Francisco de Quevedo y Villegas (Retrato)
D. FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS.
[editar]Gloríase Madrid de tener por hijo á D. Francisco de Quevedo y Villegas tan conocido por su culto y elevado ingenio, como por las varias fortunas de su vida. Sus padres fueron D. Pedro Gómez de Quevedo, Secretario de la Emperatriz Doña María de Austria, y de la Reyna Dona Ana de Austria, quarta esposa de Felipe II; y Doña María de Santibañez: ambos de linage ilustre y ocupado en puestos decorosos
Fuese afición de D. Francisco de Quevedo, fuese impulso de sus padres, que creyeran de menos valor la nobleza sin la instrucción; en la Universidad de Alcalá de Henares después de estudiar letras Latinas y Griegas, y perfeccionar el buen gusto que solo con las humanidades se adquiere, dedicó su empeño á la lengua Hebrea, y aun tuvo razonables principios de la Arábiga. Cultivó la Filosofía, y con especialidad la parte mas digna del hombre, que es la moral. Leyó asimismo Medicina y Teología, sin que consten su intento y progresos en estas facultades; pero se conservan memorias de que en la última recibió algún grado. Lo mas verosímil es que procuró, sin sujetarse á profesión ni escuela determinada, adelantar sus experiencias, y rectificar su razón en todas lineas. Con el mismo fin se propuso inquirir las costumbres humanas en su original, viendo los principales paises de Europa. Algunos atribuyen esta resolución al pesado lance de malherir á un hombre, tomando por suyo el desagravio de una dama ofendida.
Comoquiera, mientras D. Pedro Girón, Duque de Osuna, sirvió los Vireynatos de Sicilia y Nápoles, Quevedo asistió á su lado ayudándole con obra y consejo. Porque no solo intervino en todos los negocios graves de aquellas provincias, en donde los ánimos andaban enagenados: desempeñó también por sí comisiones muy delicadas, y varios mensages en países distintos. Con esta ocasión anduvo toda Italia, la Alemania y la Francia, y expuso muchas veces su vida. Por tales méritos y la recomendación del Duque de Osuna, en cuyo nombre Quevedo vino á consultar con Felipe III materias importantes, obtuvo en 1617 una merced de Hábito de Santiago. Establecido en la Corte gozaba del fruto de sus estudios y trabajos, quando en 1620 fue preso como partícipe de la causa que se formó al Duque de Osuna. Los tres años y medio de esta reclusión en su Villa de la Torre de Juan Abad (Quevedo era Señor de ella), la aspereza con que fue tratado, y las voces de su inocencia, labraron su mas poderoso desengaño. Renunciando para siempre la Corte y sus acibaradas satisfacciones, llevó su propósito hasta excusarse porfiadamente de servir á Felipe IV en calidad de Secretario con exercicio; contentándose con el título, y con no desmerecer la gracia. Con igual tesón se dice que renunció la embaxada de Génova.
Pero este desprendimiento y el retiro de su vida no le libertaron de otra persecución mas violenta. Como nadie mejor que D. Francisco de Quevedo conocía, ni era capaz de reprender con ingeniosa libertad los manejos reservados de aquel tiempo, se le atribuyó un papel en verso contra el gobierno, que pusieron al Rey debaxo de la servilleta. De aquí resultó la segunda prisión de Quevedo, hecha ruidosamente y sin ninguna commiseracion de su edad sexágenaria. Fue llevado á S. Marcos, Convento de la Orden de Santiago en la Ciudad de León, donde permaneció quatro años hasta la separación del Conde Duque de Olivares en 1643. Del rigor é incomodidad de las prisiones contraxo unas apostemas en los pechos, para cuya curación se retiró á Villanueva de los Infantes. Allí se le agravó la dolencia con intensos dolores, que sobrellevó resignado, hasta dar su alma al Criador en 8 de Diciembre de 1645: había nacido por Septiembre de 1580.
D. Francisco de Quevedo no fue de los Filósofos inconsiguientes de nuestra era, cuya filosofía, compatible con su amor propio y con todo linage de desórdenes, dura en tanto que no padecen contradicciones ni males. Las tribulaciones de la vida de Quevedo; sus desengaños á tanta costa; el contratiempo de perder tempranamente á su esposa Doña Esperanza de Aragón y la Cabra, Señora de Zetina, con quien casó en 1634; y las conseqüencias que su juicio sólido sacaba, le hicieron un sabio profundo, pero bien intencionado y ameno. En los intervalos de sus persecuciones ó pesares cultivó varios ramos de las buenas letras, con tanta fortuna en cada uno como si nunca se hubiera exercitado en otro. La Política de Dios y la vida de Marco Bruto reúnen la mas sana moral con la política mas fina. En la vida de S. Pablo Apóstol, en la de Santo Tomas de Villanueva, en el afecto fervoroso de la alma agonizante, los devotos encuentran los estímulos mas eficaces de la virtud. Los aficionados á las humanidades admiran en gran parte de sus poesías serias sublimidad de pensamientos y expresión, sentencia, gusto y juicio horaciano; en todas las festivas chiste, agudeza, variedad é ironía socrática. Con todo, su prudencia que dominaba en su genio, nunca le permitió imprimir poesías ningunas en su nombre. Las que se comprenden en el Parnaso fueron recogidas y publicadas en 1648 por su amigo D. Jusepe Antonio González de Salas; y las tres Musas últimas se imprimieron por cuidado de D. Pedro Alderete de Quevedo y Villegas en 1670. El Autor solo publicó con nombre supuesto las poesías ú obras del Bachiller D. Francisco de la Torre, al modo que Lope de Vega las del Licenciado Tomé de Burguillos.
Quales fuesen las máximas de su Filosofía, contraidas siempre á la moral christiana y á la obediencia de todas las potestades legítimas, testificanlo su Virtud militante, la Fortfuña con seso, el Epicteto Español, el Focilides &c. Aun sus obras jocosas y satírico-morales, como las Cartas del Caballero de la Tenaza, la Culta Latini-parla, el Cuento de cuentos, la vida del Gran Tacaño, y los Sueños, vierten festividad, sal ática, é invectivas contra los abusos de su tiempo, y la corrupción de la lengua Castellana. Hizo asimismo varias traducciones del Griego, Latín, Toscano y Francés, que acompañó de glosas ó adiciones oportunas; y tuvo la satisfacción de ver algunas de sus obras vertidas en otros idiomas, y apreciadas. Sus agudezas repentinas han quedado como proverbios; y su magisterio para usar del idioma con propiedad y pureza en todos estilos, como dechado inimitable.