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cada qual de por si sera coluna
que sustente y leuante el idificio
de Febo sobre el cerco de la luna.
Este, puesto que acude al grave oficio
en que se ocupa, el lauro [y] palma lleva
que Apolo da por honra y beneficio.
En esta ciencia es marauilla nueva,
y en la jurispericia unico y raro;
su nombre es don Francisco de la Cueva.
Este, que con Homero le comparo,
es el gran don Rodrigo de Herrera,
insigne en letras, y en virtudes raro.
Este que se le sigue, es el de Vera
don Iuan, que, por su espada y por su pluma,
le honran en la quinta y quarta esfera.
Este, que el cuerpo y aun el alma bruma
de mil, aunque no muestra ser christiano,
sus escritos el tiempo no consuma.
Cayoseme la lista de la mano
en este punto, y dixo el dios:«con estos
que has referido, está el negocio llano;
haz que con pies y pensamientos prestos
vengan aqui, donde aguardando quedo
la fuerça de tan validos supuestos.»
«Mal podra don Francisco de Quevedo
venir», dixe yo entonces, y el me dixo:
»pues partirme sin el de aqui no puedo.
»Esse es hijo de Apolo, esse es hijo
de Caliope Musa; no podemos
irnos sin el, y en esto estare fijo;
»es el flajelo de poetas memos,
y echará a puntillazos del Parnaso
los malos que esperamos y tenemos».
«¡O señor, repliqué, que tiene el passo
corto, y no llegara en un siglo entero!»
«Desso, dixo Mercurio, no hago caso,
que, el poeta que fuere cavallero,
sobre una nuve, entre pardilla y clara,
vendra muy a su gusto cavallero.»
«Y el que no, pregunté, ¿qué le prepara
Apolo? ¿qué carroças? o ¿qué nuves?
¿qué dromerio o alfana en passo rara?»
«Mucho, me respondio, mucho te subes
en tus preguntas; calla, y obedece.»
«Si hare, pues no es infando lo que jubes».
Esto le respondi, y el me parece
que se turbó algun tanto, y en un punto
el mar se turba, el viento sopla y crece.
Mi rostro entonces, como el de un difunto
se devio de poner, y si haria,
que soy medroso, a lo que yo barrunto.
Vi la noche mezclarse con el dia,
las arenas del hondo mar alçarse
a la region del aire, entonces fria.
Todos los elementos vi turbarse,
la tierra, el agua, el aire, y aun el fuego
vi entre rompidas nuves azorarse,
y, en medio deste gran desassossiego,
llouian nuves de poetas llenas
sobre el baxel, que se anegara luego,
si no acudieran mas de mil sirenas
a dar de azotes a la gran borrasca,
que hazia el saltarel por las entenas.
Una, que ser pense Iuana la Chasca,
de dilatado vientre y luengo cuello,
pintiparado a aquel de la tarasca,
se llegó a mi, y me dixo: «de un cabello
deste baxel estava la esperança
colgada, a no venir a socorrello.
»Traemos (y no es burla) a la bonança,
que estava descuydada, oyendo atenta
los discursos de un cierto Sancho Pança.»
En esto, sossegose la tormenta,
Bolvio tranquilo el mar, sereno el cielo,
que al regañon el zefiro le ahuyenta.
Bolvi la vista, y vi en ligero buelo
una nuve romper el aire claro,
de la color del condensado yelo.
¡O marauilla nueva, o caso raro!
Vilo, y he de dezillo, aunque se dude
del hecho que por bruxula declaro.
Lo que yo pude ver, lo que yo pude
notar, fue que la nuve, diuidida
en dos mitades, a llouer acude.
Quien ha visto la tierra preuenida
con tal disposicion que, quando llueue
(cosa ya averiguada y conocida),
de cada gota, en un instante breue,
del polvo se levanta o sapo, o rana,
que a saltos, o despacio, el passo mueue.
Tal se imagine ver, ¡o soberana
virtud!, de cada gota de la nuve
saltar un bulto, aunque con forma humana.
Por no creer esta verdad estuve
mil vezes, pero vila con la vista,
que entonces clara y sin legañas tuve.
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