Pedro Navarro (Retrato)
PEDRO NAVARRO.
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La variedad con que se ha opinado en Órden al territorio que ocupaba la Cantabria, pone en duda la patria de Pedro Navarro. Tenido generalmente por Cántabro, unos historiadores le suponen Vizcaino, otros Guipuzcoano y otros hidalgo del Valle de Roncal, lo que se hace mas probable por su apellido mismo, y por alguna otra circunstancia de su historia. Nació á mediados del siglo XV, y los primeros años de su vida los empleó de marinero en los mares de Vizcaya; pero mal contento con esta ocupación, dexó su patria, y se fue á Italia, en donde logró servir al Cardenal Juan de Aragón. Tampoco acomodó á Navarro este destino: un cierto impulso interior, anuncio de los sucesos á que la Providencia le encaminaba, le hizo dexar la casa de su amo, y alistarse en las banderas de Pedro Montano, Capitán General de Florencia.
Como si Navarro hubiese sido siempre soldado, y como si los ardides de la guerra le fuesen, familiares, así se conduxo en las primeras campañas que hizo. No solo peleó con valor, sino que la toma de Sarzana, plaza fuerte, se debió á su maravilloso ingenio. Concluida esta guerra, llamada Lunegiana, y separado Navarro del General Florentin, se empleó en el corso contra los Berberiscos con tan buen éxito, que logró libertar á los mares de Italia de los piratas de que estaban inundados.
Aunque lisonjeaban mucho al genio de Navarro estas correrías, en que adquirió el nombre de el Salteador Roncal, noticioso de la guerra que se emprendía en Napoles entre Franceses y Españoles, y estimulado del Gran Capitán Gonzalo Fernandez de Córdoba, General del exército de España, abandonó el corso por irse á incorporar con él, y trabajar en obsequio de su Rey y de su patria. Si baxo las banderas de Montano había manifestado Navarro su esfuerzo y pericia militar, alistado en las del Gran Capitán se acreditó de tal suerte, que solo se hablaba de sus proezas. Competia su valor con su ingenio, y las plazas que no cedían al auxilio de su espada, se rendían al de sus invenciones y arte. El castillo del Vovó, Canosa, Taranto, la Torre de S. Vicente de Nápoles y Castilnovo, fortalezas de grande interés, todas se tomaron con la ayuda de Navarro. Su invención de minas, desconocidas hasta entonces por mas que se parecieran en algo á las ya usadas por otros Ingenieros, decidió de la suerte de estas plazas, y puso en manos de los Españoles muchas veces la victoria.
Lleno de laureles, y condecorado Navarro con el título de Conde de Olivito ó Albeto, se presentó en la Corte de España. Ni su natural carácter, ni sus principios podían hacer agradable á Navarro su mansión fuera de los horrores de la guerra; asi que, impaciente por volver al teatro de su afición, pidió licencia al Rey Católico para agregarse al exército que se levantaba contra Francia en Cataluña: obtenida, marchó al momento, organizó sus tropas, arregló los puntos de defensa, y á sus instancias y por su dirección se construyeron el castillo y fortaleza de Saloas.
Bien acreditado Navarro en estas expediciones, y no menos en el mando de la esquadra combinada de Españoles y Venecianos contra los Turcos, que fue á tomar desde Cataluña; pensó el Cardenal Ximenez de Cisneros, Gobernador entónces de España, confiarle la dirección del exército y armada, que en aquel año, que era el de 1509, estaba disponiendo para desembarazar las costas de África. No se engañó en la elección el Cardenal: encargado de esta difícil comisión Navarro, la desempeñó con tanto acierto, que después de haber destruido á los Moros y á sus auxiliares, tomó las plazas de Oran, Buxia, Trípoli y otras, cuyas conquistas hicieron terrible su nombre en toda la África.
Algunas desavenencias con el Cardenal, y la desgraciada expedición que después de estas victorias hizo á la isla de Gelves, amancillaron algun tanto las glorias de Navarro; pero reconciliado con aquel generoso Ministro, fue empleado de nuevo en la guerra de Ravena contra los Franceses en el año de 1512. Esta sangrienta guerra fue el origen de sus infortunios. Perdida la batalla, herido y prisionero en ella Navarro fue conducido á Loches, en donde estuvo mas de dos años sin poder conseguir de modo alguno su rescate.
Cansado de sufrir Navarro la indolencia con que se miraba su libertad, se acogió á la protección del Rey de Francia, desnaturalizándose de su patria. Admitió Francisco I, que lo era entonces, las proposiciones de Navarro: facilitó su rescate, le hizo Coronel de los Gascones y Navarros, y le llevó consigo al cerco de Milán, cuya plaza y su Duque Maximiliano de Esforcia, se rindieron á vista de los estragos que hacían, en ella las minas que dispuso Navarro. Tomada esta plaza, le pidieron los Venecianos al Rey para que les ayudase contra Bresa: fue á este sitio, y trabajó ímprobamente; pero los Alemanes y Españoles que mandaba en Bresa D. Luis de Icart inutilizaron sus fatigas.
Burlado Navarro en esta empresa, intentó otras contra los Españoles, en que no le fue mas favorable la fortuna. Por último, habiendo ido á socorrer á Genova, y llegado á mala ocasion, le prendieron los Españoles, y su General Marques de Pescara le envió á Castilnovo, fortaleza que él en otro tiempo había rendido: fue cangeado después con D. Hugo de Moncada; pero hecho otra vez prisionero por los Españoles caminando á Nápoles con el General Lautreche, le volvieron á Castilnovo, en donde murió el año de 1528, según unos, agarrotado en castigo de su infidelidad, y según otros, sofocado con la ropa de su cama por alguno que no quiso que padeciese muerte afrentosa. El Príncipe de Sessa Gonzalo Fernandez hizo sepultar su cuerpo en Santa María la Nueva de Nápoles, y poner en su sepulcro una inscripción honorífica.
Era Navarro ordinario en su traza, duro, codicioso de fortuna, y bastante obscuro en su trato: fué infiel á su patria y á su Rey; pero seguramente no lo hubiera sido si la envidia no hubiera estorbado su rescate.