Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia/Capítulo IV
Miéntras tanto, yo segui con mis dos indios: el sol era abrasador; la gorra hecha con la bolsa de la guitarra llenaba bien el objeto, pero no sucedia asi con mis demas atavios, que solo consistian en la camisa i el pantalon, porque estos no eran suficientes para ablandar la dureza del lomo del caballo. Mientras acosaba yo a los indios con preguntas de todo jénero i de diversas maneras para hacerme entender, no sentia lo pesado del camino; pero despues cuando principiamos a subir i bajar lomas de arena i piedras a un paso que dolorosamente me hacia sentir la falta de montura, entónces conocí que era de carne i huesos i de un material mucho mas blando que los del caballo que me aserraba con su flaco espinazo. Las riendas eran de un lazo duro, tiezo, que jamas se habia enroscado, de manera que me veia obligado a forzar el rollo con las dos manos; cuando acosado por el dolor, apoyaba una de ellas en el anca del caballo para suspender el cuerpo i aliviarme un poco, se me iba de la otra una larga lazada que pisaba el caballo i se encabritaba al sentirse contenido. Los indios al ver en mi cara la espresion de tormento que revelaba, para inspirarme paciencia, se reian i me hacian señas para que apurase el paso. Caminando hácia el Noroeste, llegamos a una quebrada que por su verdura debia contener alguna humedad; el sol, la falta de aire i el excesivo polvo me tenian sediento; comprendiéronlo los indios i echamos pié a tierra: uno de ellos cavó el suelo con su cuchillo i pronto el agujero se llenó de una agua turbia i negra; apagamos la sed i nos pusimos otra vez en marcha, pero mas despacio. Entónces el que parecia mayor de los dos indios, principió a galopar i pronto lo perdimos de vista: esta maniobra me dió algun cuidado, a lo que se agregaba el aire preocupado que tomó entónces mi otro compañero que ya no contestaba a mis preguntas sino con un monótono mai, mai i sin comprenderme. Las horas corrian i los toldos no se divisaban; habiamos dejado a un lado algunos senderos i caminábamos siempre por valles i lomas interminables. Preocupado, silencioso, iba yo, cuando el indio me llamó la atencion señalándome una loma elevada como a cuatro kilómetros adelante; fijandome bien, divisé un bulto pequeño que se dibujaba en el horizonte: era el otro indio que a galope llevaba esa direccion. Una tropa de guanacos en ese momento nos hizo volver la cara; los animales confiados en nuestro inofensivo número, pasaron cerca de nosotros, apurando un poco mas el paso con los salvajes gritos de mi cicerone: subimos la loma i bajamos por un valle pastoso en donde habia algunos caballos; el indio me dijo entonces: Paillacan cahuellu, amui, nos pusimos al galope; media hora despues, al concluir el valle que se unia en ángulo recto a otro mas ancho, divisé en éste unos cuatro toldos amarillos con alguna jente; como a unos doscientos metros ántes de llegar se me presentó un jinete vestido a lo español que me habla en castellano diciéndome que uno de los dos indios que me conducian se habia adelantado i avisado al cacique de mi llegada, al mismo tiempo se puso a compadecerme por haber caido en manos del indio mas alzado i mas pícaro de la pampa: no dejó de infundirme algun temor esta introduccion tan poco de acuerdo con mi situacion. Algunas indias i varios niños desnudos se presentaron a examinarme con estúpida curiosidad; pregunté por el cacique i serenándome cuanto pude penetré en el toldo mayor.
De pié, envuelto en un cuero se encontraba el viejo cacique con los ojos colorados i el pelo desgreñado; le saludé dandole la mano, i él, escondiendo la suya no me contestó. Atemorizado con esta manifestacion tan poco urbana me quedé de pié, confundido, sin saber qué decir; trascurrieron así algunos segundos; ninguna de las indias se movia; se sentó luego el cacique; quitéme de los hombros la mochila, e hice lo mismo; a una seña del viejo se sentó el español cerca de mí; entónces con una voz ronca i colérica principió el cacique un largo discurso. Miéntras él hablaba, yo pensaba en las contestaciones que le iba a dar; no era posible decirle cual era mi nacionalidad ni el objeto de mi viaje, porque era lo suficiente para perderme; las relaciones de esos indios con los Araucanos son bastantes para que participen del odio que éstos tienen por los chilenos, i celosos como son de su independencia, era un atentado directo contra ella el intentar reconocer uno de sus rios: me decidí, pues, a no decir la verdad. Al trasmitirme el lenguaraz las preguntas sobre quién era, i de dónde venia, le contesté que era ingles, marino, en viaje para Patagonia (así llaman ellos al Cármen) i despues a Buenos-Aires con el objeto de dar un poder a un hermano que allí tenia para cobrar de Inglaterra un dinero heredado. Díjome que habiendo una mar grande por donde andaban los ingleses ¿por qué no me habia ido embarcado para Buenos-Aires? o que habiendo camino en las pampas ¿por qué no habia hecho el viaje por tierra? A estas razonables objeciones contesté que los buques ingleses tocaban en Chile i seguian para el Norte, tardando dos años hasta Inglaterra, viaje demasiado largo para emprenderlo; i si yo me habia venido por el Limai no por tierra, era porque mi profesion me lo habia exijido así; no estando como marino que era, acostumbrado a andar acaballo, i que por los libros de los antiguos españoles habia sabido la existencia de ese rio i el poco tiempo que se necesitaba para ir a Patagónica navegando sus aguas. El cacique hizo mencion entónces con los recuerdos de su padre de la espedicion de Villarino por el rio Negro i de la mision de los jesuitas en Nahuel-huapi, despues en un tono el mas enojado me dijo que si no sabia que merecia la muerte por haberme venido a sus tierras sin permiso alguno, tratando de pasar escondido como andaban los hombres malos, que eso probaba lo poco amigable de mis intenciones: le contesté que las aguas por donde habia navegado eran de las nieves de Chile i pertenecian a ese Gobierno que me habia dado el permiso necesario para recorrerlas; que no era la primera vez que trataba con indios, que habia visitado a los Huaicurúes de Magallanes (tribu que entre ellos tiene gran reputacion de ferocidad) que habia vivido con los indios negros del Brasil, indios que tenian ocho hileras de dientes, una larga cola i que comian carne humana, i en medio de esa jente tan temible habia hallado la mas amistosa hospitalidad; esa misma persuasion me asistía para con los indios pampas i al venir solo, a reclamar su proteccion, demostraba la confianza que tenia en el buen corazon de los habitantes del desierto: que mui léjos de haber querido pasar ocultamente por el Limai, mi intencion habia sido detenerme en su confluencia con el Chimehuin para tratar con los indios i esto lo atestiguaban los regalos que traia con ese objeto; i diciendo esto, saqué de la mochila los prendedores, cuentas i demas chicherias i estendi todo a su vista, agregándole que eso era bien poco, pero que si hubiera venido de Valdivia con mulas i no a pié como habia venido hasta Nahuel-huapi, habria traido mucho mas. Al mismo tiempo le hice entender que no dudaba me permitiría seguir mi viaje para el Cármen i antes de continuarlo iria yo a Valdivia para buscar los caballos necesarios; entonces, no serían pocos los regalos que de esa ciudad le iba a traer para