Vida de Luciano Santos

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LUCIANO
Pues seguiré en la vigüela
y por cifra mi rilato;
escuchen un breve rato
la historia que me desvela.

Señores, pido atención,
que mi lengua no se enriede,
ni en la marcha se me quede
empacao el mancarrón.
El laso e mi rilación
ni un chiquito he de arroyar;
voy a ponerme a cantar
de mi vida los ebentos,
y allá van estos lamentos
que comienso a desgarrar.

Pido a mi Dios fortaleza
y a mi ánimo valor,
pido al cielo por favor
me dé voz para mi canto,
pues quien ha sufrido tanto
ya le regüelda el dolor.

Voy a cantar a la patria,
voy a cantar mis tormentos,
pueda tal vez ser el viento
quien sólo escuche mi lloro,
que no se pierda este acento
al pueblo oriental le imploro.

Sacaré de mi guitarra
las notas más lastimeras,
pero tuitas verdaderas
pues salen del corazón,
más tristes que las taperas,
¡Más tiernas que una oración!

No sé el año en que nací,
ni el pago en que me crié,
y lo menos que yo sé
es del vientre que salí;

mi madre lejos de sí
como cachorro apestao,
me echó juera abandonao
cuando en tuabia mamaba,

y una muger que pasaba
de por ahí cerca el Rosario,
bajo un ombú solitario
medio muerto me encontró;

la pobre me recogió
y me tuvo dende niño
con el más tierno cariño
como si juera su hijo,
y los cuidaos más prolijos
conmigo siempre tenía.

Hasta que al fin vino un día
que tuve que separarme;
no quisiera ni acordarme
cuando de su lao me fi,

Ella yoró, y yo sentí
el dejar mi madrecita,
sólo al pensarlo palpita
de pena mi corazón; [100]
era en aquella imbación
que Flores nos trujo al país,
si pisarlo como maís
yo hubiera entonces podido,
hecho chatasca había sido
por la guerra que nos trujo;

¡Bien me dijo un gaucho brujo
en un boliche, mamao:
«pronto te veré cuñao
con la catana a los tientos!»
Y el maldito juramento
se cumplió del condenao.

Vuelvo a pedir atención
pido corage a mi alma,
para seguirles con calma
el resto e mi rilación.

Una partida llegó
en busca de cabayada,
y en esa mesma voltiada
Luciano Santos cayó:

¡Y qué gefe, me tocó,
jugador, sonso y mamao,
tirano para el soldao,
y maula hasta cairse muerto,
y de yapa les albierto
estrangis pa completar;

me quiso un día golpiar
y el mondongo le ojalé,
al momento reserté
y templé para mi cancha,
quise limpiar esa mancha
trabajando honradamente:

mas pronto vino una gente
con orden de perseguirme,
entonces ya sólo dirme
pensé pa lejanas tierras.

Vagando en bosques y sierras
como triste pelegrino...
sin amparo ni destino
me pasé en estraño suelo,

sin pastoriar más consuelo
que darle gusto al amor,
el mejor calma-dolor
que hallé en mi amargo desvelo.

De una pilchita me armé
¡Ah! China rigularona,
aunque medio comadrona
y amiga de retrucar,
a más, me quería celar
a mí, que soy como ruda,
pero la mosa era cruda,
y una vez me solprendió
con otra china que yo
ya me la traiba apariando;

yo bien me vido, silvando
como culebra se vino,
«Aura verés falso indino
te enseñaré a ser ingrato»,

y ligera como gato
me largó una puñalada,
que cuasi la riñonada
me sacó por el sobaco.

Dos o tres más me tiró,
yo como culebra andaba,
y a cada golpe cimbraba
el cuerpo que era un primor.

Jue mi poncho el salvador
que se lo eché como laso,
se enriedó y pa más atraso
con su embenao se aujerió,
y el pecho se atravesó
esa tigra corajuda.

¡Al ver disgracia tan ruda
hasta maldecí a mi santo,
ella infeliz intertanto
ahí no más remolinió,
contra el suelo se golpió
pa no volverse a parar.
Vide sus labios boquiar
pidiéndole a Dios apoyo,
y yo, malicié que un hoyo
pa siempre la iba a encerrar.

Procurando endieresarse
pegó un suspiro y un grito,
abrió la boca un chiquito
y como un tronco cayó.

Una mirada me echó
que no olvidaré jamás,
y a poco rato no más
espiró la pobrecita;
su alma estará bendita
¡Quiera Dios tenerla en paz!

Sin tener ya que esperar
luego mi flete aperé,
la cincha medio apreté
para hacer un trote pampa,
por no enriedarme en la trampa
del rondiu de polecía.

