Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia/II parte Capítulo III
El balseo donde acababa de pasarse esta borrascosa escena, es un brazo de rio de ochenta metros de anchura, de siete a ocho pies de profundidad i parecia contener numerosos pescados a juzgar por los saltos que daban algunos en la superficie de la agua; este brazo inclinádose al Noroeste va a la laguna de Pirihuaico que echa sus aguas al lago de Riñihue i éste al Pacífico por medio del Calle-calle. Hablaremos de él mas en estenso cuando demos una descripcion jeneral del lago de Lacar.
El sol estaba a punto de ponerse; no podiamos pensar en alojar tan cerca de los indios. Hicimos noche a algunas millas mas léjos en la orilla del lago.
A la noche hice mis preparativos, porque al dia siguiente debiamos encontrar los toldos de Huentrupan, i queria poner en bultos separados lo que reservaba a cada uno de los caciques, a fin de no exitar su codicia con la ostentacion de mis riquezas en su presencia. Motoco me ayudó en esa operacion, porque conocia bien el jenio de cada uno de los caciques que encontrariamos, i me aconsejó, a fin de hacer a cada uno un regalo conveniente a su carácter.
21 de febrero.—En la mañana, nos pusimos en camino. Llegamos cerca del antiguo balseo Nontue, i un poco despues a la casa de Hilario, indio cristiano. La casa está situada en las orillas del lago; al frente se halla una isla, i entre la casa i la orilla del lago, se ven las ruinas de una antigua fortificacion española. Al otro lado reparamos un cono de piedra, como de 30 metros de altura, que brota del monte con la cima desnuda. Motoco nos dijo que esa peña se llamaba Cula-quina. Me demoré un instante en casa de Hilario; tenia una reclamacion que hacerme. Los dos peones que se habian quedado en los toldos de Antinao i que se habian vuelto con Labrin; despues de su pasaje, encontró Hilario en uno de sus campos, los restos de un ternero, i decia que habia sido muerto por Labrin i sus compañeros; Hilario reclamó el pago. Le dije que yo no pagaria sino la mitad, que en algunos dias mas pasaría José Luarte, primo hermano de Labrin, i que le pidiese a él la otra mitad del valor. Convenimos en que le daria un potrillo de un año, pero mientras me lo procuraba le dejaria empeñado un caballo de los que traiamos, que estaba mui cansado i necesitaba un descanso de algunos dias; i que mas tarde me lo volveria al recibir el potrillo convenido. Concluido este negocio, nos pusimos en camino; pasamos por la chácara donde habiamos visto a Huentrupan, cuando volviamos de donde Paillacan. Atravesamos potreros en donde pacian algunas vacas; reparé que casi todas eran gachas; es decir, con las puntas de los cachos encorvados hacia la frente.
Al fin faldeamos la cordillera que sirve de barrera septentional al lago de Lacar i atravesamos un riachuelo.
Este cordon es una inflexion que hace hácia el Este la cordillera cehtral; es bastante alto; en unos lugares cubierto de monte, en otros se ven las crestas desnudas, efecto de los torrentes producidos por el derretimiento de las nieves o por los aluviones que han barrido todo en su pasaje. No quedan mas que troncos de árboles, que parecian cirios alineados sobre un altar. Caminábamos casi a igual distancia del lago i de la cresta, ya acercándonos, ya alejándonos de éste. Encontrábamos de cuando en cuando pampitas donde dominaban los juncos, lo que nos hizo pensar, que en invierno debian ser otras tantas lagunitas. Bajando a un bajo, hallamos dos que se llaman Curi-laufquen, lo que significa en la lengua, chilena, lagunas negras. Unos que otros patos i hualas nadaban en la superficie. Al fin, llegamos al pié del cerro Trumpul, cerro de una forma notable. Del lado opuesto al lago, su pared es perpendicular, sale de la yerba de una pradera, i tiene como ciento cincuenta pies de altura; del otro lado, tiene el mismo declive, que el terreno: unos 25 grados.
