Visión (Althaus)

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Visión
de Clemente Althaus


I

Iba la más oscura taciturna
y triste Hora nocturna
moviendo el tardo soñoliento vuelo
por el dormido cielo,
cuando, dejando mi alma
en brazos del hermano de la Muerte
a su cansado compañero inerte,
libre de su cadena,
voló a su patria desde el turbio Sena.
Y toda en breve punto recorriola,
desde el postrero linde Ecuatoriano
hasta la gran laguna,
de los hijos del sol sagrada cuna,
y desde el océano
hasta el inmenso río
que entre todos merece el señorío:
así en el breve Mapa retratada,
la recorre la rápida mirada.
Mas ¡ay! que por do quiera
que el vuelo dirigiera,
de pasadas contiendas las señales
y aprestos encontraba
de futuras contiendas fraternales,
y de discordia que jamás acaba.
Al fin rendido me senté y doliente
en un profundo valle que, a la falda
de los Andes tendido, en noche doble
se envolvía a la sombra de su espalda:
de aquel salvaje natural retiró
era el silencio dueño,
y sólo de mi pecho algún suspiro
tal vez interrumpía con son blando
de la naturaleza el hondo sueño.
En tal estado ignoro
cuanto tiempo pasé, mi faz regando
con encendido lloro,
cuando llegó a mi oído
desde el confín del cielo
como el rumor que alzara de distante
ejército de cóndores el vuelo:
los ojos alzo, y miro tan radiante
blanca figura descender ligera,
cual si astro rutilante
despeñado bajase a nuestra esfera;
las débiles pupilas, deslumbrado,
fuerza cerrar me fue, y cuando las hube
de nuevo abierto, ya encontré a mi lado
a celestial querube.
Tan alta remontaba su estatura,
que ni cerca del Ande
se olvidaban los ojos de su altura;
no de la Tierra la soberbia prole
que al magno Jove pudo dar asombros
alzaba al cielo tan gigante mole;
aún tremolaban en sus altos hombros
sonantes alas, en grandeza tales,
que con alas rivales
nunca los ojos míos
volar miraron sobre el mar navíos.
Era su cuerpo deslumbrante nieve,
Y de su rostro la beldad tan rara,
Que mi estro no se atreve
de su pintura a acometer ensayos;
y cual del Sol la rutilante cara
en la mitad del día,
derramaba ancho círculo de rayos,
sol portentoso de la noche umbría.
A vista tal, lleno de asombro y miedo,
con las manos cubriéndome los ojos,
caí sin voz, helado, fiel remedo
de mortales despejos;
entonces a mi oído aquestas voces
llegan, cual si del cielo descendieran:
«Yo soy el genio del Perú, el arcángel
a quien el sumo rey del Universo
encargó de esta tierra la custodia;
yo, a pesar del perverso
ángel que la verdad y la luz odia,
ciego rey de las indias muchedumbres,
a los míseros Incas
de la fe verdadera di vislumbres:
yo vi, como falange del Averno,
inundar las riberas perüanas
negra nube de iberos asesinos,
y mis ojos divinos
verter pudieron lágrimas humanas;
yo acompañaba al mísero Atahualpa,
al último suplicio,
donde, a la luz que le mostré propicio,
la vanidad de sus creencias palpa;
yo, desatando de su error la venda,
el agua santa que las culpas lava
y del glorioso cielo abre la senda,
hice que recibiera, y consolaba
del imperio perdido la amargura
con la promesa del que nunca acaba;
