mejores instrumentos de civilización y libertad, que las cátedras de filosofía y los papeles literarios, no tenemos hombres capaces de concebir y presidir al desempeño de grandes y útiles trabajos de esta naturaleza. ¿No imitarían nuestros gobiernos a esos nuevos Estados del Mediterráneo oriental, que han enviado a los países más adelantados de Europa misiones científicas, con el objeto de trasladar a su suelo la planta de un saber provechoso y sólido? ¿O sin adoptar este medio, no promoverían el fácil establecimiento de una enseñanza que comprendiese con preferencia a tantos otros estudios estériles, la de la administración civil, militar y marítima; la mecánica y la hidráulica aplicadas; las minas y fundición; las construcciones navales y el genio marítimo; las fábricas y las artes manuales; el genio civil y la arquitectura aplicada a la construcción de caminos, puentes, canales, acueductos; la estadística, el comercio y la ciencia del crédito y de los bancos? Al menos ellos pueden estar seguros de que por este medio obtendrían la estabilidad que no dan los ejércitos y cañones, y que sólo acarrean el trabajo, sostenido y alimentado por la aptitud y los medios de consagrarse a él.
Pero, lector, advierto que nos hemos alejado tres mil leguas de la Italia, dejando por estudiar la legislación que reglamenta el pensamiento y la prensa en los Estados sardos. Volvamos pues sobre este importante objeto, y veamos cómo en aquel país sucede al revés de lo que pasa en los nuestros; pues allí sobra ciencia y falta prensa; mientras que en nuestra América del Sud sucede con frecuencia que es más lata la prensa que el saber.
En los Estados sardos no existe ley que con especialidad esté destinada a dar organización a la prensa. Tampoco existe, de consiguiente, un tribunal especial para el conocimiento de los procesos originados por las contravenciones hechas a los reglamentos y estatutos parciales, que sobre esta materia se hallan en vigencia. Las producciones locales del pensamiento, y las importadas del extranjero, están sujetas a una doble censura civil y eclesiástica, que debe preceder a su circulación bajo severas penas. La antigua legislación sobre el particular es digna de mención; ella echa los cimientos de la que hoy existe y funda las tradiciones a que el Gobierno permanece sujeto, no menos que parece estarlo el país mismo.
Carlos Emanuel, dio las primeras disposiciones que formalizaron un tanto la prensa, en los años 1602 y 1648. Por ellas fue establecida la pena de muerte no tan solamente contra el libelista, sino también contra todo impresor, librero o particular que imprimiese, vendiese o distribuyese una obra que no hubiese obtenido la autorización del Gran Canciller y del superior eclesiástico. Edictos posteriores prohibieron la importación de libros en los Estados, sin previo permiso escrito dado por los inquisidores. Pero a mediados y fines del siglo pasado, se suavizó el rigor de aquellas disposiciones, que las luchas de la reforma religiosa habían hecho nacer, por leyes que sujetaban la importación a una mera revisión previa, sin la que no podían las aduanas dar curso a su introducción. Modificada sucesivamente esta opresiva legislación, a la par de los adelantos del espíritu de tolerancia en Europa, ella conserva aún mucha parte de su fondo primitivo. Una carta-patente de Agosto de 1829, manda que no se pueda establecer imprenta sin previa autorización del rey, cuya solicitud debe aparecer munida de certificados que acrediten al introductor como sujeto de rectas costumbres y honrada conducta, habiendo además hecho un aprendizaje, en la materia, de cinco años y su curso de estudios hasta el de retórica inclusive. Otra carta-patente de 1833, prohíbe absolutamente la introducción, publicación o circulación de periódicos contrarios a los principios de la monarquía. En 16 de Diciembre de 1835, se ha establecido que los periódicos que contuviesen artículos sobre política, estén sometidos a la censura; y su aparición a un permiso previo acordado discrecionalmente por el Ministro de Relaciones Extranjeras, quien a su agrado puede revocar las autorizaciones otorgadas, conferir nuevas y nombrar revisores.