recompensar su buena voluntad. Callóse i principió a rejistrar todas las cosas junto con los chiquillos i las sirvientes: en ese momento entraron varias indias a grandes gritos revelando en sus ademanes el estado de embriaguez en que se hallaban. Aprovechándome de la confusion, saqué de la mochila el flageolet i me puse a tocar: sorprendida la jente i principalmente el cacique, me escucharon un poco i luego el viejo me pidió el instrumento i lo hizo sonar; en seguida me hace señas para que vuelva a tocar. Esta familiaridad establecida por medio del flageolet, me da mas confianza, los temores se me disipan i toqué el Sturm Marsch Gallop. Por la satisfaccion con que me oía el cacique i por la diferente espresion que tomó su cara comprendí que me habia salvado. Algun rato despues, los regalitos se desbarataron, indias i niños ya no se ocuparon mas que en el exámen curioso de los objetos que a cada uno le habia regalado el cacique i en comparar su importancia. Sereno ya, principié a estudiar con escrupolosidad mi nueva compañía. Por el lujoso atavío de una de las indias i por la mayor cantidad de aguardiente que habia bebido, conocí que era la mujer principal del cacique (tenia dos mujeres) india de elevada estatura, de nacion Tehuelche, con un cinturon de cuentas coloradas i azules; las demas eran de los toldos vecinos. De pié, cerca de mi habia un individuo rubio, de ojos azules, vestido de español, con el traje todo roido i sucio; la cabeza atada con un harapo; le creia ingles; pero conocí pronto su nacionalidad al dirijirme la palabra en español; era un jóven Argomedo i Salinas de Chile: emigrado político en 1851, una série de circunstancias lo habian llevado al Cármen, se habia casado allí i deseando ver a su familia de Chile, juntóse con unos indios pampas que habian ido a vender cueros a esa ciudad i que le aseguraron la facilidad de llegar a Chile por esa via. Engañado con sus promesas, pasó el desierto en veinte i seis dias i al llegar a las tolderias de Paillacan, este lo habia detenido i lo guardaba con el cargo de ovejero, consolándose con falsas promesas de libertad que le hacia el indio. Pocos dias ántes de mi llegada, habia intentado asesinarlo i solo debió su salvacion a la fuga i a la mediacion del hijo del cacique: llevaba, pues, una existencia sumamente pesada, aunque el servicio no era mucho; consistía solo en el cuidado de las ovejas, en ensillar el caballo del cacique i encender el fuego para cocinar; pero la ignorancia del idioma le mantenía en un triste aislamiento, amargado con la inseguridad de su persona i la remota esperanza de salir de esa situacion. Me dijo que yo había tenido alguna suerte en medio de mi desgracia, porque talvez otra cosa me habria sucedido si el cacique no hubiese estado tan solo; los indios de las tolderias andaban en las cacerias al Sur de Limay hacia ya tres meses i el cacique se consolaba de su ausencia con la compañía de un barril de aguardiente. Esta circunstancia realmente me iba a favorecer, porque el cacique solicitado por mis ofertas, bien podia tomar una resolucion favorable, sin tener que oir las objeciones ni los comentarios de su jente. Era preciso entónces tratar de salir lo mas pronto, antes que viniesen los indios de las demas tolderías atraídos por la noticia i que pudiesen servir de obstáculo a los buenos deseos del cacique.
El viejo siguió bebiendo i las mujeres entonando sus monótonos alaridos: el jóven Argomedo me procuró un pedazo de carne de caballo; iba a comerla por primera vez; satisfice el hambre que era mucha con la caminata, la carne me gustó poco, mejor es la de ave. Un poco mas tarde el cacique envió a dos muchachos en busca de mi jente; pero volvieron sin haberla encontrado. A la misma hora divisé en una loma del valle a un indio que apenas podia tenerse acaballo i dando grandes gritos se dirijia a los toldos: era Quintunahuel, el hijo de Paillacan que venia de una fiesta de la vecindad; su mujer le salió al encuentro, recibió las riendas i el indio al desmontarse cayó al suelo cuan largo era; se levantó i bamboleando entró a su toldo, quedando la mujer ocupada en desensillar el caballo. Como una hora despues, me mandó llamar diciéndome que fuese a saludarlo, que él era el hijo del cacique. El bribon impuesto ya de todo i de que habia salvado alguna harina i otros artículos del naufrajio, al mismo tiempo alucinado con la esperanza de que yo le podia traer tambien algunos regalos si su padre me dejaba ir a Valdivia, se manifestó mui amable, diciéndome que habia celebrado mucho mi llegada i que le sería mui agradable mi compañía cuando fuesemos juntos al Cármen; i otros cumplimientos por el mismo estilo. Luego me retiré i llegó la noche; dormí en la misma cama de Argomedo que era compuesta de algunos cueros de oveja i una frasada rota.
9 de enero.—Al otro dia el cacique con la cabeza fresca, me hizo llamar a parlamento: el sol principiaba a levantarse; él iba a ser el testigo de mis promesas. Se sacaron algunos cueros fuera del toldo i nos sentamos: la conversacion principió casi con las mismas palabras de la víspera; yo imitando la elocuencia de los indios, elevaba cuanto podia la voz i contestaba con toda la entereza posible; al fin triunfó la codicia, el indio me dijo que otro cacique me habria dado la muete sin escucharme, por el solo hecho de haber venido por el Limai; pero él como tenia buen corazon me perdonaba i me iba a dar la libertad para ir a Valdivia i traer muchos regalos para recompensar con largueza sus buenos sentimientos; i a mi vuelta, podria seguir mi camino en compañía de sus indios que iban a vender cueros al Cármen. El mozo Cárdenas me ayudaba en esos momentos, asegurando al cacique que yo iria hasta Valdivia en su compañía para traer lo que se me exijía. Este muchacho habia sido, por espacio de dos años, prisionero del cacique i despues de haber recobrado su libertad, venia todos los años desde Valdivia a comprar caballos por aguardiente: el cacique tenia fé en sus palabras. Convino en todo, pero quedé yo obligado a dejar en rehenes a dos de mis peones, para asegurar el cumplimiento del convenio; hízome jurar por el sol i se levantó la sesion. En seguida ordenó a Quintanahuel que se preparase para ir en busca de la jente, i a las once salió acompañado de un mozo chileno Labrin que tambien se hallaba detenido en los toldos, del moceton que me habia acompañado desde Limai i otro mas. Este mozo Labrin se encontraba entre los indios por circunstancias las mas peregrinas: enamorado de una niña de Rio-Bueno, en Valdivia, se huyó con ella; para ponerse a salvo de las persecuciones de la justicia, vínose a buscar la seguridad entre los indios: la compañía que traia fué suficiente para ser perfectamente recibido; el cacique principalmente se esmeró en atenderlo. Labrin temeroso de la interesada proteccion del indio, quiso volver sobre sus pasos. Grande fué su sorpresa cuando el cacique le contestó que podia marcharse; pero dejando en su poder a la muchacha para darla a su hijo mayor en matrimonio; no quiso Labrin recobrar a tan duro precio su libertad i prefirió correr la suerte de su querida: desde entónces fué mui duro el tratamiento que recibiera del cacique, pretendiendo de ese modo forzarlo a que aceptase sus condiciones. El futuro novio de la niña debia llegar pronto; andaba en lo de Calfucurá; en esta situacion se encontraba Labrin cuando nosotros llegamos.