Entre el cerro Trumpul i el lago, se ve la choza de José Vera; éste nos esperaba al pié del cerro. Nos apeamos para descansar un poco i consultarnos sobre la conducta que debíamos observar en los dias siguientes. Nos corroboró todos los rumores que habian ocasionado las calumnias de Melipan i tambien nos dió la noticia que los dos peones, que quedaron en rehenes, se habian escapado. Respecto de mi viaje al Cármen, no pudo decirme nada de cierto, sino que iria en esos dias a los toldos de Huitraillan, cuya jente iba él a conducir por el precio de treinta yeguas, i si tenia ganas de aprovechar esta ocasion, se ponía a mi disposicion para conseguir el permiso del cacique. Esta proposicion merecia meditarla; por otra parte estábamos cerca de los toldos de Huentrupan, a donde podiamos llegar al dia siguiente mui temprano, i me resolví a alojar en la choza de Vera. Bajamos al lago por una pendiente mui fuerte que nos obligó a hacer muchos caracoles. Allí vi por la primera vez a Hueñupan que habia sido criado en Valdivia, en casa de don Ignacio Agüero. No supimos, sino mas tarde, que era uno de los asesinos de Bernardo Silva, muerto en la Mariquina, pero el aspecto estraño de su fisonomía me sorprendió. Produjo el mismo efecto en Lenglier: hablábamos de esoa José Vera, i nos dijo que era hombre de un jénio maniático, exaltado i algo loco. José Vera vivia ordinariamente en los toldos de Trureupan, pero habia venido a las orillas del lago para la cosecha, i se habia construido una habitacion mitad toldo, mitad ramada. La mujer de José Vera era cristiana, i su hermana era casada con Hueñu-pan; las dos habian sido criadas en Valdivia. Allí debimos resignarnos a comer carne de caballo, por habérsenos concluido el cordero que teniamos para pasar la cordillera i José Vera no tenia ganado. Comimos de mala gana, pero prometimos abstenernos de esa carne, todas las veces que pudiesemos hacerlo. Un poco mas lejos de la casa de Jose Vera, se concluye el lago de Lacar: ahora podremos hacer una descripcion completa de él.
En este punto la línea divisoria de las aguas, abandonando su direccion Norte Sud, hace una infleccion como de ochenta kilómetros hacia el Este, deprimiéndose al mismo tiempo, i encerrando al lago de Lacar que aparentemente colocado en el otro lado de la cordillera, vacia sus aguas en el Pacífico.El lago situado a una altura de 530 metros sobre el nivel del mar, se estiende de Este a Oeste. Principia con bastante anchura, como de seis kilómetros. El cordon Norte del valle de Queñi, lo bordea al Sud hasta el rio Chachim, en donde concluye. Desde ahi el cordon Sud del mismo valle, se acerca al lago i lo rodea al Este deprimiéndose casi enteramente. El pico de Culaquina es el mas notable en los cerros del Sud: el Trumpul, en los del Norte. El cordon del Norte se halla algo retirado de las orillas del lago, dejando un estenso llano en donde tienen los indios sus chácaras i potreros: las poseciones de Huentrupan i de Hilario se encuentran en esas. Los españoles habian construido unos fortines en esa misma orilla, sabiendo mui bien que una vez pasado el boquete, no habia otro medio de llegar a las pampas, sino por la orilla norte. Como a treinta i dos kilómetros de su oríjen se estrecha el lago de Lacar, para formar el balseo del Nontué que tiene como cuarenta metros de ancho; vuelve en seguida a ancharse, forma otro cuerpo de lago, que tiene como ocho kilómetros, en donde entra el rio Chachim desagüe de Queñi. Vuelve a estrecharse otra vez en el balseo de Huahum, ancho como de ochenta metros, continúa del mismo ancho por espacio de veinte Kilómetros, i se junta al lago de Pirihuaico. Este lago se estiende de Este a Oeste como treinta kilómetros, es angosto no alcanza a cuatro kilómetros en su mayor anchura, su desagüe el rio Callitué, se junta a los desagües de los lagos de Panguipulli i Calafquen situados al Norte de este paralelo en el lado occidental de la cordillera; torna entonces el nombre, de rio Shoshuenco para vaciarse en seguida en el lago de Riñihue. Este lago se estiende de noroeste a sureste, por espacio de veinte kilómetros i un ancho de dos hasta cinco. Su desagüe es el rio Valdivia.