Y antes que juese de día
recé a la muerta primero
un bendito, y en mi obero
al tranquito me salí;

dende la cuchilla vi
la gente de la partida,
y por no arriejar mi vida
más ligero que una luz,
los dejé haciendo la cruz
cerquita de la finada,
llegando en la madrugada
al Uruguay con salú.

Doblé bien los cojiniyos.
Puse un pretal por delante,
y mis prendas más flamantes
las envolví en la cabeza.

Y ansina con enteresa
lo mesmo que yacaré,
sin tutubiar me azoté
que suelo ser como bote,
y al igual de un camalote
sobre del agua boyaba;

al cabayo levantaba
de la rienda junto al freno,
mientras tranquilo y sereno
con la otra mano brasiaba.

Bufaba el obero viejo
con la cola ya sumida,
cuando la arena querida
tocamos de nuestra banda:

Ay no más como Dios manda
no recé una Ave María,
por lo feliz que me vía
en esta tierra adorada:

tendí mis pilchas mojada
y a soga mi paico até,
(que por él, hoy se me ve)
sino, ni el polvo siquiera,

lo dejé pa que comiera
pues venía delgadón,
y es justo que ansí lo hiciera
dispués de tan gran tirón.

Aquí comiensan mis males,
mis penas, mis afliciones,
aquí saldrán las razones
con sus pelos y señales,
oiganlás los Orientales,
pues es preciso escuchar
lo que sabe soportar
el hombre de güesos juertes
que desprecéa la muerte
sin que le sepa aflojar.

Yo pisé este patrio suelo
lleno el pecho de esperanza,
descansé, y sin más tardanza
seguí al pago de mi anhelo;
yo creíba llegar al Cielo
cuando mi rancho abisté,
con salú a todos hallé,
y el alegrón jue tan grande
que por mucho que yo andé
jamás igual pasaré.

Jue de junción ese día,
se me olvidaron las penas,
y como andaba en la güena
todo güeno se me hacía,
ya la tristeza me juía,
desterratido mis quebrantos,
aunque sufrí males tantos
ni lo acordaba siquiera;
¡quizás naide conociera
si era yo el güerfano Santos!

Hubo locro como un cielo
hubo pan hasta de gorra,
se hizo rica masamorra
y una ternera con pelo.
Para postres y consuelo
se armó gato y pericón,
y al compás de un acordión
le pegamos al bailable;
era una cosa envidiable
ber retosar la riunión.

Yo descansé como un chancho
(aunque es mala comparancia),
dispués tuve una ganancia
y pude arreglar mi rancho.
Con el corazón tan ancho
ya me doblé a trabajar,
tratando de acomular
cuanto rial caiba en mi mano,
por si venía algún tirano
y me obligase a emigrar.

A mi campito arreglé;
compré unas vacas lecheras,
armé una linda manguera
y un galponcito quinché;
todo esto lo apronté
pa la trasquila, ¡qué encanto!
Vieran ay su amigo Santos
el modo que se floriaba,
las tijeras manejaba
como ninguno entre tantos.

Dispués que se trasquiló
de sortija hubo corrida,
sin mentir nunca en la vida
tanta gente se riunió,
un flete montaba yo
que daba las doce, ¡ahijuna!
Capaz de dirse a la luna
si las piernas le cerraba;
como pájaro volaba
¡Ah! ¡Pingo pa hacer fortuna!

Comensamos a partir,
yo era gaucho paquetaso
y pegaba mi gataso
siendo taita pa lucir,
moso asiao en el vestir
no le enbideaba al mejor,
¡mi apero daba calor!
Y rilumbraba de lejos;
¡Qué lindo tiempo canejo!
Tan sin penas ni dolor.

Dos sortijas me saqué
de oro fino y de primera,
que a mi negrita hechicera
al punto las regalé,
yo creo que bien quedé
pues de un modo me miró
que la baba me saltó.
Tal vez de pagao lo diga,
más sé que mi tierna amiga
muy mucho las apreció.

En medio de aquel contento
de pronto el sol se apagó,
con juerza se levantó
como a montones el viento,
y ñubarrones a cientos
cubrían la inmensidá,
alguna fatalidá
nos anunciaba ansí el cielo;
¡pedimos a Dios consuelo
pa cualquier albercidá!

Como en redota salimos
juyendo de aquel ñublao,
y al ruido de los chapiaos
pa nuestros ranchos nos fimos
con acierto procedimos
pues esa noche lluvió,
y la piedra que cayó
el dilubio parecía.
Y antes que juese de día
tuito el campo se anundó.

