Biografía de Juan Crisóstomo Lafinur
En la parte mas central de la Sierra de la provincia de San Luis, y á la falda del cerro Tomalarla, llamado también Cerro Rico por la abundancia de oro que le hizo célebre en otro tiempo, existe un valle denominado de la Carolina, y un pueblo de este mismo nombre en el día decaído y casi desierto. En este humilde lugar fué en dónde vió la luz el día 27 de Enero de 1797 el Dr. D. Juan Crisóstomo Lafinur, hombre entusiasta y activo, condenado por su temperamento á gastar la existencia en pocos años, y cuyos escritos (los que nos son conocidos, al menos) son inferiores á su fama y al talento que le atribuyen los contemporáneos.
Frecuentaba Lafinur las escuelas de Córdoba, cuando emprendió sus campañas del Norte el jeneral D. Manuel Belgrano. Dejando entonces el manteo de estudiante de ciencias morales, ciñó la espada y dió otra dirección á su espíritu, pues según espresión de él mismo tuvo la honra de pertenecer á la Academia de matemáticas fundada en Tucumán por aquel jeneral para instrucción de los cadetes de su ejército; "academia á que se agolpaba la juventud á sorprender á la naturaleza en sus misterios y á fecundar desde temprano el jermen de la gloria."
No sabemos en que época abandonó una carrera que no debía ser la de su verdadera vocación. Pero antes de pasar á la ciudad de Mendoza en donde fundó un colegio en 1822, se había hecho notable en Buenos Aires como periodista, como poeta, y sobre todo como innovador en la enseñanza de la filosofía. Esta última circunstancia, le atrajo algunos disgustos que le decidieron a avecindarse en Chile en cuya capital se graduó en ambos derechos el ano 1823, tomó estado, y murió el 13 de Agosto de 1824.
La muerte del general Belgrano hizo una viva sensación en el alma impresionable de Lafinur y arrancó á su lira tres composiciones poéticas que le colocan en un lugar distinguido entre los poetas argentinos. El Canto elegiaco, el Canto fúnebre y la oda á la Oración fúnebre pronunciada por el Dr. D. Valentín Gómez en las exequias del héroe y del patriota ejemplar, apagan en nuestro concepto los acentos de dolor con que otros vates lloraron el mismo lamentable acontecimiento. En esos cantos se revelan todas las dotes y todos los defectos de la musa de Lafinur. Son inspirados por un dolor verdadero por un aprecio reflexivo de las virtudes del ciudadano y del guerrero, y parece como que se exhalase de sus estrofas algo de las entrañas de un hijo. La inspiración corre á par de la incorrección; la naturalidad, el sentimiento, la gracia y la harmonia se mezclan alternativamente con los conceptos oscuros y ponderativos, y las frases desaliñadas, aunque sea verdad que estos defectos son en menos número que las bellezas y los rasgos verdaderamente poéticos de las tres composiciones en general. Todas ellas brotan de la fuente poética en el carácter de una inspiración innegable, y pocas veces hallamos en las obras de nuestros versificadores modos de comenzar mas felices que los que se advierten en estos de Lafinur. La interrogación es su figura favorita:
- Por qué tiembla el sepulcro, y desquiciadas
- Sus sempiternas losas de repente,
- Al pálido brillar de las antorchas
- Los justos y la tierra se conmueven?
Así se introduce el poeta en su Canto elegiaco, y con no menos brío y entonación prorrumpe al entonar su canto fúnebre:
- Adonde alzaste fugitivo el vuelo,
- Robándote al mortal infortunado,
- Virtud, hija del cielo?....
Pero en nuestro concepto las estrofas regulares con que celebró la elocuencia del orador sagrado son de un mérito mayor y mas orijinales que los anteriores silvas. El asunto también, como menos trillado, liberta al autor de la rémora de las reminiscencias y de los modelos y le obliga á buscar un cauce propio para dar salida á los sentimientos en que reboza. Qué natural y digna introducción!:
- Era la hora: el coro majestuoso
- Dió á la endecha una tregua; y el silencio,
- Antiguo amigo de la tumba triste,
- Sucedió á la harmonia amarga y dulce....
Pinta en seguida la urna solitaria presidiendo la augusta escena, y supone que todas las virtudes que andaban en torno de aquella, levantando al cielo, llanto, esperanzas y amores, volaron á posarse en los labios del sacerdote elocuente; y los hombres se dolieron de ser hombres al escuchar sus acentos. Los suspiros del pueblo llegan por una senda muda y misteriosa hasta el orador, y avara el alma, recoje sus palabras cual si fuesen reliquias del héroe que elojia... Esta oda es una joya de nuestra literatura.