Durante el resto del dia estuve casi esclusivamente ocupado en contener la excesiva codicia de Pascuala, la favorita de Paillacan: a cada rato me fastidiaba con sus importunas preguntas, ¿qué me trajistes? que me vas a dar? dámelo todo a mí, ahora Quintunahuel se va apropiar de todo. A todo le contestaba con paciencia, para no disgustarla i para que con la esperanza de mis regalos me diese ella lo necesario para comer, que no era lo que mas abundaba en el toldo. Esta india se habia criado en las vecindades del Cármen i hablaba mui bien el español.
10 de enero.—El sábado a las doce llegó la jente con Lenglier que me refirió lo que habia sucedido desde nuestra separacion. Se espresó en estos términos:
"A las doce, cuando me separé de Ud. esperé algun tiempo al resto de la jente; viendo lo que distaba (solamente como un cuarto de legua) i que Ud. i los indios iban a tomar por un valle lateral a la izquierda, no queriendo tampoco perderle a Ud. de vista, a fin de penetrarme bien del camino en caso que un accidente de terreno los ocultase, me puse encamino con el peon Vera i el caballo, caminando al paso a fin de conservarnos a igual distancia de Ud. i de los que quedaban atras; pero llegado al punto donde Ud. cambió repentinamente de direccion a la izquierda, me demoré a la entrada del valle, hasta que los otros me hubiesen alcanzado. En este valle corría un riachuelo, le segui a Ud. con la vista i como habia creido entender que los indios estaban cerca, no dude que los toldos estuviesen en las orillas del riachuelo, a dos o tres horas de camino a lomas, como que no era natural creerlos colocados en esa pampa árida i privada de agua; esperé a la sombra i me alcanzaron los peones. Habia tenido la precaucion de poner en mi mochila, charqui, café chocolate del que habiamos salvado; la jente estaba mui cansada, como era natural despues de las emociones i fatigas del dia precedente i una marcha descalzos, bajo un sol ardiente i por un terreno erizado de espinillas que lastimaban los pies, me resolví hacer un alto de media hora en este lugar. Antonio Muñoz, el gordo, manifestó entonces el deseo de montar en el caballo, i como se habia herido un pié en la mañana cuando estabamos trabajando en el bote, tenia mas derecho a esta comodidad que Vera que solamente tenia dolor al pecho. Orillamos el estero i llegamos al vado en donde crecian algunos arbustos. Saliendo de allí, el sendero era bastante bien marcado, pero no era asi un poco mas lejos: se alejaba sensiblemente del estero; esto trastornaba completamente las ideas que habia sentado en mi espíritu; hice marchar de frente a la jente; de esta manera, no podiamos perder los rastros; pero al llegar a una cresta que debíamos encimar nos hallamos indecisos, no habia mas rastros. En la cresta lejana a la derecha, veia dos formas que, parecian pertenecer a dos hombres a caballo. No dije nada, pero mandé a Soto a pié que fuese a hacer un reconocimiento adelante. Me paré con el resto de la jente i al hacerles reparar lo que divisaba, el gordo, sea a consecuencia de la debilidad, resultado de las fatigas i e ociones que habia esperimentado, o sobrecojido de un terror pánico o que se atribuya a una conjestion cerebral debida a su temperamento apoplético, cayó del caballo como una masa inerte. Le trasportamos cerca de unos charcos de agua, i luego bañándole la frente con agua fresca recobró sus sentidos. Soto volvió i montando en el caballo se dririjió a la cresta. Media hora despues volvió i me contó que lejos, mui lejos, i siguiendo la orilla del Limay, se le veia ir a juntarse con otro rio, i que cerca del confluente habia divisado toldos. Era ya tarde i demasiado peligroso aventurarse en esas pampas privadas de agua, sin estar cierto de llegar ántes de la noche; nos replegamos al punto en donde habiamos rodeado el estero i allí resolvi esperar noticias de Ud., i en el caso de no recibirlas, retirarnos a las orillas del Limay, en donde habiamos dejado las provisiones. Encendimos fuego, dividi en seis partes iguales el charqui, i distribuí a cada uno su porcion, no sabiendo lo que nos reservaba el porvenir, dejando a cada uno la libertad de economizar sus víveres.
"En la noche, en la cresta que no habíamos encimado, divisamos dos hombres a caballo; no vieron probablemente nuestras señales, porque dieron vuelta i desaparecieron. Eran los que Ud. habia mandado en busca nuestra. No creí prudente pasar la noche en donde nos hallábamos; podian pasar indios por allí; fuimos a acamparnos a quinientos metros, a la derecha del sendero, en una quebrada grande en donde quedábamos bien escondidos. El fiel Tigre fué puesto de centinela encima de las rocas que la dominaban; allí amarramos el caballo, i para mayor precaucion, dormimos sin fuego. Al amanecer, fuimos otra vez a la orilla del estero; no teniendo noticias de Ud. i convencidos que el lugar mas conveniente para nosotros en todo caso, era cerca del bote i de las provisiones, me marché con la jente hácia el lugar del naufrajio. De esta manera si venian por nosotros, sin duda alguna vendrían los mismos dos indios que nos hallaron primero, pasaria a por el mismo camino del dia precedente i nos encontrarian. Nos pusimos en marcha, i al llegar al Limay, seguimos el sendero, pero mandé a Soto que a caballo rejistrase paso a paso las playas del rio; así podiamos recojer las cosas que la corriente hubiese arrojado a las orillas. No fué infructuosa esta medida; Soto recojió el paquete con las frazadas i dos sacos de harina mui poco mojada. Al fin llegamos al campamento del 7. Apenas habíamos encendido fuego, cuando vimos desembocar por el sendero que acababamos de recorrer, unos hombres a caballo. Llegando se apearon; a su cabeza venia Quintanahuel hijo de Paillacan; nunca habia visto a un Pehuenche, no podria decir a Ud. la impresion queme causó cuando para bajar del caballo, dejó caer su huaralca i vi salir del cuero, un cuerpo desnudo, flexible como el de una culebra i de un color cobrizo. Los compañeros de Quintunahuel se echaron con voracidad sobre los víveres; yo ofrecí tabaco i una cachimba a Quintunahuel. Cargamos en los caballos que traian, los sacos de harina i charqui i nos pusimos en marcha. Quintunahuel me dió un caballo, los otros se fueron en ancas de los indios; pasamos la noche en el lugar en donde habiamos pasado el dia anterior i por fin llegamos a los toldos. Aprobé todo; habia tomado el partido mas conveniente en esta circunstancia i le presenté al cacique. La jente tenia hambre; Pascuala, la favorita, les sirvió en un plato de palo, caldo i carne de oveja hervida.