Aqui se tiene pues un lago, el de Lacar, que a. primera vista parece hallarse al otro lado de la linea divisoria de las aguas, i sin embargo, vacia sus aguas al mar Pacifico: su estremidad oriental no dista mas que quince a veinte kilómetros de los grandes tributarios del Atlántico.
Uno que pasase la cordillera sin darse cuenta de este ejemplo tan singular, se sorprenderia mucho mas, al oir contar a los indios de los toldos de Huentrupan, que un indio de Valdivia llamado Paulino, habiendo ido a negociar a ese lado, las nieves del invierno le cerraron el paso del boquete; apremiado por ciertas circunstancias, se juntó con otros dos de sus paisanos que habian corrido la misma suerte, i se fueron a caballo hasta el lago de Pirihuaico; allí construyeron una canoa, i por el rio Callitue llegaron al lago de Riñihué, asombrando a todos los de Valdivia con ese viaje, que revelaba tantos misterios sobre la formacion natural de esos lugares. Al principio se creyó una fábula, pero despues se ha conocido la realidad del hecho. Don Atanasio Guarda me dijo que él mismo habia prestado caballos la indio al desembarcarse, para que se fuese a Futronhue de donde era.
El lago de Lacar tiene mucho pescado. Los indios que viven en las orillas, aprovechan las creces del rio para detener los peces en cercados de ramas cuando baja el agua.
Volvamos ahora a tomar el hilo de la narracion. Despues de haber almorzado con carne de caballo, Vera nos sorprendió mucho al convidarnos a que nos bañásemos en el lago. Criados en la idea de que un baño despues de comer, puede tener fatales consecuencias, rehusamos. El se quitó su poncho i el chiripá, i se botó al agua. Mas tarde en el Caleufu vimos hacer lo mismo a todos los indios, sin que les sucediese ningun accidente. Lo que prueba que todo depende del hábito.
A la tarde, bajo la sombra de un manzano cargado de fruto, convenimos con Vera i Motoco, sobre la línea de conducta política que debiamos seguir. Vera i Motoco llevarian de mi parte un regalo a Huitraillan, cacique de alguna influencia i que convenía a traérmelo; miéntras tanto yo seguiria mi camino hasta donde Paillacan; aunque estaba indeciso todavía, si me estableceria en los toldos de éste último o en los de Huincahual.
22 de febrero.—Al dia siguiente, José Vera nos acompañó a los toldos de Huentrupan, distantes como seis kilómetros del cerro Trumpul. Allí como a 500 metros sobre el nivel del mar, principian a aparecer los pinos [1], que adornan las colinas oscureciéndolas con su verdura sombría; Son casi los únicos árboles que se ven. En los planes solo hai plantitas pequeñas, que crecen en la arena. Al fin, por una pendiente inclinada se llega a las orillas del riachuelo donde vive Huentrupan. Al otro lado se elevan dos casas con techo de paja, pero, sea por el calor, sea por otro motivo, los indios se habian establecido en este lado del arroyo, en toldos hechos con coligües. Nos apeamos, se formó un circulo al rededor de Huentrupan, i principió el coyaghtun entre José Vera nuestro lenguaraz, i el cacique. Despues José Vera le tradujo la carta de don Ignacio Agüero. Huentrupan reconoció todo lo que decia este caballero, respecto de sus escursiones en las pampas. I despues me dijo que efectivamente, habia corrido el rumor de que yo llevaba aguardiente envenenado; que él mismo, asustado al principio, i uno de los primeros informados, habia hecho prevenir a todos los caciques. Que se habia tenido un parlamento con todos los jefes vecinos, pero que él, Huentrupan, reflexionando que esos rumores no podian ser sino mentiras, habia abogado en mi favor, para que no solamente, no se nos hiciese ningun daño, sino tambien para que Paillacan nos diese el paso prometido para Patagónica.