yo en las heroicas vengadoras lides
de Junin y Ayacucho
estuve con los libres, y delante
de los dos inmortales adalides,
iba sus nobles pechos resguardando
con el escudo de tenaz diamante
que en los combates embrazaba, cuando
en los campos celestes
desbaratamos de Luzbel las huestes.
Mas tú ¿por qué a estas horas
en tan desiertas soledades lloras?
Desata el labio, y sin tardanza dime
qué congoja te oprime.»
Alcé a estas voces la abatida frente,
y, mirando al arcángel cara a cara,
que el fulgor igualó que despedía
con la flaqueza de la vista mía,
respondí de esta suerte,
que, al solo nombre de la patria cara,
se despejó mi corazón de miedo:
«Celeste ciudadano», ¿cómo puedo
no penar y gemir constantemente,
cuando el hado consiente
tantos desastres a la patria mía,
de la Discordia y Ambición teatro?
Como el inquieto imperio en que a los cuatro
elementos indómitos gobierna
la Discordia bëoda,
mírala en honda confusión eterna,
segundo caos, agitarse toda.
Cual se disputan en porfiada riña,
con pico agudo y garra carnicera,
hambrienta turba de aves de rapiña
el gran cadáver de enemiga fiera,
así un puñado de ávidos caudillos
por los despejos de la patria triste
esgrimen los sacrílegos cuchillos.
«Mas ¿qué digo un puñado?
Si ya no hay ruin soldado,
ni vil cabeza de más vil pandilla,
que a la suprema silla
no ambicione subir, y al más indigno
tal vez da el triunfo nuestro adverso signo;
y en vano de la insignia blanca y roja
el uno al otro sin cesar despoja;
que nunca, por cambiar eternamente,
fue mejor nuestro estado;
antes siempre nos hizo lo presento
extrañar, cual dichoso, lo pasado;
ni porvenir aguardo diferente;
que entre cuantos la atenta
mirada en torno a divisar alcanza,
ni uno, ni uno tan sólo se presenta
en quien ponga la patria su esperanza.
«¿Cuándo el Señor nos enviará piadoso
el heroico varón, digno del Tibre,
amador de la patria verdadero,
que por solo su amor el noble acero
do quier triunfante vibre,
y cuando de famélicos millares
de pretendientes nuestro suelo libre,
volver anhele a sus modestos lares?
Mas, ¿qué profiero insano?
¡Hechos espero de valor romano
adonde sombra no hay de patriotismo,
sino abyecto interés, duro egoísmo!
Bailes, palacios, coches, pingüe mesa,
esa, de cada cual la patria es ésa;
la patria, el bien primero,
el dios universal es el dinero,
que aún por infames modos
alcanzan muchos y codician todos.
La Justicia comprada
deja dormir la vengadora espada,
sin que supla siquiera
su venganza, con oro adormecida,
el castigo del público desprecio;
antes a aquel que el robo no enriquece,
y a quien en vano la ocasión convida
con risa infame lo apellidan necio:
y lo que escapa a tan rapaces manos
de mar y tierra la milicia sorbe,
y hambriento enjambre de empleados vanos.
Y en tanto ¡cuánta aldea,
sumergida en tinieblas de ignorancia,
la luz primera del saber anhela,
sin que a su tierna infancia
abra sus puertas solitaria escuela!
Y en tanto, ¡entre las penas del camino,
por montañas y selvas y el desierto,
para el viajero, de su senda incierto,
o del bruto a merced vaga sin tino!
Y echando menos el seguro puente,