Yo queria ponerme en camino el mismo dia, pero como los peones estaban cansados, esperé la mañana. Esa noche llegó un indio Antileghen a los toldos de Paillacan, venia de cazar; traía consigo un barrilito de aguardiente. El ilustre Paillacan celoso partidario del culto del agua de fuego, se sentó en el suelo, teniendo a Antileghen a su lado: al frente de ellos, me coloqué yo con mi flageolet; Argomedo tocaba la vihuela; entonces comenzó el concierto i las libaciones. Al principio, Paillacan tomaba solo i aun no pasaba el jarro de lata a su querida Pascuala que estaba sentada a sus espaldas, pero desarrollándose su jenerosidad a medida que el aguardiente le subia al cerebro, convidó a sus vecinos. A la noche mis honrados Pehuenches se hallaban completamente ébrios. Paillacan, loor al coraje desgraciado, habia sucumbido, vencido por las libaciones; i Antileghen, que al son de nuestra música bailaba interminables samacuecas, sucumbe tambien agobiado por el cansancio i cae con un sueño letárjico encima de un pellon. Le cubrimos con un poncho como se hace en la noche de una batalla con el cuerpo de un jeneral vencido, pero valiente, cuya intrepidez se ha admirado durante el combate.
Qintunahuel habia resistido mejor que sus mayores, i un poco despues me mandó buscar para que bebiese en su compañía i la de su interesante esposa, un poco de licor que habia guardado para él. Pascuala mas fuerte que su noble esposo, o quizá no habiendo bebido tanto, vista la avaricia del cacique en materia de su licor querido, se hallaba tambien en el toldo de Quintunahuel; su embriaguez tomaba un aspecto triste; lloraba, repitiendo en un tono monótono i cansado: "yo soi la mujer de Paillacan, el cacique de los Pehuenches; la hija del cacique frances de los Tehuelches, la hermana del caciquito frances; mi padre tiene muchas yeguadas, etc, etc." Esa salmodia, dicha con un tono gangoso, interrumpida por los hipos de la embriaguez, no tenia nada de agradable, i bendije el momento en que se resolvió a salir del toldo para ir a ocupar el lecho de su viejo marido. Poco rato despues, me despedí de Quintunahuel i me fui a dormir.
11 de enero.—El domingo por la mañana, el tiempo era bueno, nos favorecia al principio de nuestro viaje; no salimos al alba porque Antileghen que debia acompañarnos, necesitaba algun tiempo para sacudir los vapores del aguardiente.
Convenida nuestra partida, presenté a Soto i a Diaz al cacique: estos dos hombres se habian ofrecido espontáneamente para quedarse como rehenes hasta mi vuelta. Poca sangre española tenian en sus venas, de manera que cuando los vió el cacique, me dijo que eran tan mapunches como el que mas de sus súbditos i que preferia le dejase a Vera que era bien parecido i blanco como español.
El muchacho me habia ya manifestado su repugnancia para quedarse con a los indios i mucho mas desde que habia notado en él una, especie de entorpecimiento en todas sus ideas con la emocion del naufrajio i los indios. Le dije entonces al cacique que ese muchacho se encontraba mui enfermo de resultas de un golpe que habia recibido en el naufrajio, que botaba sangre por la boca i debia ir a curarse a Valdivia: en seguida me fui a buscarlo al toldo vecino, le hice tomar en la boca un poco de sangre de cordero que habia en un plato i lo conduje a la presencia del cacique; satisfizo algunas de sus preguntas i al rato despues comenzó a toser, concluyendo con botar la sangre: esto convenció al cacique i convino en quedarse con los otros dos. En seguida nos despedimos i montamos acaballo. La caravana se componia de Cárdenas que nos prestaba sus caballos mediante una retribucion pagadera en Valdivia, de Argomedo que obtuvo su libertad gracias a la intercesion de Quintanahuel, de Lenglier, los tres peones, Antonio Muñoz, Vera, el carpintero Mancilla i yo; nos acompañaban tambien dos mozos de Cárdenas, un tal Villarroel i un cholo de Ranco, llamado Guaraman. Antileghen debia conducirnos hasta los toldos de Huincahual en donde vivia.
La orgullosa comitiva que un mes ántes habia salido de Puerto Montt perfectamente bien provista de equipajes, víveres e ilusiones, volvia ahora en el mas prosaico esqueleto. Los tres peones iban a pié, casi desnudos, Lenglier i yo a caballo, con un cuero i una frasada por montura, i como riendas un lazo: gracias a un poncho que había cambiado a Quintanahuel por harina, tenia con que cubrirme; lo demas del traje consistia en la camisa i pantalones: en la cabeza seguia sirviéndome de tocado, la elegante bolsa de la guitarra: los víveres eran un poco de harina i una oveja que me habia regalado la cacica en la esperanza de ser retornada jenerosamente a mi vuelta. Las frasadas i los cueros del aparejo de la mula nos iban a servir de cama.
