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Vidas paralelas/Comparación de Nicias y Craso

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Viniendo a la comparación, la riqueza de Nicias, puesta en paralelo con la de Craso, tiene una adquisición y un origen menos culpable: pues aunque nadie tenga por irreprensible la que procede del beneficio de las minas, que en gran parte se hace por medio de hombres criminales o de bárbaros, de los cuales algunos están allí aprisionados y otros fallecen en aquellos lugares perniciosos e insalubres, con todo, es más tolerable que la que se granjeó con las confiscaciones de Sila y con los destrozos del fuego, medios de que se valió Craso, como pudiera haberse valido de cultivar el campo o de ejercer el cambio. Por de contado, de los graves cargos que a éste se hacían, aunque él los negaba, de que por dinero defendía causas en el Senado, de que era injusto con los aliados, de que adulaba a mujercillas, y, finalmente, de que era encubridor de gente mala, ninguno, ni aun con falsedad, se hizo jamás a Nicias. Burlábanse, sí, de él, porque malgastaba su dinero, dándolo por miedo a los calumniadores; pero en esto hacía una cosa que quizá no habría estado bien a Pericles y a Aristides, pero que en él era necesaria, por no tener carácter para sostenerse con firmeza; sobre lo que posteriormente habló a las claras al pueblo Licurgo el orador en causa que se le hizo sobre haber ganado con dinero a uno de los calumniadores: pues se refiere haber usado de estas palabras: “Me alegro de que habiendo tenido por tanto tiempo parte en vuestro gobierno se me acuse de haber dado y no de que he recibido.” En sus gastos fue más ceñido Nicias, empleando su caudal en ofrendas, en dar espectáculos y en instruir coros, cuaudo todo lo que Nicias tuvo fue muy pequeña parte de lo que derrochó Craso en dar un banquete a tantos millares de hombres y en abastecerlos después; mas esto no debe parecer extraño, cuando nadie ignora que el vicio es una anomalía y desarreglo en las costumbres, y así se ve que los que allegan por malos medios suelen después invertirlo en buenos usos.

Y por lo que hace a la riqueza de ambos, baste lo dicho. En cuanto a gobierno, nada se advirtió en Nicias que no fuese sencillo, nada injusto, nada violento o arrebatado, sino que más bien fue engañado por Alcibíades; con el pueblo se condujo siempre con el mayor miramiento, mientras a Craso, en sus continuos tránsitos del odio al amor, se le acusa de falta de lealtad y hombría de bien; no negando él mismo que por la fuerza se abrió el camino al consulado, asalariando hombres que se atrevieran a poner las manos en Catón y en Domicio. En la distribución de las provincias fueron heridos muchos de la plebe, y muertos cuatro, y él mismo, lo que se nos olvidó advertir en el discurso de la Vida, expulsó de la plaza, bañado en sangre, al senador Lucio Anallo, que se le opuso, dándole una puñada en el rostro. Mas así como en esta parte es Craso motejado de ser violento y tiránico, en igual grado es digna en Nicias de reprensión su irresolución y atamiento en el gobierno y su condescendencia con los malos. Craso fue de grande y elevado ánimo, no en contraposición con los Cleones o los Hipérbolos, no a fe mía, sino con la gran nombradía de César y con los triunfos de Pompeyo; no cediendo, sin embargo, sino compitiendo con uno y otro en poder, y aun excediendo a Pompeyo en la dignidad de la magistratura censoria; porque en las grandes cosas no se ha de atender a que dan asidero a la envidia, sino a la gloria que acarrean, anublando la envidia. y si sobre todo te hallas bien con la seguridad y el reposo, y temes a Alcibíades en la tribuna, en Pilo a los Lacedemonios y en la Tracia a Perdicas, la ciudad deja un ancho campo a la vacación de todo negocio, en medio del cual te puedes sentar y tejer para tu frente la corona de la imperturbabilidad, como se explican algunos jofistas. Porque el amor de la paz es verdaderamente divino, y el hacer cesar la guerra el mayor servicio que podía hacerle a la Grecia: así, en este punto, no podría con Nicias competir dignamente Craso, aunque hubiera puesto al Mar Caspio y al Océano Indico por término de la dominación romana.