Nos confirmó la noticia de la fuga de los dos peones, que habia dejado como rehenes en lo de Paillacan, encontrándose en ese momento, en poder de otros indios cerca de sus toldos; le hice notar entonces a Huentrupan que, si yo hubiera sido un hombre sin palabra, podia haberme ido sin llevar los regalos de rescate a Paillacan, ya que mis peones no estaban en su poder, pero que queria cumplir fielmente con mi palabra, siguiendo hasta Lalicura, residencia de ese cacique.
Huentrupan me prometió mandar un chasque a los toldos donde se hallaban mis hombres para avisarles mi llegada.
Relato aquí el modo como se efectuó la fuga, segun me lo contó uno de ellos, que volví a ver en Valdivia, porque como se verá mas abajo, no pude verlos mas ántes de mi vuelta a esa ciudad. Temiendo que los indios que los maltrataban mucho, no acabasen por matarlos: golpeados por Paillacan i Quintunahuel su hijo, (así me ocultaban lo que realmente se habia pasado), Soto i su compañero Diaz se habian escapado de Lali-cura; subiendo la cordillera, habian atravesado el Caleufu cerca de su orijen, no teniendo que comer sino el fruto del muchi. Como tenian zapatos, i caminaban por las arenas de las pampas, facilmente se les podia seguir el rastro; así es que, unos indios los habian alcanzado i conducido a sus toldos, situados a tres leguas al Norte de los de Huentrupan, en donde se hallaban en el momentos de mi pasaje.
Hice regalos a Huentrupan; me retornó una oveja i mandó al indio Pulqui en busca de mis hombres. Comimos la oveja con un gusto fácil de concebir, despues de la carne de caballo de la víspera. Volvimos a reconocer a las chinas, aquellas que habiamos visto en el viaje para Valdivia, saludándolas con el nombre de Lamuen (hermana). Eran casi todas donosas i cristianas, muchas de ellas nacidas en la província de Valdivia. Huentrupan, el mismo, habia sido criado en las orillas del lago de Ranco. Esas mujeres eran trabajadoras incansables, se conocia por la cara risueña que tenian en medio de sus faenas, que trabajaban mas por su gusto que por fuerza; unas preparando la harina, las otras tejiendo ponchos. La mujer de Huentrupan, una tia gorda en forma de bola presidia las faenas. El viejo Huentrupan sentado en el suelo sobre pellones, presenciaba todo con aire patriarcal. En fin, aquello respiraba bienestar i tranquilidad. Ya llevo dicho que cerca de la cordillera los indios tienen siembras. Aquí las fisonomías no tienen ese aire salvaje i feroz que habiamos reparado en los indios situados mas al Este.
Despues de algun rato, me fuí a hacer una visita a Trureupan, que vive como a una milla de distancia, en las orillas de otro riachuelo, Cuando llegué, mi digno amigo, el cacique, estaba en su choza. Figuraos un hombre gordo, con barriga enorme, i tan enorme que le era imposible verse los pies sino sentado. Estaba casi desnudo como todos los indios en sus toldos. Los ojos colorados, salidos de las órbitas, i a causa, del calor del dia, un pié de lengua fuera de la boca, con el mismo movimiento alternativo que la de los perros cansados; aunque sentado, tenia en la mano un baston a manera de cetro; a sus pies un cántaro de agua, de la cual se echaba a cada instante es la cabeza para refrescarse esteriormente, i a grandes i repetidos tragos el interior; al mismo tiempo sudaba i soplaba como un fuelle de fragua, tal es el retrato de mi amigo, el cacique Trureupan: tenia la espalda sostenida por un barril vacio, en otro, a manera de almohada, apoyado el codo: atento presenciaba una partida de naipes, empeñada en un círculo de unos veinte mocetones, con caras coloradas por las contínuas borracheras. Hablando jeográficamente, no habia mas que una milla de distancia entre los toldos de Huentrupan i los de Trureupan, pero considerando las caras feroces de los asistentes, i las honradas fisonomías de la toldería vecina, uno hubiera podido creer que habia mas de mil leguas de distancia.