Saliendo de Lali-Cura, asi se llamaba ese lugar, subimos a una meseta de grande estension; estábamos apénas en el medio de la meseta cuando nos alcanzó el viejo Paillacan; tenia muchas ganas de poseer el sombrero que Lenglier habia salvado del naufrajio i venia a hacer una última tentativa para apropiárselo. Le di a entender que mi compañero, teniendo la cabeza enferma, no podia esponerla a los rayos del sol; i para distraer su atencion me saqué una camisa i se la regalé; con esto se retiró medio satisfecho. Atravesada la meseta i bajando a una quebrada, nos hallamos en las orillas de un rio bastante caudaloso, llamado Caleufu, en donde un mes despues hemos vivido algun tiempo i del cual hablaré mas tarde con pormenores. Allí nos alcanzó la hija de Antileghen que habia acompañado a su padre durante tres meses de cacería. Para montar acaballo las indias se fabrican con muchos pellejos i cojines de lana, una especie de trono de forma cilíndrica i bastante elevado; sentadas encima, apénas alcanzan sus piés al pescuezo del caballo. Llevaba ademas un sombrero redondo de paño azul con una semi-esfera de bronce en la cima i en vez de una concavidad para la cabeza, tenia una almohada redonda; todo el aparato sujeto por un fiador de cuentas en la barba i una cinta por detras; una caballada completaba la comitiva.
Atravesamos el rio con el agua hasta el pecho de los caballos, entramos en una quebrada, i encimamos una meseta mucho mas grande que la otra, en donde caminamos como veinte o treinta kilómetros sin encontrar el menor accidente de terreno: teniamos delante un gran pico nevado, que mas tarde supimos era el volcan Lagnin. Llegados a la estremidad de la meseta, bajamos a un valle en donde corría un rio; estensos pastales bordeaban las orillas i en la mas cercana estaban los toldos del cacique Huincahual. El cacique me recibió bien i alojé en su toldo. Antileghen, a quien habia regalado alguna harina no quiso quedarse atras en jenerosidad i me retornó una oveja mui gorda que luego hice matar. Huincahual tenía mas mocetones que Paillacan i muchos entendian el castellano. Aquí encontramos a un dragon de Puerto-Carmen o Patagones, que habia traido a los caciques la invitacion para ir a esa ciudad, con el objeto de hacer tratados de paz. Conversé con Huincahual, Antileghen pasaba la palabra i como estábamos cerca de Huechuhuehuin que cita a cada instante Villarino en su diario, le pregunté si no sabia nada de él; me contestó que su padre le habia dicho haber conocido a este español cuando subió el rio desde el Cármen en unos botes con cañones, trayendo mucho pan duro (galleta); le pregunté tambien si sabia que habia existido antiguamente cerca de Nahuel-huapi una mision de cristianos, me dijo que su mujer descendia de los Limaichées que vivian cerca de la mision i que el lugar de ésta se llamaba Tucamalal. Sonidos diferentes de los que habian herido mis oidos en los toldos de Paillacan me hicieron preguntarles si no hablaban por acaso el mismo idioma, i supe que ademas del idioma Pehuenche o Araucano, hablaban tambien la lengua Tehuelche, porque habia muchos de esta raza.
El estero del Quemquemtrcu en cuyas orillas se hallan los toldos de Huincahual, corre en un valle bordeado por lomas suaves; todo el fondo del valle es tapizado de un pasto alto, en donde pacen en libertad los caballos. Este valle como lo vimos en seguida, tiene ocho o doce kilómetros de largo i uno de ancho; no léjos está el rio Chimehuin, afluente del Limay i que Villarino llama Huechun. La leña es escasa; en unas quince leguas, apenas hemos encontrado uno que otro arbusto, por eso, como tambien por el poco pasto, no estan juntos los toldos, sino desparramados a lo largo del valle. Por la primera vez allí vi coser a las mujeres; usan nérvios de avestruz o caballo en vez de hilo, i por aguja, una lezna de zapatero; apesar de la imperfeccion de esos útiles, cosen con mucha destreza i velocidad. Dormí en el toldo de Huincahual en la misma cama con el dragon arjentino; Lenglier con Argomedo, en el de un indio viejo llamado Jacinto que al dia siguiente contestó a Cárdenas un disparate curioso que referiré: Cárdenas le habia comprado un caballo por dos botellas de aguardiente; cuando se hizo el convenio, nuestro viejo Jacinto, tenia ya la cabeza encendida, i cuando se trató de pagar, negó todo, ¿pero, le decia Cárdenas, voi a perder entónces mi aguardiente? puede ser, contestó con mucha sangre fria el Tehuelche; pero tu hicistes mal al darmelo cuando estaba ya ebrio.
12 de enero.—Al amanecer, Hunicahual me rogó que ántes de marcharme, le escribiese, una carta para don Romualdo Patiño, juez de Quinchilca, mision de la provincia de Valdivia, sobre un pleito que tenia allí un indio suyo. El pehuenche habia cometido seguramente alguna picardia en ese lugar i le habian detenido un caballo. Escribí; el lenguaraz de Hunicahual me traducia las palabras del viejo cacique. La carta decia: "que todos los indios en jeneral i los de Hunicahual en particular, eran jente honrada, que mantenían buenas relaciones con los chilenos, i que en el interes de todos debia reinar la paz i la buena fé, que el Hunicahual trataba bien i hacia respetar a los chilenos que venian a comerciar a sus tierras, i era justo que tambien en la otra banda se respetase a su jente etc.," i despues hablaba del hecho. Concluida la carta, la pasé al cacique para que la firmase; la firma fué mui simple: se contentó con trazar una pequeña línea en forma de caracol.
Iba a despedirme de Huincahual, penetrado i conmovido por los sentimientos de justicia i equidad de este honrado cacique, cuando me hizo una proposicion, que despues de la carta que habia escrito, me dejó estupefacto: queria el buen hombre, que le dejase dos de mis mozos. ¿cómo esclamé, tu me mandas escribir una carta, en dónde haces lucir tu amor a la justicia i a la equidad, i despues me vienes con una proposicion que quebranta todas sus leyes: quieres que te dé dos de mis mozos? ¿Creés buenamente que estos honrados chilotes son cosas i no cristianos, que se pueden regalar a un amigo, como se regalaria una yunta de bueyes,? me habia escuchado Huincahual, mis ademanes le fueron esplicados por la traduccion de mis palabras que le hizo el lenguaraz; me dijo que sentia lo que habia sucedido, que él no tenia la culpa, pero sí su hijo, que le habia soplado al oido, la idea de esa proposicion. Nos separamos buenos amigos.