Se ahogó toda mi majada
mi tropiya la perdí;
el ganao ya ni lo vi
y hasta voló la ramada,
una punta de yeguada
en la vida dí con ella,
a mi obero, una centella
lo mató bajo el umbú,
¡y gracias que con salú
me dejó mi mala estrella!

Cuando la aurora salió
y el sol medio coloriaba,
entonces se contemplaba
lo mucho que destruyó,
de mi rancho salí yo
más triste que noche escura
a campiar por la llanura
con lágrimas en los ojos.
¡Y sólo hallé los despojos
de mi inmensa desventura!

Digan si tengo razón;
pa maldecir mi fortuna,
¡qué suerte tan mala ahijuna!
Me azota sin compasión,
mucho pior que a cimarrón
siendo yo tan güen cristiano,
pues siempre tendí mi mano
al que vi desamparao,
¡Quién me habrá al mundo largao
con un sino tan tirano!

Mis prendas todas perdí
con la inundación volaron
sólo las güeyas quedaron
pero tristes para mí
y por no quedarme allí
como gato en las taperas
juyendo a muerte certera,
arreglamos las maletas,
y ansina en una carreta
rumbiamos pa campo ajuera.

Por esos mundos de Dios
salimos como palomas,
y en los güecos de las lomas
hacíamos nuestros nidos;
que cuando el sol allí asoma
se alegra el pecho aflijido.

Llegamos hasta una estancia
a pedirles proteición,
y nos recibió un nación
de la gran Suidá de Francia,
ricacho sin arrogancia
y con agrado a montones,
consoló mis afliciones
su manera agasajosa,
y esa no era poca cosa
en tales tribulaciones.

Salieron otros Señores
que al saber nuestra disgracia,
nos pidieron como gracia
almitamos sus favores.
Un rancho de los mejores
nos dieron para vivir,
y camas en que dormir,
asador, olla y lebliyo
y unos bancos de espiniyo,
a no haber más que pedir.

Ya me quedé de puestero,
trabajaba todo el día,
y la otra yunta cocía
la ropa pal estanciero.
Vivía como el primero
en santa paz y contento,
pero pronto otro tormento
mi cielo claro ñubló;
el infierno me cayó
con todos sus elementos.

Nunca largo es el descanso,
siempre se suele turbar,
muy poco sabe durar
un güen vivir dulce y manso.
Aunque soy rudo, yo alcanso
pues lo sé por esperencia,
que cuanti menos se piensa
y todo marcha mejor,
nos llega cualquier rigor
y nos unde sin concencia.

Ansina a mí me ha pasao,
en medio de mi alegría
pisé la guasquita un día
y en ella me vi enriedao,
aparicio había vadiao
con un puñao de valientes
a peliar de frente a frente
al más pior de los gobiernos,
el corsario más eterno
del honrao y deligente.

Los coloraos maliciaron
que yo venía de otro suelo,
me miraban con reselo,
y a sospechar comenzaron,
los amigos me avisaron
pero me les hacía el sotreta
por no pisar las paletas
de alguno, y vivir juyendo,
y a cada paso esponiendo
el verme estirar la geta.

En nada pensé meterme
ni con uno ni con otro,
para mí eran malos potros
que al domar podrían molerme...
Preferí mejor hacerme
el chancho rengo esa vez,
pero largaron de a diez
pa que me diesen indulto...
Y yo por salvar el bulto
les puse sebo a mis pies.

Abandoné mi querencia
perdiendo mi bien estar,
tube al punto que tocar
para otros pagos ausencia,
mas hay que tener pacencia
para eso ha sufrir me echó,
la madre que me largó
abandonao, que muriera,
o me comiera una fiera
por esos mundos de Dios.

Busqué en los montes guarida
poniéndome de matrero,
sin ser ladrón ni cuatrero
ni asesino de partida
lo prometí por mi vida
y mi palabra cumplí,
humano yo siempre fi
jamás se manchó mi lanza,
y en cuanto vide matansa
al matador perseguí.

Algunas veces de día
hasta mi rancho llegaba,
y a mi familia encontraba
pensando en la ausiencia mía,
pero un día la polecía
en las casas me aguaytó,
ningún tiempo me dejó
para desatar mi flete,
y lo mesmo que a soquete
sobre un cabayo me ató.

Mi protetora llorando
jue a pedirme al oficial,
y a mi prenda le dio el mal
de verme estar maniatando,
yo de rabia iba temblando
contra tuita aquella gente
que ansí tan cobardemente
hacían burla del dolor.
Al recordar tal rigor
mi corazón se risiente.

me llebaba esa camada
sobre el lomo de un matao,
todo el cuerpo enchalecao
con una guasca mojada
¡Que sufrir! No he visto nada
pa poderse comparar;
no me dejaban de hartar
a insultos y maldiciones,
sin contar los escorsones
que chupaba en el marchar.