A mi llegada, Trureupan dió a su cara de borracho el aspecto mas risueño de que era capaz. Le hice un regalo; i por medio de José Vera, me dijo que sentia mucho la manera descomedida con que se me habia tratado en mi viaje anterior, pero que esperaba que yo habría olvidado todo. Miéntras que conversábamos, las mujeres curiosas, como todas las hijas de Eva—que hayan nacido en el toldo del indio o bajo el techo de jente civilizada, se habian acercado. Mi larga barba les causaba admiracion; me trajeron tijeras para ver si queria cortarla. Trureupan me presentó uno de sus parientes, un indio viejo, de cara asquerosa, i para manifestar que habia olvidado lo que habia pasado la primera vez, quiso que yo le diese la mano i le tratase de cuñado.Por fin me despedí de los asistentes, i volví a los toldos de Huentrupan; José Vera se volvió a su casa acompañado de Motoco. Para pasar el tiempo me senté a la sombra de un manzano, al lado del viejo cacique: conversando con él, le mostré una lámina, dónde estaba representado el Presidente actual de Chile, con sus cuatro Ministros; el futa troquiquelu, como dicen los indios. Muchos se acercaron, movidos por la curiosidad, i todos, Huentrupan el primero, saludaron al retrato diciendo: mari mari, Presidente. Su admiracion aumentó cuando les leiamos algunas palabras en el diccionario chileno-español, i unas frases de la gramática chilena, palabras i frases en Dugu-Mapu i los rezos, que algunos, principalmente las mujeres, sabian de memoria.
A la noche, volvió Pulqui, que habia ido de chasque a los toldos de los indios en donde estaban mis hombres. Dijo que vendrían al dia siguiente, que les habia hallado ocupados en hacer chicha, i de la cual habia tomado una buena racion, porque el honrado Pulqui volvia bastante ebrio.
23 de febrero.—Por la mañana, como no viniesen los hombres, pensamos en la marcha, recomendándolos mucho al cacique mientras volvia yo a ponerlos en camino para Valdivia. Antes fuimos actores de una ceremonia relijiosa; Pulqui, el indio arriba citado, era casado con una mujer bastante buena moza; cuando mui jóven habia servido en Valdivia, i por consiguiente era cristiana. Pulqui en unos de sus viajes a la otra banda, la encontró huérfana en Huequecura; el padre i la madre de Maria habian muerto en la misma noche heridos de apoplejia, causada por el aguardiente. Se casó con ella i tenia una hija de algunos meses. Queria la madre que su hija fuese cristiana, i Pulqui tambien, aunque él fuese moro. Ir a la otra banda a la mision para bautizarla, no era posible, el viaje seria demasiado pesado para la criatura. Como para abrir las puertas del cielo a todo ser viviente, basta derramarle un poco de agua en la cabeza, pronunciand las palabras sacramentales; propuse a María que le bautisaría a la niña; proposicion que aceptó con mucho gusto. El padrino fué Lenglier, la madrina la hermana de José A. Panguilef de la Mariquina. Lenglier tomó la cabeza de la niña entre las manos, la china los pies, i eché el agua pronunciando las palabras de rigor. El nombre que di a la nueva cristiana fué: Isabel del Rosario, Isabel en memoria de una amiga respetable de Santiago, i Rosario porque era uno de los nombres de la madrina. Los indios se manifestaron mas apegados a las formalidades de lo que yo habia pensado. Quisieron que recitase el Credo en lengua chilena. Tomé el libro i comencé a leer el Credo. Lenglier i la china lo repetian. Para celebrar la ceremonia, Pulqui descargó una escopeta vieja que tenia. Hicimos algunos regalos al padre, a la madrina, i a la donosa comadre María; i en verdad que era una guapa moza, de mejillas rosadas como manzanas de abril, de formas bien proporcionadas aunque un poco viriles, i de una cabellera negra, tan abundante, que cuando la destrenzaba, le caia en las espaldas como un manto.