Por la mañana habia mandado adelante a los tres peones; como a las ocho o nueve nos pusimos en camino. El fiel Tigre, con las patas hinchadas por las espinas que cubren el suelo, nos seguia con trabajo. Caminamos por un sendero en medio del pasto, i anduvimos una hora hasta un estero, tributario del Quemquemtreu, en donde nos refrescamos con agua i harina tostada, un poco mas léjos atravesamos un rio dos o tres veces i entramos en una quebrada, en lo alto de la cual habia una meseta donde soplaba un viento helado. En ese momento pasó cerca de nosotros un indio de cara cobriza, nos acompañó un rato i despues seguió adelante: mas tarde encontraremos otra vez a este personaje. La vecindad de las cordilleras, se dejaba sentir ya, tanto por la temperatura, sensiblemente mas baja como por los árboles que eran menos escasos. A la bajada de la meseta, entramos en un manzanal silvestre, i galopando algun tiempo llegamos al anochecer a una colina adornada de manzanas, i situada un poco a la izquierda del camino. Al rededor de los manzanas, se veian siembras de habas, arvejas i maiz: este lugar era habitado por un indio rico llamado Antinao. Sus toldos estaban una legua mas léjos. Un gran fuego i un sabroso asado de oveja, nos puso en buen estado para pasar la noche. El carpintero i Muñoz, como caminaban a pié, se habian quedado atras, pasaron sin vernos, alcanzaron a los toldos i hallaron a los indios ocupados en embriagarse; invitados, luego imitaron el ejemplo de sus huéspedes, como lo vimos a la mañana siguiente.
13 de enero.—Al amanecer, llegaron a caballo Antinao i su hermano Coña; estaban en guerra abierta con las leyes del equilibrio, resultado de la borrachera del dia anterior; a pesar de eso, me gustó el primero; tenia la cara despejada, franca, i de color menos cobrizo que los otros indios que ya habia visto: me besó la mano en señal de fraternidad, hice lo mismo, i nos invitó a ir a sus toldos. Le dejamos partir adelante i le seguimos. Llegando, encontramos a su hijo vaciando el resto del barril de aguardiente. El carpintero i su compañero que se habian embriagado el dia ántes, no tenian las ideas mui lúcidas. Antinao les habia hecho promesas magníficas, si querian quedarse para construirle una casa; Creyeron que todos los dias se parecerian al precedente, i seducidos por este porvenir con color de aguardiente, me pidieron licencia para quedarse hasta mi vuelta: despues de muchas observaciones se la dí. El perro Tigre mas acostumbrado a la sociedad de ellos que a la nuestra, i como estaba mui despeado, se decidió a compartir su suerte. Regale chaquiras i cuentas de vidrio a las indias, i viendo unos avestrucitos domesticados, como tenia ganas de mandar uno a mi familia en Valparaíso, pedi que me lo diesen como en retorno, i me fué concedido; desgraciadamente murió a los tres dias. Nos despedimos de Antinao i nos pusimos en marcha; nuestro batallon sagrado se habia disminuido de dos de sus miembros. Caminamos como una legua fardeando colinas, i bajamos a una pradera, a la izquierda de la cual se divisaban algunas casas de paja. Allí, nos dijo Cárdenas, que vivia el cacique Trureu-pan. Queriamos seguir adelante, pero habiamos contado sin nuestro huesped, como dice el adajio, o mejor sin el indio que habiamos encontrado el dia ántes. Éste cuando nos dejó, habia alcanzado a los toldos de Trureu-pan en donde vivia. Allí habia esparcido el alarma: tanto mas que un individuo llamado Montesinos, chileno de Valdivia, habia contado a un Pehuenche que andaba en esa provincia, algunas mentiras sobre nosotros, Cuando estaba en Puerto Montt, habia escrito al Gobernador de la Union, para que me enviase un lenguaraz; me mandó al tal Montesinos, pero este individuo me dijo que no conocia a los indios del Limai, que era casado, padre de familia, en fin, que no podia acompañarme. Volvió a la Union, le pagué jenerosamente su viaje, recomendándole bien antes de salir, que no dijese nada de mis proyectos; i el pícaro hizo todo lo contrario. Con el Pehuenche mandó decir: que al Sur, iban a bajar de la cordillera por el Limai, unos estranjeros con fusiles, bien armados, i que antes de poco tiempo, tendrian que conocer la que valian los cristianos, etc., etc. No se necesitó mas, Trureu-pan, cacique de estos parajes, tipo superlativo de Sancho Panza, se enflaqueció de inquietud, i se puede comprender el alboroto que hizo el indio de la víspera, cuando trajo noticias que parecian corroborar lo que habia dicho Montesinos. Trureu-pan mandó un correo o chasque a Huentru-pan, el último cacique en el camino del Oeste, i entonces comprendimos porque, saliendo de los toldos de Antinao, habiamos visto bajar de los cerros situados adelante un número considerable de indios con sus lanzas. En el momento que Cárdenas me decia que pasasemos sin demoramos, nos alcanzó al galope un indio que nos invitó, o para hablar mas francamente, nos ordenó de parte del cacique, que fueramos a los toldos. Este individuo era un indio falsificado, porque era chileno, transfugo de la provincia de Valdivia, como me lo dijo Cárdenas, i cuyo padre desempeñaba el cargo de policial en aquella ciudad. Lenglier que había vivido allí algun tiempo, conocía tambien al dicho policial. Los ranchos de Trureupan estaban en la orilla opuesta de un riachuelo, i mientras que nos dirijiamos hácia ellos, vinieron varios indios montados, haciendo encabritar sus caballos a nuestro rededor; unos con ademan amenazador, otros con aire de amistad: nuestra seriedad los desconsertó. Al fin nos paramos en un bosquecito de esa orilla. Villarroel, Argomedo, Guaraman i Vera se quedaron allí, yo pasé al otro lado con Lenglier i Cárdenas, i nos apeamos. El cacique Trureu-pan era un verdadero hombre globo; y nos dijo que era preciso esperar i asistir a un parlamento al cual habia convocado a su vecino el cacique Huentru-pan.
En efecto, poco despues llega Huentru-pan con sus mocetones; eran como cincuenta armados de lanzas, teniendo a su cabeza un indio que tocaba la corneta. Ya Trureu-pan se habia sentado en el suelo encima de unos pellejos, Cárdenas i yó a su frente. Los indios de Huentru-pan, cien metros ántes de llegar, se formaron en batalla, marchando de frente, i arrastrando por el suelo la estremidad de sus lanzas, cuyo hierro tenian en la mano; se apearon, las fijaron en el suelo, i se sentaron de manera a formar cìrculo completo al rededor de nosotros: iba a principiar el parlamento.
