Francisco Sanchez (Retrato)
FRANCISCO SANCHEZ.
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Las Brozas, pueblo de la Provincia de Extremadura, dió cuna noble y renombre inmortal á Francisco Sanchez, conocido generalmente por el Brocense. Nació el año de 1523, y al séptimo de su edad ya comenzó á descubrir un talento extraordinario, y una inclinación al estudio poco conforme con las ideas comunes en tan cortos años. Su padre, que no carecía de bienes, y á quien Antonio de Lebrija había inspirado amor á las ciencias, y con especialidad á las Humanidades, no se descuidó en fomentar la vocación del hijo á las letras, proporcionándole los medios de corresponder á ella útilmente. Salamanca, que á mediados del siglo XVI trabajaba por renovar en España las glorias de Roma en tiempo de Augusto, facilitó en sus escuelas al Brocense el camino de las ciencias que buscaba.
Establecido en esta ciudad, se dedicó al estudio de la Retórica y de las lenguas griega y latina, con tal intensión, que pasó bien pronto de discípulo á maestro, siguiendo hasta conseguirlo un rumbo enteramente nuevo, debido solo á sus continuas observaciones é imaginación fecunda, y baxo de cuyas reglas se formáron después muchos sabios Españoles y Extrangeros. Sus Instituciones Gramático-latinas, el Compendio de la Gramática Griega, el Tratado de las partes de la Oración y de la Construcción, el Arte de decir, el de interpretar los Autores, el Órgano dialéctico y retórico, y sobre todo su Minerva, constituyen un agregado de preceptos tales que elevan al Brocense á la alta dignidad de Autor, Padre y Doctor de todos los literatos, con cuyos dictados honoríficos calificó su mérito el sabio Gaspar Scioppio. À medida que los preceptos del Brocense acreditan su sabiduría, la acredita la aplicación que él mismo hace de ellos en sus principales obras la Paradoxa, la Corrección del Pomponio Mela, los Comentarios de las Emblemas de Alciato, las Notas al Arte Poética de Horacio, á las Bucólicas de Virgilio, á las quatro Silvas de Angelo Policiano, á las obras de Aulo Persio Flaco, y á las de los famosos Españoles Juan de Mena y Garcilaso de la Vega.
Si los grandes elogios tributados al mérito del Brocense no los justificasen sus escritos, y por otra parte los debiera al juicio que hubiese hecho de ellos algún autor Español, se podrían mirar como sospechosos; pero siendo estos generalmente estimados, y sus panegiristas extrangeros, sabios de primer órden, y poco acostumbrados á prodigar alabanzas en materias de literatura, no hay el menor motivo que induzca á desconfianza. En efecto, los dictados referidos con que le distinguió Scioppio, el llamarle asimismo divino, admirable hombre, y Justo Lipsio el Apolo y Mercurio de España, no puede atribuirse á rasgos de lisonja, ni tampoco á uno de aquellos movimientos de vanagloria á que impele el amor á la patria. Ni podía menos el Brocense de ser un verdadero sabio: un talento grande, descubierto en la mas tierna edad, una extraordinaria disposición para cultivarle, y una larga vida empleada toda en útilísimas tareas literarias, circunstancias que reunió, son medios que infaliblemente conducen al difícil término de la perfección en el estudio. Baltasar Céspedes su yerno, discípulo y sucesor en el magisterio de Retórica y Eloqüencia, celebrando el objeto de su Maestro en la composición de la Minerva, y haciendo alguna insinuación del mérito de sus escritos, los atribuye todos á partos de una meditación profunda, incapaz de distraerse jamas con motivo alguno ni público ni doméstico.
La abstracción absoluta del Brocense, y el horror que tenia al abandono con que en todas partes, fuera de las aulas de Salamanca, se miraba la Latinidad, cuyo estudio era su principal objeto, fueron la causa de que este insigne literato no desamparase nunca á su ínclita y piadosísima madre la Universidad, según él mismo se explica en la dedicatoria que la hace de su Minerva. No por eso se esparció ménos su fama: sus obras le dieron á conocer en toda Europa, le grangeáron amigos del mayor crédito, y le aseguraron un nombre inmortal. Felipe II tuvo grandes deseos de conocerle en sus últimos años, y hubiera querido que aumentase el número de los sabios que renió para gloria suya y honor de la nación en el Monasterio del Escorial; pero el Brocense, verdadero estoyco, se excusó á pretexto de su avanzada edad y de algunos achaques que padecía; y qual otro Diógenes, por no abandonar Su domicilio, renunció gustoso á las honras que le prometia y debia esperar de aquel Alexandro Español. En este desprendimiento filosófico, que le era natural, y de que ya en otras ocasiones habia dado suficientes y repetidas pruebas, le confirmó la admirable doctrina de Epicteto, sobre cuya traduccion del griego trabajó con el mas prolixo estudio en el postrer período de su vida, en que la dió á luz con general aceptación, muriendo á poco tiempo de haberla publicado, y á los setenta y siete años de su edad. Su muerte fue muy sentida, no solo por el vacío que dexaba en su familia y en la sociedad, sino por la pérdida que de ella resultaba á las ciencias y á sus profesores. Las demostraciones de dolor que hizo la Universidad de Salamanca por la muerte del Brocense, y el singular aprecio con que despues de ella distinguió a su yerno Baltasar de Céspedes, prefiriéndole, como lo hizo, para la cátedra de Retórica, aun mas que por su mérito bien conocido, por el de su suegro, son un testimonio de la estimacion grande que de este sabio y de sus recomendables prendas mantuva aquella Academia siempre.