¡tienta el difícil peligroso vado,
do perece tal vez, arrebatado
del ímpetu veloz de la corriente!
Y en tanto ancho arenal, cuya encendida
sed no alivia ni el llanto del rocío,
¡espera en vano que distante río
venga a llenarle de verdor y vida!
«De los jueces la hidrópica codicia
convierte en compra y venta la justicia;
no Jesucristo, Satanás modela
el vivir del indigno sacerdote;
y es la milicia de traición escuela
y de la patria el más crüel azote;
el tierno joven en la mente abriga
torpes sofismas, y en el pecho bajo
el ardiente deseo,
(Pues el paterno ejemplo es bien que siga,)
no de honroso trabajo,
sino del sueldo y del ocioso empleo;
y ansiando todos del Estado oficios,
la industria nacional yace desierta,
y a objetos que fomentan lujo y vicios
abre solo el Comercio fácil puerta;
las ciencias y las nobles liberales
artes que el mundo acata, aquí de franco
menosprecio son blanco;
y a los hijos de Apolo,
que la presencia de tamaños males
a sacrosanta indignación provoca,
torpe escarnio y baldón les cabe solo.
«Por eso ¡ay Dios! con arrogante boca,
bien como a gente bárbara o inculta,
nos befa el extranjero y nos insulta;
y los Peruanos defender no pueden
en ajenas orillas
a su patria afrentada, y sus mejillas,
(Pues fuerza es siempre que verdad tan clara
sus amorosos argumentos venza,)
se tiñen del color de la vergüenza;
y así de nuestras armas la divisa
que a mísera, discorde, débil gente
Feliz y firme por la unión declara
es un sarcasmo que provoca a risa...
Pero de nuestros males ¿quién contarte
podrá jamás más que una breve parte?
en turba tan crecida,
por uno que relata cien olvida
el labio, y aún mil bocas
con que hablarte pudiese fueran pocas.
«Y a tal estado, celestial mancebo,
dime, ¿hasta cuándo nos condena el hado?
¿O es maldito de Dios nuestro linaje,
que en él castiga sin piedad, cual nuevo
original pecado,
la inaudita traición que cometieron
esos que un día al crédulo hospedaje
del Inca generoso respondieron
con robo, estupro, llamas y matanza
y cuanto daño a imaginar se alcanza?
¿Y nosotros, remotos descendientes
de tan bárbaras gentes,
de sus delitos fieros
y del castigo somos herederos?
«¡Con que no hay de esperanza luz alguna!
Y, sin vivir, perecerá mi patria,
niña a quien sirve de ataúd la cuna!
Naciones mil la Fama nos recuerda
que sepultó en su ocaso la Fortuna;
mas murieron decrépitas ancianas,
de más lauros cubiertas que de canas:
mas ¿cuál hubo jamás como la nuestra
que, ayer no más nacida,
dando está clara muestra
que se le acaba la doliente vida?
Y, como muchos de sus propios hijos,
niños de edad y en corrupción ancianos,
ningunos vicios ya le son extraños
de cuantos manchan en crecida tropa
de Asia las sociedades y de Europa,
ya mayores en siglos que ella en años.
«¿Y a quién pues que esto mira
del hondo corazón lágrimas rojas
no exprimen sus fierísimas congojas,
su generosa cuanto inútil ira?
Dadme, dadme la lira
con que el triste profeta Jeremías
de Sión cantaba los postreros días,
y vierta en cantos de tristeza suma
el duelo inmenso que mi pecho abruma,
viendo a fatal inevitable ruina
mi infortunada patria ya vecina!»


