Zaragoza/XIII

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XIII

Concluida la conducción, busqué a Agustín; pero no le encontraba en ninguna parte, ni en casa de su padre, ni en el almacén de la junta de abastos, ni en el Coso, ni en Santa Engracia. Al fin hallele a la caída de la tarde en el molino de pólvora, hacia SanJuan de los Panetes. He olvidado decir que los zaragozanos, atentos a todo, habían improvisado un taller donde se elaboraban diariamente de nueve a diez quintales de pólvora. Ayudando a los operarios que ponían en sacos y en barriles la cantidad fabricada en el día, vi a Agustín de Montoria trabajando con actividad febril.

-¿Ves este enorme montón de pólvora? -me dijo cuando me acerqué a él-. ¿Ves aquellos sacos y aquellos barriles todos llenos de la misma materia? Pues aún me parece poco, Gabriel.

-No sé lo que quieres decir.

-Digo que si esta inmensa cantidad de pólvora fuera del tamaño de Zaragoza me gustaría aún más. Sí, y en tal caso quisiera yo ser el único habitante de esta gran ciudad. ¡Qué placer! Mira, Gabriel; si así fuera, yo mismo le pegaría fuego, volaría hasta las nubes escupido por la horrorosa erupción, como la piedrecilla que lanza el cráter del volcán a cien leguas de distancia. Subiría al quinto cielo; y de mis miembros despedazados al caer después esparcidos en diferentes puntos no quedaría memoria. La muerte, Gabriel, la muerte es lo que deseo. Pero yo quiero una muerte... no sé cómo explicártelo. Mi desesperación es tan grande, que morir de un balazo, morir de una estocada no me satisface. Quiero estallar y difundirme por los espacios en mil inflamadas partículas; quiero sentirme en el seno de una nube flamígera y que mi espíritu saboree, aunque sólo seapor un instante de inconmensurable pequeñez, las delicias de ver reducida a polvo de fuego la carne miserable. Gabriel, estoy desesperado. ¿Ves toda esta pólvora? Pues supón dentro de mi pecho todas las llamas que pueden salir de aquí... ¿La viste cuando salió a recoger a su padre? ¿Viste cuando arrojó las monedas...? Yo estaba en la esquina observándolo todo. María no sabe que aquel hombre que maltrató a su padre es el mío. Viste cómo los chicos arrojaban lodo al pobre Candiola? Yo reconozco que Candiola es un miserable; pero ella, ¿qué culpa tiene? Ella y yo, ¿qué culpa tenemos? Nada, Gabriel, mi corazón destrozado anhela mil muertes; yo no puedo vivir; yo correré al sitio de mayor peligro y me arrojaré a buscar el fuego de los franceses, porque después de lo que he visto hoy, yo y la tierra en que habito somos incompatibles.

Le saqué de allí llevándole a la muralla, y tomamos parte en las obras de fortificación que se estaban haciendo en las Tenerías, el punto más débil de la ciudad después de la pérdida de San José y de Santa Engracia. Ya he dicho que desde la embocadura de la Huerva hasta San José había 50 bocas de fuego. Contra esta formidable línea de ataque ¿qué valía nuestro circuito fortificado?

El arrabal de las Tenerías se extiende al Oriente de la ciudad, entre la Huerva y el recinto antiguo perfectamente deslindado aún por la gran vía que se llama el Coso. Componíase a principios del siglo elcaserío de edificios endebles, casi todos habitados por labradores y artesanos, y las construcciones religiosas no tenían allí la suntuosidad de otros monumentos de Zaragoza. La planta general de este barrio es aproximadamente un segmento de círculo, cuyo arco da al campo y cuya cuerda le une al resto de la ciudad, desde Puerta Quemada a la subida del Sepulcro. Corrían desde esta línea hacia la circunferencia varias calles, unas interrumpidas como las de Añón, Alcover y las Arcadas, y otras prolongadas como las de Palomar y San Agustín. Con estas se enlazaban sin plan ni concierto ni simetría alguna, estrechas vías como la calle de la Diezma, Barrio Verde, de los Clavos y de Pabostre. Algunas de estas se hallaban determinadas no por hileras de casas, sino por largas tapias, y a veces faltando una cosa y otra, las calles se resolvían en informes plazuelas, mejor dicho, corrales o patios donde no había nada. Digo mal, porque en los días a que me refiero, los escombros ocasionados por el primer sitio sirvieron para alzar baterías y barricadas en los puntos donde las casas no ofrecían defensa natural.

