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Hasta aqui no he invocado, aora invoco,
vuestro favor, ¡o Musas!, necesario
para los altos puntos en que toco.
Descerrajad vuestro mas rico almario,
y el aliento me dad que el caso pide,
no humilde, no ratero ni ordinario)
las nuves hiende, el aire pisa y mide
la hermosa Venus Accidalia, y baxa
del cielo, que ninguno se lo impide.
Traia vestida, de pardilla raxa
una gran saya entera hecha al uso,
que le dize muy bien, quadra y encaxa,
luto que por su Adonis se le puso,
luego que el gran colmillo del berraco
a atravessar sus ingles se dispuso.
A fe que si el mocito fuera maco,
que el guardara la cara al colmilludo,
que dio a su vida y su belleza saco.
¡O valiente garçon, mas que sesudo!,
¿cómo estando avisado tu mal tomas,
entrando en trance tan horrendo y crudo?
En esto, las mansissimas palomas
que el carro de la diosa conduzian
por el llano del mar y por las lomas,
por unas y otras partes discurrian,
hasta que con Neptuno se encontraron,
que era lo que buscaban y querian.
Los dioses que se ven, se respetaron,
y haziendo sus zalemas a lo moro,
de verse juntos en extremo holgaron.
Guardaronse real grave decoro,
y procuró Ciprinia, en aquel punto,
mostrar de su belleza el gran tesoro.
Ensanchó el verdugado, y diole el punto
con ciertos puntapies, que fueron cozes
para el dios que las vio, y quedó difunto.
Un poeta, llamado don Quincozes,
andava semivivo en las saladas
ondas, dando gemidos, y no vozes.
Con todo, dixo en mal articuladas
palabras: «¡o señora, la de Pafo,
y de las otras dos islas nombradas:
»muevate a compassion el verme gafo
de pies y manos, y que ya me ahogo
en otras linfas que las del garrafo!
»Aqui sera mi pira, aqui mi rogo,
aqui sera Quincozes sepultado,
que tuvo en su criança pedagogo».
Esto dixo el mezquino, esto escuchado
fue de la diosa con ternura tanta,
que Bolvio a componer el verdugado,
y luego en pie y piadosa se levanta,
y, poniendo los ojos en el viejo,
desembudó la boz de la garganta,
y, con cierto desden y sobrecejo,
entre enojada, y grave, y dulce, dixo
lo que al humido dios tuvo perplexo.
Y, aunque no fue su razonar prolixo,
todavia le truxo a la memoria
hermano de quien era, y de quien hijo.
Representole quan pequeña gloria
era llevar de aquellos miserables
el triunfo infausto y la cruel vitoria.
El dixo: «si los hados inmudables
no huvieran dado la fatal sentencia
destos en su ignorancia siempre estables,
»una brizna no mas de tu presencia
que viera yo, bellisima señora,
fuera de mi rigor la resistencia;
»mas ya no puede ser, que ya la hora
llegó donde mi blanda y mansa mano
ha de mostrar que es dura y vencedora;
»que estos, de proceder siempre inhumano,
en sus versos han dicho cien mil vezes
"açotando las aguas del mar cano"».
«Ni açotado, ni viejo me pareces»,
replicó Venus, y el le dixo a ella:
«puesto que me enamoras, no enterneces,
»que de tal modo la fatal estrella
influye destos tristes, que no puedo
dar felize despacho a tu querella.
»Del querer de los hados solo un dedo
no me puede apartar, ya tu lo sabes:
ellos han de acabar, y ha de ser cedo.»
«Primero acabaras que los acabes,
le respondio madama, la que tiene
de tantas voluntades puerta y llaves,
»que, aunque el hado feroz su muerte ordene,
el modo no ha de ser a tu contento,
que muchas muertes el morir contiene».
Turbose en esto el liquido elemento;
de nuevo renovose la tormenta,
sopló mas vivo y mas apriesa el viento;
La hambrienta mesnada, y no sedienta,
se rinde al huracan rezien venido,
y, por mas no penar, muere contenta.
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