Se deja ver desde luego que no es muy liberal este sistema, sobre todo si se le compara según la rutina de moda en nuestro tiempo, al que rige en Estados Unidos. Pero lo que sería digno de un espíritu juicioso, en vez de lanzarse a vanas declamaciones en favor de la libertad del escritor, sería indagar hasta qué punto el ejercicio de esta preciosa libertad, puede ser provechoso a países faltos de preparación, que no obstante anhelan por lanzarse en los brillantes peligros de la vida representativa: cuestión ardua y fecunda que hace nacer en todo espíritu serio la contemplación de la Italia presente; y cuya resolución podría interesar a los destinos actuales de la América del Sud, mucho más de lo que piensan los apóstoles de la libertad en abstracto y sin referencia a las circunstancias peculiares de la edad y del país, en que se ensaya su realización.
Se cuenta no obstante en la capital de los Estados sardos, el siguiente número de publicaciones periódicas. Una Gaceta política, consagrada a la defensa del Gobierno (a quien nadie ataca), con anuncios judiciarios y particulares, aparece todos los días, menos el domingo. Tres Revistas mensuales de jurisprudencia, ciencias medicales y agricultura. Cuatro publicaciones semanales, conteniendo artículos de política, variedades y leyendas populares. Una más del mismo género consagrada a la critica científica, literaria, etc. El conocido Mensajero Torinense. Una publicación semanal en que se colectan las leyes y disposiciones administrativas. Hácense también entregas semanales de una compilación permanente de decisiones y sentencias de los tribunales, cuestiones de derecho práctico, etcétera. Y algunos otros periódicos de poco interés destinados a variedades y teatros.
El primero de estos periódicos, la Gaceta Piamontesa, es oficial, como he dicho, y posee cuatro redactores, de los cuales, tres escriben la parte política y estadística del papel y el cuarto está encargado del folletín. Yo fui presentado al principal de los que componen la primera categoría, el Sr. Bianchini. Este caballero se llenó de admiración cuando supo que yo procedía del Río de la Plata. En el curso de la conversación me preguntó si había conocido yo en América a un abogado amigo suyo, nombrado Viamont, domiciliado en Nueva Orleans o Nueva York. Así es conocida en aquellos países por los hombres más distinguidos la geografía americana. En Turín es considerado un hombre que va de estos países, como nosotros miramos a un habitante de la China, venido a nuestras regiones. De aquí es que nada iguala por allí al título de poseer una nacionalidad tan remota como la nuestra, para hombres que llaman largos viajes a los de trescientas y cuatrocientas millas.
El Sr. Romani, autor lírico-dramático, conocido por sus libretos que han servido a las particiones de Rossini y Bellini, es el redactor del Folletín de la Gaceta, contraído regularmente a la polémica literaria, artística, científica y meramente erudita. Por este trabajo que se recomienda más bien por el nombre del autor, que por el talento con que está desempeñado, gana el Sr. Romani seis mil francos anuales. Esta posición que el célebre poeta explota hábilmente en su provecho personal, le granjea en desquite, la aversión de la parte liberal del país. Difícilmente podrá darse hombre de talento, cuyos títulos sean más desconocidos y disputados por sus conciudadanos, que lo son los del autor de Norma, por sus paisanos los piamonteses. Este poeta, que hoy tiene 55 años, acaba de casarse, y no ha mucho, muy ventajosamente: si puede haber ventaja para el hombre de su edad, en ligarse a una mujer hermosa y joven. La actual situación política, que mantiene casi desierto el terreno de la prensa liberal, hace que la figura más prominente de la prensa periódica, en los Estados sardos, sea el escritor a quien acabamos de consagrar algunas líneas. Si los destinos de la Italia llegase a cambiar en este instante, ciertamente que el Sr. Romani se vería en crueles dificultades para resistir a la vehemente elocuencia de los Brofferio, los Demarchi, y otros a quienes el dedo imperioso de la inquisición política mantiene en violento y artificial silencio hoy día.
Son muchos, a pesar de todo esto, los nombres ilustres con que Turín contribuye a ilustrar los fastos actuales de las ciencias naturales y exactas, sin que tampoco escasee de grandes y notables abogados, y hombres de saber enciclopédico que yo mencionare oportunamente. Plana, Mossoti, Botto, Guarengo, Moris, Bellingeri, Balbi, Bertoletti, Demarchi, son nombres piamonteses que conoce y respeta el mundo sabio. He tenido la fortuna de acercarme a algunos de estos hombres; y esta circunstancia me ha puesto en posesión de ligeras noticias y detalles que el lector americano, dado al cultivo de la ciencia propiamente dicha, no leerá ciertamente con indiferencia.