El que manda en una ciudad que tiene ideas de virtud, y es el primero en poder, no debe dar lugar a los malos, ni poner la autoridad en manos no ejercitadas, ni confiarla a quien no merezca confianza, que fue lo que Nicias ejecutó, colocando él mismo al frente del ejército a Cleón, que, fuera de su gritería y desvergüenza en la tribuna, por lo demás en nada era tenido en la ciudad. No alabo en Craso el que en la guerra de Espártaco hubiese consultado más a la prontitud que a la seguridad para dar la batalla, sin embargo de que interesaba su ambición en que no llegara Pompeyo y le arrebatara su gloria, como Mumio quitó a Metelo de las manos a Corinto; pero lo que hemos dicho de Nicias fue del todo extraño e indisculpable. Porque no cedió al enemigo una ambición y un mando rodeados de esperanzas y de facilidad, sino que, viendo el gran peligro de aquella expedición, por ponerse a sí mismo en seguridad, miró con abandono los intereses de la república. No así Temístocles, que, para que en la Guerra Médica no mandase un hombre ruin y sin talentos y perdiese la ciudad, a costa de su dinero le hizo desistir de la empresa; ni Catón, que, previendo que el tribunado de la plebe había de dar mucho en que entender y acarrear peligros, por lo mismo, en servicio de la república, se presentó a pedirlo. Mas Nicias, conservando el generalato mientras se trató de Minoa, de Citera y de los infelices Melios, cuando tuvo recelo de haber de contender con los Lacedemonios, desnudándose de la púrpura, y entregando a la impericia y temeridad de Cleón las naves, el ejército, las armas y un mando que requería una consumada inteligencia, no fue de su gloria de lo que hizo entrega, sino de la seguridad y salud de la patria. Por lo mismo, cuando después tuvo que hacer la guerra a los Siracusanos contra toda su voluntad y sus deseos, pareció que quería privar a la ciudad de la adquisición de Sicilia, no por reflexión de lo que convenía y debía hacerse, sino por desidia y flojedad suya. Lo que en él arguye mucha rectitud es el que nunca dejasen de nombrarle general como el más inteligente y más capaz, a pesar de la oposición y resistencia que oponía, mientras que Craso, que siempre se andaba presentando para aspirar al generalato, no tuvo la dicha de alcanzarle sino para la guerra servil; y eso por necesidad, a causa de estar ausentes Pompeyo Metelo y los dos Luculos: sin embargo de que aquella era la época de su mayor autoridad y poder; y es que, según parece, aun sus más apasionados le reputaban, según el cómico, Hombre útil y apto para todo, fuera del ejercicio de las armas: cosa que no les estuvo bien a los Romanos, a quienes hicieron violencia su avaricia y su ambición. Porque los Atenienses enviaron a la guerra, contra su voluntad, a Nicias; y Craso llevó forzados a los Romanos; viniendo por éste la república a grandes infortunios, y por la república aquel.

Mas acerca de estos sucesos, si bien Nicias merece alabanzas, no hay razón para reprender a Craso, porque aquel, haciendo uso de su experiencia y acreditándose de general prudente, no se dejó seducir de las esperanzas de sus ciudadanos, sino que conoció la imposibilidad y desconfió de que se tomara la Sicilia, y éste padeció equivocación en tomar sobre sí, como una cosa fácil, la Guerra Pártica; pero sus miras eran grandes. Vencedor César de las naciones de Occidente, de los Galos, de los Germanos y de la Bretaña, él concibió el proyecto de encaminarse al Oriente y al mar de la India y sojuzgar al Asia; en lo que ya había puesto mano Pompeyo y había trabajado Luculo, hombres para todos apreciables y de gran juicio, a pesar de que habían intentado lo mismo que Craso y se habían propuesto los mismos fines. y sin embargo de que, dado el mando a Pompeyo, el Senado lo repugnó, y de que habiendo César derrotado a trescientos mil germanos, fue Catón de dictamen de que aquel fuera entregado a los vencidos para que recayera sobre él la ira del cielo por el quebrantamiento de la paz, el pueblo, no haciendo cuenta de Catón, ofreció sacrificios de victoria por quince días seguidos, y se mostró muy contento. ¿Pues qué habría hecho, y por cuántos días habría sacrificado, si Craso hubiera escrito desde Babilonia que era vencedor, y yendo de allí más adelante hubiera puesto la Media, la Pérside, la Hircania, a Susa y a Bactra en el número de las provincias romanas? Porque si, según Eurípides, “tienen que ser injustos” los que no pueden estarse quietos ni saben gozar de lo presente, no ha de ser para arrasar a Escandia o a Mendes, ni para cazar a los Eginetas que, como las aves, abandonan su territorio y se refugian en otro país, sino que se ha de tener en mucho el ser injustos, y no con ligero motivo se ha de faltar a la justicia como si fuera una cosa pequeña y despreciable; por eso los que celebran la expedición de Alejandro y reprenden la de Craso juzgan desacertadamente mirando sólo al éxito que tuvieron.

En las expediciones mismas hubo de Nicias hazañas y rasgos muy generosos: porque en muchas batallas venció a los enemigos y estuvo en muy poco el que tomase a Siracusa; y si hubo faltas, no fueron suyas, sino que provinieron de su enfermedad y de los enemigos que en Atenas tenía; siendo así que Craso, por el gran número de sus yerros, ni siquiera dio lugar a que pudiera mostrarse en su favor la fortuna; de manera que es preciso admirarse de que fuese tal su torpeza, que ella sola venciera la buena suerte de Roma, y no el poder de los Partos. En orden a que, no despreciando el uno nada de cuanto pertenece a la adivinación, y mirándolo todo el otro con indiferencia, ambos, sin embargo, hubiesen tenido desgraciado fin, en esto el juicio es aventurado y difícil; bien que merece más disculpa el que peca por sobra de precaución, siguiendo la costumbre y la opinión recibida, que no el que por temeridad se aparta de la ley. En el modo de acabar sus días hay menos que vituperar en Craso, que no se entregó, no sufrió prisiones ni afrentas, sino que se resignó con los ruegos de los suyos y fue víctima de la traición de los enemigos, mientras que Nicias, con la esperanza de una salud torpe y vergonzosa, sufrió caer en manos de los enemigos, haciendo así más ignominiosa su muerte.