Josef del Campillo (Retrato)
DON JOSEF DEL CAMPILLO.
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Don Josef del Campillo y Cosío, hijo de D. Toribio del Campillo y de Doña Magdalena Cosío, ámbos de claro linage, nació en Álles, pueblo de la jurisdicción de Laredo; en el año 1693. Su padre descubriendo en él aquellos caractéres que hacen presentir el talento, le dedicó al estudio, que comenzó en su pais, y continuó en la ciudad de Córdoba, adonde, muerto el padre, le enviaron sus parientes á la sombra de un Canónigo de aquella Iglesia, que se llamaba Maldonado.
Indiferente Campillo en orden á la elección de estado, y tal vez dócil á las insinuaciones de su Mecenas, concluido el estudio de la Filosofía, se decidió por el de la Teología Sagrada, con ánimo, sin duda, de hacerse Sacerdote; pero destinado por la Providencia á carrera bien distinta, noticioso de su talento D. Francisco de Ocio, Intendente de Andalucía, le solicitó para Secretario suyo. Miró Campillo como un capricho de la fortuna un accidente, que por tan raro medio cambiaba sus ideas: dexóse llevar de su estrañeza misma, y admitió un destino, que aunque poco análogo á sus principios no le resistía su inclinación.
Sirvió Campillo esta Secretaría, no solo como se debia esperar de su bien cultivado ingenio, sino con arte, para ganarse la voluntad de quantos tenian motivo de conocerle. Uno de los que mas se le aficionaron fué D. Josef Patiño, Intendente que era de Marina en Cádiz: prendado de su mérito, le proporcionó una plaza de Oficial de segunda clase en la Contaduría de la Real Armada de aquel Puerto, y le destino a la Esquadra que en el mismo año, que era el de 1717, salió para la conquista de Cerdeña.
Hecha esta expedición, en la que pasó Campillo á Oficial de primera clase, y dispuesta otra al año inmediato para contener en el Mediterráneo algunos proyectos hostiles de la Inglaterra , se le dió el Ministerio de Hacienda de una de sus divisiones. No era este destino de difícil desempeño; pero algunas ocurrencias hiciéron brillar tanto en él á Campillo, que á su regreso á Cádiz se encontró con el despacho de Comisario de Guerra de Marina. Desde este punto comenzó ya á llamar la atención del Gobierno: se le consultaba con freqüencia, y se oia con aprecio su dictámen.
Esta reputación, justamente adquirida por Campillo, le volció á sacar de su Departamento, y le llevó á la América septentrional. Necesitábase para grande expedición, que en el año de 1719 se dirigió á aquella parte del Nuevo Mundo, de un sugeto que, instruido en el ramo de Hacienda, fuese también capaz de algunas especulaciones políticas: nombróse á Campillo, y con tal acierto, que ademas de llenar el objego para que se le habia buscado, tuvo la gloria de contribuir muy particularmente á salvar la tripulación del navio S. Luis, que por desgracia baró en la costa de Campeche.
Vuelto de América se le graduó de Comisario Ordenador; pero sin permitirle el descanso que exígian sus fatigas, se le comisionó de Ministro interino al Astillero del Guarnizo. La falta de fondos en aquel establecimiento, y la precisión de activar las obras de su instituto, habían comprometido á los predecesores de Campillo: sin embargo, fecundo este en recursos, halló quantos necesitaba para el feliz desempeño de su encargo. Hizo tomar un aspecto tan diferente del que tenían á aquellas Fábricas, que se excitó la mas cruel envidia. No hubo calumnia con que no se le ultrajase; y no contentos sus enemigos con acusarle al Gobierno, le delataron al tribunal de la Fe. Inalterable Campillo se justificó de esta infamia; y en desagravio logró, por el pronto, merced de hábito en la Orden de Santiago, y el grado de Intendente de Marina y poco después la Intendencia del Exército destinado á la conquista de Nápoles.
El lugar que Campillo ocupa en la historia de esta conquista es uno de los mas sobresalientes en ella: basta saber que fué de los Españoles que trabajaron con mayor zelo para coronar pacíficamente en aquel Reyno al Infante D. Cárlos, y que á este fin sacrificó no solo su quietud, sino sus intereses. Así se lo dio á entender á su augusto Padre aquel Soberano; y Felipe V, que ya tenia otros testimonios de las grandes qualidades de Campillo, quiso disfrutarlas de mas cerca. Le mandó regresar á España: le encargó el arreglo de las Rentas de Aragón y su Intendencia; y luego que le tuvo hecho, le puso á la frente de los mas graves negocios de la Monarquía.
En pocas circunstancias dexa de ser difícil el desempeño de los altos puestos; pero acaso ningunas mas críticas que en las que se hallaba España en el año de 1741, en que fué nombrado Campillo Secretario de Estado de los Despachos de Marina, Hacienda, Guerra é Indias, Superintendente de Rentas, Lugar-Teniente del Grande Almirante, y Consejero de Estado. Las guerras llamadas de Sucesión, y sus resultas hasta los tratados de Utrech, las nuevas adquisiciones dentro y fuera del continente, y las precauciones a que obligaba la muerte del Emperador Cárlos VI acaecida en el mismo año, habian puesto á la nación en un estado de parálisis. Á pesar de una situación tan poco favorable no desconfió Campillo de reparar el desorden que generalmente se advertía en todos los ramos de su cargo. El conocimiento profundo que tenia en la mayor parte de ellos de que ya había dado pruebas en sus recomendables escritos La España despierta: Lo que hay de mas y de ménos en España: El nuevo sistema del Gobierno para las Américas, y otros, y la satisfacción con que veía que se prestaba el Rey a sus ideas, animaban sus esperanzas. Las animaban aun mas los buenos efectos que produxeron sus primeras providencias, con especialidad en los ramos de Marina y Hacienda; pero la envidia, que habia seguido á Campillo desde los umbrales de su fortuna ya que no pudo estorbar su rápida carrera, tuvo modo de entorpecer la execucion de muchos de sus proyectos: desconcertó otros; y por último, viéndole aun así favorecido de su Soberano con la Encomienda de la Oliva, y otras gracias, no satisfizo su furor hasta precipitarle en el sepulcro. Murió atropelladamente en Madrid el año de 1743, á los dos de su Ministerio, y quando era mas preciosa su vida. No dexó sucesión, aunque fué casado dos veces, una con Doña Josefa Ambudoi, y otra con Doña María Benita Rozas y Drumond, hija de los Condes Duques de Castelblanco.