Ño Borges había campao
por la noche, a un corto trecho
de mi rancho, en un repecho
del que me vide bombiao,
a su carpa, fi llevao;
me preguntó a quien servía
le retruqué que tenía
familia pa mantener.
«Algún -palomo- has de ser,
échenlo a la infantería...»

La cabeza me pelaron
y quedó como sapayo,
al ratito a mi caballo
con otro lo acoyararon.
Ay no más me mesturaron
con unos gringos sarnosos,
Bosales, yenos de piojos
conchavaos por cuatro riales,
para matar orientales
y engordar con sus despojos.

Vino el gefe de servicio
y comensó aconsejarme
que él había de enseñarme,
a hacer bien el ejercicio,
pero que tuviese juicio
y resertar no pensase,
porque allí se daba el pase
al que hacerlo pretendiera.
Que yo albertido viviera
y ni en broma lo tratase.

Como lerdo nunca fi
le dije, «mi capitán,
le serviré con afán,
no tendrá queja de mí,
y nunca saldré de aquí
sin darle primero aviso,
pa que me dé su permiso
sigún mi comportación,
lo juro por mi facón
o por la tierra que piso.»

El capitán la tragó
y se quedó sastisfecho;
hice el papel tan derecho
que hasta me recomendó,
y a un teniente le ordenó
no tratarme con rigor,
se ofertó pa protetor
si cometiera un delito,
¡Ya! No me gustaba el frito
por ser demasiao dotor.

Dispués de eso algunos días
al pesar de la prosiada,
me mandó ir a la carniada,
con la gringada que había,
metido entre ellos me vía
una punta de matuchos,
que para nada eran duchos;
y menos para carniar.
Sólo tenía que enlasar
y darle en la mano el pucho.

Uno medio se florió,
quiso agarrarme pa cristo,
yo que presumo de listo
la burla no me agradó;
a güen puerta atropeyó
echó una suerte clavada,
porque le di una sabliada
que hasta el cielo daba gritos,
y gruñía ese maldito
como gata embarasada.

Y ninguno de los otros
se me pretendió arrimar,
ansí los había de arriar.
Como a una punta de potros;
es al cuete, con nosotros
nunca pueden los naciones.
Les damos ciertas leiciones
mejor que mestros de escuela
que joroben a su agüela
y dejen de ser chichones.

Cuando el gefe supo el caso
en el cepo me metió,
a más de eso me cayó
con cien asotes de laso,
me ataron los pies y brasos
y ansí tres días pasé.
Del capitán me acordé...
Bien pude esperarlo un año...
Fue su promesa un engaño
tal cual yo lo malicié.

Ansí lo pasa en la tierra
el que es redondo y paisano,
es el destino tirano
que en castigarnos se aferra;
todos nos hacen la guerra
y todos quieren mojar
cuando nos pueden lograr
en la cara se nos rain,
si usté retosa, le cain
porque al gaucho hay que domar.

Esos días churrasquié
tan sólo carne podrida,
es triste cosa en la vida
cuando un hombre ansí se ve;
hice promesa y juré
que en cuanto libre estuviera,
aunque morirme supiera
me les iba a escabuyir,
y no lo habían de sentir
sino al ver mi polvadera.

Yo cumplí lo prometido:
cuando estube en libertá
lo mesmo que el aperiá
en un pajal busqué nido;
allí como hombre albertido
lo pasé rigularon,
al dirme uñatié un facón,
mis boliadoras y un laso
pa poder salir del paso
en cualesquier arriejón.

De entonces me hice matrero
como ya lo tengo dicho,
le tomé gusto al capricho
y me rai del mundo entero
hice en el monte un potrero
y un ranchito macumbé,
para no quedarme a pie
tenía pingos de reserba.
Y a más también otras yerbas
que por alto pasaré.

De día poco me vieron
y menos en poblaciones,
dejé a un lao las rilaciones
dispués que me solprendieron.
Muchos lasos me tendieron
pero a cabriolas les juía,
como el campo conocía,
nunca dejaba una güeya,
y más listo que centeya,
fantasma me les hacía.

Con los golpes aprendí
tantas cosas que inoraba,
que hoy ya no tiro la taba
sino es curada por mí;
cuando a mi pago volví
como tengo rilatao,
encontré tuito cambiao 3785
de aquella pobre querencia;
pero Dios me dio pasencia
y la virgen me ha amparao.