Veladas teatrales

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​Veladas teatrales​ de Francisco Fernández Villegas
Nota: Zeda «Veladas teatrales» (6 de marzo de 1912) La Época, año LXIV, nº 22.036, p. 1.
VELADAS TEATRALES

En la Princesa.—Beneficio de Fernando Díaz de Mendoza.—La marquesa Rosalinda; farsa sentimental y grotesca, en tres jornadas, original de D. Ramón del Valle Inclán.
 A quién más, á quién menos, á todos nos gusta, de cuando en cuando, hacer alguna escapatoria á las regiones del ensueño. Hay momentos en que la diosa Razón nos es muy antipática, y apartándonos de ella, nos vamos de buen grado á triscar mentalmente, como corderillos sin pastor, por los cerros de Ubeda de la fantasía.
 Si esto nos ocurre hasta á los seres más vulgares, calcúlese lo que acontecerá á los poetas, gente acostumbrada á cabalgar sin silla ni freno sobre los lomos de Pegaso.
 Uno de ios personajes de la farsa sentimental y grotesca á cuya representación asistimos anoche, dice muy bella y atinadamente que el alma del hombre es un desván en que hay de todo. En un rincón del desván del Sr. Valle había, sin duda, amontonada gran cantidad de joyas y cachivaches del siglo XVIII, procedentes en gran parte de los almacenes de Goncourt, y el poeta se recreó en exhibirlos galanamente al son de sus versos.
 Como en estas obras de ensueño no es menester concretar ni el lugar ni el tiempo, la acción de la farsa lo mismo puede desarrollarse en las frondas de Aranjuez, que en las de San Ildefonso, que en las de Trianon. Basta con que haya frondas, muchas frondas; estatuas que destaquen entre ellas su marmórea blancura; fuentes que lloren ó rían; ruiseñores que canten, y luna que filtre su luz de plata al través de las tupidas enramadas.
 Tampoco se fija el tiempo en La marquesa Rosalinda. Los personajes pertenecen al siglo xviii: unas veces parece que viven en los tiempos del melancólico Felipe V, otras en los de Fernando VI. Esta vaguedad permite al poeta todo género de combinaciones anacrónicas, rimando á Pierrot con Mme. Angot, juntando al Rey Sol con Beethoven, y á madame de Montespan con el Sr. Voltaire... Ya se ha dicho que la farsa se mueve en la región del sueño ó del ensueño, y en esas regiones el tiempo y el espacio no tienen leyes fijas.
 La marquesa Rosalinda encama la elegante futilidad de la Corte de Luis XV, traducida al español. Es pagana, con sus puntas y ribetes de devota; ligera y vanidosa; abusa del colorete, y se pinta lunares sobre los labios,

«puestos con goma».

 La marquesa tiene un marido ridículo y viejo. Por desgracia para el marqués, su esposa Rosalinda ve á Arlequín, personificación de los sueños descabellados de la hermosa. La marquesa pierde intencionadamente su chapín, y aunque el chapín no es precisamente el zapato, así lo llama Rosalinda, y ella sabrá por qué. Esto importa poco: lo cierto es que se queda con un pie descalzo. Arlequín, ante aquel «pie de ilusión», pierde los estribos, y el amor Eros traspasa con sus saetas de oro los corazones de Rosalinda y del vagabundo comediante.
 Y la farsa sigue, esmaltada de madrigales y epigramas, de intrigas de amor y celos; de bufonadas é ingeniosidades, hasta que acaba, como todas las farsas de la vida y del teatro, con la desilusión y el desencanto...
 Claro que todas estas exquisiteces y filigranas, todos estos primores de orfebrería literaria, no pueden ser saboreados más que por un grupito de escogidos. Mucha gente del público mostrábase un poco sorprendida ante la bicorne frente de Pan, y ante las hojas de parra de los egipanes, y ante las brisas de Grecia con la señora de Montespan. Tan preciosos recamos de erudición, y otros muchos, bordados sobre la sutil tela versallesca, que anoche nos mostraron los artistas de la Princesa, dejaban algto confusos á buen número de espectadores.
 A éstos, más que los juegas y graciosas cabriolas de la fantasía en delirio, gústalos la acción cómica ó dramática que retrata la vida, y los hombres y mujeres de carne y hueso más que las figuritas de Sajonia, aunque sean tan lindas como las que anoche nos presentó el ingenio, digno de sincera loa, de Valle Inclán.
 La obra fué muy bien presentada y representada. María Guerrero cantó con su voz de oro los versos del poeta. Fernando Díaz de Mendoza realzó con su talento artístico las bellezas de su papel, y Josefina Blanco, las señoras Salvador y Rufy, la señorita Jiménez y Gelabert, lo mismo que los Sres. Carsí, Gonzálvez, Mesejo, Tovar y Guerrero, trabajaron á conciencia.

       ZEDA.