Como se ve, querian intimidarnos; mientras tanto, yo buscaba a Lenglier que desapercibido habia desaparecido. Los caciques le mandaron buscar: la causa de su demora era que temiendo, con justa razon que los indios aprovechándose de nuestra presencia en el parlamento, nos robasen lo poco que nos quedaba, habia ido a dar una vuelta para cuidar las monturas en la otra orilla; ademas siendo, obstinado como buen Breton, se le habia puesto en la cabeza que nunca se debian tomar a lo sério las cosas de los indios, a quienes despreciaba (siempre he sospechado que la causa de su desden era que los indios no sabian fumar una cachimba de una manera decente) i mientras lo buscaban, él se ocupaba en tomar tranquilamente un refresco de harina tostada mezclada con agua. Los caciques a cada rato me preguntaban si no venia mi compañero; no querian perder sus gastos de escenario; pero Lenglier no venia. Mientras que se en tregaba a las delicias de su ulpo, un Pehuenche, pasando al galope, le arrebató su sombrero. ¡Qué atrevimiento! Un sombrero que habia tenido el honor de lucir en el lago de Nahuel-huapi i en el Limay, que habia tenido la suerte de escapar al naufrajio i a las persecuciones de Paillacan: un sombrero que él queria regalar al Museo de curiosidades de Santiago, le era robado, i como por traicion. No corrió detras del indio, porque no hubiera podido alcanzarlo, pero fanfarroneó un largo rato i enojado no quiso venir a la primera indicacion. Me confesó despues que no habia reflexionado lo que hacia, i que lo sentia mucho, porque su ausencia indicaba una especie de desprecio para con los caciques esta falta de política podia influir en su disposicion para con nosotros. Al fin llegó, se sentó a mi lado i comenzó la funcion. Mientras que todo eso sucedia, llegaba de tiempo en tiempo uno que otro indio atrasado, se apeaba, i principiando por los caciques, dirijia a cada uno de los asistentes la palabra—Eyminai a cuyo saludo contestaba cada uno: he he i despues tomaba su asiento en el cículo.
El espectáculo era imponente para cualquiera que no hubiese conocido el carácter de los indios: el relincho de los caballos, los hierros de las lanzas luciendo al sol, el tric-trac producido por el choque de los sables, (sables viejos, enmohecidos) daban a la escena un aspecto guerrero i algo solemne. José Vera, el chileno tránsfugo, de pié, servia de lenguaraz. El sol quemaba, Trureupan, cuya barba se confundia en los pliegues de su monstruosa barriga, sudando la gota gorda principió por la frase de rigor.—"Cheu Mapu" ¿de qué tierra? dije que eramos estranjeros, pero no chilenos; lo creyeron sin dificultad, la larga barba que traíamos, no suelen usarla mis paisanos; por otra parte Lenglier, que habla dado la vuelta al círculo saludando a cada uno en castellano, pronunciaba el idioma de Cervantes con tal acento francés, que los indios no pudieron contener la risa, i vieron luego que no era chileno. Al saber que no eramos huincas como ellos llaman a los españoles, i a quienes aborrecen cordialmente, se pusieron ménos sérios los indios. Les dije en seguida, Vera pasando la palabra, que con mi compañero, viajábamos para conocer el país i trabar amistad con los Pehuenches, que no teniamos ninguna mala intención, i una prueba era el pequeño número de nuestra comitiva; que por otra parte los Pehuenches tenian mucha fama de guapos i hubiera sido locura intentar batirse coa ellos, i otras contestaciones iguales a las que habia dado ya en los otros toldos. A esto se siguió un momento de silencio; entónces el cacique Huentrupan nos preguntó sí habiamos oido hablar de una declaracion de guerra entre indios i españoles, guerra cuyo teatro era cerca de una ciudad llamada "Duidal", no entendí bien lo que queria decir i contesté que no sabia nada de eso, (¿seria acaso la posesión de Angol en Arauco que habia tenido lugar en esa fecha?) Entonces tuvo lugar un incidente: Lenglier, sentado a mis espaldas, tocaba el círculo de indios; trabajaba para defenderse de las importunidades de los indios que a cada rato trataban de trajinarle sus bolsillos. El saco de tela que contenia nuestros papeles, los croquis i el diario del viaje, lo habia escondido terciado bajo su vestido, cuando en un movimiento que hizo, un indio vio el saco i avisó al cacique. José Vera me dijo entónces que el cacique queria ver esos papeles: los tomé i los estendí delante; tomó uno el cacique, lo consideró, lo dió vuelta, mirándolo sorprendido como un puerco que encontraria en el camino un número del Ferrocarril o un par de guantes; comparacion tanto mas exacta cuanto que el venerable Trureupan por su cara, su obesidad i la gracia de sus movimientos representaba perfectamente al animal citado. Al fin me volvió los papeles, algunos habían desaparecido, pero me fueron devueltos después, mediante un pañuelo que regalé al que los habia tomado. Hacia dos horas que duraba la conferencia; Trureupan sudaba como una alcarraza; tenia por delante un cacho de agua fresca i a cada momento se echaba un poco en la cabeza. Después pidió un cacho de harina i me lo pasó; lo tomé con satisfaccion porque vi que la batalla estaba medio ganada, i que no costaria ya mucho trabajo con nuestras tropas de reserva, es decir, con las chaquiras i cuentas de vidrio regaladas a las chinas; pasé la mitad del cacho a mi compañero. Un poco de paciencia i haciendo su parte el amor propio de los Pehuenches estabamos salvados.
En efecto, poco rato despues, nos dijo José Vera, traduciendo las palabras del cacique, que podiamos pasar, pero que debia quedar el peon Vera como rehen para asegurar el cumplimiento de mi promesa de volver trayendo muchos regalos; le contesté que habia dejado a dos de los peones en casa de Antinao, i que esos podian satisfacer la condicion; los caciques aceptaron i se concluyó el espectáculo.
Levantada la sesion, montaron a caballo los indios i se alejaron con Huentrupan. Nos despedimos de Trureupan despues de haber regalado chaquiras a sus chinas. Cárdenas se quedó para escribir una carta al cacique i nosotros fuimos adonde estaban nuestros caballos: las monturas estaban por el suelo, las frasadas habian desaparecido: Argomedo que estaba al cargo de todo me dijo entonces que unos indios al pasar, no haciendo caso alguno a sus representaciones, las habian tomado, las habian dividido en pedazos i repartido para sudaderos de sus monturas: estabamos pues, sin tener con que abrigarnos para pasar la cordillera. Irritado con lo que me sucedía, en ese momento habria cometido cualquiera violencia, no perdí la oportunidad que se me presentó: estaba acomodando mi caballo cuando un indio de baja estatura, se me prentó pidiéndome que le hiciera algun regalo: le contesté reconviniéndolo por el abuso que se había cometido con nosotros: él riéndose intentó arrebatarme el gorro de jénero que yo llevaba: entonces no pude contener mi indignacion i tomandole de los cabellos iba a darle una zurra, cuando me dijo en el tono mas amistoso: no se enoje compadre: le dejé i no me incomodó mas: poco despues llegó Cárdenas i nos pusimos en camino. Como ibamos a prisa, por otra parte como debiamos volver, las pocas observaciones que hicimos, las relatarémos en la segunda parte. Encimamos mesetas, escalones de la cordillera, pasamos al lado del cerro Trumpul, notable por su forma, i a la noche acampamos en la orilla septentrional del lago de Lacar, cuya descripcion darémos tambien en la segunda parte de este libro.