No llegando los peones nos pusimos en camino; nos dirijiamos hacia la casa de Antinao, dejando a la derecha las de Trureupan; pero no contaba yo, con la cortesia de mi digno amigo, el cacique. Estaba como a doscientos metros delante de su habitacion; cuando oí a mis espaldas un ruido de caballos i ví venir a la cabeza de sus mocetones al indio gordo montado. ¡Cómo habria podido montar a caballo con su corpulencia mi honrado amigo! fué un problema cuya solucion no busqué. Nos separamos buenos amigos, i de una carrera alcanzamos la casa de Antinao. El valle en cuya entrada habitan Trureupan i Huentrupan, tiene en su oríjen un ancho de dos o tres millas; es limitado al Norte por una cadena de montañas cubiertas de bosques, ramificacion de la barrera septentrional del lago de Lacar, i al Sur por otra cadena de cerros estériles i desnudos, ramificacion de la barrera Sur. Estas montañas del Sur tienen un aspecto particular; del terreno arenoso que las constituye, salen de cuando en cuando prismas basálticos verticales en figura de murallas, prismas escalonados unos sobre otros, que dan a estos cerros el verdadero aspecto de fortificaciones con bastiones: pequeñas manchas verdes simulan las troneras; especialmente uno marcado en el mapa, detras de las casas de Trureupan, que es mui notable; lo he bautizado con el nombre de Cerro de la Fortaleza. Al cabo de ocho o diez kilómetros, se ancha mucho mas el valle, para concluir en vegas húmedas, i a la izquierda viene a juntarse con otro valle, que se estiende hacia el Norte. Como el valle en donde caminábamos se cubre de agua en invierno con las avenidas de los riachuelos, no se pasa por el fondo, sino por las faldas de las montañas al Sur; i en verano, por costumbre, se sigue el mismo camino. Continuamos por el sendero que va serpenteando caprichosamente por la falda de los cerros, unas veces mas arriba, otras mas abajo, encontrando de cuando en cuando bosques de pinos.
Mi grande i buen amigo el cacique Huentrupan como es costumbre hacerlo con las personas de consideracion, nos habia dado a Huenupan en calidad de chasque, para acompañarnos hasta los toldos de Huincahual. El bribon se habia pintado la cara con colorado, lo que se la hacia mucho mas honrada. La casa que Antinao debia a la ciencia arquitectónica de nuestro carpintero Mancilla, se hallaba en un bosque de manzanos, encima de una pequeña colina; es bastante bien construida, vistos los recursos de la localidad. Dos o tres campos cultivados que la cercan le dan un aspecto risueño. Allí nos apeamos. Antinao me besó la mano, yo luce lo mismo con la suya: es señal de amistad entre los indios.
Tenia un asunto que arreglar con él: yo queria cobrarle el caballo que habia dado a los constructores de la casa, i que segun supe despues él mismo fué a robárselos al camino: trabamos conversacion. Míéntras tanto viéndome sacar del bolsillo mi reloj de sol para ver la hora, me suplicó que lo volviese a guardar, diciéndome: que eso era talvez alguna brujería i podia causar una enfermedad a su mujer. Respeté su supersticion, pero no pudimos arreglar el negocio. El volvió a tomar su ocupacion de hacer chicha, machacando las manzanas con un palo en el tronco hueco de un árbol, i nosotros montamos a caballo. Bajamos la colina, i volvimos a entrar en el valle. Ahí cesaba el pasto, pisábamos el suelo de la pampa: arena i plantas espinosas; quemaba el sol. En una pequeña eminencia, formada por una piedra aislada en medio de la pampa nos esperaban dos indios, que un rato ántes habiamos visto apearse i encimar la peña. Cárdenas reconoció en uno de ellos, a Foiguel, hijo mayor de Paillacan, ausente de los toldos de su padre en el momento del naufrajio. Le hice algunos regalos, i miéntras conversábamos vino otra vez a la carga Antinao, trayendo el caballo en cuestion, cuyo valor le pagué