II

Así dije, y el llanto y los sollozos
mi discurso acabaron, mas el hijo
del cielo esto me dijo:
«Hombre de poca fe, bien sé que es cierto
cuanto con voces de dolor me dices;
mas no por eso es bien que llores muerto
el último consuelo de infelices;
que, aunque el mal, en tan hondo desconcierto,
echara profundísimas raíces,
para la fuerte voluntad sagrada
es el mayor impedimento nada.
«Dios del abismo de la negra pena
sacar la dicha y el contento sabe,
y el mal más fiero, si morir le ordena,
antes fenece que su voz acabe;
corta de su ira y su furor la vena,
y ya en la palma de un infante cabe
el mar que, derramado y furibundo,
bajo sus ondas sepultaba el mundo,
«Aquel en cuyo pecho halla cabida
la desesperación cobarde y ciega,
mientras aún dura la mudable vida,
no merece la dicha, que al fin llega:
la merece tan sólo quien anida
la fe en el suyo, y siempre espejea y ruega;
que todo, todo del Señor se alcanza
con oración, con fe, con esperanza.
«Abrigad firme fe; ved que sin ella
todo falta, con ella todo sobra;
y quien la abriga, mientras más le huella
el hado, más aliento y fuerzas cobra;
vence el influjo de contraria estrella
y maravillas o imposibles obra;
manda al sol que al ocaso no descienda,
y abre en el océano enjuta senda.
«De esperanzas, oh jóvenes, colmaos,
que como al huracán cuya pujanza
hunde o estrella las endebles naos
sucede placidísima bonanza,
como al confuso alborotado caos
siguió la creación, tened confianza
que, madre de mil bienes, la paz leda
a la discordia bárbara suceda.
«Concordia tal, de la del cielo emblema,
ha de enlazar a todos los Peruanos,
que de sus armas ya no mienta el lema,
y sean todos con verdad hermanos
firme estado fundando que no tema
extranjeros audaces ni tiranos,
cuya amistad y alianza Europa pida,
hoy con él tan injusta y engreída.
«Del negro Averno a los profundos senos
volverá de los vicios la cohorte
que a cada estado, y a ninguno menos,
visiblemente hoy amancilla el porte;
de esa feliz república de buenos
será la santa ley único norte,
y la Justicia romperá su espada,
en sola su balanza confïada.
«Las que hoy son espantosas soledades,
océano de plantas o de arenas,
serán grandes magníficas ciudades
de población y de bullicio llenas;
y el que desierto fue tantas edades
podrá en sus senos abrigar apenas
la gente innumerable pobladora
que abunde entonces cual arenas hora.
«Los monstruos, del espacio vencedores,
que del vapor el alma inquieta mueve,
escalarán del Ande las mayores
cumbres que ciñe sempiterna nieve;
recorrida de carros voladores,
tan inmensa región ya será breve,
y rival el vapor del pensamiento,
difundirá sus luces al momento.
«El mar, hoy de bajeles tan escaso,
de tantas naves se verá cubierto
que manden Norte, Sur, Este y Ocaso,
que ostente dos ciudades cada puerto;
y abriéndose en las ondas libre paso
vuestros bajeles hasta el polo yerto,
sin que su hielo, perennal lo estorbe,
descubrirán los límites del orbe.
«De Europa abandonando las orillas,
donde siglos su luz resplandeciera,
las Artes nobles sus doradas sillas
trasladarán a esta feliz ribera:
y pródigas, aquí de maravillas,
audaces moles hasta en alta esfera
verán erguirse los nocturnos soles
que venzan griegas o italianas moles.
«Las ornará la pródiga Escultura
de estatuas que parezcan animadas,
y de frescos y telas la Pintura
que persuadan vivir a las miradas;
y se verán do quier con tal hartura
estatuas y pinturas derramadas,
que parezcan artísticos museos
palacios, templos, plazas y paseos.
«De tan sublimes vuelos Poesía,
digno amor tuyo, entonces hará muestra,
que igualar mi logre su osadía
el alto numen de la estirpe nuestra;
no se disputen ya la primacía
Roma, Florencia y quien les fue, maestra,
y a la Atenas mayor del Mundo Nuevo
concordes rindan el laurel de Febo.
«Y con artistas sumos y poetas
florecerán filósofos y sabios,
que ahonden las verdades más secretas
y eternos hagan al error agravios;
y en espaciosas academias quietas
verás colgada de sus doctos labios
inmensa juventud, cuya impaciente
sed de saber con el saber aumente.
«Ni en extranjero labio ya el idioma
molestará, Peruanos, vuestro oído,
por el que ardiente a vuestro rostro asoma
de la amarga vergüenza e1colorido;
y, como el hijo de la antigua Roma
con patria tan magnánima engreído,
así vosotros donde quier ufanos
ya podréis exclamar: somos Peruanos.
«Y, como hoy vais, llevados del deseo,
de Europa a visitar las capitales,
os vendrá a visitar el Europeo
a quien la sed hoy trae de caudales.
vencer en fin por todas partes veo
futuros bienes a pasados males,
y ser tu patria, en hado tan diverso,
modelo, asombro, luz del Universo.»

Así decía el celestial gigante,
y de extraña alegría
que renueva el recuerdo a cada instante,
me colmaba la dulce profecía
de tiempo tan glorioso y tan risueño;
y mientras nuevamente hablarle fío,
en menos que lo dice el labio mío,
se van juntos el ángel y mi sueño.


(1857.)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)