Cerca del pretil del Ebro, existían algunos trozos de muralla antigua, con varios cubos de mampostería, que algunos suponen hechos por manos de gente romana, y otros juzgan obra de los árabes. En mi tiempo (no sé cómo estará actualmente) estos trozos de muralla aparecían empotrados en las manzanas de casas, mejor dicho, las casas estabanempotradas en ellos, buscando apoyo en los recodos y ángulos de aquella obra secular, ennegrecida, mas no quebrantada, por el paso de tantos siglos. Así, lo nuevo se había edificado sobre y entre los restos de lo antiguo en confuso amasijo, como la gente española se desarrolló y crió sobre despojos de otras gentes con mezcladas sangres, hasta constituirse como hoy lo está.

El aspecto general del barrio de las Tenerías traía a la imaginación, acompañados de cierta idealidad risueña, los recuerdos de la dominación arábiga. La abundancia del ladrillo, los largos aleros, el ningún orden de las fachadas, las ventanuchas con celosías, la completa anarquía arquitectural, aquello de no saberse dónde acababa una casa y empezaba otra; la imposibilidad de distinguir si esta tenía dos pisos o tres, si el tejado de aquella servía de apoyo a las paredes de las de más allá; las calles que a lo mejor acababan en un corral sin salida, los arcos que daban entrada a una plazuela, todo me recordaba lo que en otro pueblo de España, de allí muy distante, había visto.

Pues bien: esta amalgama de casas que os he descrito muy a la ligera, este arrabal fabricado por varias generaciones de labriegos y curtidores, según el capricho de cada uno y sin orden ni armonía, estaba preparado para la defensa, o se preparaba en los días 24 y 25 de Enero, una vez que se advirtió la gran pompa de fuerzas ofensivas que desplegó el francéspor aquella parte. Y he de advertir que todas las familias habitadoras de las casas del arrabal, procedían a ejecutar obras, según su propio instinto estratégico, y allí había ingenieros militares con faldas, que dieron muestras de un profundo saber de guerra al tabicar ciertos huecos y abrir otros al fuego y a la luz. Los muros de Levante estaban en toda su extensión aspillerados. Los cubos de la muralla cesaraugustana, hechos contra las flechas y las piedras de honda, sostenían cañones.

Si la zona de acción de alguna de estas piezas era estrechada por cualquier tejado colindante, azotea o casa entera, al punto se quitaba el obstáculo. Muchos pasos habían sido obstruidos, y dos de los edificios religiosos del arrabal, San Agustín y las Mónicas, eran verdaderas fortalezas. La tapia había sido reedificada y reforzada; las baterías se enlazaban unas con otras, y nuestros ingenieros habían calculado hábilmente las posiciones y el alcance de las obras enemigas para acomodar a ellas las defensivas. Dos puntos avanzados tenía la línea, y eran el molino de Goicoechea y una casa, que por pertenecer a un D. Victoriano González, ha quedado en la historia con el nombre de Casa de González. Recorriendo dicha línea desde Puerta Quemada, se encontraba, primero, la batería de Palafox, luego, el Molino de la ciudad; luego las eras de San Agustín, en seguida el molino de Goicoechea, colocado fuera del recinto, después la tapia de la huertade las Mónicas, y a continuación, las de San Agustín; más adelante una gran batería y la casa de González. Esto es todo lo que recuerdo de las Tenerías. Había por allí un sitio que llamaban el Sepulcro, por la proximidad de una iglesia de este nombre. Al arrabal entero, mejor que a una parte de él, cuadraba entonces el nombre de sepulcro. Y no os digo más por no cansaros con estas menudencias descriptivas, que en rigor son innecesarias para quien conoce aquellos gloriosísimos lugares, e insuficientes para el que no ha podido visitarlos.