en pitrines [2] de añil. Esto lo hacia no por remordimiento, sino porque queria conservar mi amistad, que mas tarde le podria ser útil. Foiguel me convidó a ir a su toldo, situado como a un kilómetro a la izquierda del camino. Le dí las gracias no pudiendo demorarme i le hice algunos regalos, que hicieron cesar sus invitaciones; tampoco tenia otro objeto su urbanidad. Fóiguel a quien no volvi a ver despues, tenia el aspecto feroz de su padre Paillacan: los ojos, en los cuales se inyectaba la sangre con facilidad, manifestaba que una vez encendido de cólera, no debia ser un mozo de mui buen jénio. Quién sabe si no debia este aspecto feroz, al color rojo con que se habia pintado la cara, porque Cárdenas me aseguró que era hombre de mui buen carácter. Separándome de él, tomé el rumbo que poco mas o menos, debiamos seguir hasta los toldos de Huincahual, es decir, al Sureste. Entramos en un valle por donde corre un riachuelo cuyo nombre no supimos, cuyas orillas están cubiertas de espesos manzanales. El fondo del valle se eleva hasta un cerro, desde donde se ve un precioso paronama. Es mui estenso: mirando hacia el Norte veiamos dibujarse a nuestra izquierda la cresta central, de la cordillera, en cuya estremidad, un poco afuera de su direccion jeneral, dominando las montañas vecinas, con su cabeza nevada, se encuentra el volcan Lagnin o de los Piñones: al pié de esas montañas está el valle de Huentrupan. En el lugar situado perpendicularmente abajo de la cresta en donde juzgábamos que estaban los toldos de Huentrupan, aparecia un pequeño cuerpo de agua, que por su posicion relativamente a nosotros, creimos debia ser una parte del lago de Lacar; pero Motoco, a quien hablamos de eso, nos dijo: que era otra laguna llamada Quilquihué, de donde sale el Trepelco, rio que va a echarse en el Pihualcura, afluente del Chimehuin. Despues de haber pasado esta altura, llegamos a una meseta que atravesamos por espacio de algunas millas, al fin de la cual bajamos a una quebrada. Arriba de esta quebrada se ven prismas basálticos.
A la bajada de la quebrada, principiaba el valle del Yafi-Yafi,. Muchos esteros que habiamos hallado llenos de agua en nuestro último viaje, estaban ahora secos. El valle está bordeado a derecha e izquierda por lomas que lo unen, con la gran meseta que se ve en el mapa; prismas basálticos en la cima de las lomas, parecen pretiles hechos para contener las tierras de la meseta. Atravesamos dos o tres veces el rio; al fin, a la noche, Viendo a cierta distancia una caballada, nos detuvimos ántes de alcanzarla, i resolvimos pasar la noche en ese lugar.
Hueñupan fué a reconocerla, i volvió diciendo que era de un indio, pariente i conocido suyo.
24 de febrero.—El dia siguiente, al salir encontramos el toldo del indio de la víspera; tenía consigo una numerosa caballada. Entré en arreglos con él para comprarle un caballo. Me vendió por ocho pitrines de añil uno que decia ser excelente choiquero: así llaman los indios a los caballos que usan para cazar los avestruces. Debo decir aquí, como un razgo de sus costumbres, que todo el tiempo del cambalache, el pehuenche consultaba a su mujer, i ademas, iba a concluirse el trato, cuando la china puso por condicion que se le diese a mas algunas chaquiras, so pena de romper el trato. Esto probará que la mujer tiene cierto peso en el menaje. La mujer era donosa, i por supuesto era difícil rehusar lo que pedia una buena moza, aunque fuese Pehuenche, i le di las chaquiras. Era pariente, prima hermana, creo, de Hueñupan, nuestro compañero. ¡Qué individuo tan estraño era este Hueñupan! en las paradillas que haciamos, se tendia de barriga en el suelo, fija la vista i sin desplegar los lábios; como le preguntase que tal le parecia el caballo comprado, contestó: teniendo cuatro patas andará, con eso basta; me asustó la contestacion.