14 de enero.—Al alba montamos a caballo, i alas diez llegamos a la chacra de Huentrupan situada como el lago de Lacar en las primeras cadenas de la cordillera: conversamos con él i nos ofreció que comer; me encargó un poco de añil para la vuelta. Ya estábamos en la rejion de bosques; habiamos dejado la pampa definitivamente. Saliendo de allí, cerca de la casa de un indio cristiano, llamado Hilario, Cárdenas nos mostró los restos de un atiguo fortín español; un poco despues llegamos al balseo; Guaraman pasó en una canoa todos los bagajes i las monturas, los caballos atravesaron nadando i nosotros los últimos en la canoa. Ensillados los caballos nos pusimos en camino, orillamos una lagunita llamada Queñi, encontramos una bajada mui difícil que nos obligó a apearnos, i al fin a las seis de la tarde acampamos al pié del boquete.
Allí se nos juntó un individuo de la figura mas estraña: era mi hombre Hércules, mui bien parecido, vestido con una camisa lacre, un chiripá i una gorra de cuero de zorro; un enorme puñal adornaba su cintura; su idioma era medio español i medio indio. Por el tono familiar con que se dirijió a Cárdenas, comprendimos que debian ser conocidos: luego supe que era su hermano Pedro, conocido en Valdivia con el nombre de Motoco: víctima de su jenio iracundo, no podia pisar el suelo valdiviano i vivia hacia dos años en los toldos del cacique Huitraillan con el cargo importante de secretario. Traía algunos caballos para venderlos en los primeros potreros: no podia pasar mas adelante. Mucho nos divirtió la relacion que nos hizo de algunos episodios de su vida.
En la noche como solo teniamos el aparejo del macho para dormir, sentimos mucho frio; no obstante que dormiamos tres en la misma cama: hubo mucho rocío.
15 de enero.—Al amanecer, salimos del alojamiento i subimos una cuesta de mucha pendiente, hasta llegar a una meseta circular, llamada Inihualhue, rodeada de hayas antárticas i cubierta de manchas de nieve que derritiéndose daban oríjen a un bonito riachuelo que ' serpenteaba por el cesped. Allí hicimos alto, i vimos pasar varios Pehuenches con cargas de aguardiente; montamos a caballo i bajamos la pendiente Oeste por un camino horrible, cubierto de nieve, obstruido por troncos de árboles i lleno de hoyos ocultos por la nieve, en donde hombres i caballos a cada instante corrian peligro de romperse las piernas.
El caballo que montaba yo, era Pehuenche, nunca habia andado por esta clase de caminos: acostumbrado a los llanos de la pampa, al bajar el primer escalon de Inihualhue, sintiéndose resbalar, se encabritó de tal modo en la pendiente, que me disparó a mas de cuatro varas en el suelo, me azotó la cabeza en un palo i quedé un rato como aturdido; con esa leccion principié la marcha a pié; un poco mas lejos se apearon todos, era preciso bajar perpendicularmente; los caballos rodaban arrastrados por su peso. Al fin despues de dos o tres horas de mucho trabajo, encontramos un rio mui torrentoso llamado Follill que pasamos siete veces; en una de estas pasadas mi caballo poco diestro, cayó i me echó al agua; me sumerjí hasta el pescuezo, corriendo el riesgo de ser arrastrado por la corriente que es mui grande; fué preciso caminar todo el dia mojado, no habia tiempo que perder, ni ropa que mudar; a la noche alojamos en un lugar nombrado Chihuihue, cerca de la casa de un indio cristiano; una vieja nos regaló un plato de arvejas hervidas en agua que comi con tanto gusto como si hubiera sido un guiso mui delicado i digo regalado porque ya no teniamos que dar en cambio de alimento.
16 de enero.—Al alba salimos. Argomedo i el peon Vera caminaban a pié por estar todos los caballos estenuados; atravesamos algunos malos pasos, un rio, i llegamos a Maihue: allí encontré a un indio chileno, Juan Negron, que vivia en la otra banda con el empleo de lenguaraz, i que volverá a aparecer mas adelante en esta relacion. Pasamos dos rios mui torrentosos, cuyos nombres i descripcion daré a la vuelta, i al fin entramos en un gran potrero lleno de frutillas; nos hartamos con esta fruta delicada i llegamos a la casa, situada en la otra estremidad del potrero; allí fuimos bien recibidos. En la noche llegó el dueño del potrero, don Manuel Florin, de Valdivia, que puso su casa a nuestra disposicion.
Allí tambien conoci a un viejo chileno, Matias Gonzalez, que habia vivido mucho tiempo con los Pehuenches, i cuyos conocimientos de las costumbres e idioma indios aprovecharé volviendo de Valdivia.
17 de enero.—El sábado orillamos el lago de Rancoi llegamos a Futronhue.
18 de enero.—El domingo por la mañana llegamos a la casa de don Fernando Acharan, que estaba entonces ausente. La mujer del mayordomo, cuñada de Cárdenas, nos recibió bien i nos ofreció leche; quiso detenernos allí para que descansásemos, pero teniamos prisa de llegar a Valdivia i continuamos nuestro camino. A medio dia estábamos en el potrero de Malo, en la casa de don Jacinto Vasquez. Cuando llegamos no estaba en su casa, i como el traje que llevabamos era mui poco decente, su mujer i cuñada, viéndonos de lejos llegar al galope, se asustaron al principio, pero cuando nos acercamos i nos vieron en compañía de Cárdenas a quien conocían, se tranquilizaron. Allí esperamos a Cárdenas que fué a casa de su madre en busca de caballos frescos i que vino a la noche. Don Jacinto Vasquez no quiso dejarnos partir con los sacos de jénero que a manera de sombreros, llevábamos en la cabeza: gracias a la amabilidad de este caballero nuestro elegante tocado fué reemplazado por dos sombreros que nos regaló a Lenglier i a mí.
19 de enero.—Al alba salimos del potrero de Malo, nos acompañó don J. Vasquez como dos o tres leguas; pasamos varias veces el Calle-calle, tomamos un trago de chicha ántes de llegar a Arique en casa de un paisano de Lenglier. En Arique descansamos un rato en la fábrica de aguardiente de don F. Lagise, i a las cinco de la tarde, habiendo andado este dia como veinte leguas, entramos a Valdivia, cuarenta dias despues de nuestra salida de Puerto Montt. Ibamos a descansar algunos dias i hacer todos los preparativos para volver a las pampas.
En la segunda parte estarán consignados todos los detalles jeográficos sobre el país recorrido a nuestra vuelta. Lo precipitado del viaje no nos permitió esta primera vez, hacer las observaciones precisas.