Vicio nacional

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​Vicio nacional​ de Ramiro de Maeztu
Nota: Ramiro de Maeztu «Vida y romance. Vicio nacional» (18 de febrero de 1921) El Sol, año V, número 1.101, p. 1
VIDA Y ROMANCE

VICIO NACIONAL

 Tardes atrás paseaba las calles de la corte, cuando, al pasar frente a una casa fastuosamente iluminada, me dijo mi acompañante: "Otra casa de juego", y fué en la palabra "otra" en donde puso el retintín. El español no es el hombre que juega, en contraposición del hombre que trabaja, porque el hombre que juega es el deportista, el poeta, el explorador, el inventor o el soñador. El español es el hombre que se juega las pestañas. Toda afluencia considerable de dinero se expresa en España por el florecimiento de las casas de juego. Así fué en 1900 y así tenía que ser ahora, y aunque esta vez hemos jugado tanto a las monedas extranjeras, a las mercaderías y a las cotizaciones como al "baccara", a la ruleta y a la timba, el juego no deja de ser juego porque no se juegue tanto en el Casino como en la Bolsa o en la lonja.
 Pero decir que somos jugadores es como decir que no sabemos lo que somos, porque no se sabe ni cómo se engendra la pasión del juego ni cómo se cura. Jamás se ha escrito una buena filosofía del juego ni una pasable psicología del jugador. El propio Dante se olvidó de los jugadores al pasar revista en el infierno a las distintas categorías de condenados. Dostoyevsky no hace en "El Jugador" más que una descripción externa y episódica de la pasión que le habría consumido si su genio no le hubiese salvado. Todos los demás vicios: la lascivia, la gula, la embriaguez, la ira, la envidia, el lujo, los narcóticos, etc., han inspirado centenares de obras geniales de arte, de pensamiento y de moral. El juego, que parece ser el más espiritual de los vicios, es el que menos cosas ha dicho al espíritu. Diríase que ningún hombre de genio ha sido jugador, o que los demás pueblos, viendo que el juego era el vicio español por excelencia, han estado esperando a que los españoles descifrasen su enigma. Pero los españoles, en vez de coger al toro por los cuernos, nos hemos contentado con colearlo, porque con decir que el jugador pierde su tiempo y su dinero, como se suele decir en los melodramas de buenas intenciones, no se dice, y es lo fundamental, que el jugador se habría podido entretener mejor en otra cosa.
 El juego no se combatirá con éxito sino cuando se sepa cómo surge la tendencia a jugar. Se me figura que las dos condiciones que constituyen el terreno de donde sale el jugador son el escepticismo y la vanidad: de una parte, escepticismo trascendental (el mundo carece de valor y la vida no tiene sentido); de otra parte, vanidad inmanente (la convicción de que uno, al menos, conseguirá substraerse al mandamiento de ganarse el pan con el sudor del rostro, y de que para uno carece de validez el apotegma que considera como parte esencial de la felicidad la seguridad de merecerla). El jugador no cree que valga la pena de imitar a las gentes que se han ido labrando su bienestar ahorrando, ochavo a ochavo, su fortuna. Sabe que el ahorro es el camino de la prosperidad y no ignora que el juego conduce a la ruina por punto general; pero sabe también que en casos excepcionales conduce a la opulencia. ¿Por qué no ha de ser él la excepción? ¿Por qué no?
 Armado de su fe, entra el jugador en la cueva de Caronte. Allí se le condena a castañetear los dientes sin tener nada que mascar, a darle vueltas a una noria seca, a mover un molino que no muele, a subir por un avión que mira al cielo mientras se hunde en un lago de plomo, a bailar una danza de números que son esqueletos que se burlan de él, y a ver desaparecer, una tras otra, todas sus posibilidades de no vivir en vano... Pero mientras no sepamos mejor lo que es el juego, ni nos conoceremos mejor los españoles, ni sabremos bien en qué consiste la crisis económica del día.

Ramiro DE MAEZTU