Nos despedimos del indio i de su mujer, i seguimos nuestro camino encimando la meseta. Es una meseta enteramente horizontal, de veinteiocho o treinta kilómetros cuadrados de superficie, la cual está cortada por quebradas que no se ven, sino cuando uno está en sus orillas: nada mas árido, ni un solo árbol, ni un solo arbusto se vé en toda la estension, sino arena, piedras i mazorcas de espinas amarillas de 20 a 25 centímetros de altura.
Dejábamos atras al gran volcan de cabeza nevada: al llegar al confluente del Chimehuin i del Limai, Villarino divisó este cono nevado, i creyó por un error bien conforme con el objeto de sus deseos, que era el cerro Imperial de Arauco, creyendo con esto estar mui cerca de Valdivia, a donde queria alcanzar.
Despues de haber pasado esta gran meseta, bajamos por una quebrada, i al fin nos encontramos en un vallecito por donde corre un riachuelo llamado Chasley. Allí tomamos harina tostada mezclada con agua, i como habiamos cometido el olvido imperdonable de no llevar un cacho, fué preciso tomarla en uno de nuestros estribos de madera. De allí seguimos por el valle, pero un poco ántes de llegar al Caleufu, subimos una colina bastante alta, i al bajar a la otra falda divisamos el Caleufu. Pero no se veian los toldos; nuestro amigo Hueñupan no los veia tampoco, porque se puso a encender fuego, para que la jente de los toldos nos percibiese, i viniese a nuestro encuentro: o quien sabe si él los habia divisado, i encendia fuego para avisar a los toldos que llegaban estranjeros. Al fin, los divisamos i bajamos al Caleufu: dejamos en la orilla algunos toldos a nuestra derecha, i entramos en el vado. Nos esperaban a la entrada del vado, Marihueque, segundo hijo de Huincahual, i un jóven buen mozo que nos dijo era mestizo de Patagónica llamado Gabino Martinez.
Nos apeamos al frente del toldo de Huincahnal, ausente en ese momento, como tambien Inacayal su hijo mayor, que goza de todo el influjo político en la tolderia, i que tampoco estaba allí, la primera vez que habiamos pasado, cuando la toldería se hallaba, en las orillas del Quemquemtreu. Antileghen conocido nuestro, estaba presente. Las mujeres trajeron pellones a una ramada, situada al frente del toldo de Huincahual, i pusieron a los pies de cada uno, un plato de carne. Preguntamos a Antileghen, si creia que nos dejarian pasar hasta Patagónica; contestó que era preciso esperar la vuleta de Inacayal, pero que creia a éste bien dispuesto hacia mí; que habia dicho que si yo era buen hombre me llevaria consigo en calidad de escribano (secretario) a esa ciudad.
Volvimos a ver con gusto al viejo tio Jacinto, i sus dos mujeres. En su toldo vivia el dragon de Patagónica, Celestino Muñoz, ya conocida nuestro, i que habia venido leyendo a los indios las proposiciones de paz del Gobierno Arjentino. Regalé a mi antiguo conocido Antileghen una camisa i otras coistas; él me retornó una oveja. Mandé a Cárdenas que la matase; Celestino le ayudó, pero ántes se hizo el apol acostumbrado. El apol se hace de la manera siguiente: le ata el cordero del hocico con un lazo, se suspende a un poste, i se le corta la garganta; La sangre corre abundantemente, i va por la traquearteria hasta los pulmones, junto con agua i sal que introducen por el mismo canal. Entónces se liga la traquearteria con un pedazo de lazo; al cabo de algun tiempo le saca el pulmon, i cortándolo en pedazos se distribuye a los asistentes. Comí con mucho gusto mi parte. No hai duda que muchos esclamarán: ¡Qué horror! ¡eso no se puede comer! i sin embargo, nada hai mas cierto: En las provincias del Sur, en Valdivia por ejemplo, en ninguna hacienda se mata un cordero, sin que se celebre la ceremonia del apol, los que han frecuentado esas comarcas, podrán corroborar la verdad de mis palabras.
A la noche dormimos, aunque impedidos por los ladridos de los perros, que pululan siempre en las tolderías.
Marihueque i Gabino Martinez, se habian ido a los toldos de Paillacan, donde se celebraba una gran borrachera.